«Vida dura la del soldado; muchas veces injusta e ingrata. No digo la del militar, porque ha habido muchas instituciones de carácter militar o militarizadas por ley, donde abunda gente que viste uniforme e insignias, incluso con grados de General, que no han pasado nunca de ser simples militares, sin haber llegado a tener la menor idea de lo que significa ser soldado. El soldado jamás pierde el honor, la lealtad, el sentido del deber, la dignidad, la honestidad, el valor y el amor a la Patria. Quien es sólo militar puede perder cualquier cosa; puede perder la vergüenza, la honestidad, el pudor, la dignidad, también el honor y olvidar totalmente su deber.»
En los anaqueles de las librerías existen muchos libros con cierta orientación ideológica que satanizan al ejército de Guatemala o de cualquier otro país –da igual las fronteras, es una fobia contra todo lo que representan los militares–, dejando sin derecho a una digna memoria a todos aquellos soldados que cayeron defendiendo a la patria. Soldados que eran hijos, eran hermanos, eran padres, eran ciudadanos de un país, un país en donde se encontraba su hogar. No niego que no hayan existido personas que abusaran del poder, que se asemejaban a monstruos, que los había y no pocos.
En una historia siempre existe más de una versión, cada versión se fija de acuerdo con la perspectiva de quien la vive o de quien la observa, que no es lo mismo. Es difícil que en la narración de un hecho ocurrido en años oscuros exista completa verdad o autenticidad, incluso las evidencias en sí mismas son testimoniales. Palabras contra palabras. ¿A quién creer entonces? Es una buena pregunta que probablemente tenga una respuesta cargada de complejidad o que escape a las palabras. Como en la teoría de conjuntos, pueda que existan datos en una intersección, que tengamos un diagrama de Venn y que en la información donde haya un común denominador, una coincidencia de las versiones de ambas partes esté la veracidad, dejando el resto, los extremos diferentes, a las hipótesis, esos argumentos que pueden ser refutados en cualquier momento. Siempre he creído que quien se exprese con mayor respeto de su contraparte es a quien corresponde prestarle mayor atención, no creerle, sino escucharle y valorar sus puntos y opiniones.
Crónica de una vida es la autobiografía de la vida como soldado y militar de Ricardo Méndez-Ruiz Rohrmoser, mejor conocido por haber sido Ministro de Gobernación en el inicio de la era democrática de Guatemala, y cuyo hijo la guerrilla secuestrara y torturara con el objetivo de obligar al gobierno a cumplir con una lista de exigencias de guerra. Datos que también los expresa en su obra.
«Ser líder es más cuestión de responsabilidad y ética, que de capacidad.»
Ricardo Mendez-Ruiz comienza con la narración de su arresto y el paso por un corredor llamado El celular de la penitenciaría central. Esto en los tiempos subversivos de la contrarrevolución de 1954, en esa época aún era un joven cadete y su permanencia tras los barrotes obedece más a un tema fortuito que ideológico. Méndez-Ruiz no se limita a exponernos sus vivencias, sino que nos da un recorrido por la historia de Guatemala exponiéndonos donde estaba en cada gobierno, los momentos críticos que le tocó vivir y la forma en como superó esas adversidades.
He leído varios libros escritos por militares retirados, brindando su visión de la historia. Todo soldado de carrera, todo aquel que ha sangrado por la patria, tiene una particular forma de expresarse que, aunque sin pretenderlo, provocan admiración ante su estoicismo. Sin embargo, estas crónicas de Méndez-Ruiz tienen un agregado que lo hace destacar, y es que creo que es difícil que vuelva a leer a alguien que se sienta tan identificado, agradecido y apasionado por el ejército y la patria que, si tuviera que adentrarse en la selva a una misión suicida, no dudaría en hacerlo si con ello cumple con su misión como soldado, servir a la nación.
«La peor organización, es mejor que la mejor improvisación.»
El libro son las memorias de un hombre viejo, pero lúcido. Probablemente un escritor fantasma estuvo tras cada línea, sea como transcriptor, redactor o editor del contenido, y hacia ellos mis respetos por hacer de cada párrafo un gancho para el siguiente. Verdaderamente un logro que la narración fuera fluida la mayor parte de las veces y que las anécdotas sumaran valor, ya sea en lecciones de liderazgo y motivación, cápsulas de historia y hasta drama familiar. Entre página y página vemos surgir y caer presidentes, desde Juan José Arévalo Bermejo hasta Serrano Elías.
«El terremoto del 4 de febrero de 1976 desnudó a nuestra Patria, Guatemala se dio cuenta, como el resto del mundo, que éramos un país injusto, atrasado, de adobe, analfabeto, desnutrido, descalzo y muerto de hambre. Fue una gran llamada de atención para que los guatemaltecos conociéramos nuestra realidad, y para que trabajáramos para hacer una Nación justa. Pero no. en lugar de esos nos empeñamos en una guerra civil tonta; fuimos responsables todos, la sociedad compuesta por extranjeros residentes, criollos, mestizos, ladinos, indígenas, ricos, pobres, políticos, apolíticos, católicos, evangélicos, ateos, comunicas, anticomunistas, no comunistas, civiles, militares, empresarios, intelectuales y un larguísimo etcétera.»
Méndez-Ruiz también se desnuda de ideología y, de hecho a su criterio, tanto la izquierda como la derecha guatemalteca son posturas ideológicas rancias. Según los hechos que narra, mientras los dirigentes guerrilleros estaban bebiendo en chalets en el extranjero, la guerrilla de a pie combatía y moría en la selva. Mientras algunos altos mandos del ejército respondían a una élite clasista y racista, soldados morían en una guerra fratricida. El verdadero objetivo de quienes dirigían era llegar al poder y como no lo podían hacer democráticamente –por la cooptación del poder por los círculos oligárquicos–, entonces lo harían por las armas. Una vez llegada la era democrática todo cambió. Sin mencionar nombres, ya tuvimos en el gobierno un vicepresidente que fue un líder de la guerrilla, otro gobierno con claros nexos y vínculos con dirigentes exguerrilleros, sin mencionar el poder que otros han acumulado en estos treinta años. En esa lucha de poder, el perjudicado siempre ha sido el pueblo.
Mendez-Ruiz hace varias citas en su narración, por ejemplo que Santiago Roncagliolo escribe en su libro La cuarta Espada: «Un comunista tiene claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos en este mundo. Un comunista, por sobre todo, es inclaudicable y sus principios son inamovibles. No importa qué evidencia se le muestre, no importa qué hechos se eleven ante él, se mantendrá imperturbable, religiosamente seguro de que la realidad pertenece al mundo de las apariencias, y que en el fondo, en el plano de las esencias, más allá de toda discusión posible, hay una verdad fundamental que él conoce. Todos los puntos de vista que se opongan a esa verdad son farsas, producto de una gran conspiración destinada a asegurar el orden social por cualquier medio». Lo anterior aplica para el fanático comunista, que generalmente son trabajadores y estudiantes que creen fiel y ciegamente en las palabras de su líder. Nunca se han puesto a pesar de que Marx, quien escribiera tesis sobre el valor del trabajo, jamás trabajó en su vida. Qué cuando escribieron el Manifiesto Comunista con Engels, lo único que querían era un bestseller que les redituara algo porque tenían problemas financieros. En fin, Mendez-Ruiz lo cita porque contra ese tipo de personas luchó incluso a nivel personal cuando secuestraron a su hijo.
Lamentablemente una buena parte del libro la ocupa en refutar la obra de Mario Payeras, y también Masacres en la Selva de Ricardo Fallas. Toma extractos de decenas de páginas para luego darnos su opinión o su versión de la situación, aportando los fallos de lógica, cronológicos, anacrónicos o ideológicos. Cuando recurre a esta crítica le resta ritmo y el libro pierde su atractivo para continuar en la lectura, puesto que si quisiera leer artículos que refuten los libros de Payeras o Fallas, los encuentro a montones en la Web. Hubiese preferido que Mendez-Ruiz contara más de sí mismo que de otros. En una oportunidad, como anécdota propia, pensé en comprar el libro Masacres en la Selva, pero cuando supe que lo escribió un guerrillero, me abstuve, porque después de todo ¿Qué hace la guerrilla por un país además de matar y destruir? En Colombia la guerrilla se convirtió en un órgano narcoterrorista. En Cuba la guerrilla obtuvo al poder y lo convirtió de un país pobre a uno extremadamente pobre. Sin mencionar las masacres y crímenes atroces que cometió el Che Guevara en su mesiánica idea de convertirse en el libertador de las Américas ¿Libertador de qué? Me pregunto. Algunos teorizan que, si Guevara se hubiese quedado en Cuba, le hubiera pasado lo mismo que a Trotsky. Y ese es el punto, quien lee a Payeras o a Fallas no leerá a Mendez-Ruiz y viceversa.
Un fallo bastante grande del libro es la inclusión del Informe Manolo de Avemilgua que fue omitido por la Comisión Internacional de Derechos Humanos –CIDH–. Y está bien que Ricardos Mendez-Ruiz acuse que la CIDH fue parcial o que ideológicamente respondía a la guerrilla, por una serie de situaciones ligada a sus dirigentes, pero incluir un documento completo dentro del texto me parece demasiado. Aburre realmente. Aunque por otra parte ¿Dónde más iba a encontrar eco? Quizá sea como ese meme “era algo que tenía que decirse… y se dijo”.
De Crónicas de una vida es un buen libro que, aunque busque desprenderse del marco ideológico, no lo logra del todo, pero aun así no demerita la intención de su autor de darnos una visión de la Guatemala del Siglo XX y esos oscuros pasajes de la guerra civil. Para cerrar este comentario, dejo estos extractos que subrayé:
«Considero al informa de la Comisión del Esclarecimiento Histórico como un documento espurio, fruto de una filosofía política fundamentalista que no refleja más que el resentimiento ideológico de sus autores, quienes retorcieron y distorsionaron la realidad y la historia.»
Y el extracto que a continuación transcribo no es de Ricardo Mendez-Ruiz, incluso creo que al autor de este no le simpatiza demasiado la figura de los militares en Guatemala –menos la de Mendez-Ruiz hijo–, pero aun así no deja de decir algo que desde su experiencia y conocimiento periodístico es una realidad que afecta el futuro. Donde la firma de la paz parece todavía no ser tan firme como para dejar el conflicto en el pasado y empezar a trabajar –porque solo es trabajando– a construir la Guatemala que todos necesitan y merecen.
«Creo que aquí hay demasiada gente que vive del conflicto. Las ONG lo promueven para seguir recibiendo donaciones. Hay gente que sigue teniendo un discurso confrontativo porque le viene dinero del extranjero y la mantiene. Hay personas cuyo objetivo es conseguir USD 10 mil dólares al mes para sobrevivir, y dicen, hacen y hablan lo que quieren, y no lo superan. Todo eso daña las fundaciones que sí valen la pena. Además, muchos jóvenes, lamentablemente, defienden las ideas del conflicto sin haberlo vivido (…) La guerra pasó. Punto.» Pedro Trujillo.
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