«Se levantó despacio y se colocó unas gafas de lectura de mentira. Con una hoja de papel en una mano y el móvil en la otra, cruzó la cafetería. Alta, delgada, bien vestida y atractiva; el hombre de los tobillos rotos no pudo evitar fijarse en ella cuando la vio acercarse, hablando por teléfono. Zola le sonrió al pasar a su lado y él le devolvió la sonrisa. Un momento después Zola regresó.»
La gran estafa es un thriller legal publicado originalmente con el título The Rooster Bar, nombre de un sport bar donde los protagonistas de la novela residían. El título en inglés francamente me pareció inadecuado y confuso para una novela de John Grisham, una elección inapropiada por parte del escritor cuando ha tenido muy buen juicio para elegir títulos como The firm, The pelican brief, The client, The litigators, The Parner, etc. Seguramente debió sentir que se le agotaban los términos legales para poder nombrar adecuadamente a una novela. Por otra parte, el nombre elegido por la editorial en la traducción al español La gran estafa, que buscaba aparejarse con el estándar, tampoco le hace justicia al contenido del libro. La gran estafa suena a una conspiración de grandes proporciones, como la de Bernard Madoff, y aunque ciertamente hay algo de esto, el título queda muy inflado, tan hiperbólico como incompleto. Pero basta, dejemos el título aparte, hace ruido, pero ciertamente los ha habido más confusos.
John Grisham es uno de los escritores más leídos en el mundo. Sus novelas de ficción legal han atrapado al público, han sido traducidas a una treintena de idiomas y es difícil no dejarse llevar por la tentación de leer lo nuevo de Grisham si ya nos hemos leído más de una veintena de sus publicaciones. A pesar de que él ha confesado que lo que publica dista mucho de ser literatura, también es importante mencionar que el autor, la mayoría de las veces, busca dejar un mensaje, una reflexión acerca del apartado legal, de la ética profesional y del sistema de justicia.
La sinopsis de La gran estafa es la siguiente:
«Mark, Todd y Zola decidieron estudiar Derecho en Washington para cambiar el mundo, para hacer de él un lugar mejor. Pero ahora que están en el tercer año, se dan cuenta de que han sido víctimas de un fraude: pidieron un cuantioso préstamo para estudiar en lo que ha terminado siendo una escuela de segunda categoría, centrada en ganar dinero, y tan mediocre que los alumnos rara vez aprueban el examen final. Investigando, descubren que la escuela es parte de una cadena operada por un fondo de dudosa reputación que, además, también dirige un banco especializado en préstamos estudiantiles. Sin embargo, no todo está perdido. Puede que haya una forma de librarse de la deuda, desenmascarar al banco, destapar el fraude y sacar provecho al mismo tiempo. Pero para que su plan tenga éxito, tendrán que abandonar la escuela sin graduarse, lo que sería una locura... O quizá no.»
Si este post lo abordé criticando el título del libro, de la sinopsis tengo que decir algo similar. Pareciera que quien redactó la sinopsis no leyó la novela… o quizá sí –pero le dio igual y decidió que era mejor crear un cliffhanger. La novela no tiene demasiada fuerza, no es un thriller propiamente dicho, carece del sentido de urgencia. Quizá en las últimas páginas todo empieza a ir más deprisa, pero pareciera que es más por el deseo de concluirla que por la inercia del relato. Grisham trata de abarcar varios temas, que son profundos, complejos y delicados, pero lo hace de una manera tan inadecuada que parece que son relleno. Un completo desperdicio el tener el suicidio de un estudiante de derecho y no poder aprovecharlo mejor desde un apartado psicológico, médico y legal para entablar demandas por daños, por perjuicios, por lo que sea. También hay una situación de detención y deportación de una familia de inmigrantes ilegales de Senegal que han vivido en Estados Unidos por más de dos décadas, que al inicio creímos que esa trama sería muy interesante verla resuelta, por toda la crítica que tiene el sistema de inmigración, los atropellos que se cometen, las violaciones a los derechos humanos; sin embargo, pronto nos sentimos decepcionados porque Grisham mandó ese tema tan al fondo que pareciera que se resolvió solo, tras bambalinas, en segundo plano. En una novela es normal encontrar subtramas que en ocasiones no aportan nada a los ejes principales del relato, pero sirven para brindar una profundidad a las motivaciones y acciones de sus personajes, hacerlos tridimensionales, pero en el caso de La gran estafa las subtramas frustran porque son tan o igual de importantes que el eje principal y merecían más espacio o su propia novela.
La narración de Grisham últimamente ha tendido a ser bastante plana en relación con la construcción de los personajes, aquí no es la excepción. Todd y Mark en ocasiones se traslapan y nos da igual quien es quien. En ocasiones se nos deja ver a Todd como el impulsivo, el que no medita demasiado sus respuestas o acciones, pero resulta que Mark en varios puntos actúa igual, se deja llevar. Zola, el personaje femenino debería haber sido un alivio porque tenía todos los elementos para convertirse en el catalizador del relato, que lo hace avanzar, pero es relegada a secundario, casi como una dama en apuros. El principal problema de los personajes son sus motivaciones que están forzadas. El único que tenía una motivación real se pierde en las primeras páginas y los otros apenas empezaron a enterarse y resulta que de escépticos en una noche pasan a creyentes devotos en una mañana. Por otra parte, la estructura es completamente lineal, sin sobresaltos. Los personajes van de «A» a «B», de «B» a «C» y de «C» a «D». Y no pagan las consecuencias de sus actos lo cual crispa en demasía, se esfumó la ética a la que el escritor nos ha tenido acostumbrados. No hay un acto reflexivo y crítico. Aquí una acción que riñe con la ética, no con la legalidad, es atacada con otra que a claras luces va al margen de la ley, y no solamente eso, también hay una recompensa para todos en el delito.
Fuera de lo anterior, el peso de la obra está en las promesas que se le vende a toda una generación de estudiantes, quienes asumen que basta con una buena carrera académica para tener éxito en la vida y que la de Derecho es un cheque en blanco que garantiza estabilidad financiera y un excelente nivel de vida. No importa que no cumplan con las competencias necesarias para seguir una carrera, siempre hay otras opciones a las que pueden recurrir para seguir sus sueños. Después de todo, el tío Sam es bastante amable con la educación y motiva a que las personas se superen, que continúen sus estudios universitarios y para ello facilita fondos federales con los cuales pueden financiar su carrera, donde una vez graduados tendrán ya los medios para devolverlos y hacer que otros jóvenes se sigan beneficiando. Todo un círculo virtuoso, pero solo en apariencia. Este libro trata sobre las facultades de derecho privadas como empresas. Muchos estudiantes que no pueden entrar a la universidad estatal acuden a ellas porque son menos exigentes en el ingreso. Obviamente estas facultades son empresas privadas con fines de lucro y no es difícil apostar por la creación de varias de ellas para incrementar las millonarias utilidades, además de crear otras empresas relacionadas con la administración de los fondos, el cobro, las demandas y todos aquellos subprocesos implícitos. En una nota al final del libro John Grisham menciona que la inspiración de su novela provino de la lectura de un artículo publicado en septiembre de 2014 en The Atlantic que se titulaba «El fraude de las escuelas de derecho», el periodista que realizó la investigación fue Paul Campos, y a continuación veréis un extracto:
«Hay solo una pequeña cantidad de escuelas de derecho con fines de lucro en todo el país. Pero una mirada más cercana a ellos revela que los incentivos financieros perversos bajo los cuales operan son simplemente versiones extremas de los que afligen a la educación superior estadounidense contemporánea en general. Y estas disfunciones sistémicas más amplias tienen consecuencias potencialmente devastadoras para una gran cantidad de jóvenes y para la educación superior en su conjunto.»
A partir de aquí es que la novela de Grisham toma otro cariz y ya no la vemos como una floja narración de las peripecias de unos estudiantes de derecho frustrados. Es en realidad una crítica a la educación en general cuando se desvirtúan los principios éticos de la enseñanza para convertirse en máquinas muy lucrativas para hacer dinero fácil. Muchas instituciones educativas privadas venden promesas de que sus egresados tendrán un puesto bien pagado garantizado en empresas de prestigio o serán grandes emprendedores o empresarios que lograrán abrirse camino gracias a que cuentan con una buena carrera. La realidad es muy distinta y las promesas tienden al vacío, como esos infomerciales que promocionan productos que hacen perder diez kilos en una semana. En el caso de la novela lo que se tiene al final es un montón de graduados de Derecho mediocres de facultades privadas de poco prestigio, y lo más crítico, es que su carrera significó una deuda de un cuarto de millón de dólares, cantidad que sino destruye su futuro financiero, al menos lo complicará por varias décadas. En todo caso es un engaño del tipo legal, puesto que no es prohibido que una persona, aun siendo tan joven, se endeude hasta las narices, tampoco es ilegal que existan escuelas de educación superior privadas y que cobren lo que quieran de matrícula y cuotas.
Otro mensaje subyacente que se encuentra en la novela es que las personas no deberían confiar en cualquier abogado que se les presenta o que encuentren. Los malos abogados, los mediocres y los de poca ética abundan y son mayoría, buscan embaucar siempre a personas de bajo recursos y cobrar por servicios que ni siquiera son necesarios. No toda persona bien vestida en un tribunal es abogado, no toda persona que tenga una tarjetita con su nombre es un profesional. Lo correcto siempre es investigar, informarse y preguntar, que mientras a un médico se le confía la vida, a un abogado la libertad, y ambas son preciosas e invaluables y por eso es por lo que no deben tomarse decisiones adrede.
La novela es entretenida, eso no se niega, pero tiene muchos puntos flojos que son una verdadera lástima. Pero si no fuera por esta novela no hubiera llegado al artículo de Paul Campos, y vaya que vale la pena leerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario