jueves, 24 de junio de 2021

LOS TESTAMENTOS de Margaret Atwood


«Esta historia me ponía contenta. Fue sólo más adelante cuando reflexioné: ¿cómo había consentido Job que dios le endilgara una nueva prole y esperara que hiciese como si los hijos muertos ya no importaran.»

Margaret Atwood ha sido por más de una década una de las favoritas por los críticos para merecer el Premio Nobel de Literatura. Su carrera en las letras y sus decenas de reconocimientos literarios, además de su activismo social de carácter muy humano y progresista, debiera ser suficiente para que la Academia sueca le otorgue el honor que ha coronado la vida y legado de los mejores escritores de los últimos 120 años (salvando unos pocos). Particularmente considero que Atwood es mejor escritora y trasciende e inspira en un nivel superior que Loise Glück, Peter Handke, Olga Tokarczuk y Bob Dylan (que ni siquiera dedicó su vida a la literatura, sino a la música).

Los testamentos es la continuación de El cuento de la criada, con la diferencia que no es una segunda parte desde un sentido convencional, sino una historia que amplía la distopia creada por Atwood y que termina por dar respuesta a una serie de inquietudes y dudas sobre el planteamiento original y no es que El cuento de la criada no cierre su propio arco, pues es una novela autoconcluyente, sino que mejora los cimientos de ese universo que ya no se ve tan vaporoso o distante, sino mucho más concreto, cierto y cercano.

La República de Gildead no es la única exploración distópica que ha hecho Margaret Atwood, si nos detenemos en su obra encontraremos novelas como Oryx y Crake cuyas premisas son ampliadas y continuadas en El año del diluvio, la diferencia estriba que estas dos novelas tienen una distancia de seis años mientras que El cuento de la criada y Los testamentos, 35, al menos en lo que respecta a su publicación, porque las ideas de “El cuento de la criada vienen desde finales de la década de los 70. Esta distancia actúa en un notable factor diferenciador, Atwood construye la estructura narrativa de Los testamentos con otros tonos, ritmo y mensaje. El cuento de la criada es una novela de una sola perspectiva que horroriza, impacta y ahoga al lector en un escenario gris, crudo, cruel y sin esperanza; Los testamentos tiene un corte reflexivo y conspirativo, destila suspenso y nos encontramos con varias perspectivas que amplían el horizonte, su aire a thriller embebe completamente y su conclusión no solamente es digno de aplauso, sino que revive la fe por el ser humano.

El cuento de la criada fue escrito por una Margaret Atwood que fue testigo de la carrera espacial, el surgimiento de estados totalitarios comunistas y una perenne psicosis del fin del mundo provocada por la Guerra Fría. En Los testamentos, salvando la tecnología, no es que el mundo haya cambiado radicalmente: todavía existen los viejos gobiernos totalitarios, hay nuevos aires dictatoriales y la Reina Isabel continúa en el trono. La Atwood en los albores del siglo XXI ha sido testigo del endurecimiento de los controles por los ataques terroristas, la pérdida de la privacidad a favor de la seguridad, el conservadurismo, racismo y radicalismo enfermo y acérrimo manifestado en la administración de Donald Trump que al mismo tiempo evidencia la existencia de un sector estadounidense de una vena religiosa, racista, xenófoba y nacionalista recalcitrante que cada vez gana más fuerza. La diferencia más importante entre ambas novelas es que mientras la primera sucumbía ante lo sombrío de la naturaleza humana, la otra hace énfasis en la resistencia, sacrificio y la lucha por una causa por exigua y condenada al fracaso que esta parezca. La Atwood de 35 años después envía un mensaje de que cualquier autoritarismo y totalitarismo tiene bases que pueden ser socavadas si se mueven las piedras correctas.

Los testamentos está compuesta por tres historias o hilos narrativos, todos en primera persona e intercalados, aparentemente sin conexión, pero que finalmente confluyen. El primer hilo es la narración de Tía Lydia, una mujer religiosa equivalente a una madre superiora, la mujer de mayor rango en la República de Gilead, que ya es decir mucho en una sociedad enteramente machista y misógina. El término «tía» es un título que se les da a las mujeres que tienen la vocación de la fe, eso significa que son castas y se dedican principalmente a la educación (adoctrinamiento) de otras mujeres, son como una especie de monja, salvo que en Gilead no hay católicos, sino protestantes radicales y fundamentalistas en el poder. También hay «martas» que son sirvientas y domésticas, «criadas» que son las que paren los hijos de las «esposas» que a su vez son las consortes de los comandantes y personas de cierto nivel y clase, y finalmente las «econoesposas», que son mujeres pobres sometidas a esposos de los niveles sociales más bajos. Tía Lydia es una de las fundadoras de esa clase de mujer junto a tía Vivalda, Helena y Elizabeth, con quienes tiene una relación muy política y de mucha cautela. El relato comienza cuando levantan una estatua en honor a Tía Lydia, que hasta ese momento es el máximo honor que una mujer había recibido en Gilead, a partir de ese momento la voz de Tía Lydia revisita los recuerdos de cómo surgió todo aquel despropósito y de lo que tuvo que hacer para negarse así misma y obtener una cuota de poder en donde antes, según sus convicciones y creencias, solo habría muerte. Tía Lydia es un protagónico crucial, donde no se puede negar su inteligencia, carisma, pragmatismo y frialdad. En esa sociedad, ella es la única que tiene acceso aún a los libros prohibidos y proscritos: Jane Eyre, Anna Karenina, Tess de los d’Urberville, El paraíso perdido, La vida de las mujeres.

El segundo hilo narrativo es el testimonio 369A, que es la historia de Agnes, una niña que vemos crecer y pasar a la juventud. Hija del comandante Kyle y su esposa Tabitha. Llegando a la pubertad, cuando muere su madre, se entera de que es en realidad hija de una criada y que solo había sido adoptada (arrebatada) por aquella familia. Su nueva madrastra la obliga a casarse con un comandante de rango superior y que por la edad podría ser su abuelo, que además es famoso por enviudar en cuanto se aburre de su esposa (en Gilead el divorcio no existe, el matrimonio finaliza con la muerte de uno de los consortes). Para huir de ese destino prefiere adoptar los votos de una tía y se convierte en una perla (una especie de novicia misionera). Cambia su nombre por Victoria. Su mejor amiga de la infancia, Becka se había convertido anteriormente en tía. Becka también tiene su propio trasfondo de trauma y violencia, ella se convierte en tía Immortelle. 

Y el último hilo narrativo es el testimonio 369B, que contiene la historia de la Pequeña Nicole. Melanie y Neil son los padres de Daisy, una chica en la flor de su juventud que quiere hacer algo por las injusticias que se cometen al otro lado de la frontera, en la República de Gilead. Sus padres son comerciantes y buenos ciudadanos, dueños de una tienda de venta de ropa usada en Canadá, pero en el fondo son parte de una red subterránea que ayuda a escapar a personas de la República, principalmente criadas. Melanie y Neil mueren en un atentado terrorista provocados por simpatizantes (en realidad militantes) de Gilead en Canadá. Es allí cuando Daisy debe ser protegida por la red liberadora y termina por adoptar una nueva identidad, Jade. 

El cuento de la criada termina con un epílogo, un encuentro de especialistas e historiadores que un siglo después de los acontecimientos narrados, los analizan desde una óptica científica; Los testamentos no es la excepción, concluye con el Decimotercer Simposio, que amarra esta historia con la anterior y donde el lector se encontrará con algunas sorpresas que quizá no sean inesperadas, pero vaya que sí son gratas. Ningún arco queda sin cerrar.

Entre las distopias en la literatura, lo creado por Atwood se encuentra al mismo nivel que George Orwell y Aldous Huxley. Equivocadamente alguien puede pensar que es solo una crítica a la religión o bien, un discurso de corte feminista. La obra de Atwood es mucho más, es una apología a los derechos humanos universales: libertad, salud, educación, igualdad, felicidad, los cuales deben ser siempre el fin supremo de las sociedades, los que deben ser defendidos siempre y que en el momento de que un grupo sea vulnerado o aplacado, la tragedia es de todos. 

Para concluir, algunos aforismos que recolecté durante la lectura.

«Una persona sola no es una persona completa: existimos en relación con los demás.»

«Quien juzga una vez, juzga siempre.»

«La historia no se repite, pero rima.»

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