«El señor hizo una pésima elección para inaugurar el jardín del edén, en el juego de la ruleta que puso en marcha todos perdieron, en el tiro al blanco de ciegos nadie acertó. A eva y adán todavía les quedaba la posibilidad de engendrar un hijo para compensar la pérdida del asesinado, pero qué triste la gente sin otra finalidad en la vida que la de hacer hijos sin saber por qué ni para qué. Para continuar la especie, dicen aquellos que creen en un objetivo final, en una razón última, aunque no tengan ni idea de cuáles y nunca se hayan preguntado en nombre de qué tiene que perpetuarse la especie, como si fuese ella la única y última esperanza del universo. Al matar a abel por no poder matar al señor, caín ya dio su respuesta. No se augure nada bueno de la vida futura de este hombre.»
José Saramago fue un destacado escritor portugués nacido en Azinhaga, en el seno de una familia humilde. Su nombre de nacimiento era José de Sousa, pero adoptó el apellido «Saramago», que en portugués significa «jaramago», una planta silvestre, debido a un error administrativo cuando fue registrado. Era licenciado en Humanidades por la Universidad de Lisboa y completó su formación en la Universidad de Coímbra. Antes de dedicarse por completo a la literatura, Saramago trabajó en diversos oficios para ganarse la vida, incluyendo mecánico, cerrajero, editor y periodista. Inició su carrera literaria con la publicación de La viuda en 1947, aunque su reconocimiento internacional llegó con Memorial del convento en 1982 y desde ese momento su popularidad e influencia fue creciendo. En 1998, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, consolidando su posición como uno de los autores más importantes del siglo XX. Su novela Ensayo sobre la ceguera fue adaptada al cine en 2008, y sigue siendo una obra influyente en la literatura contemporánea.
Soy bastante escéptico sobre la claridad y transparencia del Premio Nobel de Literatura, un galardón que no ha escapado de controversias a lo largo de su historia. Ejemplos notables incluyen cuando se otorgó a Winston Churchill por sus discursos y a Bob Dylan por las letras de sus canciones. Sin embargo, debo confesar que estoy muy de acuerdo con la concesión del premio a José Saramago, esta vez acertó la Academia Sueca honrando a uno de los mejores escritores del siglo XX. No he leído toda su obra, aunque me gustaría hacerlo, pero lo poco que he leído es impresionante. Sus historias están llenas de subtexto y múltiples capas, funcionando como una herramienta para filosofar sobre problemas universales sin parecerlo abiertamente. La lectura de Saramago no es fácil, requiere atención y reflexión, pero una vez que nos sumergimos en sus libros, resulta difícil dejarlos. Su capacidad para explorar temas complejos y presentar ideas profundas a través de narrativas aparentemente simples es lo que lo distingue entre muchos otros autores. No obstante, antes de comenzar con la reseña de Caín, he aquí la sinopsis:
«Regresamos a los primeros libros de la Biblia siguiendo como protagonista a Caín, en un itinerario heterodoxo, recorre ciudades decadentes y establos, palacios de tiranos y campos de batalla de la mano de los principales protagonistas del Antiguo Testamento. La obra nos presenta a un protagonista atormentado por la ira y el rencor hacia Dios, quien lo ha condenado a vagar por la Tierra tras el asesinato de su hermano Abel. A lo largo de su viaje, Caín se encuentra con una serie de personajes que lo confrontan con diferentes visiones del mundo y de la divinidad, lo que lo lleva a cuestionar sus propias creencias.»
Caín es una novela tardía de Saramago, fue publicada en 2009, un año antes de su fallecimiento a los 87 años. Fue la última de sus obras que viera publicada. Las novelas Claraboya y Alabardas, así como El último cuaderno y El cuaderno del año del Nobel fueron publicaciones póstumas. Cuando Saramago escribía “Caín” lidiaba con el peso de su mortalidad, se encontraba enfermo de leucemia crónica y los pronósticos, dada su avanzada edad, no eran muy alentadores, de allí que su última obra tampoco fuera muy extensa, puesto que escribir se entrecruzaba tanto con los tratamientos como con la fatiga misma de su padecimiento. Aun así, es una novela muy lúcida y profunda, colmada de simbolismos y con toques de humor devenidos de la ironía y la mordacidad.
Todos conocemos la historia de Caín y Abel, es parte del canon de la religión dominante en la cultura occidental, volverla a narrar no tendría ningún valor en realidad, a no ser que ese escritor indomable sea Saramago. Revisitamos el Génesis como nunca antes y a pesar de que haya, por decirlo así, hechos divinos, milagros o magia, toda la novela parece una parábola de principio a fin, donde se exploran temas como la muerte, la moralidad de la fe, la injusticia y sobre todo, la condición humana, que sumado a la situación que aquejaba al autor en el momento de su escritura, impregna un significado adicional sobre la fragilidad y fugacidad de la vida misma.
En la Biblia, Caín mató a Abel por celos y envidia. Ambos hermanos ofrecieron sacrificios a Dios, pero Dios aceptó el sacrificio de Abel, que consistía en las primicias de su rebaño, un sacrificio, y rechazó el de Caín, que consistía en productos agrícolas. Esta preferencia divina provocó la ira y el resentimiento de Caín, quien finalmente llevó a Abel al campo y lo asesinó. Saramago reinterpreta la historia desde una perspectiva crítica, provocadora y hasta polémica. Presenta a Caín como un personaje que cuestiona y desafía las acciones y decisiones de Dios. A lo largo de la novela, Caín viaja a través del tiempo sirviéndose de un burro mágico que le sirve de Delorean, y presencia varios episodios bíblicos, observando y criticando lo que considera injusticias y contradicciones divinas. Caín mató a Abel no solo por celos, sino también como resultado de un Dios que parece arbitrario y caprichoso en sus decisiones.
Siempre me ha parecido que la ofrenda de Abel encerraba una violencia intrínseca, pues sacrificó a un cordero, derramando sangre inocente. Si hemos de valorar la vida, debemos hacerlo en todas sus manifestaciones, ya sea humana o animal. El sacrificio animal, en su esencia, no deja de ser un acto de violencia y una solución, quizás, demasiado fácil. Por otro lado, Caín tuvo que preparar el suelo, sembrar, cuidar sus cultivos, cosecharlos y finalmente ponerlos en el altar; un proceso que demandó tiempo y esfuerzo, algo que Dios, aparentemente, no valoró. La Biblia nos dice que Caín mató a Abel por celos, pero es posible que el cordero sacrificado por Abel fuera una señal de que, si Dios se complacía con la muerte de un cordero, quizá encontraría aún mayor satisfacción en la de una persona. Sin embargo, Dios no mata a Caín; su condena parece más bien un premio, pues vaga por la tierra con una marca que lo protege de ser asesinado, y además, este destierro no le impide tomar muchas esposas y fundar pueblos a su paso en una existencia prolongada. Todo esto es sumamente contradictorio y nunca he logrado comprenderlo. Ciertamente, cualquier teísta podría invocar cientos de simbolismos y argumentos para justificarlo, pero no son más que palabras añadidas para dar una profundidad que tal vez la historia no posee. ¿Cuál es el mérito de Abel? A mi juicio, ninguno; su vida fue extremadamente breve y el premio por su sacrificio fue su propia muerte, perpetrada de manera brutal.
En la historia de Caín contada por Saramago, asistimos a una reinterpretación que nos lleva de vuelta a la propia creación, presenciando los primeros días y el destierro de Adán y Eva. De manera singular, jocosa y muy original, un burro que actúa como vehículo temporal transporta a Caín a través del tiempo y el espacio, llevándolo a recorrer diversas ciudades, incluidas Babel, y permitiéndonos conocer a figuras como Lilith, Abraham, Moisés y Josué, y varios más. Destaco cuando Caín se convierte también en un personaje dentro de la historia de Job, y es quizás en este punto donde la novela se transforma en una crítica satírica a la fe, a la injusticia, y a la insustancialidad de crear dioses a imagen y semejanza de humanos que solo buscan imponer su poder mediante el miedo, el terror y la violencia.
La figura de Caín, que históricamente ha sido vista con desdén, se convierte en el vehículo para una exploración profunda y provocadora sobre el papel de los dioses en la vida humana y la justicia divina. En este viaje atemporal y multifacético, Saramago nos obliga a enfrentarnos a las incómodas verdades sobre nuestra fe y a cuestionar el verdadero propósito de los relatos bíblicos, en un despliegue de crítica y lucidez que solo un maestro de la literatura podría lograr y que no había leído desde Nietzsche.
A primera vista, el estilo de Saramago reviste sencillez, es accesible. Pero pronto nos damos cuenta de que hay ausencia o escasez de puntuación, los diálogos no están señalados, lo que hace difícil saber cuándo comienza y cuándo termina la intervención de un personaje o cuándo es el narrador quien toma la palabra. Así mismo, los nombres propios tienen inicial minúscula y esto contribuye a una cierta confusión que exige del lector una atención constante y un esfuerzo por descifrar quién está hablando o a quién se refiere el texto. Es en esta aparente simplicidad, que pronto se revela como una complejidad enmascarada, donde radica parte del genio de Saramago. Su prosa fluye como un río serpenteante, sin interrupciones bruscas, arrastrándonos en un curso que parece no tener fin ni principio claros. Esta técnica no es gratuita, pues nos sumerge en una especie de flujo continuo de conciencia y nos obliga a comprometernos con la narración de una manera casi visceral. La falta de puntos y comas no es un descuido, sino una invitación a experimentar la lectura de forma más orgánica, más parecida a la vida misma, con sus pausas y continuidades naturales. Es así como Saramago logra transformar una narrativa sencilla en un laberinto de significados y matices, donde cada frase, cada palabra, debe ser cuidadosamente desentrañada y donde el lector se convierte en un partícipe activo del proceso de interpretación y reconstrucción del texto.
Por lo que he reseñado, resulta evidente que Caín es una obra altamente recomendable. Quizá no sea la mejor creación de Saramago, pero sin duda se sitúa muy por encima de la media de la buena literatura contemporánea. Esta novela tiene la capacidad de incomodar, de remover las bases del sistema de creencias de cada lector, desafiando su fe, si es que la tiene. Es una lectura que no deja indiferente, que invita a la reflexión y al cuestionamiento, tal como las grandes obras deben hacer. La habilidad de Saramago para entrelazar narrativa y filosofía, para cuestionar lo incuestionable y ofrecer nuevas perspectivas sobre historias ancestrales, convierte a "Caín" en una experiencia literaria que merece ser explorada, apreciada y discutida. Así, aunque pueda resultar incómoda para algunos, esta obra se perfila como un testimonio del poder de la literatura para desafiar y transformar nuestras percepciones más arraigadas.
«La historia de los hombres es la historia de sus desencuentros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él.»
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