«La verdadera intención del programa de eutanasia infantil no era facilitarles la ida a los padres, sino purgar el Reich de los ciudadanos indeseables. Y los asesinos infantiles tenían conversaciones muy diferentes entre ellos.»
Edith Seffer es una académica del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad de California, se ha especializado en historia de Alemania y de Europa Central. Obtuvo el Premio Frenkel tras la publicación de su primer libro Burned Bridge: How east and west Germans made the Iron Curtain. Es madre de un niño con autismo, hecho que con tota probabilidad fue la motivación de su investigación sobre esta condición y lo que llevó a la publicación de Los niños de Asperger.
Para empezar, este no es un libro que trate sobre el Asperger o el espectro autista, tampoco cuenta demasiado acerca de los estudios o descubrimientos sobre la condición y no ahonda en ningún aspecto psiquiátrico, neuronal o biológico. Es un libro de historia que, a pesar de estar escrito como publicación abierta, reviste un carácter académico que resuma en cada una de sus páginas, a manera de una tesis. El título, Los niños de Asperger, podría darnos pistas equivocadas sobre su contenido porque incluso no es que encontremos la biografía propiamente de Hans Asperger. En realidad, es otro libro que expone crímenes nazis durante ese oscuro período entre el surgimiento y la caída del Tercer Reich.
En la década de los 80’s fue la psiquiatra británica Lorna Wing quien popularizó el diagnóstico de la psicopatía autista de Asperger bautizándola con el apellido de este científico austriaco. Lorna Wing creía que los estudios de Asperger y Leo Kanner, psiquiatra austriaco de origen judío, describían dos caras de la misma condición, donde el primero se concentraba en la viabilidad de la interacción y función social del individuo, mientras el otro en los casos de mayor severidad y aislamiento conductual. Asperger nunca estuvo de acuerdo en que los niños extraordinarios que él describió en sus estudios estuvieran dentro del mismo paraguas que las teorías de Kanner; sin embargo, no le fue posible refutar ni protestar porque cuando sucedió la popularización de los aportes de Wing tanto él como Kanner ya habían fallecido. El caso está que Asperger fue el nombre que finalmente quedó registrado en los artículos psiquiátricos para referirse a un tipo de alteración neurobiológica dentro de los trastornos del espectro autista (TEA).
Hans Asperger fue pediatra, psiquiatra y profesor de medicina. La mayoría de sus publicaciones y estudios pasaron desapercibidos hasta muchas décadas después. Trabajó principalmente con niños de condiciones especiales. En la década de los treinta Austria era la meca de la psiquiatría. Los mejores científicos del mundo se encontraban allí: Sigmund Freud, Aldred Adler, Viktor Frankl, entre muchos otros. Sin embargo, muchos científicos empezaron a migrar a Inglaterra y Estados Unidos tras el auge del fanatismo nazi y la glorificación del Tercer Reich. En 1938 Austria finalmente se anexó a Alemania y los científicos que no habían huido tuvieron que trabajar para los Nazis. Algunos, por su origen judío, tuvieron un tratamiento completamente distinto, como el caso de Viktor Frankl que fue enviado al campo de concentración de Auschwitz y posteriormente a Dachau, donde, a pesar de todo, logró sobrevivir. Hans Asperger, un psiquiatra joven con mucho entusiasmo se quedó trabajando en la Sociedad Vienesa de Educación Curativa, donde continúo realizando estudios. Aunque nunca se afilió al partido nazi para obtener favores de reconocimiento y jerarquía, Edith Sheffer en este libro lo denuncia por su colaboración al régimen.
Arturo Pérez-Reverte dice que es un error mirar el pasado con los ojos del presente y es precisamente el error que comente Edith Sheffer. Condena Hans Asperger por haberse quedado en Viena cuando pudo haber huido antes de la ocupación nazi, lo cual podría aplicarse a él como a los millones de austriacos, porque generalmente nadie abandona su patria en una invasión y lo de Austria no puede considerarse una invasión como tal, porque fue una cuestión completamente pacífica y política. Por otra parte, los científicos que lograron huir fueron en su mayoría judíos, aunque es importante indicar que no todos huyeron y muchos terminaron siendo víctimas del holocausto. Hans Asperger nunca perteneció al partido nazi e incluso, muchos que se afiliaron al partido tampoco fueron considerados como criminales de guerra. Así mismo, mucha de la evidencia que expone, sino toda, es circunstancial, rodeada de silogismos. No defiendo a Hans Asperger, pero tampoco ataco su nombre. Sus estudios no carecen de valor por haber trabajado con nazis o sugerir que pudo haber sido cómplice en el asesinato sistemático de niños especiales. Edith Sheffer ataca la ligereza de cómo se eligió el nombre de Asperger para una condición diagnosticada a niños, niños que llevan una marca de una persona con un pasado oscuro.
No obstante, como lo indiqué anteriormente, a pesar de que en el título aparezca el nombre de Asperger, no es una biografía. De hecho, es una descripción y reconstrucción histórica de los tratamientos llevados en la Sociedad Vienesa de Educación Curativa y la clínica Spiegelgrund donde se asesinaron sistemáticamente a cientos de niños. Se lee mucho acerca de la eutanasia, las condiciones inhumanas y las extrañas muertes declaradas como neumonías. Hans Asperger se diluye entre muchos otros nombres de médicos y científicos denunciados como artífices o ejecutores de infanticidios que ocupan la mayoría de las páginas: Franz Hamberger, Erwin Jekelius, Max Gundel, Marianne Türk, Elmar Türk, Margarethe Hübsch, Ernst Illing, Hans Heinze, Werner Villinger, Heinrich Gross, Andreas Rett, etcétera.
A favor de Hans Asperger hay que decir que sus diagnósticos pudieron haber salvado a muchos niños que bajo el estándar de la condición que lleva su nombre él declaró que eran niños completamente viables para la sociedad y con un talento potencial extraordinario. Las recomendaciones y sus anotaciones sugieren su exposición ante el régimen nazi del valor de estos niños. Por otro lado, los que se encontraban en la otra parte más severa del espectro autista o tenían otras condiciones especiales como malformaciones, retraso mental, síndrome de Dawn, etcétera, él los remitía a Spiegelgrund con el conocimiento de que con mucha probabilidad no iban a ser curados, sino estudiados como ratas de laboratorio o sacrificados por las convicciones arias de la limpieza racial.
El libro despierta polémica. Una cosa es acusar a un nazi de crímenes de guerra y otra a un científico sin afiliación política que realizó aportes en un campo que hasta ese momento no se había explorado lo suficiente, aportes que hasta el día de hoy tienen validez y siguen siendo utilizados. Incluso el término crimen de guerra queda fuera del asunto, porque todos los niños de Spiegelgrund eran alemanes o austriacos, la mayoría de ellos dejados voluntariamente por sus padres, cuando no abandonados por representar una carga. El libro no es demasiado gráfico, pero todo lo expuesto en su contenido sugiere un grado de deshumanización y maldad colectiva marcada por un fanatismo producto de la época en la que vivían.
Con respecto a la escritura y la narración. El libro no es muy amigable con el lector, de hecho es pesado y en ocasiones aburrido, demanda de tiempo y concentración. Demasiados nombres, muchas fechas dispersas, muchos acontecimientos, cientos de notas al pie de página. Si Sheffer fuera una novelista o mejor narradora, probablemente hubiera sacado mejor provecho de algunos casos que expone en su libro, pero quedaron como párrafos aislados, casi efímeros en medio de otros datos reiterativos.
Para concluir, es un libro de historia, una perspectiva poco conocida de ciertos acontecimientos que afectaron a la población civil austriaca, principalmente niños, bajo la ocupación nazi; y de paso, una denuncia a Hans Asperger por su colaboración en el régimen, que a pesar de todo, no dejan de ser supuestos. Si queremos saber más sobre el autismo y la condición de Asperger, este no es el libro y habrá que buscar en otras fuentes.
«Las partes de los cuerpos de los niños asesinados en Spiegelgrund continuaron circulando entre los laboratorios de investigación de Viena y fueron la base de las publicaciones de sus médicos durante décadas.»
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