«Además del ojo, encontraron parte de un tabique nasal, tres uñas y dos dientes. Uno de los dientes presentaba una pequeña cavidad. El ojo siguió latiendo y tratando de hacer guiños hasta el momento en que Pritchard aplicó el escalpelo de aguja para pincharlo primero, y extirparlo a continuación. Toda la intervención, desde la trepanación inicial hasta la extirpación, duró apenas veintisiete minutos. Cinco pedazos de tejido cayeron con un chapoteo en el platillo de acero inoxidable de la bandeja de Ross, junto a la afeitada cabeza de Thad.»
Stephen King es uno de los más célebres y famosos escritores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX y primera del XXI. Licenciado en Inglés por la Universidad de Maine, inició su carrera con la publicación de Carrie en 1974, un éxito literario y cinematográfico que sería el inicio de una exitosa carrera. Conocido como el «Maestro del Terror», ha escrito más de 60 novelas, incluyendo clásicos como El Resplandor, It, y Misery. Sus obras han sido adaptadas al cine y la televisión, subrayando su influencia en la cultura popular como una marca indeleble. Ha recibido numerosos premios, entre ellos varias veces el Bram Stoker, el Locus, el Edgar, el British Fantasy; pero he destacar el National Book Award y la Medalla Nacional de las Artes, entregada por el propio Barack Obama en la Casa Blanca. King, acerándose cada vez más a las ocho décadas de vida, sigue publicando y mantiene una relevancia constante en el panorama literario global. Cada obra que publica es siempre un bestseller.
Stephen King, movido por el deseo de verificar si su éxito era auténtico o simplemente fortuito, adoptó en la década de 1970 el pseudónimo de Richard Bachman, homenaje a Richard Stark y a la banda Bachman-Turner Overdrive. Las editoriales de la época no veían con buenos ojos la publicación de más de un libro al año por autor, y este subterfugio también le permitió lanzar Rabia en 1977, La larga marcha en 1979, Carretera maldita en 1981, El fugitivo en 1982 y Maleficio en 1984, sin saturar el mercado literario. Estas obras, aunque apreciadas, no alcanzaron el mismo éxito que sus novelas firmadas como King hasta que en 1985, un perspicaz empleado de una librería descubrió la verdadera identidad tras Bachman. Al revelarse el secreto, las ventas y la notoriedad de estos libros se dispararon.
Las historias de Richard Bachman, en comparación con las firmadas por Stephen King hasta 1985, revelan una diferencia sutil pero significativa en tono y enfoque. Mientras que las obras de King, como Carrie, El resplandor y Cujo, abordan el terror desde lo sobrenatural, explorando miedos primigenios a través de elementos fantásticos y perturbadores, las novelas de Bachman se sumergen en un realismo oscuro y brutal. Rabia y La larga marcha examinan la desesperación humana y la violencia inherente a la sociedad, sin recurrir a lo paranormal. Bachman desvela un mundo más cruel y despiadado, donde el horror surge de las profundidades de la condición humana y de la opresiva banalidad de la vida cotidiana. Esta diferencia, aunque imperceptible para muchos, ofrecía un vistazo a las variadas facetas de la mente creativa de King, revelando una complejidad que trasciende el mero género y se adentra en la esencia del miedo y la alienación. El descubrimiento de la identidad de Bachman no significó el desprendimiento de King del horror centrado en la propia condición humana, Misery y Dolores Claiborne son ejemplos de obras que podrían haber sido perfectamente firmadas por Richard Bachman. Ambas exploran el terror psicológico y la brutalidad humana sin elementos sobrenaturales, alineándose con el tono más oscuro y realista de las novelas de publicadas pajo el pseudónimo.
Todo este preámbulo es porque La mitad oscura, publicada en 1989, está dedicada a su alter ego literario, Richard Bachman, y no es para menos. Escribir sobre Stephen King, leer a Stephen King, siempre me llena de una ilusión particular, y es que, después de varias décadas leyéndolo, no puedo evitar sentir cierto cariño por el escritor. Sé que en Estados Unidos hay impresionantes coetáneos de King, como Paul Auster, Philip Roth o Joyce Carol Oates, magníficos en sus propios derechos y méritos. Sin embargo, no puedo reprimir mi favoritismo hacia King. Pero antes de adentrarnos en la reseña específica de esta novela, he aquí la sinopsis:
«Cuando Thad Beaumont en pleno bloqueo creativo, después de que su novela “Las súbitas bailarinas” optara al Premio Nacional de Literatura y lo perdiera, decidió publicar una serie de thrillers retorcidos y sangrientos bajo el pseudónimo de George Stark, no pensó, ni por asomo, que le sería tan difícil "deshacerse" de ese otro yo que, no se explicaba cómo, había dejado de ser ficticio. Cuando el comisario Alan Pangborn aparece en su casa acusándole de un brutal asesinato, Thad trata de afirmar su inocencia, de asegurar que nada tiene que ver con todos esos monstruosos asesinatos cometidos tan cerca de su casa, ni con la retorcida mente que protagoniza sus novelas policíacas, ni con las llamadas de aquella voz que, obscena y susurrante, le pide al teléfono que se rinda. Pero ¿cómo explicar que sus huellas ensangrentadas han aparecido por todas partes en la escena del crimen?»
Al comenzar la novela, uno podría pensar que se trata de una versión perturbadora de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, pero a medida que avanzan los capítulos, la historia parece derivar hacia un tono similar al de Malignant (2021), dirigida por James Wan. Si la trama hubiera seguido ese camino, quizás habría resultado más entretenida, aunque predecible. El recurso del gemelo malvado, tan explotado en la cultura popular, incluso en episodios como La Casita del Horror VII de Los Simpson, podría haber sido más efectivo si se hubiese profundizado en temas como la identidad y el conflicto interno. En lugar de utilizar la figura del gemelo, habría sido más fascinante regresar al planteamiento de Robert Louis Stevenson, donde Jekyll y Hyde representan dos caras de una misma persona. Un pseudónimo, al fin y al cabo, no es más que otro rostro del mismo autor, una máscara que revela y oculta a la vez.
Siempre he admirado la densidad narrativa de Stephen King y su maestría para construir personajes y situaciones que palpitan con vida propia. Sin embargo, es innegable que, como todo novelista prolífico, su obra tiene altibajos. En su vasta bibliografía, algunas novelas destacan por su complejidad y profundidad, mientras que otras se pierden en la mediocridad. Aunque pueda sonar como una sentencia fuerte, es la realidad: no todo lo escrito por F. Scott Fitzgerald, James Joyce, Virginia Woolf o García Márquez es digno de premios, y esto no les resta mérito alguno, sino que les suma humanidad. La mitad oscura parece encajar en este último grupo que se queda en la medianía, siendo una de esas obras que, aunque no carente de mérito, difícilmente figuran entre las recomendaciones esenciales de su autor. No es que carezca de interés, pero en comparación con sus trabajos más celebrados, le falta esa chispa que convierte una historia en algo memorable. Es una de esas novelas que, si bien cumplen con su propósito de entretener, no alcanzan la trascendencia literaria que muchos asocian con el nombre de King.
La mitad oscura falla en su definición como novela, dejando al lector inseguro de si se encuentra ante un thriller, una novela policial, una obra psicológica o de terror. Esta indefinición crea una amalgama de ideas inconclusas que desembocan en lo absurdo, convirtiéndose en el principal obstáculo para que la obra alcance su potencial. Hay novelas que, partiendo de premisas igualmente insólitas, como La metamorfosis de Kafka o Cuernos de Joe Hill, hijo de Stephen King, por cierto, logran establecer con claridad las reglas de sus propios universos, permitiendo al lector suspender su incredulidad. En La mitad oscura, esas reglas no están bien definidas, y nos encontramos aceptando a medias la manifestación sobrenatural de algo que carece de coherencia. A medida que avanzamos hacia la conclusión, el escaso sentido que quedaba se disipa por completo, dejando una sensación de frustración y de oportunidad perdida para explorar más a fondo la psique humana y los límites de la realidad.
George Stark, el alter ego del protagonista Thad Beaumont, está inspirado en Richard Stark, pseudónimo de Donald E. Westlake, quien, al igual que en la novela de King, utilizaba este alias para escribir thrillers más oscuros e incluso polémicos. La idea de que un pseudónimo cobre vida y afecte al propio escritor es francamente brillante, una metáfora sobre la lucha interna del autor con sus propias creaciones. Sin embargo, creo que La mitad oscura habría sido más efectiva si se asemejara a una novela de Richard Bachman, prescindiendo del elemento sobrenatural. Hubiera sido más impactante explorar la dualidad entre el protagonista y el antagonista como manifestaciones de una misma persona, utilizando recursos como la doble personalidad o trastornos disociativos que lo llevaran a cometer crímenes sin conciencia de sus acciones. Aunque este enfoque podría haber caído en un cliché, confío en que King habría aportado una frescura renovada al tema, especialmente considerando que comenzó a escribirla en 1987, cuando aún había margen para innovar sin recurrir a elementos inverosímiles.
Otra debilidad de La mitad oscura es su extensión. Al considerar la historia en su totalidad, resulta evidente que hay numerosos puntos muertos que no aportan nada y que, cuando la trama avanza, se vuelve cíclica y repetitiva. Es como escuchar a alguien contar la misma anécdota desde distintas perspectivas, pero sin añadir profundidad. Lamentablemente, pese a su extensión, y considero que esto es un error significativo por parte de Stephen King, la novela no profundiza en la humanidad de los personajes. No logramos empatizar con ellos, al menos en mi caso, lo que resta verosimilitud a la narrativa. La falta de motivaciones claras es otro problema: conocemos la razón de King para escribir esta historia, pero no comprendemos la del protagonista para renunciar a su pseudónimo. Dejando de lado el absurdo de un hombre de carne y hueso emergiendo de una tumba falsa, ¿cómo se supone que este ser obligará a su «gemelo bueno» o creador a escribir? ¿Matando a su esposa e hijos? ¿No lo llevaría esto al suicidio? ¿Asesinando a todos los que lo rodean? ¿Acaso no lo conduciría esto a la cárcel o al manicomio? Estas preguntas quedan sin respuesta, dejando al lector con un sentimiento de frustración y desconexión.
Casi treinta años después, en El visitante, Stephen King vuelve a explorar la idea de un doble malvado, pero esta vez con mayor destreza y precisión. Aquí, el concepto del doppelgänger se presenta de manera más sólida y matizada, despojándolo de los elementos absurdos que lastraban a La mitad oscura. Aunque King sigue moviéndose en el ámbito de lo sobrenatural, en esta ocasión logra una mejor integración de estos elementos con la trama, lo que da lugar a una narrativa coherente y absorbente. Los personajes están más desarrollados, cada uno con sus propias motivaciones y complejidades, lo que permite al lector conectar y empatizar con ellos de manera más profunda. La historia es no solo interesante, sino también inmersiva, capturando la atención del lector de principio a fin. Así, King logra otro acierto con una novela que no solo es un éxito literario, sino una exploración más madura y lograda de la dualidad y el mal inherente en el ser humano.
Para concluir, entre la vasta producción literaria de Stephen King, La mitad oscura no es una obra que vuelva a considerar para una relectura. Nunca, si es que alguna vez ha pasado, la he visto mencionada en un top 10 de sus mejores novelas, ni siquiera en un top 20, y es probable que no figure ni siquiera en un top 40. Hay muchas otras novelas del autor que superan ampliamente esta obra en calidad y profundidad. Sería desafortunado que un neófito en la obra de King comenzara con La mitad oscura y asumiera que todas sus novelas son de la misma talla. Stephen King es mucho más que esta novela; su talento y maestría se manifiestan plenamente en otros trabajos que han dejado una huella más significativa y duradera en la literatura contemporánea.
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