lunes, 14 de octubre de 2019

EL NIÑO QUE DOMÓ EL VIENTO de William Kamkwamba y Bryan Maeler

William Kamkwamba
«…y empecé a ver el mundo de otro modo, basado en los hechos y en la razón, y no en el misterio y en la magia. De todos modos, el mundo seguía siendo un lugar lleno de penurias.»
Cuando compré este libro pensé que era una novela, no tenía demasiadas pretensiones, estaba allí, en el anaquel. Había visto uno de esos anuncios en el que Netflix cuelga sus producciones y por el nombre había asumido que era fantasía –ni siquiera había leído la sinopsis–. Empecé a leer sus páginas embebido en la narrativa y sin dejar por un lado la idea de que era una obra de ficción. Pero hubo algo entre página y página que me pareció demasiado vívido, distinto, muy real. Investigué, cosa que debí haber hecho desde un principio, y mi sorpresa fue que estaba leyendo la historia de un verdadero héroe de nuestros tiempos.

William Kamkwamba combatió contra los peores villanos de la historia de la humanidad: hambre, ignorancia, sequía, superstición, pobreza, todo esto siendo apenas un púber. En ocasiones casi perdía la partida, pero su espíritu nunca se doblegó. Se sobrepuso a todos los embates. Como todo autodidacta leyó libros científicos, trató de entenderlo y lo consiguió. Se convirtió en una especie de inventor y empezó a experimentar con la electricidad utilizando cables viejos, basura y lo que encontraba por allí que pudiera servirle como conductor, hasta que finalmente, de pura chatarra y con un objetivo muy retador, creo un molino de viento para proveer de electricidad a su familia.

Estos logros pueden parecer triviales, pero es importante conocer el contexto. William proviene de Malaui, uno de los países más pobres de África –y por extensión, del mundo–. Confieso que no me era posible ubicar a Malaui en un mapa, ni siquiera sabía que existía antes de conocer este libro. Malaui colinda con Zambia, Tanzania y Mozambique, no tiene salida al mar y apenas alcanzó su independencia en 1966. William proviene de un área rural llamada Wimbe, una población que depende enteramente de la agricultura para su supervivencia. En Wimbe no hay electricidad, ni infraestructura, ni oportunidades, y esto es en pleno siglo XXI. Wimbe depende del maíz, y la forma como lo cultivan es completamente primitiva. Si no llueve la cosecha se pierde y cuando eso pasa la hambruna golpea con fuerza, muchas personas no la logran sobrevivir.

La narración de William Kamkwamba no busca ser precisamente un libro de motivación o de superación personal, pero lo consigue. Es como una sacudida. Cualquiera puede ser emprendedor si precisa de la motivación adecuada. La motivación de William fue la más dura, el hambre.

El relato es sobrecogedor. Desnuda una realidad que para muchos es invisible. William por su parte lo cuenta con una fluidez y franqueza que no deja tiempo de asimilar por completo todo lo que le sucedió, es como si para el lector fuera una tragedia, pero para quien lo vivió, el camino inevitable de la vida y de muchas vidas antes que él. William cuenta su historia sin resentimiento, sin amargura, no culpa a nadie por la situación de su pueblo y su país, no protesta ni se permite hacer ningún comentario negativo, simplemente creyó firmemente que si quería un cambio, que si quería algo mejor debía actuar y eso fue precisamente lo que hizo, trabajar aplicando conocimiento, conocimiento adquirido por curiosidad y por necesidad. Nunca pensó que no podía, sino en el cómo podría. En lugar de rendirse a barreras y obstáculos que los hubo a raudales, sopesó alternativas y fue a por ellas. Algunas veces falló, pero nunca fracasó, porque obtenía algo que se llamaba experiencia.

Hay secciones de su historia que hacen un nudo en la garganta, verbigracia, imposible no recordar en estos momentos su mascota, Khamba. En fin, todo muy dickensiano. Lo cual no hace más que procurar más mi admiración hacia ese muchacho. Pensé que las personas con ese nivel de nobleza solo podían concebirse en novelas, pero no, William Kamkwamba es una prueba real de lucha, humildad y magnanimidad.
«Ahora que sabía que no podía seguir yendo al colegio, las filas de maíz parecían los barrotes de una prisión. Era como si al adentrarme entre ellas una puerta invisible se cerrara detrás de mí.»
Lo que hizo por su familia en Wimbe resonó en un medio de la capital de Malaui, a partir de allí fue invitado a participar en una charla TED y el resto es historia. Después de verse obligado a abandonar sus estudios de educación secundaria por falta de recursos, hoy en día ya cuenta con una licenciatura en el Darmouth College de Nueva Hampshire, además de haber logrado varios reconocimientos y distinciones. Tan solo la revista Time en 2013 lo nombró como una de las 30 personas menores de 30 años que cambiaron el mundo, y la Universidad de Florida ha hecho como requisito que todo estudiante entrante lea su libro.
«Las fotos de aquel libro me habían dado la idea, el hambre y la oscuridad me habían dado la inspiración.»
Y la historia no acaba allí. Todo ingreso que ha obtenido William Kamkwamba ha regresado a su pueblo, a Wimbe. Si antes su sueño era que su familia no aguantar más hambre por la ocurrencia de una sequía –esa idea de tecnificar el riego mediante la extracción de agua de mantos acuíferos mediante un sistema de bombas y riego eléctrico–, ahora lleva ese objetivo a todo el pueblo. 

Cualquier comentario que haya hecho hasta aquí considero que no le hace el mérito suficiente a la historia y narración de William Kamkwamba. Mi recomendación especial para todos es vivir y sentir a través de la lectura, imposible dejarlo por un lado una vez leída la primera página. Nos conecta a tierra por así decirlo. Nos hace sentir agradecidos y a la vez nos impulsa a hacer más, no por nosotros, sino por un propósito mayor, libre de egoísmo, revestido de altruismo.

La película de Netflix que lleva el mismo nombre y la cual dice basarse en el libro, es mejor no verla. En ella el personaje que interpreta a William Kamkwamba es relegado a un papel secundario para darle más tiempo y espacio en pantalla a la estrella de la película, a Chiwetel Ejiofor –conocido por interpretar a Solomon Northup en 12 Años de Esclavitud–. Curiosamente Ejiofor, además de representar al padre de William, es director y guionista de la película. Eso explica muchas cosas. Por otra parte, la película adolece de muchas técnicas narrativas y cinematográficas, no logra conectar con el espectador. Pudo haber sido más, sin duda, se omitió más de la mitad de libro, se agregaron escenas y tramas ficticias y confusas, y lo que quedaba del libro se mostró desordenado. Tal vez en unos años Hollywood revise la historia y se atreva a hacer un film para la pantalla grande con la calidad que merece.

En lugar de la película podéis buscar las charlas TED de William Kamkwamba en Youtube. Veréis al niño que domó el viento ya convertido en un adulto joven, con una sonrisa que expresa tanto agradecimiento como felicidad.
«Si quieres lograr algo, tan solo tienes que intentarlo.»

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