«El tiempo se va muy rápido, y está visto que uno no llega al poder a disfrutarlo sino a sufrirlo.»
Méndez Vides es un periodista, académico y novelistas guatemalteco. Tiene una gran trayectoria como escritor, reconocido en certámenes de poesía, relato corto y novela y ha publicado en editoriales tan importantes en la tradición literaria latinoamericana como Alfaguara. En esta oportunidad nos narra los pensamientos, las ideas y, sobre todo, las memorias de uno de los personajes tan controvertidos como entrañable en la política guatemalteca, Álvaro Arzú.
En el momento de escribir esta obra Méndez Vides era columnista de un periódico, elPeriódico, un dato que sorprende porque Álvaro Arzú no profesaba demasiada simpatía con ese medio de comunicación y tampoco tenía mucha apertura con cualquier periodista por todo lo que se publica acerca de él, generalmente en oprobio a su nombre y trabajo. Pero en esta ocasión la situación venía con la intención de dar una visión más cercana y personal, y no era un periodista genérico, sino un escritor consumado el que llevaría la voz de quien fuera el miembro más importante en siglos de la familia Arzú. Méndez Vides retrató con su prosa literaria esa figura emblemática de la democracia que logró mantenerse en la política guatemalteca por cinco décadas hasta que finalmente el tiempo se le fue.
En el momento de escribir esta obra Méndez Vides era columnista de un periódico, elPeriódico, un dato que sorprende porque Álvaro Arzú no profesaba demasiada simpatía con ese medio de comunicación y tampoco tenía mucha apertura con cualquier periodista por todo lo que se publica acerca de él, generalmente en oprobio a su nombre y trabajo. Pero en esta ocasión la situación venía con la intención de dar una visión más cercana y personal, y no era un periodista genérico, sino un escritor consumado el que llevaría la voz de quien fuera el miembro más importante en siglos de la familia Arzú. Méndez Vides retrató con su prosa literaria esa figura emblemática de la democracia que logró mantenerse en la política guatemalteca por cinco décadas hasta que finalmente el tiempo se le fue.
«A uno le dejan más heridas en el alma los amigos que se fueron que los enemigos que no lo quisieron a uno nunca. Pero ahí sí que mejor tomar en cuenta aquellas palabras sabias de Lao Tse, que decía –Tirar al mar el mal que te hicieron, tira al mar el bien que te hiciste–, y obviamente la felicidad en la vejes consiste en tener buena salud y mala memoria.»
Álvaro Arzú fue sin duda la personalidad de mayor trayectoria política en la era democrática de Guatemala, y como todo en la política guatemalteca, existe una mitificación colmada de rumores y mentiras en la mente de la población tanto que después de más de un año de su muerte muchos dudan de que en realidad haya ocurrido y que esté en algún país ocultándose–. Muchos somos testigos de la enemistad de Arzú con los medios de comunicación o, mejor dicho, con los dueños de esos medios, y como estos sentían y aún sienten un odio irracional hacia él haciendo que buenos periodistas se conviertan en esbirros de la calumnia que en letras sentencian copiando el estilo de Robespierre. Las noticias relativas a Arzú provenientes de estos diarios y revistas apenas poseen reminiscencias de verdad.
Recuerdo hace muchos años, más de diez años, era la época en que gobernaba Alfonso Portillo en Guatemala. En aquella época tenía un proyecto en lo temprano de mi carrera universitaria. Debía leer diariamente un periódico serio de opinión, y así lo hice, aunque no me reservaré el nombre del periódico. Leía a los columnistas, sus apologías, sus argumentos y conclusiones. El proyecto terminó en un semestre, pero yo decidí continuarlo por dos años más. Un día revisé la bitácora de todas las notas y me di cuenta de que en un período de poco más de treinta meses jamás ese medio de comunicación publicó una noticia positiva o al menos neutral –con el beneficio de la duda– por una acción del gobierno. Todo, absolutamente todo, era motivo de oprobio y mácula en la editorial, era como si el gobierno que teníamos fuera la peste. Luego se sumaban los columnistas que como carroñeros hundían sus cabezas en los chismes más pútridos como si fuera una competencia de quien encontraba los adjetivos más peyorativos, realmente todo ese papel era un peladero. En ese momento decidí que jamás volvería a leer ese periódico y así lo he hecho desde entonces. Ni los titulares volteo a ver, esas páginas son más útil como material de reciclaje para hacer piñatas o cohetillos. Con el tiempo ese periódico también ha venido a menos; su credibilidad parece un vago recuerdo, porque reconozco que no todo ha sido humo y, en efecto, hubo un tiempo en que publicaba respetando los valores del periodismo.
No quiero hablar de lo que significa la democracia o la obligación ciudadana. Es material de ensayo y aunque me siento con la motivación para poder escribir mis percepciones sobre ese tema, no vienen al caso. Simplemente diré que cualquier autoridad merece respeto, estemos de acuerdo o no con sus acciones o decisiones, no nos toca juzgar, en el corto plazo, si así fuera el caso, lo harán los tribunales, los jueces, en el largo plazo está la historia. En las verdaderas democracias el poder del pueblo se ejerce en el voto y ningún político, en ninguna parte del mundo democrático, tiene el voto de todos. No obstante, y lamentablemente, el poder de los medios de comunicación es la desinformación, existe ese morbo por las malas noticias, por vender el apocalipsis. En Guatemala los diarios, los medios independientes, incluso los que se manejan a través de las redes sociales, son peyorativos, parciales, calumniosos, en esencia, la mejor definición de amarillistas. Si existiera un rating de los países con los medios más amarillistas del mundo considero que Guatemala puntearía en las primeras posiciones. Y cuando no son amarillista, van al otro extremo, aduladores y serviles, ideológicos y falaces. Aunque aclaro, no todo es está perdido, no todo está mal, existen ciertos medios y periodistas que rescato de ese agujero negro, que regularmente escucho, veo o leo.
«Lo malo es que los guatemaltecos no tenemos una buena impresión de nosotros mismos, quizá por la mala publicidad que emiten los medios, y porque tampoco se puede exigir un país de primera, pagando impuestos de tercera.»
Personalmente siempre he creído que el gobierno de Arzú ha sido el mejor de la era democrática de Guatemala; y obviamente creo que esa opinión es compartida por muchas personas, de lo contrario como se explica que se haya mantenido en la alcaldía durante décadas y que si aún estuviera vivo y decidiera participar para un nuevo período los capitalinos votarían por él, incluso en estas nuevas elecciones del año 2019 votaron por su sucesor, Ricardo Quiñonez. No es que no haya más partidos políticos o más candidatos –realmente abundan–, o que no se confíe en las nuevas generaciones. Pero Arzú tenía un latiguillo en sus discursos de “obras y no palabras” y negar lo que ha construido es simplemente un desatino. Como persona, nació con recursos, en el seno de una familia de abolengo, en la oligarquía guatemalteca, rodeado de fincas y empresas, por lo que dinero nunca necesitó y probablemente nunca necesiten ni sus descendientes. Y como ciudadano hizo una carrera política impresionante, fue alcalde capitalino y hasta mandatario de una nación, firmó la paz de una guerra civil que duró treinta y seis años, por lo que sin duda también logró su autorrealización política. ¿Qué le quedaba a Arzú? trabajar por el bien común, dejar un legado. Obviamente, era un hombre con defectos como cualquier otro, tomó decisiones discutibles, pero seguramente son las menos.
Tanto si se aplaude la obra de Arzú, como si se es un detractor, sus memorias son interesantes e incluso inspiran a trabajar por el país o por la ciudad. A manera de entrevista, va respondiendo una a una las preguntas de Méndez Vides quien transcribe la respuesta con su arte narrativo sin perder la vos y estilo característico de su interlocutor. Muy anecdótico y franco, sencillo y directo, muy propio de Arzú. Da la impresión de estar leyendo el diario de un abuelo que cuenta con añoranza los tiempos de antes y con afán los de ahora. Si se admira Arzú, se encontrará una que otra razón para confirmar el sentimiento; mientras si se es un crítico u opositor, se tendrá una perspectiva mucho más grande que solo la imagen castiza, burguesa y autoritaria que pregonan los medios, que es tan plana como caricaturesca.
«En Guatemala lo único que no te perdonan es el éxito.»
Aunque las memorias no son fuente de historia, puede que las abordemos como referentes de ella y encontremos una nueva perspectiva. En las páginas la voz de Arzú nos ilustra pasajes personales de recuerdos y vivencias. Uno no deja de sentirse familiarizado, y más aún, empezar a recordar todos esos eventos históricos de Guatemala. Al ser un libro con un toque muy personal, en algunas páginas encontraremos confesiones de decisiones erradas, fracasos que contribuyeron a su experiencia. También hallaremos alegrías y tristezas, triunfos y derrotas, tranquilidad e ira, valentía y temor, todos esos sentimientos con los que se construye la vida.
«La memoria guarda con celo los mejores momentos de la vida.»
Arzú y el tiempo se me fue es un libro altamente recomendable, engancha, se disfruta e incluso conmueve. Uno no desea que se acabe, que termine tan pronto. Pero lamentablemente así es. Las memorias de Arzú dan para varios tomos, es tanto lo que vivió y sintió, que existen más anécdotas que contar y que lamentablemente ya no existe voz para ellas. Los ojos que vieron décadas de historia política en Guatemala ahora no son más que restos mortales, polvo.
Nueva y finalmente, tanto si se es admirador o detractor de Arzú, su mensaje une: trabajar por Guatemala vale la pena.
«Sin desafío no se puede probar el valor.»
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