«Aquel era el gran enemigo de anarquistas y republicanos: la ignorancia. “El obrero tiene la obligación de instruirse y combatir la ignorancia”, rezaba una de las máximas en boga. Los anarquistas sostuvieron el enfrentamiento entre la razón científica y el teísmo para concluir que Dios y el hombre eran antagónicos. La iglesia educada en los valores del conformismo y la resignación cercenando de esta manera la libertad de las personas y su capacidad de raciocinio. La educación del obrero que lo hiciera libre y juicioso era imprescindible para conseguir la anhelada revolución social.»
Ildefonso Falcones es uno de los mejores ejemplos de que puedes tener la profesión que sea, pero tu vocación, tu verdadera pasión, si la cultivas, florecerá. Falcones es un abogado barcelonés que siempre gustó de la lectura y que a los 43 años tomó el interés de escribir un libro, una novela, como una misión de vida. Decidió investigar sobre la España del siglo XIV y centrar la historia en la construcción de la Iglesia de Santa María del Mar. Cinco años después estaba publicando La catedral del mar que inesperadamente se convirtió en la novela más leída de España en 2007. El pintor de almas, publicada en 2019, es su quinta novela y esperamos que no sea la última, pues mientras la concluía le fue diagnosticado cáncer.
Al igual que la Catedral del mar, El pintor de almas es una novela histórica que transcurre en Barcelona, aunque en esta ocasión los hechos que se cuentan pasan unos siglos después. La línea de tiempo aborda desde el año 1902 hasta 1909 y toma como telón de fondo los conflictos sociales devenidos del desarrollo industrial de Barcelona, aunado con el modernismo arquitectónico de la época que hizo de la ciudad un hito artístico que aún hoy resuma en las construcciones de sus principales calles y avenidas.
El titulo de la obra hace referencia a su protagonista, Dalmau Sala, un joven de veinte años, dibujante de cerámicas y retratista de gran talento, que tenía mucho potencial para convertirse en un gran artista barcelonés. Trabajaba en el taller de su maestro, don Manuel Bello, un empresario que surtía de los mejores azulejos para una gran cantidad de proyectos importantes en una Barcelona que pujaba en su desarrollo y que poco tenía que desear de otras urbes del mundo. Sin embargo, aquel crecimiento económico era notablemente desigual y mientras una parte muy reducida de la población se enriquecía, una gran mayoría pervivía en hambre y condiciones deplorables. Cuando no era el desempleo lo que afligía a las familias, lo era la explotación laboral que no tenía límites (las leyes de trabajo de entonces estaban llenas de vicios y desprotegían completamente al trabajador). Dalmau lamentablemente no pertenecía al grupo de los privilegiados y eso terminaría por pesar demasiado en los acontecimientos que transformarían su vida.
Tomas, el padre de Dalmau, era un anarquista y revolucionario que murió bajo el peso de sus ideales. Su hermano mayor, Tomas, y su hermana menor, Monserrat, tan pronto como tuvieron consciencia de su condición de proletarios, se unieron a la causa de su padre. El hecho que el padre estuviera muerto por su beligerancia, lejos de apartar a sus hijos del camino de las protestas, manifestaciones y revolución, los exacerbó más al punto de no temer a levantarse y enfrentarse a las autoridades. Su padre, para ellos, fue un mártir. Su lucha, un legado. Dalmau, por otra parte, no veía su camino en el levantamiento y gracias a don Manuel encontró un sustento donde hacía lo que le gustaba, devengaba un salario mejor que muchos obreros y además le prometía un futuro. Lamentablemente todo esto cambió cuando en una huelga su hermana fue capturada y arrestada. Las cárceles del siglo XIX eran centros de muerte y tortura y las mujeres frecuentemente eran prostituidas y violadas. Dalmau tuvo que pedir ayuda a su maestro, que estaba bien relacionado. Don Manuel accedió a cambio de que Monserrat se convirtiera al cristianismo, que fuera a catequesis; Dalmau promete que su hermana lo haría. Esto hubiese sido un trato sencillo de cumplir, pero los anarquistas no solamente eran ateos, sino que veían en la iglesia católica un fiero enemigo. Monserrat prefería ser violada y profanada cada día y cada noche antes de siquiera ir a rezar con una monja.
Dalmau no era el único protagonista de la novela, también estaba Emma, su novia, que era amiga de Monserrat y compartía el mismo sentimiento revolucionario. Ante la negativa de Monserrat de ir a catequesis, fue Emma la que se hizo pasar por ella. No quería realmente, pero el amor que profesaba por Dalmau fue suficiente para persuadirla. Sin embargo, como anarquista y acérrima atea, esto terminaría por desbordarla. La amistad con Monserrat se quebró cuando esta se enteró de lo que estaban haciendo por ella y en su nombre, donde lo único que pudo ver fue traición a los ideales revolucionarios. Monserrat, en otra revuelta, terminaría muerta en una ráfaga de balas. Emma, que en ese momento estaba discutiendo con ella, fue testigo de como su amiga moría, la culpa la invadió y su relación con Dalmau empezó a perderse.
La muerte de Monserrat fue el punto de quiebre de la vida de Dalmau y Emma, que en ese momento se dividen y cada uno toma un camino que se transforma de duro a tortuoso. Dalmau con el dolor de la pérdida de su hermana menor también debió soportar el abandono del amor de su vida, esto lo llevó a las adicciones del alcohol y la morfina, y con ellas terminó causando más dolor a quienes lo rodeaban. No solo perdió su trabajo, sino don Manuel de maestro pasó a enemigo jurado de Dalmau. Emma, por culpa de unos dibujos de Dalmau, también perdió su trabajo y fue expulsada de su casa como si fuera una meretriz, lo que la llevó a ir por su cuenta desprotegida y sufrir los atropellos que una mujer sola y desvalida. Los personajes van en una espiral de perdición donde, cuando parecen tocar fondo, resulta que todavía hay un espacio más profundo y siguen cayendo sin que ello presuponga un fin a todo el sufrimiento.
El pintor de almas es una novela que se toma su tiempo por atrapar al lector en su historia. Su narración es lineal y con el cambio de cada capítulo hay una elipsis, aunque no muy grande, que sitúa a los personajes unas semanas o meses después. En esencia es una novela romántica sin ningún romanticismo. Los personajes centrales, sin desearlo o procurarlo, terminan por transitar en un camino de decadencia y devastación. El mayor problema con algunos de los personajes que crea Falcones es que se sostienen más en sus diálogos que en sus acciones y eso les resta un poco de credibilidad. Hay unos diálogos tan extensos y elaborados cuya pulcritud no encajan con las palabras que utilizaría un obrero, una cocinera, una costurera o un mendigo; al final terminamos por aceptarlos como parte de la narración, y hacemos caso omiso a la teatralidad. Lo que es importante señalar es que los personajes no están en blanco y negro, es decir, no tenemos héroes ni villanos, sino que cada uno tiene un trasfondo que lo hace actuar y que en esa acción refleja algo muy humano. Incluso en los discursos, ya sean desde el anarquismo o la moralidad, existe evidente convicción de las bases que sostienen las ideas.
Si bien es cierto que en ocasiones los personajes se ven envueltos en situaciones que parecen forzadas, también es cierto que Falcones intenta respetar tanto como pueda la historia de fondo donde, aunque se toma algunas licencias narrativas en los tiempos en que sucedieron los acontecimientos, respeta la manera, la forma, las causas y las consecuencias. Y es imposible no señalar la cantidad de capsulas históricas que el autor introduce en la novela. Diría que un tercio de la novela es lo que le pasa a los personajes, otro tercio la historia de Barcelona y lo restante son las abundantes descripciones, por lo que siempre habrá algo para cada uno de los gustos.
De Falcones he leído La catedral del Mar y La mano de Fátima; obviamente me encantó La catedral del mar, aunque no puedo negar que en esta novela existe un crecimiento de Ildefonso Falcones como narrador, se siente mucho más fluido y honesto, tanto con los aciertos como en los puntos débiles, además de que su construcción está mucho más pulida. Si no supiera que Falcones es un autor contemporáneo, lo situaría un siglo atrás, por su forma de escribir que en estos momentos parece hasta anacrónica, pero que no deja de ser uno de esos encantos en la novela histórica que no solo recrea los acontecimientos, sino hasta la forma de narrarlos, como si fuera la de un cronista. Quizá la única característica que trae a la actualidad a Falcones es su apertura de mostrar la sexualidad y crudeza de los hechos sin ninguna censura, lo cual se aplaude.
Aparte del amor, los temas de la novela son el anarquismo (que implica huelgas, revolución, manifestación, toma y quema de iglesias), la pobreza (que contiene la desigualdad, el hambre, prostitución, la desesperanza y la mendicidad), la drogadicción (que incluye los vicios) y la política (que envuelve la violencia, el republicanismo, el chantaje, la mentira, la extorsión y la corrupción). Al contrario de lo que hace Carlos Ruiz-Zafón en su épica de “El cementerio de los libros olvidados, mostrándonos a una Barcelona de ensueño, Falcones nos la muestra desnuda: es deslumbrante y hermosa al mismo tiempo que sucia y maloliente, es romántica y fascinante a la vez que cruel y violenta. Y no se puede dejar de mencionar el arte y sobre todo la arquitectura modernista, donde el libro destaca el Palau de la Música, la Iglesia de la Sagrada Familia, el hospital de la Santa Creu i Sant Pau, la Casa Batlló, el paseo de Gràcia y la Casa Milà, de la mano de grandes figuras históricas como Anotni Gaudí, Josep Puig y Lluís Domènech, con quienes no hay interacción, pero se mencionan a través de sus logros.
Algo que me llamó la atención de El pintor de almas es una reflexión subliminal de Falcones a través del contraste. Como escritor no intervino para apoyar o atacar ningún punto o facción, pero la forma en que los reconstruye expresa las contradicciones y los peligros de la radicalización. Por ejemplo, se menciona a Alejandro Lerroux como un político salvador de la clase obrera, un héroe que tuvo que huir al exilio; el giro es que este señor se convierte en parte del gabinete de la España franquista. Otro ejemplo es Josefa, la madre de Dalmau que, aunque compartía y apoyaba los ideales de sus hijos, nunca dejó de trabajar de costurera y que en un momento necesitó ayuda para seguir subsistiendo, acudió a la iglesia y fueron ellos quienes mostraron mayor generosidad. Y otro ejemplo para rematar, es el sometimiento sexual y voluntario que sufre Emma a pesar de ser una figura que expresaba de mejor manera su independencia feminista. Falcones básicamente nos hace ver que en cualquier bando siempre tendremos héroes y monstruos e incluso los héroes si no mueren, se convierten en monstruos.
La novela concluye con un epílogo, que como la mayoría se siente innecesario. De 1909 pasamos a 1932, con los personajes maduros y con un recorrido donde se termina de cerrar todos los arcos aún abiertos. Honestamente estoy confundido, preferí el desenlace de “La mano de Fátima, aunque me molestó, creo que porque Falcones fue valiente y le dijo al lector que no creía en los finales felices, y este que termina como hubiese querido que fuera “La mano de Fátima, no me gusta porque parece forzado. Después de todo lo que tuvieron que sufrir los personajes los convertía en los candidatos idóneos para una tragedia shakesperiana. Pero ahorrándonos esto, me parece que es un libro que se disfruta. En ocasiones, principalmente en el inicio, se siente pesado y no nos deja claro las intenciones, pero en el momento en que Monserrat muere es cuando la novela despierta y nos mantiene despiertos.
Considerado por algunos como un libro de historia porque describe el modernismo de Barcelona desde 1901 a 1930, en una época en que los republicanos y anarquistas se pelean por liderar el movimiento obrero, en plena revolución industrial el autor va describiendo la vida de estos trabajadores que vivían con jornadas entre diez y horas como mínimo, en viviendas insalubres y sufriendo una serie de abusos por una burguesía que los explota, en donde por si fuera poco la posición de la mujer estaba muy subestimada y es justamente aquí donde el autor genera una historia que para mi sonó como a las tramas de las novelas mexicanas, (y me disculpo con el autor por la comparación), ya que la trama de la novela se centra en un obrero que busca la forma de entrar a un núcleo muy cerrado como lo era la burguesía. Para muchos el libro resulta un poco pesado y hasta tedioso por las descripciones al detalle del entorno donde se mueven los personajes y por las tramas que se van remplazando unas a otras, los personajes no salen de una para entrar en otra. El mismo movimiento modernista se convierte en un personaje dentro de la obra provocando cambios en los personajes en sus ideales y su forma de pensar que van generando acciones dentro de la sociedad pero que como suele suceder beneficia a unos pocos y perjudica a muchos. Algunos lectores y sobre todo las damas han quedado fascinadas con el personaje de Emma más que con el de Dalmau Sala, y es que estamos tan acostumbrados a persones centrales tomados por los hombres más que por mujeres, y más ahora con el “supuesto” feminismo, y digo supuesto pues lo que gritan en la actualidad más parece un ideal basado en la violencia que en la lucha de derechos, pero bueno eso es harina de otro costal. Regresando a Emma no solo el autor la define como una mujer voluptuosa, de gran encanto, con un gran empoderamiento, sino como una mujer que vive su momento y se compromete en la lucha por defender ideales y la vida de sus compatriotas, es un personaje que empata mucho con la lucha de muchas mujeres por hacerse notar y sobresalir en este mundo aún poblado de mucho machismo. A muchos les pareció incluso un gran detalle el agregar las recetas que cocina Emma otro recurso más para agrandar la lista de descripciones al menudeo que ha hecho el autor. Y al igual que en tu análisis muchos se llevarán un mal sabor de boca con el final, pues algo que era llevado por una lógica simple y que apuntaba a una resolución en favor del bien termina dejando a los lectores con un puntapié en la espinilla, (doloroso y frustrante para muchos) que atravesaron un desierto de detalles y tramas para toparse con que siempre no hay oasis. Aun así, creo que es parte de la objetividad del lector que no te presenta finales de Disney sino de la vida, y la vida a veces suele ser dura y no siempre premia al héroe o a la heroína, sino que los hace sufrir y a veces hasta lo aniquila. Por último, vi una entrevista al autor y hasta me pareció que a él se le dificultaba expresar en palabras todo lo que representa esta novela, claro que como bien has mencionado se nota su cansancio por la situación del mal que padece, aún así trata de ir de lo particular a lo general tratando de explicar que lo que se vive en la novela, bien se puede vivir en cualquier sociedad actual y creo que no esta muy lejos de su observación. Saludos.
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