viernes, 10 de septiembre de 2021

LUCA EL VENDEDOR de Adolfo Méndez Vides


«El cono del volcán de fuego se mira activo en el horizonte, luego de varios días invisible tras la bruma metálica. Una pequeña fumarola gris sale a borbotones atragantados, sube y se dispersa en el aire hasta mezclarse con las nubes para precipitarse como lluvia de ceniza. Al lado izquierdo se nota el cono pequeño del volcán Pacaya, también expulsando gases. Y más allá, en el poniente, detrás de la cordillera, está activo el Santiaguito.»

Adolfo Méndez Vides es un escritor nacido en Antigua Guatemala. Desde hace muchas décadas es novelista, ensayista, poeta y columnista de opinión en cultura y política en el diario local elPeriodico. Ha incursionado en el teatro como autor y director y eventualmente también ha ejercido la docencia universitaria. Como a muchos hombres de ideas, el conflicto armado interno lo obligó a tomar una decisión difícil y abandonó Guatemala. Ha viajado y vivido en París, Nueva York, México, lo que le permitió tener una mejor apreciación de la realidad nacional. En 1986 obtuvo el Premio Latinoamericano de Novela Nueva Nicaragua con su obra Las catacumbas; doce años después volvió a ser reconocido, esta vez con el Premio Mario Monteforte Toledo gracias a su novela Las murallas. Adolfo Méndez Vides en los últimos años ganó mayor notoriedad con la publicación del ensayo biográfico Arzú. Y el tiempo se me fue, escrito por encargo y a través de las entrevistas concedidas por el expresidente guatemalteco y alcalde hasta su muerte, Álvaro Arzú Irigoyen.

Luca el vendedor es una novela publicada en 2020 por editorial Alfaguara, que se ha convertido en la casa del autor en las últimas dos décadas. En esta obra Adolfo Méndez Vides nos lleva a conocer la historia de Luca desde la infancia hasta la edad adulta, he aquí la sinopsis:

«La fortuna atrae, la pobreza aleja, esto lo aprendió Luca desde niño, cuando sufría las privaciones de su círculo íntimo, así que decide que su vida será diferente y entiende que no tendrá oportunidad alguna si cede al destino de vendedor ambulante de medicinas que le tiene deparado el apellido. En contra de toda lógica y prudencia, sale a conquistar el mundo a los dieciséis años. Emprende un largo viaje que lo llevará de nuevo, como a Odiseo, a su lugar de origen, pero las condiciones no serán las mismas de cuando partió. Luca es otro, aunque ha pagado con creces el precio de ingreso al Paraíso. Las empresas se lo disputan y las mujeres también, pero es entonces cuando su misma gente lo traiciona para quedarse con su mayor logro.»

Luca el vendedor está narrado en primera persona y es la voz de su protagonista, Luca, la que nos introduce al viaje de su vida. La estructura es lineal con uso recurrente de elipsis y analepsis, además de otros recursos retóricos y discursivos que enriquecen el apartado literario. El lenguaje está bastante cuidado, sencillo y pulcro, aunque a veces Méndez Vides se recuerda que es un personaje guatemalteco e introduce algunos vocablos propios del país para darle esa sensación de novela guatemalteca al lector, aunque no niego que se siente abrupto, es como ponerle sal a un pastel o azúcar al tocino, desentona. La novela véase por donde se le vea, es imposible negar que está bien escrita, tiene fluides, las oraciones están bien formadas, las palabras son precisas y existe riqueza de herramientas narrativas. El problema fundamental de la novela es su historia.

No hace mucho tiempo leí Arráncame la vida de Ángeles Mastretta. Era la historia de vida de una mujer aparentemente oprimida entre el machismo y la riqueza a manos llenas, pero la forma en que estaba narrada casi volaba y los acontecimientos se sucedían tan rápido y superficial que las partes más interesantes caían derribadas de un vistazo por su carencia de bases. Además, el retrato de México de mediados del siglo XX con nombres y acontecimientos cambiados por licencias literarias, sea por conveniencia o pereza, lo hacía ver más como una caricatura borrosa que un país. Al igual que Luca el vendedor, Arráncame la vida era buena en su forma narrativa. Esas formas que como vajilla de plata del siglo XVI se usan para servir una salchicha con mostaza. Sin embargo, la historia contada por Ángeles Mastretta es Shakespeare en comparación.

El período de tiempo narrado en Luca el vendedor es de casi medio siglo, comienza a mediados de la década de los 50 y concluye a finales de la década de los 90. Luca era el hijo de una sirvienta y aunque no era bastardo, porque su padre se hizo cargo, era discriminado por los parientes paternos que tenían mayores recursos económicos, los suficientes como para situarse en la clase media. Su determinación y rebeldía lo llevan a construir su propio camino. De un patojo que comía en la cocina y jugaba en la calle, lo vemos convertido en un multimillonario capaz de comprar empresas como si de papel higiénico se tratase. Pero la historia no tiene ningún sentido y hay más agujeros que en un colador. Quizá salvo la parte de la infancia que hace algo de coherencia con la realidad y que, si uno comienza a leer la novela, termina enganchado por esas primeras veinte páginas que luego nos traicionan. En el momento que Luca va a los Estados Unidos de dieciséis años, sin permiso de sus padres, en avión, sin tener un lugar a donde ir (decidió donde poniendo un dedo en el mapa), sin saber inglés y de forma legal, allí las cosas pasan al terreno de lo absurdo.

La narración de Luca parece la historia contada por un borracho, aparte de los absurdos, están las contradicciones, por ejemplo, Luca dice que después de abandonar Guatemala para buscar el sueño americano, regresa de noche a su casa, con mucho dinero y en un convertible rojo. Pero luego, en otra parte dice que llegó para tratarse en el hospital una herida sufrida en Vietnam, porque estaba enlistado en el ejército y de alguna manera que no nos explican, en Estados Unidos no hay tan buenos hospitales como en Guatemala y deciden enviar a su veterano condecorado a este hemisferio. ¿Y cómo es que Luca fue a Vietnam, sobrevivió y no le afectó psicológicamente? ¿Cómo es que un muchacho menor de edad que no es ciudadano y ni siquiera habla el idioma se enlista en el ejército de los Estados Unidos? Si eso parece un sinsentido, lo será más el hecho de que en sus veintitantos durmió por tres años con una mujer, en la misma cama, desnudos, pero nunca tuvieron relaciones hasta casarse. Y esto de las mujeres, dicen que las mujeres se disputaban a Luca, pero en realidad estas lo abandonaban. Con todas tuvo uno o dos hijos. Esas muchas solo fueron cuatro: Clara, Diana, Lilian y Pilar; aunque podría mencionar una quinta, Hannah, la hija de Pilar (de su matrimonio anterior, para aclarar que no hubo incesto).

A medio libro la geografía se desfigura completamente, se vuelve aberrante y ridícula, Luca viaja entre país y país, en el momento que quiera y está en otro lugar a las horas como si nada, como si viajara en carro apenas unos kilómetros. A medio libro también aparece un hermano de quien nunca se nos había dicho nada, siquiera que existiera, teniendo en cuenta que fue en las primeras páginas que se presentaron a los personajes.

Nunca queda muy claro como es que Luca se vuelve millonario, porque muy inteligente no era, amigos influyentes no tenía, y características de líder carismático, persuasivo e ingenioso están tan ausentes que todo es un misterio. Se volvió una especie de ingeniero y trabajó en telecomunicaciones en Guatemala, porque siendo residente en Estados Unidos y teniendo una buena vida en el norte, decide que Guatemala es su lugar y empieza a ir a entrevistas. Cada vez que iba una usaba un avión como usar un taxi. Ya en Guatemala compró una panadería en quiebra por razones no del todo comprensibles, y aunque no sabía nada del negocio, en poco tiempo la hizo despegar. Luego compra una franquicia de bebidas y construye una embotelladora en Belice con la sencillez y velocidad como si se tratara de una galera o pérgola, y casualmente también la hace prosperar sin tener la menor idea de cómo funciona una embotelladora. Y aunque Luca no era religioso y ni por asomo o accidente se le ve algo de espiritualidad, suma una iglesia a sus logros. Al tiempo lo tenemos nuevamente comprando una lechería en decadencia, solo por la marca que todavía generaba cierto gancho mercadológico, la reconstruye literalmente de cero y como no podría ser de otro modo, también triunfa y la revende con ganancias millonarias. La corona la obtuvo cuando compró la empresa telefónica nacional, que en el libro la llama Tel&Tel, pero que todos sabemos que es Guatel. Aquí hasta se rosa con Carlos Slim (aunque tiene otro nombre) y el presidente de Guatemala. En esos momentos la historia había alcanzado los niveles máximos del absurdo. 

La Guatemala, Estados Unidos y todo el mundo que retrata Méndez Vides en Luca el vendedor no existe, es completamente irreal. La única manera de que la historia de Luca tenga algo de valor es situarla en el terreno de la fantasía, porque llegaba a momentos en que si aparecía un dragón no contrastaría demasiado. El tema del libro tampoco queda claro, todo es tan difuso, rápido, desprolijo y superficial que se vuelve completamente vano e irreverente.

¿Y qué decir de los personajes? Luca no es el personaje potente, extraordinario, producto y víctima a la vez de un sistema, ese héroe que nos prometieron; y si es el personaje mejor perfilado eso se debe a que la historia trata de él y él la cuenta, pero debo apostillar que nunca quedan del todo claro sus motivaciones y sentimientos, y en ocasiones su actuar es caprichoso sin seguir ninguna lógica. Todos los demás personajes son parte del fondo, aparecen y desaparecen sin que se les extrañe, sin que su ausencia impacte en lo mínimo.

Ignoro el propósito que tenía Méndez Vides con Luca el vendedor, de momento lo único que podría suponerse es que escribió para no perder la práctica. Quizá lo hizo con mucho ron, vodka o wiski en las venas y simplemente se dejó llevar sin saber exactamente a donde iba a parar. Nos contó una de vaqueros elevada a la décima potencia. Experimentó con la supresión de la coherencia y la realidad y lo que queda es un libro más.

«En cualquier hogar donde nadie trabaja, tarde o temprano hay que comerse los muebles.»

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