jueves, 12 de septiembre de 2019

LEYENDAS DE GUATEMALA de Miguel Ángel Asturias

Leyendas
«El árbol amaneció un día en el bosque donde está plantado, sin que ninguno lo sembrara, como si lo hubieran llevado los fantasmas. El árbol que anda... El Árbol que cuenta los años de cuatrocientos días por las lunas que ha visto, que ha visto muchas lunas, como todos los árboles...»
Leyendas de Guatemala es el primer libro publicado por este laureado escritor guatemalteco, Premio Nobel de Literatura en 1967. Fue la obra que le abrió el camino como escritor consumado y donde rápidamente obtuvo reconocimiento en los círculos literarios y elogios de la crítica. Esta obra convirtió a Miguel Ángel Asturias en el precursor de una nueva generación de escritores latinoamericanos y la semilla del realismo mágico, que como muchos teorizan, nació en Guatemala, por su folklore, por su misticismo, en las letras de Asturias.

Este libro lo leí por primera vez en 1994 y confieso que cuando lo leí era muy joven –un niño– como para poder apreciarlo, siquiera entenderlo. Fue una maestra de primaria, de nombre Olga, quien nos asignó esta lectura como obligatoria en el curso de idioma español. Una falta de tino de la docente, esto quisiera pensar, porque a pesar de que la obra de Asturias sea un hito en la literatura guatemalteca y latinoamericana, es tan estrambótica y confusa que antes de acercar y reafirmar en un niño o cualquier persona, el hábito de la lectura, lo aleja y bastante. Es uno de los libros menos indicado para alguien que no está acostumbrado a leer o lee poco. Recuerdo que después de leerlo no quería más libros por mucho tiempo, por muchos años. ¡Así de drástico! Ciertos libros son traumáticos a una temprana edad, pero en otros momentos de la vida son todo un deleite. Cada cosa tiene su tiempo.

Leyendas de Guatemala también es uno de esos libros de sentimientos encontrados, la oda a la contradicción del lector. Por una parte, desata una vorágine de admiración hacia el autor por su nivel de narración, la elocuencia y belleza en las palabras, y por otra parte también desprecio, por los absurdos y el abuso del lenguaje onomatopéyico. En efecto, es extraño decir que un libro no es ni bueno ni malo, o que es bueno y malo al mismo tiempo. No quiero considerarme un anatema al decir tales cosas de un Premio Nobel, uno de los guatemaltecos más cultos que ha habido, pero su narración y prosa es tan única que encanta, y a la vez tan extraña que frustra.

Si quieres un libro que cuente historias y leyendas de espíritus, aparecidos y fantasmas del folklore guatemalteco, es mejor que consigas un libro de Celso Lara Figueroa o Héctor Gaitán, porque Leyendas de Guatemala de Asturias es prácticamente poesía. La primera vez que lo leí no lo entendí, la segunda creo que tampoco, fue hasta la tercera o cuarta vez que me di cuenta de que no debía leerlo como narrativa o relatos cortos. Solo así pude entender y finalmente elogiar la calidad de su prosa y la forma onírica de hilvanar las palabras. Una inspiración sublime la del autor. Su escritura es como plasmar sueños, está colmada de imágenes completamente surrealistas. 

Es hermosa la prosa de la Leyenda del Volcán, la Leyenda del Cadejo, la Leyenda de la Tatuana y la Leyenda del Sombrerón. Relatos que, si se abordan equivocadamente, con frialdad y ajeno al gusto poético, no se leerá más que disparates: una pelota diabólica que se transforma en sombrero, la trenza de una monja que se convierte en un espectral huargo, o una esclava que escapa a través de un barco tatuado con una uña, ¡qué imaginación tan bizarra la de Asturias! Pero dejando los sinsentidos, las palabras forman oraciones colmadas de elegancia y belleza, y estas a su vez párrafos que podría fácilmente comparar con un lienzo de Salvador Dalí o René Magritte.

En un contexto diferentes están la Leyenda del Tesoro del Lugar Florido, Los Brujos de la Tormenta Primaveral y finalmente, Cuculcán, Serpiente-envuelta-en-plumas. Es posible que en estos últimos Asturias haya puesto su mayor esfuerzo, buscando una mejor comprensión de las tradiciones o fe precolombina, incluso exprimiendo con vehemencia toda inspiración que le provocara el Popol-Vuh, pero lo bello se satura y el lector empieza a sentirse incómodo, es como contemplar en exceso una pintura abigarrada, como empalagarse con un postre ahogado en mieles, jarabes y almíbar. El brillo de las primeras leyendas opaca a las últimas.

Sin duda los filólogos y literarios expertos en Miguel Ángel Asturias podrían rasgar sus vestiduras y decir un sin fin de cosas para defender su obra prima; pero si acordamos que no es narrativa, sino prosa, también entendemos que la prosa es como una canción, puede gustar y puede que no. Y gustar se complica a un nivel más alto cuando las cosas se ponen inintelegibles e inextricables. Cualquiera que lea El Paraíso Perdido de John Milton no tendrá mayor complicación de seguir la prosa, de hecho, se maravillará sin demasiado esfuerzo. Pero luego traten de leer Cuculcán, Serpiente-envuelta-en-plumas sin saber quién es el autor, y posiblemente epítetos y denostaciones aparezcan en los siseos de un lector incomodado.

Mi conclusión es que Leyendas de Guatemala es una obra hendida. La mitad de sus relatos –leyendas–, maravillan y los puedo leer una y otra vez, indefinidamente, sin que me aburran, siempre encuentro algún detalle nuevo que desata mi asombro y orgullo porque un guatemalteco lo ha escrito. La otra parte, prefiero obviarlos, saltarlos y no es porque estén mal escritos, sino que no tengo la paciencia para ello. La mejor analogía para esta obra de Asturias es un álbum musical: en todo álbum son alrededor de tres o cuatro canciones las que poseen la fuerza, la motivación y el encanto; las otras nos parecen de relleno, quizá el artista también se esforzó de la misma manera con ellas y les guarde algún sentimiento de aprecio, pero lamentablemente las saltamos.

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