jueves, 9 de septiembre de 2021

LUZ DE AGOSTO de William Faulkner


«La habitación austera y limpia estaba impregnada de domingo. En las ventanas, las cortinas limpias y zurcidas ondulaban ligeramente bajo la brisa llena del olor de las tierras labradas y de las manzanas silvestres. Sobre el armonio amarillo, imitación de ébano, de pedales recubiertos con jirones deshilachados de alguna vieja alfombra, había un bocal lleno de espuelas de caballero.»

William Faulkner es uno de los escritores más importantes e influyentes del siglo XX y probablemente de la historia de la literatura. Nacido como William Falkner, cambió su apellido por un error del editor en su primera publicación. Esa «u» intrusa vertió la sonoridad y armonía que todo nombre de escritor debe tener, no tuvo que pensarlo demasiado. Oriundo de Misisipi, recreó el estilo de vida americano en los estados sureños de mediados del siglo XIX y principios del XX. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1949 por su contribución a las letras estadounidenses y a la novela contemporánea. Faulkner donó la dotación del Nobel y hoy un reconocimiento literario lleva su nombre, que desde 1981 ha galardonado y alentado a nuevos escritores estadounidenses a seguir contribuyendo con su talento. Tobias Wolff, Don DeLillo y Philip Roth son algunos de los escritores que obtuvieron el Premio Faulkner.

La influencia de Faulkner no conoció fronteras geográficas o idiomáticas. Inspiró el movimiento literario conocido como el Boom Latinoamericano. Escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Juan Rulfo tienen una deuda con Faulkner. Es imposible no encontrar rastros faulknerianos en las obras cumbre de la literatura latinoamericana. Mario Vargas Llosa confiesa que cuando leyó por primera vez a Faulkner se sintió tan fascinado que no tenía duda de que quería ser escritor, pasó años no leyendo, sino estudiando el estilo de Faulkner y es que allí es donde principalmente encontramos un punto de quiebre en la historia. Faulkner vino a revolucionar la estructura narrativa, la forma de contar una historia. Ya no tenemos un personaje, una voz, una perspectiva, una verdad, un tiempo. El foco oscila tanto en los personajes como en el escenario, tanto en sus acciones como en sus pensamientos, tanto en los hechos como en los sueños, tanto en el presente como en el pasado. La estructura lineal encontró su fin en Faulkner. En la actualidad aceptamos esas formas narrativas como una variante literaria en la construcción de historias, antes de Faulkner esto no existía y aún después de él, es difícil encontrar escritores que lo consigan satisfactoriamente y quienes lo hacen, siempre consiguen premios, incluso Nobeles.

Esa forma de narrar de Faulkner era apenas un esqueleto sobre el que sostenía ese organismo básico de la expresión de un pensamiento completo, la oración. Faulkner tiende a construir sus oraciones con tanto cuidado y minuciosidad que en ocasiones su prosa se acerca más al estilo poético que al de un novelista. Esas oraciones largas, compuestas y complejas, de muchas líneas, forman también grandes párrafos. Es un laberinto bien diseñado que el lector sigue por impulso y en el que, si se descuida, es fácil perderse.

Luz de agosto es una expresión que utilizaban los negros del Misisipi para referirse a una mujer embarazada, con la barriga grande, en sus últimas semanas. Y en efecto, la historia comienza con una mujer embarazada, Lena Groove, una joven que tras la muerte de su padre tiene que vivir con su hermano mayor, quien no solo le duplica la edad, sino que también tiene su propia familia y asuntos. Lena se enamora de Lucas Burch, un joven forastero que va de pueblo en pueblo en busca de trabajo. Cuando ella se entera que está esperando, Lucas Burch ya se ha marchado. Su hermano la reprende y la trata de ramera. Ella sentida en el orgullo y sin nada que perder, decide escapar y buscar al padre de su hijo sin saber siquiera donde puede estar. No le importó su avanzada etapa del embarazo, en su ingenuidad y vanidad creía que siempre habría buenos samaritanos que la auxiliaran con lo que necesitara. ¿Quién podría negarle algo a una mujer blanca y embarazada que estaba afanada en busca de quién debería ser su marido? Lena nunca había salido del pueblo, desconocía el tamaño del condado y del mundo. Por otra parte, tenemos la historia de Joe Christmas, un hombre marcado por su falta de identidad, los conflictos emocionales y el desprecio de su familia. Siempre se sintió un extranjero fuera a donde fuera. Es un nómada que se confunde con un europeo de tierras mediterráneas, pero le han dicho que tiene sangre negra, que el padre que nunca conoció tenía sangre negra, él está convencido que el África completo fluye en sus venas. Joe Christmas no se siente blanco y los desprecia, y al mismo tiempo los negros lo consideran a él un blanco más, aunque un blanco pobre. Toda la historia se desarrolla en el sur rural y aunque no se menciona fechas, se intuye que es a principios del siglo XX. Aunque Lena Groove sea quien apertura la historia y nos lleve a preguntarnos si acaso encontrará al padre de su esposo, y mejor aún, si este se hará cargo del bebé, en realidad el protagonismo pertenece a Joe Christmas. La narración nos lleva a conocer eventos de cuando Christmas tenía tres, cinco, ocho, dieciocho, treinta y tres y treinta y seis años. Es el centro de la historia, pero como todo centro, hay personajes que aparecen y orbitan alrededor de él. Nos encontramos a Byron Bunch, un hombre solitario, de mediana edad, un humilde obrero, que termina protegiendo a Lena, y que también es amigo del pastor Gail Hightower, cuya historia hace mucho eco en el lector porque por sí misma podría haber ocupado las páginas de otro libro y sostenerse con mucho garbo. Es en los conversatorios de Bunch y Hightower donde Faulkner encuentra una herramienta narrativa brillante, es la forma que usa para introducirnos a Jefferson, el lugar donde suceden estos acontecimientos y donde más tarde llegaría Eupheus Hines, una figura prejuiciosa, racista, que dice poco, pero que cuando habla lo hace escupiendo veneno. Hay más personajes, pero ninguno tan importante como Joanna Burden, la última de una familia caída a menos y en el olvido, a las afueras del pueblo. Su casa, una gran casa, a las afueras fue la que encontró en llamas Lena Groove aquel día de agosto en el que se dirigía a Jefferson. Luz de agosto vale tanto por el niño que conocerá un mundo como por el incendio que acaba con otro.

Faulkner definitivamente no es un autor para leerlo antes de dormir. Fueron muchas las veces que tuve que regresar a diferentes secciones de la obra para entender lo que estaba leyendo. Hubo veces que leí algunos acontecimientos sin darle demasiada importancia, pero que cientos de páginas después tenían relevancia. La narración discontinua le añade otro escalón porque al inicio no sabemos quién o de quién se habla y en qué momento. Vamos y venimos como una hojarasca en el viento. Además, está el vocabulario. Ciertamente Luz de agosto es una obra traducida y es de elogiar el trabajo que hace Enrique Sordo, un prolífico traductor y reconocido crítico literario catalán. Los matices elegantes en el uso del lenguaje hacían parecer a Faulkner más cercano a la tradición inglesa que a la ruralidad americana. Es una prosa magnífica, elocuente, fluida y rica en figuras retóricas. Por lo que he comentado podría creerse que Faulkner es caótico, pero nada más lejos de la realidad. La obra es un todo inseparable como un reloj, cuyas partes tienen un nombre y una existencia ni primera ni última, pero son incapaces de marcar o ser útiles a un propósito diferente.

Luz de agosto es una obra cuyos personajes cargan con historias completamente shakesperianas, donde la tragedia humana parece ser el común denominador. El racismo, fanatismo y machismo son los temas ejes sobre los cuales se urden las tramas. Es una gran obra, indudablemente.

Para finalizar, algunos aforismos que fui recolectando durante la lectura y que valen la pena traer de vuelta.

«Cuando una cosa se convierte en costumbre, siempre está a mucha distancia de la verdad y de los hechos.»

«La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde.»

«Ocurre a menudo que nuestras acciones no parecen ser dignas de nosotros. Ni nosotros dignos de nuestras acciones.»

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