viernes, 17 de septiembre de 2021

HERIDAS TIENE LA NOCHE de Francisco Pérez de Antón


«Serían como las cinco cuando empezaron a sonar las campanas a todo trapo. Campanas de toda edad y todo registro. Bronces gruñones, arrogantes. Esquilones cascados y adustos. Repiques jóvenes y parlanchines. Toda la ciudad campaneada como un descomunal carillón. Campanas evocadoras de lugares lejanos: Acatán, Jocotán, Malacatán, Roatán, Camotán, Teculután. Tañidos histéricos, nerviosos. Cencerros enajenados, tantanes cascabeleros, batintines bizantinos, talán, talán, din, don, dan. Incluso la campana difunta tocaba. Y por encima del enloquecido clamoreo, una más imponente y mandona que, con timbre de bajo profundo, sincopaba el alboroto. La bulla era ensordecedora.»

Francisco Pérez de Antón es un escritor asturiano que cruzó el Atlántico cuando tenía 23 años y decidió establecerse en Guatemala, donde tuvo una carrera como empresario, periodista y docente universitario, pero fueron las letras las que terminaron por definirlo y convertirlo en un novelista, ensayista y cuentista enamorado de la historia de Guatemala, sus costumbres, tradiciones y chapinismos, su gente maravillosa y paisajes de ensueño, aunque también lamentando otros asuntos más de carácter social y de política interna que han enturbiado ese paraíso desde sus cimientos. En 1985 publica su primera novela, Cansados de esperar el sol, y desde entonces siempre ha estado en las librerías guatemaltecas. Actualmente la mayoría de sus libros son publicados por sellos editoriales pertenecientes a Penguin Random House.

Existen muchos libros que hablan sobre la guerra civil que sufrió Guatemala en la segunda mitad del siglo XX, muy pocos de ficción y menos los que vale la pena rescatar o mencionar. Generalmente el pecado que se comete al hablar de esto es tomar partido por uno u otro bando. El sesgo ideológico es el más común cuando se tocan venas todavía sensibles y vulnerables. Muchas personas que sufrieron aquellos años todavía viven, lo recuerdan y no han tenido una reparación, ni siquiera una disculpa. Muchos dicen y afirman que no fue una guerra civil, que no llenó las condiciones para que ese concepto le sea aplicado, de allí la creación del eufemismo «conflicto armado interno», que pare el caso viene a significar lo mismo, el enfrentamiento sangriento entre hermanos por un interés político. De cualquier modo, este tipo de levantamientos sucedieron en toda Latinoamérica durante el siglo XX. En algunos casos una facción se impuso, en otros, como Guatemala, no hubo bandos ganadores; aunque innegablemente en todos los enfrentamientos el pueblo siempre fue el gran perdedor. Heridas tiene la noche es una novela que coloca a un joven, un civil, sin preferencias políticas, apartado completamente de ideales que no comprende, alguien que solo quiere vivir, trabajar y tener una familia; sin embargo, el fuego cruzado es el crisol del crimen y pronto se verá afectado ineludiblemente. He aquí la sinopsis.

«En 1968, el joven Eloisio Ayarza, persona sencilla, reservada y generosa, pretende llevar una vida tranquila, aislada de los conflictos y sucesos que atormentan en esos días el mundo: Vietnam, el mayo francés, los asesinatos de Robert Kennedy y de Martin Luther King, la masacre de Tlatelolco, la matanza de My Lai, la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas, la guerra civil que azota su propio país. Ayarza encarna al ciudadano común, anónimo e indiferenciado, objeto de engaños y abusos. La alevosa ejecución de su hermano Héctor por una organización de sicarios, no obstante, despertará en él un insospechado afán de venganza y, sobre todo, la comisión de un crimen de sangre que tratará de esconder entre los numerosos y espantosos asesinatos que cometen a diario en su país las dos fuerzas militares en conflicto.»

Heridas tiene la noche es una novela que atrapa y lo hace desde las primeras páginas. Leer a Francisco Pérez de Antón es encontrar una amalgama entre la elocuencia desbocada, la fluidez literaria y los sutiles tonos locales que le dan ese perfil que nos hace recordar en todo momento que estamos ante una novela guatemalteca. Los años vividos en Guatemala triplican los que conoció en su madre patria. Pérez de Antón no se siente como un advenedizo español, sino como un guatemalteco por decisión propia.

La mayor parte de la narración es en tercera persona, desde la perspectiva del protagonista, Aloisio Ayarza. Ciertamente hay algunas partes que están en primera persona, pero son insertos de pensamientos, bastante breves, de no más que unas cuantas páginas. La novela va en dos líneas narrativas principales: la primera es la que nos abre la novela, una noche de 1998, cuando Aloisio celebra la boda de su hija; la otra línea es todo un año, 1968, cuando Aloisio presenció y sufrió varios eventos que terminarían por transformar su vida. Aunque, pareciera que la novela tiene su complejidad por la intercalación de las líneas temporales que buscan dar ese aire faulkneriano, en realidad todo transcurre de forma lineal y homogénea, siendo la narración de 1968 la principal, la que interesa al lector; mientras que lo que sucede en la noche de 1998 no es más que una herramienta narrativa que el autor utiliza para abrir la memoria del protagonista tres décadas atrás. La boda de su hija es irrelevante y fácilmente podría haber sido sustituido por otro hecho como un aniversario, un funeral, un viaje, no tiene ninguna aportación a la trama más que un giro que pergeña con un invitado al final. Con un recurso de recrear una cena de amigos en 1968 nos presentó a los personajes segundarios de interés, por lo que esto todavía deja peor parada a la boda, donde solo se ven viejos y breves reencuentros. 

Todos los personajes de Francisco Pérez de Antón me parecen que funcionan y lo hacen mejor en la medida que sabemos menos de ellos. La máxima que menos es más es ineludible porque hacen más claras las motivaciones. El protagonista, por otra parte, es un caso distinto, empezando con el nombre. ¡Aloisio! No pudo ocurrírsele un nombre mejor como Pedro, Rodrigo, Benjamín. En toda la novela se refieren a él por su apellido, Ayarza, y creo que con mucha razón es preferible llamarlo así. Pero el nombre es apenas una minucia. Ayarza siempre me pareció un personaje atemporal en 1968. Su actitud inicial cuando fue preso no parecía real. Se mostraba altanero y sarcástico ante el policía judicial, Esteban Gallerano, que tenía no solo los medios para dejarlo pudriéndose en una cárcel o bartolina, sino hasta para desaparecerlo sin dejar rastro. Luego el personaje, en efecto, va evolucionando y lo hace de una manera esperada, como una consecuencia natural de los hechos, aunque no de la forma en qué se nos dice que carga con ciertas cosas, especialmente en los aspectos psicológicos. Heridas tiene la noche busca traer dilemas parecidos a los de Raskólnikov en Crimen y Castigo, y particularmente creo que es un buen intento, pero eso es todo, un intento. Treinta años después Ayarza no se siente como un hombre envejecido, aplastado y amargado por la culpa; de hecho, se le retrata como un empresario exitoso, un fiel esposo, un padre amoroso, un ciudadano ejemplar, y nada de esto es fachada.

Heridas tiene la noche es una novela cuyo tema principal es la venganza y la culpa. Raskólnikov, digo Ayarza, dolido por el asesinato de su hermano como un número más entre la cantidad de asesinatos que se comenten en el país bajo el paraguas del conflicto armado interno, decide tomar la decisión de dar con los responsables de la muerte de su hermano, no quienes apretaron el gatillo, sino los que dieron la orden. El problema es que dar con los responsables es apenas una parte. ¿Qué hará después de que los encuentre? Tanta sangre fría hay en quien da la orden de disparar como de quien dispara, pero Ayarza no es un hombre de sangre fría y hasta cierto punto la ética, la moral, lo correcto, lo consumen. Hay personas a quienes la culpa de un genocidio no les afecta el sueño y hay quienes no pueden dormir si faltaron a sus principios. Pérez de Antón nos trata de decir que Ayarza es de estos últimos, pero dado el vacío de treinta años en su historia, lo que ha llegado a ser no coincide con lo que tuvo que haber sido. Sabado, domingo de Ray Loriga, retrata el sentimiento de la culpa como un gusano parasitario que es capaz de destruir una vida y reducir a un hombre a un mero despojo de sus posibilidades, no necesitó la excusa de la venganza sino simplemente el sentimiento de haberse creído ser cómplice de un crimen y haber guardado silencio.

La prosa elocuente de Pérez de Antón fluye tanto que termina por desbordar y establecerse hasta en los diálogos de los personajes. La mayoría de las personas exponen sus apologías y defienden sus puntos como si se tratara de un discurso escrito previamente, bien preparado y editado, como si la espontaneidad fuera un arte refinado. No hay palabras de más y a veces nos encontramos con un par de líneas que tienen demasiado eco y brillo. Quizá Pérez de Antón deje por allí alguno que otro dicho popular, pero en esencia los diálogos parecen más propios de los personajes de Shakespeare o de Jane Austin. Creo que para que alguien hablara como lo hacen los personajes de Pérez de Antón tendría que haber leído mil obras de literatura universal, ser un erudito académico o filósofo de profesión. Un policía judicial, un investigador, un vendedor de pinturas y hasta un sicario, hablan tan bien como cualquier profesor de Yale. Finalmente, para apostillar este hecho, solo analicemos el título elegido por Pérez de Antón: Heridas tiene la noche. Aquí privilegió la voz pasiva para anunciarnos que la prosa sería también una protagonista. Pudo haberla titulado simplemente La noche tiene heridas, aunque también pudo haber retorcido la figura retórica en un tono más poético: «Noches tiene la herida», «La herida tiene noches» o «La noche en las heridas», esta última me gusta más. También Pérez de Antón pudo haber apostado por eliminar la metáfora y decir solamente «Los recuerdos en la noche». En cualquier caso, Pérez de Antón sea en la narración o en los diálogos, hace lo que un pintor con un pincel o un escultor con un cincel. Arte. En este caso, arte literario. 

Tal y como he descrito la obra de Francisco Pérez de Antón pareciera que es una novela que cojea y mucho y la verdad es que, si nos concentramos demasiado en esos agujeros de la trama, pueda que la desvaloremos un poco. Las novelas de Pérez de Antón hay que entenderlas como vehículos en los cuales el autor realiza una crítica, una denuncia. La ficción en lo que respecta a los personajes es una cosa, pero todo lo narrado es real en lo que se refiere al fondo, sus consecuencias y efectos. Por ejemplo, el embajador de Estados Unidos, John Gordon Mein, fue asesinado en 1968 en Guatemala tras un secuestro fallido, tal y como lo describe en la novela. Pérez de Antón se encarga de advertirnos de que no olvidemos la historia reciente y que tomar partido es un error porque en ambos lados de la moneda hay un rostro monstruoso que no es ni mejor ni peor uno del otro. Y así como no fue el puro azar la elección de 1968 como el año que transformó al protagonista, tampoco lo fue 1998, porque otro hecho de gran trascendencia estaba sacudiendo a Guatemala, la muerte de monseñor Gerardi, la cual en sí misma ha sido motivo de especulación y todo tipo de historias por más de dos décadas. Por un momento llegué a pensar que Pérez de Antón terminaría vinculando la muerte de Gerardi con algo de su historia, pero finalmente solo fue una conversación de tantas que los personajes tuvieron durante la boda, ¡qué de algo hay que hablar en una boda! 

Heridas tiene la noche es una novela que se deja leer y gusta. Retrata una realidad vivida en Guatemala en años sumamente oscuros; al mismo tiempo que busca despertar cierta reflexión que, aunque suene a pretensión (y que lo es sin ninguna sutileza), se aplaude. Puede que la historia de Aloisio Ayarza la olvidemos tan pronto la terminemos de leer, pero no así el escenario en el que transcurre.

«Solo el que no recuerda no sufre. O solo el que olvida es feliz. La memoria es más de las veces una compañía insoportable.»

«Cambiar al mundo ha sido siempre una tarea sangrienta. No se libera a los pueblos con la palabra.»

«Uno piensa y dice muchas tonterías, aunque eso tiene arreglo. Lo que no lo tiene es cometerlas.»

«Para tener éxito en la vida, no siempre se necesita ser original; con ser un buen copista, basta.»

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