«Este libro está escrito con el corazón, con la intención de darle honor a quien honor merece. La vida de mi padre merece ser contada por el camino maravilloso que recorrió. la muerte de mi padre merece ser contada porque la oscuridad no podrá jamás disipar la luz.»Este libro es un regalo de mi esposa, quien ya me conoce y sabe que me apasiona leer este tipo de obras que están muy estrechamente relacionadas con Guatemala. Un Libanés de San Marcos es la historia de Khalil Musa narrada por su hija, Aziza.
Generalmente tenemos la idea de que el sueño americano es sólo posible en el norte del continente, en Estados Unidos, la llamada tierra de las oportunidades. Son tantas las historias de triunfos y éxitos que han surgido en esos suelos; sin embargo, en estas páginas Aziza nos dice que para Khalil Musa el sueño americano estaba un poco más al centro del continente, en un lugar donde toda semilla germina y que comúnmente es llamado el país de la eterna primavera. Para Khalil Musa el sueño americano en realidad fue y siempre había sido Guatemala.
Khalil Musa nació en Deirmimas, un lugar a cincuenta kilómetros de Beirut, Líbano. Sus orígenes fueron completamente humildes. Sin dinero, sin tierras, sin un apellido heráldico, sin nada, a excepción de una familia que con carencias y limitados recursos le brindaron la mayor riqueza que un hombre honorable podía tener: principios y valores.
Con su traje de graduación de bachillerato y una liviana maleta que tenía apenas unos pocos efectos personales, inmigró a Guatemala para trabajar en fincas de café en San Marcos, un departamento montañoso que se encuentra al occidente del país. Algo característico de Khalil fue que desde que vino a Guatemala hasta su muerte, nunca paró de trabajar. Todo su éxito, toda la riqueza que logró, fue por medio del trabajo. No tuvo una fórmula mágica. Trabajando ascendió en la finca, trabajando logró comprar algunos terrenos, trabajando logró que esos terrenos produjeran, trabajando compró su propia finca, trabajando logró que esa finca produjera, y así, su historia es una vida de trabajo. No de opulencia, no de lujos, no de otra cosa que no fuera trabajar. Obviamente, el trabajo para Khalil Musa no era solamente eso, el trabajo era su vida. Le gustaba lo que hacía, amaba trabajar la tierra y el café, y todo lo que vino fue prácticamente por añadidura. No buscaba riqueza, la riqueza lo encontró a él.
En la época del conflicto armado interno (una forma políticamente correcta en la que en Guatemala se llama a la guerra civil) Khalil Musa fue secuestrado por la guerrilla. Sufrió vejámenes mientras pagaban su rescate, incluso estuvo a punto de morir ejecutado. Pero eso no lo doblegó y con el mismo espíritu emprendedor continúo en Guatemala haciendo lo que le gustaba: cultivar un café de excelente calidad. Pero no se detuvo allí, además fundó otras empresas, dio empleo a muchas personas, siguió creciendo, formó una familia. Se hizo más guatemalteco que libanés.
Es increíble como un extranjero hizo todo esto en Guatemala. Khalil Musa proveniente de un país al otro lado del mundo, no tenía nada, ni recursos ni título académico, ni siquiera estaba bien relacionado y apenas hablaba el español; pero, aun así, con todas esas limitaciones, pudo escalar y en una sola vida construir un legado. Si todos los guatemaltecos tuviéramos la mitad del espíritu emprendedor de Musa e hiciéramos la mitad de lo que hizo, haríamos que Guatemala fuera el doble de lo que es hoy.
No obstante, para Khalil Musa lamentablemente no todo fue una tierra de sueños, había que despertar. Murió vilmente acribillado junto con su segunda y última hija, Marjorie, mientras se dirigían a almorzar. Luego sobrevino la hecatombe política que desató la publicación de un video tras el fallecimiento de Rodrigo Rosenberg. Grabación en la que con vehemencia y mucha seguridad Rosenberg señalaba quienes habían sido los autores intelectuales del asesinado de Khalil Musa y también los artífices de su propia muerte. Y bueno, creo que nadie en Guatemala vive en una burbuja como para no recordar eso. Manifestaciones pidiendo la renuncia del presidente Álvaro Colom y el arresto de la primera dama, Sandra Torres. Un caso que desde el principio la mayoría intuía que estaba viciado puesto que el fiscal general de aquella época, Amílcar Velázquez Zárate, se reunió en Casa Presidencial a solas con el presidente ¿para qué? Y luego está la intervención de la Comisión Internacional Contra la Impunidad –CICIG– para apoyar en la investigación e intentar resolver el caso de Rosenberg, caso que fue el último en solucionar el comisionado Carlos Castresana antes de que renunciara. ¿Cuáles fueron los motivos reales de su renuncia? ¿Qué este caso haya sido el último fue coincidencia? ¿Por qué todo tiene que heder a conspiración?, sólo él lo sabe, pero seguramente hay cosas muy oscuras por allí. Luego surge la figura del nuevo comisionado Francisco D’Allanese que pasó toda su gestión en la CICIG cobrando un salario porque nadie recuerda que haya hecho algo importante para la institución o el país, ya sea revelando alguna estructura criminal o aportado evidencia de investigación. Nadie recuerda siquiera a D’Allanese. El comisionado D’Allanese fue quien concluyó y cerró el caso Musa, y que al respecto Aziza en este libro manifiesta: «Y así fue como la CICIG y el Ministerio Público fabricaron una historia alrededor del asesinado de mi papá y mi hermana, basándose en testimonios de ladrones y sicarios, personas que reciben dinero para matar».
En Guatemala es típico resolver casos de alto impacto con el testimonio de colaboradores eficaces, eufemismo utilizados para nombrar a personas que no son más que sicarios, ladrones, corruptos y falaces. ¿Estas personas que han vivido al margen de la ley, podrán actuar a favor del derecho? ¿Una persona que mata por que le pagan, no mentirá por el mismo motivo? Así aparentemente resolvieron el caso de Khalil Musa, así aparentemente resolvieron el caso Rossenberg, así aparentemente resolvieron el caso Gerardi, y así aparentemente resolvieron muchos otros más, pero en realidad ¿Qué fue lo que resolvieron? ¿A favor de quién lo resolvieron? Existen vacíos enormes que librar en la evidencia, vicios en la investigación y contradicción en los testimonios. ¿Quién mató a Jorge Carpio Nicole? aún no lo sabemos, como no sabemos por qué más de cinco mil guatemaltecos cada año se convierten en números de la violencia, simple estadística, sin que sus familiares encuentren auxilio o consuelo en la justicia. Nadie pide venganza, sólo aquello que un verdadero Estado de Derecho debe a sus ciudadanos, justicia.
Convenientemente en el caso Musa los autores materiales fueron casi los mismos que los del caso Rosenberg, quien aparentemente también planeó su propio asesinato ¿Alguien podría creer semejante historia? ¡El Juez sí! Pero ¿y qué de los autores intelectuales? ¿Quién se beneficiaría con la muerte de Khalil Musa? Aziza Musa cuenta que tuvo una reunión con Castresana fuera del país, ya cuando este no era parte de la CICIG, cuando había renunciado. En esa reunión Castresana le confirmó que todo lo que dijo Rodrigo Rosenberg en su video era verdad. ¿Por qué Castresana le diría eso? ¿Por qué en ese momento? Tampoco creo que Castresana sea una blanca paloma, que si hubiera algo de verdad en esa afirmación, que si tuviera evidencia, al menos la ética lo obligaría a denunciarlo ante la Corte Internacional de los Derechos Humanos.
Un Libanés de San Marcos es una historia que motiva, porque nos muestra que Guatemala es un lugar donde todo sueño germina; pero al final deprime, frustra e indigna, porque malos guatemaltecos sólo contemplan este país como un buffet de poder y dinero.
Aziza Musa crea en este relato un homenaje a su padre, que no solo funciona como una alternativa de buscar un medio para contar una historia digna de ser contada, la de un hombre sobresaliente y luchador, sino también obra como catarsis por la impotencia de no encontrar justicia para esa misma que persona que de otra manera aún estaría en Guatemala trabajando, cultivando café.
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