«No es frecuente que los jóvenes hablen de él. No es habitual que aquellas muchachas convertidas ya en mujeres, que se conocían desde los once años, invocasen al tiempo con nostalgia. Estaban descubriendo que el tiempo es un tirano que avanza de manera ineludible, acorrala a las personas y las derrota mientras las conduce a destinos inesperados; las despoja de los vestidos de la niñez y, más tarde, les arranca los de la juventud, sin detenerse hasta llegar a una tragedia mayor: la vejez y la muerte.»
Patricio Sturlese es un escritor argentino que ganó notoriedad con los thrillers El inquisidor y La sexta vía, justo en los momentos en los que se estaba agotando la avidez por lecturas al estilo del Código Da Vinci de Dan Brown, que fue una moda a inicios de siglo entre los lectores, donde con frecuencia el eje de la trama era intrincadas conspiraciones eclesiásticas por develar u ocultar alguna verdad incómoda; aunque Sturlese traslada las acciones al Siglo XVI y su estilo dista mucho al de Brown puesto que tiende a ser prolijo y procurar una narración más pulida. Años después, en 2012, Sturlese se suma a la moda de los vampiros y publica El umbral del bosque, un thriller disfrazado de novela gótica ambientado en la Europa más oscura, también del Siglo XVI. De formación jesuita, Sturlese ha realizado estudios en teología y filosofía con cierta preferencia por la historia renacentista, además que ha mantenido como afición las visitas a más de una treintena de castillos medievales.
En El jardín de los ciervos Sturlese nos traslada a la Francia prerrevolucionaria de Luis XVI y lo que en principio parecía dar pasos por una literatura de corte histórico, un retrato de la vida cortesana y palaciega de la nobleza francesa, con una estructura elocuente y hasta con algún guiño filosófico, pronto termina por convertirse en un tradicional thriller cuyo propósito subyacente era rendir un tributo a las obras de Alexander Dumas. Nos encontramos con duelos de espada muy al estilo de Los tres mosqueteros, un hombre que por estar en el lugar y momento equivocado se convirtió en un prisionero y que en medio de su encierro encontró compañía en otro recluso en peores condiciones que él, lo cual nos hace acordarnos del Conde de Montecristo, y la referencia más importante, que lo que desencadena la historia es el asunto del collar de diamantes de María Antonieta, un hecho real que Alexander Dumas retrató en la novela El collar de la reina. Aunque también hay otras referencias que no se pueden obviar: el trabajo detectivesco del personaje principal parece estar inspirado en la obra de Agatha Christi y Arthur Donan Doyle, La divina comedia de Dante Alighieri es la obra que como piedra angular sostiene toda la historia y El paraíso perdido de John Milton aparece para aportar más significado que trama.
La sinopsis es la siguiente:
«Francia, 1788. A Simone Belladonna se le ha encomendado una misión, un encargo de la Biblioteca Real de París. Debe verificar la autenticidad de una primera edición de la Commedia de Dante Alighieri, fechada en 1472, que madame d’Estaing ha recibido en herencia de su difunto marido. El tasador, un avezado “cazador de falsos” de cuya mirada escrutadora nada escapa, descubrirá, sin embargo, mucho más en los sótanos del castillo en los que la viuda atesora el libro. Allí se llevan a cabo prácticas libertinas; obscenas tertulias basadas en los nueve anillos del infierno de Dante cuyo objetivo es aún más oscuro: preparar una trampa a la reina María Antonieta y acabar de una vez y para siempre con la monarquía de los borbones. De la noche a la mañana, y en vísperas de la revolución que lo cambiaría todo, Belladonna se verá inmerso en una conspiración entre las más altas esferas de la política y la sociedad francesas sin otra arma y defensa que su ingenio y su coraje.»
Donde brilla Sturlese es en la narración, la calidad de sus descripciones y los diálogos de época. Tiene mucho cuidado con los detalles tanto para representar los objetos más básicos y vulgares, como los castillos y palacios más impresionantes. Aunque he de confesar que este minucioso cuidado lo encontramos en la primera mitad de libro. Cuando Simone Belladona se vuelve docto, brinda excelentes explicaciones, plausibles y brillantes, mejor que un detective de Scotland Yard, que sin duda para el escritor tuvo que haber significado varias consultas e investigaciones muy específicas. Probablemente por allí se le haya colado algún anacronismo; sin embargo, habrá que ser especialista de la época para notarlo.
Sturlese mezcla personajes históricos como Luis XVI, María Antonieta, el Cardenal de Rohan, Cagliostro, Madame du Barry, con otros personajes ficticios: Simone Belladona, Violet d’Estaing, Jacques Antoin le Byron, Juliette Montchanot, etc. Sin embargo, es en la construcción de los personajes y motivaciones donde encontramos uno de los defectos principales de la obra. En la presentación de los personajes Sturlese empezó a dibujar tras de ellos una atmósfera de misterio, era difícil distinguir la sinceridad de la hipocresía, la súplica de la manipulación; sin embargo, la niebla no levanta y nunca logramos convencernos del todo de sus acciones al punto que dejan de parecernos orgánicos. Belladona, por ejemplo, es un experto valuador de falsificaciones, con conocimientos probablemente muy adelantados para su época, un investigador forense, pero además cuando la trama lo requiere es también escriba, esgrimista y catador, de prisionero liberado pasa a héroe aguerrido con sobrados deux ex machina. Simone Belladona es otro estereotipo al estilo de Robert Langdon, con su inteligencia y conocimiento destroza la conspiración, vence a los villanos y de paso se queda con la damisela en apuros.
Si los personajes parecen forzados y hasta acartonados es porque la trama de la conspiración tiene tantos agujeros que parece un colador. No hay forma de rescatarla porque en apariencia se percibe como capricho. Hay muchos libros que abordan conspiraciones, por ejemplo, los de Dan Brown o Tom Clancy están dedicados a este subgénero, pero no nos damos cuenta de sus fallos argumentales hasta terminada la lectura. En El jardín de los ciervos en cuanto se nos empiezan a dar pistas las mismas se hacen agua por su falta de solidez. Sturlese incluso inserta un club, sociedad secreta o secta practicante de orgías que no aporta nada a la historia y parece ser más la excusa para agregar algún erotismo y paralelismo con este tipo de rituales paganos que han estado presente a lo largo de la historia.
Lo que da origen a la trama de la conspiración es un hecho real y documentado, la estafa del collar de diamantes, que fue un obsequio hecho por el cardenal de Rohan a la reina para obtener favores políticos, lamentablemente el vehículo que utilizó el cardenal no fue el apropiado, puesto que al final fue víctima de un engaño de Jeanne de Valois. El collar nunca llegó a manos de la reina, aunque sí las demandas de los joyeros acreedores que buscaban satisfacer la deuda. Esto ocasionó fricciones entre la realeza y la nobleza, porque el cardenal también era príncipe de Rohan, una de las principales familias nobles, de linaje remontado hasta el Sacro Imperio Romano Germánico. El problema del collar de diamantes es que fue un escándalo que llegó a oídos del pueblo. El hambre, el frío y la enfermedad que afectaban a la plebe eran un contraste con una joya de diamantes de 2,800 kilates para adornar el cuello de la reina. El collar estaba valorado en 1,7 millones de libras francesas y con una libra podía pagarse veinte sueldos, esto sería similar a que en una nación pobre y con hambrunas el presidente presumiera de su colección de Ferraris. Ni la reina llegó a tener el collar ni el cardenal sus favores políticos. El príncipe de Rohan debió pagar caro esa joya. Estuvo en prisión y fue exiliado. Por cuenta doble el reinado de Luis XVI tenía molestos a la nobleza y a la plebe. En ese escenario y con la premisa de que la estafa del collar tenía un componente premeditado de desestabilización política, Sturlese construye un relato basado en la falsificación de la obra de Dante que iría a parar a la Biblioteca Real y que tendría el costo nada despreciable de 400 mil libras. María Antonieta literalmente despilfarraba el dinero y no tenía consciencia de los problemas que aquejaban a los gobernados, ya había cometido el exabrupto de decir que si las personas no tenían pan, que comieran pasteles. Otro escándalo que saliera a luz pública en la cual se evidenciara que había gastado una fortuna en una falsificación agudizaría los problemas políticos. Y aquí es donde Sturlese parece no tener la suficiente comprensión de la política y el desastre económico francés. Sus personajes conspiradores pierden la orientación, se traicionan unos a otros y no comprendemos si lo que buscan es timar a la aristocracia, hacerse ricos o que María Antonieta sea repudiada públicamente.
Los primeros libros de Sturlese tenían mucha más frescura, el escritor se sentía más seguro en la construcción de su historia y sus movimientos los hacía con suficiente holgura de tal forma que el lector nunca perdía el interés; en este último el interés del lector se ve atropellado con insertos de todo tipo, hasta la de un enamoramiento más forzado que el de Neo y Trinity. En las notas finales de El jardín de ciervos, el editor indica que Sturlese tomó prestado algunos personajes de Dumas para hacer honor a la historia del collar extraviado de María Antonieta, aportando un nuevo capítulo a una de las estafas más grandes de la historia. Ver en una estafa una conspiración hizo que Sturlese no tuviera más alternativa que tallarse la camisa de fuerza.
¿Podría ser El jardín de ciervos un buen homenaje a Alexander Dumas? Si Sturlese hubiera prescindido de la figura del thriller y en cambio hubiera apostado por una novela de época, sin caer en las tentaciones de enredarse con estólidas conspiraciones y además nos hubiera llevado a presenciar la toma de la bastilla y los albores de la Revolución Francesa y la tragedia humana, la novela sería digna de premios y elogios. En cambio, tenemos un relato lineal que cumple con la cuota de entretenimiento, pero viene pareciéndose a esas películas que empiezan a olvidarse tan pronto los créditos aparecen y termina la función.
«El tiempo es una sucesión irrepetible de oportunidades.»
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