«Lo que en resumidas cuentas implica que las guerras de Independencia americanas, en esencia, no fueron entre españoles de uno y otro lado del Atlántico, sino más bien entre españoles de América, divididos por sus preferencias políticas y sus intereses económicos.»
Francisco Pérez de Antón es un escritor español que desde 1965 se nacionalizó guatemalteco y que actualmente es miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Transitando en la enseñanza académica, el periodismo, el emprendimiento, el empresariado, la historia guatemalteca y de América Latina, la investigación, la filosofía y especialmente la literatura, Perez de Antón se ha forjado un nombre cual marca que es garante de que sus libros no son superficiales y tampoco una excusa de los anaqueles. Y lograron sin choque sangriento, publicado en 2021, es un libro conmemorativo del bicentenario de la independencia de Guatemala.
Y lograron sin choque sangriento hereda su título del tercer verso de la tercera estrofa del primer coro del Himno Nacional de Guatemala; tiene como subtítulo: Reflexiones sobre la Independencia de Guatemala y la América española, lo cual sostiene por sí mismo cualquier sinopsis porque precisamente el libro es un ensayo histórico que explicita una reflexión sobre la independencia de Guatemala, un acto sucedido el 15 de septiembre de 1821.
Arturo Pérez-Reverte dijo una vez que «es un error grave mirar el pasado con los ojos del presente»; una sentencia que aboga por la sensatez, que no debemos apresurarnos a juzgar el pasado o tomar partido con la posición tan acomodada que nos aventaja el presente, menos con el sesgo cognitivo de la ideología. Dos siglos de distancia parecen ocultar los abismos de complejidad que hubo en la independencia de Guatemala y desairar, desestimar y hasta ilegitimar esa máxima de que esta se logró sin choque sangriento. En las últimas décadas en Guatemala hay un porcentaje cada vez mayor de la población que ha denostado la independencia hasta el punto de reducirla a un simple trámite plutócrata, en donde los próceres no fueron héroes sino villanos explotadores de un pueblo ignorante, criollos desalmados que rebanaron el pastel del poder con cuchillo de plata para quedarse con las mejores porciones que a lo largo de los siglos no fueron más que dictaduras. La sangre que no hubo en la independencia, la derramó el pueblo en los siglos venideros. Francisco Pérez de Antón no podía quedar impertérrito ante tales comentarios, principalmente cuando son los círculos académicos más progresista quienes los hacen y que en algunos casos contribuyen con algunos fines políticos propagandistas y populistas que ven en esa consecuencia de profunda división social una veta dorada, una fuente de poder.
Para entender a la Guatemala de 1821 hace falta primero comprender como se encontraba el mundo a principios del siglo XVIII. Pérez de Antón comienza con describir un conflicto social en toda América Latina proveniente principalmente de las diferencias entre los españoles peninsulares con respecto a los nacidos en la nueva España, los criollos. Los primeros denostaban a los americanos, como si fuesen de una categoría menor, no tan españoles como ellos que nacieron en la madre patria y que por lo tanto tenían más derechos de ocupar (y de hecho los ocupaban) cargos públicos y otras encomiendas de la corona. Los criollos por su parte también veían a los españoles peninsulares como advenedizos, hombres pobres y sin virtudes del viejo continente que cruzaban el atlántico solo para hacer fortuna y que en ningún caso podían considerarse iguales y dignos de la propia alcurnia local que ya se habían forjado. Aunado a ello estaban los impuestos que los americanos debían pagar a la corona, el bloqueo comercial por un mercantilismo que no podían controlar (compraban caro a España y vendían barato).
Los criollos no tenían los mismos privilegios que los peninsulares, eran como ciudadanos de segunda, pese a la riqueza que por varias generaciones habían logrado acumular. No obstante, América Hispana nunca hubiera, ni por asomo o amague, atrevido a levantarse contra España cuando esta era la potencia del siglo XVI, cuando controlaba la mitad del mundo, cuando era el imperio más fuerte del planeta. Hispanoamérica debió esperar hasta que la decadencia de sus propios reyes llevase al reino español a un punto del no retorno.
Pérez de Antón nos dice que la independencia en estas latitudes fue más como una guerra civil entre los propios españoles que un movimiento bélico parecido al de Estados Unidos contra Inglaterra. España estaba tan debilitada que no podía disponer ni de tropas ni de barcos para asegurar las colonias. La defensa de estas fueron facciones internas entre independentistas y monarquistas. Después de la derrota de España en Trafalgar y la catastrófica pérdida del poderío naval (pérdida de la cual nunca más se repuso), las abdicaciones de Bayona, la alianza de la corona con Francia napoleónica, la traición de Bonaparte y la constitución de Cádiz de 1812, las colonias en América solo tenían que dar el siguiente paso para desprenderse del yugo español que apenas si podía conservar la unión de sus propias provincias peninsulares.
Ciertamente los movimientos independentistas del Virreinato de Perú, el Virreinato de la Nueva Granada (que se convirtió en la Gran Colombia), la independencia de del Virreinato de Nueva España (para convertirse brevemente en el Imperio Mexicano) y el Virreinato del Río de la Plata (que hoy es Argentina, Uruguay y Paraguay), no fueron acuerdos de caballeros y mucha sangre corrió para que esos territorios lograran su emancipación. Proceres en la calidad de legendarios héroes surgieron para las naciones del nuevo continente: Miguel Hidalgo, Francisco de Paula Santander, Simón Bolívar y José de San Martín, por mencionar algunos. Pero el caso de la Capitanía General de Guatemala fue diferente. Los próceres de Guatemala no lucharon con espadas y mosquetes, no cabalgaron a los campos, no tomaron los puertos, sus armas fueron las palabras, las razones y la pluma. Pero no por ello son menos merecedores de nuestro respeto y admiración.
La república recién formada tras la firma de independencia estaba compuesta por lo que hoy se conoce como Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Belice y Chiapas. Un territorio tan extenso, despoblado y rico que no tenía un ejército propio era bastante vulnerable. Ya los ingleses tenían un enclave protegido en Belice y sus corsarios, buques y naves se habían convertido en un peligro constante en el Atlántico. Por otra parte, la nueva república también tenía conflictos internos para mantener la unión y ahora las diferencias eran entre liberales y conservadores. A las pocas semanas de la independencia les vino un mensaje de México, una invitación del emperador Iturbide para anexarse a su territorio. Dada la redacción de la carta había dos formas de resolverlo, anexarse de buena manera y obtener la protección de un país más grande que sí cuenta con un ejército, o no anexarse y enfrentar finalmente la conquista por la guerra que igualmente tendría la misma consecuencia. Esta parte de la historia se critica mucho, porque la independencia del 15 de septiembre de 1821 duró tan poco que ya el 5 de enero de 1822 Centroamérica era parte del territorio mexicano. No obstante, México no era el imperio que se decía que era y tampoco Iturbide un Bonaparte. Pronto las colonias centroamericanas se dieron cuenta y empezaron algunos levantamientos. A México le estaba saliendo oneroso mantener tropas en el sur y esto le costaría más cuando los estados del norte buscaron independizarse aliándose con los estadounidenses. En 1823 el imperio mexicano se convirtió en un proyecto monárquico fallido, Iturbide fue depuesto y también las colonias centroamericanas volvieron a ser independientes. Un acta de independencia que no fue ni más ni mejor que la anterior, que incluso fue inexorable e inevitable. Lamentablemente la unión se perdió y los estados se separaron, excepto Chiapas que continuó formando parte de México.
Es fácil criticar un hecho histórico, pero es difícil comprender tan mal intencionada crítica cuando se trata de la fundación de la propia nación. Los próceres de la independencia de Centroamérica quizá no fueron caballeros andantes ni se batieron a duelo para sangrar por la patria, pero lograr la creación de un país sin derramar una sola gota de sangre no es poca cosa. Lo más probable es que fueran personas normales, productos de su época, inteligentes en lo que cabe, pero tomaron las decisiones que debían ser tomadas en el momento preciso. No hay un mito en la independencia centroamericana, pero tampoco fue solo un trámite administrativo cualquiera. No porque hubiera una guerra para independizar un país este sería mejor: Simón Bolívar no pudo mantener la unidad de la Gran Colombia y los problemas de los países hispanoamericanos no son diferentes a los centroamericanos, después de todo todos somos la consecuencia ineludible de una historia común.
Y lograron sin choque sangriento es un buen libro para leer y releer en esta conmemoración del bicentenario de la independencia de Centroamérica. Se revisita la historia, se aprende uno que otro detalle nuevo y exalta un espíritu patrio fuera de las vanidades nacionalistas.
«La virtud se pierde a menudo a causa del interés.»
«Actuamos impulsados por una mezcla de motivos y el peso específico de cada uno varía con las circunstancias.»
«Todos los intereses son discutibles, sobra decir, aún los más nobles.»
«No hay libertad sin seguridad.»
«Ningún proceso político es por naturaleza virtuoso. Lo común es que haya sido hilvanado con tomas y dacas, enmiendas, deslealtades, trampas y traiciones.»
«Hacer del acto fundacional de una nación una derrota impide fortalecer la pertenencia, que es la fuerza unificadora por antonomasia.»
«Ningún país puede prescindir del paradigma de su fundación ni permitirse el lujo de decir que tal hecho se basó en una farsa, una traición o una mentira.»
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