«El mar, aquí más bravo que en la otra costa, formaba el fondo de todo con el eco de sus turbulencias. Horizonte auditivo que se hacía visible línea de fuego azul, cuando alguien se encaramaba en su cerro a echarle a la divisada, desde muy lejos o de más cerca; los recién llegados, curiosos por saber cómo era el mar Pacífico, se subían a los palos altos y lo encontraban con su color creolina de leche verdosa en la mañana y, por las tardes, igual que un aguacate partido con la pepita roja.»
Miguel Ángel Asturias ha sido el escritor guatemalteco más importante en la historia del país. En 1967 recibió el Premio Nobel de literatura, convirtiéndose en el segundo escritor latinoamericano en recibir tal galardón (el primero fue la chilena Gabriela Mistral en 1945). Además del arte de la escritura fue un importante diplomático y político. Desempeñó el cargo de embajador en Argentina y Francia e incluso llegó a ser diputado del Congreso Nacional durante el gobierno de Jorge Ubico. Sus obras notables son El señor presidente, Leyendas de Guatemala y Hombres de maíz. Fue tal la influencia y calidad de sus obras que el premio más importante dedicado a las letras en Guatemala lleva su nombre, Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias.
Viento Fuerte, publicado en 1950, forma parte de un bloque de novelas denominadas “la trilogía bananera. Las otras obras son El papa verde, publicada en 1954 y Los ojos de los enterrados de 1960. Estas obras guardan ciertos hilos y conexiones dentro de un mismo contexto, repitiendo uno que otro personaje, escenario o hecho, pero son autoconclusivas e independientes, lo que significa que no hace falta llevarlas en orden cronológico para entender el mensaje que básicamente es la denuncia de la explotación bananera y el control que esta ejerció sobre el país y sus habitantes, especialmente los pueblos indígenas que eran tratados como ciudadanos de segunda. Es por esta trilogía que Miguel Ángel Asturias recibió el Premio Lenin de la Paz, el cual era otorgado por el bloque soviético a los individuos que hubieran contribuido, de cualquier manera, con la paz entre los pueblos. Era la versión comunista del Premio Nobel de la Paz, con la diferencia que en lugar de una persona eran muchas las reconocidas, y obviamente, al ser un premio del proletario no lleva la misma dotación económica que el Nobel. El Premio Lenin de la Paz surgió como el Premio Stalin de la Paz de allí que es una parodia política de sí mismo, más cuando vemos figuras como Fidel Castro y otros simpatizantes del comunismo obtenerlo.
Cuando reconoces el estilo de Miguel Ángel Asturias es fácil reconocerlo en todas sus obras: un uso rico del lenguaje coloquial y un aprovechamiento de todos los recursos retóricos y discursivos que el idioma español ofrece para convertirlos en una amalgama surrealista que oscila entre los personajes y el escenario, en el tiempo y la geografía, para colmarlos de significados más allá de lo que la comprensión en la primera lectura ofrece. Es fácil perderse en la prosa e incluso es más fácil abrumarse con ella, quizá sea una virtud o un defecto, pero a Miguel Ángel Asturias lo odias o lo amas, no acepta términos medios.
No encontré ninguna sinopsis de Viento fuerte. Ninguna versión de esta novela ofrece nada sobre su contenido sino sobre el propósito de ello. Es como si la literatura hubiera quedado en segundo plano y la propaganda política tomara el protagonismo, pero al mismo tiempo de una forma que da la impresión de que quienes escribieron lo hicieron desde un horizonte y perspectiva diferente al de la obra, como si no la hubiesen leído. No hay conexión. Personalmente también me costaría escribir una sinopsis porque la trama es muy desprolija y aunque en el inicio nos queda muy claro que es lo que está pasando, llega un momento, casi a la mitad, que ya no nos importa nada, la novela ha caído en el abismo del tedio y apenas en la última parte se recupera, pero no gracias a un giro o brillo en su historia, sino al desposeimiento de un personaje que Asturias lo convierte en la lengua de su denuncia.
La obra comienza teniendo como protagonista a Adelaido Lucero, una especie de capataz o supervisor, en la recién explotación bananera que se está llevando en las costas del pacífico. Lo vemos trabajar y convenciendo a los demás de la importancia del trabajo, del desarrollo. Luego por el azar del destino lo obligan a casarse con Rosalina de León y de pronto tenemos una elipsis donde ya lo vemos con tres hijos convertidos en hombre: Lino, Juan y Lagartija (sí, ese nombre aparece en la obra, pero no importa, el personaje no hace nada, por lo que bien podría no haber estado). Hay otra línea narrativa que nos introduce unos extranjeros, que al principio son personajes secundarios, pero terminan por arrebatar el protagonismo. Conocemos a John Ryle y su esposa Lelan Foster, que pronto se enamora de Lester Mead, un gringo aparentemente enajenado que le llaman Cosi, que siempre anda vendiendo risas y cuyo verdadero apellido es Stoner, luego nos esteramos que es el principal accionista de la bananera (aquí la verosimilitud palidece y es mejor pensar que es un mero simbolismo para expresar algo entre líneas). Todo en la vida de estas personas, fuera de los dramas familiares (suegro enfermo, infidelidad de esposa, desintegración familiar, abandono de los hijos, etc.) parece ir bastante bien, como si estuvieran en el paraíso. El problema comienza cuando cae el precio del banano y esto perjudica a todos, especialmente a los pequeños minifundistas que habían apostado todo por las cosechas de banano. Lester Mead decide ir a ver al Papa Verde, que es una especie de ejecutivo, burócrata y hombre de poder en Estados Unidos, con el objetivo de negociar el precio del banano, este lejos de ayudarle le dice que hay tanta oferta que tiene que tirar el banano al mar, que ni siquiera pagará. Es entonces cuando Lester idea un plan para recuperarse y se apoya en Adelaido, su hijo Juan y otros personajes secundarios.
Debo confesar que, pese a todo, Viento fuerte me gustó más que Hombres de maíz. Hay por allí algún guiño a la superstición, pero es tan sutil que se pierde. El cariz de la novela es la realidad retratada en el surrealismo sin ninguna magia sino la naturaleza humana de no rendirse y buscar un sustento para vivir. El giro final, las últimas páginas, no lo esperaba, muy shakesperiano y solo por ello se perdona esos momentos en los que el lector está tan confundido con averiguar hacia dónde va la novela cuando parecía irremediablemente estancada.
Y para finalizar, un par de aforismos que valen la pena rescatar:
«Las empresas, como las personas, tienen un tiempo para cada edad.»
«Una gota no desborda el río.»
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