«La metáfora es una forma de conocimiento. Su función literaria es decir más de lo que el lenguaje lineal y explícito es capaz de decir. La metáfora ahonda en realidades que el registro normal de un idioma no puede penetrar ni comprender. Pero hay un uso perverso de las metáforas que acaba ocultando la naturaleza de su objeto, cargándola de connotaciones impropias. El cáncer ha sido cubierto por un montón de capas metafóricas que hacen casi imposible su comprensión. No su comprensión médica, sino la social, la que afecta a quienes lo sufren y a quienes nos duele.»
Sergio del Molino es uno de esos autores que pasaron del periodismo a las librerías. Ciertamente la profesión es un facilitador para entender la estructura de una historia y, sobre todo, saber contarla; pero del Molino fue varios pasos adelante y su metamorfosis se completa en la literatura. Nacido en Madrid, fue un reportero del diario Heraldo de Aragón y actualmente es un columnista de El País. Desde que comenzó a publicar ha recibido varios reconocimientos. Forma parte de una nueva generación de escritores españoles que desbordan talento y carisma y de los que seguiremos escuchando por varias décadas. La mayoría de sus libros han sido premiados, siendo el más notable hasta el momento La España vacía, que en realidad es un ensayo. La hora violeta, publicada en 2013, recibió el Premio Ojo Crítico y el Premio Tigre Juan.
Sergio del Molino comienza este libro indicando que quien pierde a su padre es huérfano y si es una esposa, viudo; sin embargo, para quien pierde un hijo no hay un nombre. Es imposible encontrar una palabra que cubra de forma precisa todas las dimensiones de sufrimiento y dolor que significa la pérdida de un hijo. Es un duelo que nunca acaba y que deja una cicatriz que siempre sangra. Es un hecho antinatural para cualquier persona. Los hijos son ese reflejo de continuidad, la esperanza de futuro, la motivación y hasta realización, su pérdida implica un caos emocional que implosiona en el más infinito vacío.
Las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación, parecen un péndulo con vaivén enloquecedor, al menos las primeras tres, para luego prolongarse de forma indefinida en la depresión. La tristeza cobra sus matices más oscuros y el dolor consume todas las energías. Los días se tornan grises y las razones un sinsentido. No importa cual sea la causa de la muerte: una enfermedad terminal, un padecimiento que se complicó, un accidente o la misma violencia, todas llevan al mismo camino de desolación y arrebatan el espíritu de los padres, los quiebran y no hay fortaleza que sea lo suficientemente grande como para resistir ese embate. Así mismo, tampoco la edad del hijo que fallece cambia las cosas, puede ser un bebé o un adulto en la plenitud de su vida, el dolor es una constante porque el tiempo no transforma la condición de padre.
Sergio del Molino en “La hora violeta nos relata su duelo. Pablo, su hijo, murió antes de cumplir dos años. A los diez meses le fue diagnosticada una leucemia y fue sometido a varios tratamientos, cada uno más agresivo que el anterior. Sergio del Molino y su esposa vivieron la consternación de una enfermedad que ningún niño debería padecer y lucharon al lado de su hijo hasta que este no pudo resistir más, siempre con la esperanza de que se estaban acercando al final del túnel, cuando en realidad solo se adentraban más a la oscuridad. La vida cambió para ellos en un giro tormentoso. El gozo por el primogénito terminó por convertirse en un sufrimiento donde ninguna pregunta tiene una respuesta satisfactoria. Y del sufrimiento pasaron al dolor de espíritu en donde ya no hay ni siquiera preguntas.
La hora violeta es un libro catártico. Sergio del Molino no pretende edulcorar ningún detalle. En ocasiones se siente que es la ira la que toma el control de sus letras, en otras la tristeza, pero la mayoría de las veces es el sentimiento de desconcierto y aflicción que lo acompañó en todo el proceso del tratamiento oncológico de su hijo. No es una guía para padres que están pasando por una situación similar, tampoco tiene consejos para quienes hayan sufrido tal hado, es simplemente la exposición de los hechos, decisiones y sentimientos que vivió junto a su esposa, con una que otra reflexión que se acerca más a la desolación que a la aceptación. En una entrevista Sergio del Molino mencionó que este libro es referido como una lectura para buscar ayuda para quienes están sufriendo lo mismo, aunque él explicó que lo cierto es que la única ayuda que verán es la autenticidad de mostrar las debilidades cual son, que no hay que fingir una fortaleza que no existe y que el llanto no puede ser contenido. Su libro es un intento de mutilar el dolor, separarlo y plasmarlo en papel, pero al mismo tiempo es un camino para inmortalizar el nombre de su hijo, que le fue privada una vida plena y que solo a través de las páginas podrá seguir existiendo en la memoria.
Sergio de Molino comenta que en su juventud leyó el libro Mortal y rosa de Francisco Umbral, una obra publicada en 1975 donde este poeta relata en una impactante prosa las memorias que contienen las notas de diario y monólogos internos provocados por la enfermedad y posterior fallecimiento de su hijo de cinco años a causa de la leucemia. La vocación literaria de del Molino quedó marcada por Umbral, lo que no imaginó es que le tocaría sentir en viva carne cada una de las emociones y que por muy emotiva que sean las letras, no existen palabras ni oraciones capaces de describir lo que significó enterarse de la leucemia de su hijo.
Las frases hechas, las palabras que se dicen de la boca para afuera no son ajenas para nadie. Se entienden los convencionalismos sociales y la necesidad de acompañar en el dolor brindando una fortaleza que se niega a ser recibida, sí, se entiende pero eso no significa que sean útiles, que se acepten o que sean diferentes o más deseables al silencio. La alegría tiene muchos amigos, la tristeza es solitaria.
La hora violeta toma su título de un verso de La tierra baldía de T. S. Eliot, es una metáfora que expresa ese momento en el que el sol deja de ser en el horizonte, que se utiliza tanto para referirse al ocaso como al alba, a la muerte y al nacimiento del día. La hora violeta es el crepúsculo de ese niño llamado Pablo.
La hora violeta narrativamente es un libro muy bien escrito. Desde el comienzo notamos que Sergio del Molino es un escritor talentoso con una gran versatilidad, que domina el lenguaje y que posee una firma de calidad literaria innegable. Todo el apartado narrativo desde la construcción de las oraciones, el uso de recursos retóricos, la estructura de los capítulos, la forma de concatenar los episodios, las vivencias, los sentimientos y las reflexiones, destila tanto soltura como cuidado, franqueza como pulcritud, crudeza sin negarse a la estética. Sergio del Molino nos presenta a su hijo y es imposible no verlo. Contemplamos a un bebé risueño y muy activo que de apoco va perdiendo sus cabellos dorados para convertirse en una de esas imágenes que estrujan el corazón: un niño pálido, flaco y lampiño, débil y exhausto, con la piel amoratada por los aparatos intravenosos. Sin duda alguna, “La hora violeta es un libro del que emana la tristeza con una autenticidad atroz.
«Qué ilusos somos, qué poquito sabemos de todo, aun sabiendo demasiado.»
«Es preferible tener un país arruinado y lastimado que no tener país ninguno al que regresar.»
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