martes, 8 de octubre de 2019

SÁBADO, DOMINGO de Ray Loriga


«No pienso decir mi nombre, por si mi vida cambia (es decir, mejora) y no merezco este pasado, o por si quiero engañar a alguien, aparentando ser quien no soy, o por si cambio tanto (es decir, mejoro tanto) que yo mismo me regalo el premio de olvidar lo que fui.»
La calidad de la prosa de Ray Loriga es indiscutible. Es un escritor consumado que destila talento y que no necesita de demasiadas pretensiones para llevarnos por los senderos de una historia que podría a primer a vista ser muy plana y floja: un sábado un adolescente extraño y su amigo ligan con una joven camarera en un bar y pasa algo violento que no es capaz de recordar, un domingo veinticinco años después este muchacho convertido en un adulto también extraño vive mortificado y se enfrenta a la verdad o al menos una verdad. Lo plano y flojo se desvanece en un gancho quizá más psicológico que oscuro, porque para nada el relato es blando, pues Loriga entrega a un personaje sumamente complejo que sostiene toda la estructura de la obra y que encuentra la fórmula para proyectar sus emociones en el lector, cosa que no es nada fácil.

Narrada en primera persona es fácil enredarse con las elucubraciones del personaje principal, quien no solamente describe lo que ve, sino también lo que siente, como le afecta y altera, como huye de sí mismo, como miente, como se enajena. El libro está dividido en dos partes que, aunque independientes, están unidas, una es consecuencia de la otra, pero en una época distinta. La primera parte es Sábado donde el personaje principal se niega a dar su nombre. Su actuar, expresiones y desenvolvimiento en las situaciones que le ocurren son las de un adolescente, aunque uno bastante «inusual», raro; no es un adulto contando la experiencia de cuando era adolescente, es un adolescente que cuenta un pasado muy cercano, apenas el verano anterior, lo que le ocurrió un sábado que marcó su vida. La segunda parte, Domingo, ocurre más de dos décadas después, en un domingo, donde nuevamente tenemos a este personaje principal que no ha logrado cerrar lo ocurrido ese fatídico y condenable sábado. Ese domingo se convierte en el inmediato a aquel sábado, a pesar de distar miles de días.
«Todo el mundo tiene un recuerdo oscuro, una medusa tenebrosa que, en perfecta simetría, mancha el futuro de su existencia.»
En esta parte debería insertar la sinopsis del libro, pero me parece innecesario, la he abordado en los párrafos anteriores y tendré que hacerlo en los siguientes. Podría concluir que el tema principal de la novela es la culpa, pero antes de continuar debo indicar que es posible, el relato me obliga a hacerlo, que en las próximas líneas revele información crucial de la trama. 

Muchas veces asumimos cargas que no son nuestras, literalmente creamos demonios de culpa que nos persiguen y que nos negamos a enfrentar, rehuimos a la única alternativa real de redención y superación. Aunque debo aclarar que el «crear» al demonio no significa que lo adoptemos voluntariamente, como una impertérrita sombra se fija donde no se puede esquivar, en el mañana. A Federico, personaje principal de esta novela, le sucede eso. Con una personalidad introvertida y baja autoestima, dependía de su amistad con otro joven a quien llamaban «Chino» para hacerse notar, aunque negaba que fuera su amigo o tuviera otros amigos, simplemente utilizaba la luz –el carisma– que este proyecta sobre él para intentar que lo vieran, porque estaba tan desesperado de llamar la atención de cualquiera, pero especialmente de su prima, Virginia, a quien llamaba Gini y amaba en secreto. Desde allí sentía una fuerte culpa por un incesto que solo habitaba en sus pensamientos, pues su prima lo veía y lo apreciaba como su «primito» mejor amigo, su mayor confidente, y nada más. Cuál no fue su sorpresa cuando ese sábado ella le confesó que estaba enamorada, y no solo le presentó al joven que se adueñó de su corazón, sino también le dijo que cambiaría sus planes para abandonar sus proyectos profesionales e irse con ese chico del cual él nunca había oído nada. Federico, el eterno enamorado secreto, ahora también tenía el corazón roto sin que pudiera contárselo a nadie, en realidad nunca le contaba nada a nadie, al menos nada concerniente a él. Construía su propia celda y tiraba la llave lejos. 

La noche de ese sábado pasó algo y él, en principio, no debería haber estado allí –lugar equivocado, momento equivocado–. Llegaron a casa de Chino acompañados de la camarera que habían conocido en la tarde. La chica era tan joven como ellos, aunque no se especifica la edad, solo se presume por la inercia del relato. Previamente habían estado en una fiesta y luego habían pasado a un bar. Federico por lo tanto estaba ebrio y ya contaba con esa culpa, porque al ser epiléptico, sobrepasarse con el alcohol le podía ocasionar un ataque y lesiones, con el agravante que era un menor de edad, no debería estar bebiendo. En todo caso Federico era un mal tercio para Chino, quien lo envió a la cocina a por más bebidas mientras él se quedaba con la chica en otra habitación. Federico se dio cuenta que era un estorbo para su amigo y ya no regresó, perdió la consciencia y solo despertó para escuchar un disparo y tener una breve, muy breve visión de Chino que alarmado cojeaba y sangraba. Entrada la mañana despertó, no recordaba más que ese disparo y el breve instante que vio a su amigo herido. No había señales de Chino ni de la chica, tampoco de la sangre. Todo estaba muy limpio, demasiado impoluto como para perturbarlo aún más. Sabía que pasó algo, algo malo, esa era su impresión. Se dio cuenta que pudo haber sido testigo de una acción violenta, pero se negó a preguntar, se negó a indagar, huyó más que del lugar, de sí mismo. Nunca había buscado ayuda, aquella ocasión tampoco sería la excepción.

Veinticinco años después Federico acompañó a su hija adolescente a una fiesta de Halloween en el colegio. Su vida es completamente disfuncional: divorciado, sin estabilidad, sin empleo. Ha cargado con un sábado, un pecado, una culpa, que lo ha convertido en un individuo mediocre y fracasado. No es que haya sido un joven con un futuro brillante; de hecho, siempre me dio la impresión de que sino era aquel hecho sería otro el detonante de su hundimiento. Su frustración, su ahogo es que trata de esquivar sus demonios, huye. En esa fiesta se encontró con una mujer disfrazada que llevaba un antifaz que ocultaba la mitad de su rostro, ella se acercó e hizo conversación. Era madre de uno de los estudiantes, tenía un acento sudamericano, quizá colombiano o venezolano, le hizo acordarse de la camarera, le hizo remembrar ese sábado. Contempló a su hija ya casi convertida en mujer y dejó que se fuera, sin inmutarse siquiera, en el vehículo de otro chico que él no conocía. Platicando con la mujer del antifaz descubrió que era amiga de aquella camarera, quien también era una de las madres que estaba entre los asistentes a la fiesta del colegio, también disfrazada y que además fue el motivo de que se le haya acercado en principio a conversar. Todo sábado tiene su domingo. Ese día era un domingo que llegó veinticinco años tardes.

La noche de ese domingo de Halloween, solitario y caminando por las calles decidió visitar después de muchos años a su prima, Gini. No sabía exactamente donde vivía, incluso no sabía si estaría en el apartamento, si estaba sola, si lo recibiría. Era probable que estuviera tomando una decisión arriesgada distinta a su propia naturaleza. Después de varios intentos dio con el apartamento de Gini. Ella lo hizo pasar y conversaron al principio de trivialidades. Gini esperaba a alguien más, a una amiga. No se lo dijo. Cuando Federico se dio cuenta quien era la amiga que esperaba su prima, su vida dio un vuelco, era aquella camarera que ahora tenía un nombre, Fernanda. 

Si bien he resumido la novela hasta aquí, no describiré la revelación de lo que sucedió el sábado, me limitaré a decir que todo aquel sentimiento de culpa era completamente infundado. Aunque Federico pensó que todos los dedos lo señalaban, nadie lo veía realmente. Fernanda incluso se mostró indiferente con lo sucedido aquel sábado, que hubiera sido todo para el olvido sino fuera por un pequeño accidente que no pasó a mayores. No hay rencor, no hay resentimiento, ni hay ningún tipo de animadversión. La culpa de Federico no era más que un fantasma que él mismo se creó.

¿Quién es Federico? Es mucho más lo que no se dice que lo que se dice, después de todo es el personaje principal el narrador y solamente nos enteramos de lo que sucede a través de sus ojos, pero con el avance del relato nos damos cuenta de que tenemos a un muchacho con muchos traumas, probablemente creados en una infancia muy temprana y que perduran hasta su edad madura. Ya en “Sábado” nos sugieren de que el personaje se bloquea y huye de realidades o se crea las suyas propias, aunque tirando hacia un sentimiento de culpabilidad perenne. No nos menciona mucha de sus padres, pero no sonaría demasiado arriesgado decir que su familia fue disfuncional y de allí que él tenga un alejamiento, hermetismo y soledad, además de repetir el círculo en su intento de fundar una familia.

No es una novela de la culpa como Crimen y Castigo de Dostoievski, donde si hay un crimen planificado y cantidad y calidad de filosofía, ética y moral mezclados en relatos y elucubraciones que nos hacen pensar por largos momentos, como leer a Nietzsche. Ray Loriga con Sábado, Domingo va en otra línea, tirando de un trauma y los sentimientos que este provoca y como una vida puede verse consumida lentamente por un pensamiento y no precisamente por una realidad.

Siempre es una experiencia leer a Ray Loriga, y vaya que comentar sus novelas no es tan fácil. Me dio mucho problema en un inicio porque no estaba tan seguro de como abordar el tema. Decir que Loriga escribe bien no es suficiente, hay mucho más y ese «más» puede que no nos guste, sea incómodo o bien, sea fascinante como un rompecabezas que debamos armarlo sin tener la fotografía completa.
«Los amigos son la cosa más rara del mundo, porque crees que vas a tener amigos que son de una manera y acabas con gente que es justo lo contrario.»

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