«A mí, si me preguntan, diré que me pasaron cosas que no sabía explicar, y sentimientos a los que no sabía poner nombre, e hice algo que simplemente no sabía si era bueno o malo, y cuando lo supe ya era muy tarde. El daño es como un tumor: si uno lo identifica pronto y lo ataca quizá pueda salvarse, pero si no lo reconoce y sigue como si nada, cuando se da cuenta ya es tarde para cualquier cosa. Es como meterse dentro de una hoguera; si no sientes calor, habrá un momento en que incluso puedas sentir gusto, quizá en el momento justo antes de arder.»
Manuel Jabois es un periodista y escritor español. Con apenas 25 años ganó en 2003 el Premio Nacional de Periodismo Julio Camba. Su primera novela, A estación violenta, publicada en 2008, destacó porque fue escrita enteramente en gallego, y desde entonces todas sus publicaciones han gozado de una buena crítica que le ha hecho destacar en el arte de las letras. Malaherba, publicada por editorial Alfaguara en 2019, es su sexta novela.
Malaherba tiene un título que evoca una problemática (mala hierba), algo que no va a bien, que tira a incomprensión más que a maldad. También nos encontramos con una portada sin color, un retrato andrógino que está coronado con una especie de ramas que hacen las veces de cuernos. Muy oscuro en su presentación. La sinopsis no es tan diferente y como siempre, pareciera que ofrece un juicio que puede traicionar la expectativa del lector, hela aquí:
«Un día Mr. Tamburino, Tambu, un niño de diez años, se encuentra a su padre tirado en la habitación y conoce a Elvis, un nuevo compañero de su clase. Descubrirá por primera vez el amor y la muerte, pero no de la forma que él cree. Y los dos, Tambu y Elvis, vivirán juntos los últimos días de la niñez, esos en los que aún pasan cosas que no se pueden explicar y sentimientos a los que todavía no se sabe poner nombre. Esta es una historia de dos niños que viven una extraña y solitaria historia de amor. Un libro sobre las cosas terribles que se hacen con cariño, que avanza a la frontera de un mundo nuevo.»
La historia en realidad es la crónica de los tres meses anteriores al cumpleaños número once de un niño que se hacía llamar Mr. Tamburino, Tambu, cuyo nombre real era Cesar. La narración pertenece al protagonista, es decir, es en primera persona. El relato es narrado cuando él ya es adolescente, cuando tiene quince años y evoca ese trimestre como el final de su inocencia, donde alcanzó toda la felicidad que podía tener, antes de precipitarse al abismo de la tragedia. Es la abstracción del preludio del fin.
La sinopsis, como mencioné anteriormente, es tramposa y es mejor que el lector saque sus propias conclusiones. Tambu, siendo adolescente no nos da muchas pistas de su situación en el momento en que realiza el relato, llegando al final obtenemos alguna información que nos da una imagen de su tragedia, pero no es importante en lo absoluto saber quien en realidad es en ese punto, ni qué hará, sino dejarnos guiar por esa nostalgia de unos episodios que el vivió como el principio del fin, antes de que su vida se desmoronada completamente.
Tambu y su hermana mayor (que le llevaba tres años) vivían en un apartamento con sus padres. No era una familia con recursos, aunque tampoco era del todo consciente de las limitaciones. Su madre trabajaba en un almacén, mientras su padre se quedaba trabajando en casa (o pueda que en realidad hubiera estado desempleado). Ambos progenitores eran jóvenes, aunque esta juventud no fue un impedimento para que su padre sufriera de una enfermedad que aparece súbitamente y después poco a poco lo empezaría a consumir. Ambos padres eran de naturaleza y personalidad completamente diferente, discutían mucho (al menos la madre), pero siempre terminaban cerrando la puerta de la habitación cada par de noches, sin que impidiera el escape de los gemidos en los cuartos contiguos. El padre de Tambu murió y regresó de la muerte en el hospital, pero no como Lázaro, sino apenas con el tiempo suficiente para decir adiós (que nunca dijo). Estos eventos llevan a Tambu a conocer a sus vecinos del apartamento de arriba, una familia fracturada donde un padre, Armando, cuida de sus dos hijos, Elvis y Claudia, de edades iguales. De allí surgiría una amistad.
La sinopsis sugiere un comportamiento homosexual del niño, pero esto en realidad es una inferencia subyacente producida de una confusión del muchacho. Su vida ha cambiado radicalmente, ahora se quedan en el apartamento del vecino, porque su madre debe cuidar a su padre y es mejor que no lo vean. Pero la mayor confusión se produce tras un beso que le da otro niño de la misma edad que aprovecha el juego de las escondidas. El beso no es solo un roce, sino que el otro chico introduce su lengua en su boca y dura el tiempo suficiente para que nadie lo considere un accidente. Eso lo petrifica. No sabe que sentir y tampoco tiene a nadie a quien comunicarlo. Su padre, con quien compartía mucho tiempo, ya no está, no ha muerto todavía, pero es como que si lo estuviera, y su madre, ella tiene su propio afán. Esto lo termina, a su pesar, guardando y atormentando. Solo puede esquivar y rehuir a ese niño en adelante. Por otra parte, Elvis, su nuevo amigo quien le comparte su propia habitación, es un niño tierno y frágil con quien explora además de los juegos, una serie de sentimientos productos del abandono. Elvis, cuyo nombre es Gulliver, adopta ese sobrenombre por el título de un libro que le gustaba a su mamá, quien ya no está con ellos porque no soportó el matrimonio y decidió marcharse y desaparecer, dejándolos con su padre, Armando. Tambu se desvive por Elvis y se convierte tanto en su inseparable amigo de juegos como su protector ante los bravucones de la escuela. Rebe era la protectora de Tambu, la hermana mayor que lo salvaba de la dureza de la vida y de las pesadillas, ahora él lo era de su amigo. Tambu en un momento comprende que la amistad con Elvis es bastante fuerte y lo convierte en su mejor amigo de toda la vida y llega a pensar que eso significa que es su novio, aunque también podría ser una manera de considerarlo su hermano.
Si bien es cierto que en la novela existe cierta exploración del despertar sexual con la masturbación, la mayor parte evoca sentimientos de confusión y es innegable la inocencia que el autor busca apostillar. No saber si algo está bien o está mal o no saber siquiera qué decir o qué expresar es el tormento del niño. Existe soledad, tristeza y añoranza desde la perspectiva del narrador adolescente que cuenta la historia, pero siendo niño, a pesar de esas dificultades, existe mucha alegría. El padre del niño muere y este no es consciente de ese fin.
La novela tiene un lenguaje sencillo y fluido con muchos auxilios en las expresiones coloquiales de la generación de la época que, aunque no se precisa un momento, se infiere que es uno en los últimos años de la década de los ochenta o primeros años de los noventa (los niños jugaban Double Dragon). El narrador es adolescente, pero sus impresiones son las de un niño y esto gana más brillo en los diálogos, que son bastante mesurados, lo suficientes como para tildar el énfasis en ciertos aspectos.
Malaherba es una novela que explora la infancia en ese preludio antes de la pubertad, que también extrapola el valor de la amistad y su símbolo de salvavidas en un barco que se hunde. En efecto, surge amor entre los niños, pero el lector debe decidir qué tipo de amor es. El autor deja esa tarea, no concluye o a lo mejor sí que lo hace y hay suficientes pistas que yo me las perdí. En todo caso esos momentos que vive Tambu es el verdadero despertar a la madurez: violencia, confusión, incertidumbre, miseria, enfermedad y muerte.
«Bien sabe Dios que es más peligrosa la pena que el odio, porque el odio puede destruir lo que odias, pero la pena lo destruye todo.»
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