«La literatura no es más que un buen truco, como el de un mago o un brujo, que hace a la realidad parecer entera, que crea la ilusión de que la realidad es una. O tal vez la literatura necesita construir una realidad destruyendo otra –algo que, de un modo intuitivo, ya sabía mi abuelo–, es decir, destruyéndose a sí misma y luego construyéndose de nuevo a partir de sus propios escombros. O tal vez la literatura, como sostenía un viejo amigo de Brooklyn, no es más que el discurso atropellado y zigzagueante de un tartamudo.»
Probablemente Eduardo Halfon no sea un escritor muy conocido como para ser publicado en las grandes editoriales, pero posee una calidad literaria que bien merece la pena descubrir entre los autores de habla hispana. Fue ganador en Guatemala del Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias por su obra y trayectoria, además de recolectar diversos premios y reconocimientos en España, Estados Unidos y Francia.
El boxeador polaco no solo es un relato corto del autor, sino también el título que recibe esta colección de relatos de Editorial de la Cultura, conmemorativa por el otorgamiento del premio Miguel Ángel Asturias, edición que debo hacer un paréntesis para indicar lo finamente impresa que está, la calidad del papel utilizado y otros detalles que hacen que este libro de gusto tenerlo entre las manos, tocarlo, sentirlo y leerlo.
«Estoy generalizando, por supuesto, y quizás peligrosamente, pero el mundo sólo se entiende a través de generalizaciones.»
Los relatos que contiene este libro son como pare leerlos dos o más veces. Es evidente que Halfon dice más con el silencio sugerido entre las líneas que con lo que sus propias palabras expresan. La prosa sin duda es para elogiar. Nada elocuente, extraño o demasiado elaborado, es una narración sencilla que evoca elegancia y gracia, muy sutil y que demanda cierta cultura del lector, muy al estilo de Borges, aunque si he de ser más específico, sus relatos me recuerdan más a los de J.D. Sallinger y Jean-Paul Sartre, por esa búsqueda de profundidad más allá de las oraciones y proposiciones, aunque Halfon menciona que sus referencias son Joyce y Faulkner y pueda que también tenga un poco de ellos en los relatos.
Es difícil encontrar una sinopsis que haga justicia a una colección de relatos, por lo que me he tomado la factura de dar una breve descripción de cada uno, sin entrar en demasiado en detalle:
- Lejano: es el relato con el que se abre el libro. Nos encontramos con un profesor de literatura frustrado que está perdiendo la esperanza en su profesión al estar ante un grupo de estudiantes universitarios del primer año que no les importa mucho la literatura y menos su significado, son un grupo de esnobs que dependen de la billetera de papá o mamá y que creen que la vida es fiesta, viajes y compras; pero no todo es tan deprimente, en el aula resplandece una luz. Hay alguien qué si le interesa lo que dice, un estudiante becado, un poeta en gestación, un chico pobre proveniente de Tecpán, un municipio rural de Guatemala. Sin embargo, este joven un día deja de llegar a la universidad. El profesor decide ir por su búsqueda y averiguar que le ha sucedido, que le motivó a abandonar las aulas.
- Fumata blanca: en este relato el escritor narra un encuentro casual con unas turistas israelíes en un bar escocés que no era escocés ubicado en la Antigua Guatemala, una ciudad colonial estacionada en el tiempo. Dado que Halfon es descendiente de judíos y además habla varios idiomas, no le es difícil entrar y salir de una conversación amistosa que apuntaba para una aventura y termina como un recuerdo de lo que pudo haber sido.
- Twaineando: Halfon y un amigo asisten a una especie de encuentro o reunión donde se analiza y comenta la obra de Mark Twain, esto sucede en una ciudad americana. El relato se centra en la analogía que Halfon hace de Twain con respecto al Quijote, la dificultad es que si no conocéis al Quijote ¿cómo entender su apología? Esto no lo menciono por el lector, sino porque el escenario donde transcurre la narración es Estados Unidos, y se leen autores de habla inglesa, no a Cervantes traducido.
- Epístrofe: la narración toma como referente a un virtuoso artista llamado Milán. El músico brindó un concierto en el que se destacó por su interpretación y pasión. Eduardo asistió al recital y luego, con su pareja, salieron con el músico a compartir y conmemorar la velada. Milán era descendiente de gitanos, Eduardo de judíos. Milán quería reencontrarse con su cultura, abandonar la música clásica, convertirse en gitano. Halfón rehuía de su condición judía, no sentía la misma pasión.
- El boxeador polaco: es un relato del abuelo de Halfón cuando estuvo en un campo de concentración nazi en Auschwitz. Narra el primer día que llegó en tren a ese campo de exterminio y como su vida o muerte era una decisión que dependía de lo que saliera de su boca, esas respuestas capitales que debían satisfacer a los interrogadores nazis. En la noche, una persona anónima, un boxeador polaco del que nunca se supo su nombre ni aun del todo su rostro, le salvó la vida indicándole específicamente que decir y que callar. El abuelo de Halfon sigue las instrucciones y es enviado a trabajos forzados; pero sobrevive al holocausto. En una entrevista a un medio periodístico el abuelo de Halfon cambia la historia e indica que lo que le salvó la vida en Auschwitz fue que era un buen carpintero, enviando la historia del boxeador polaco a la lona, dejando a su nieto con un sentimiento de pérdida.
«La literatura, escribió Platón, es un engaño en el que quien engaña es más honesto que quien no engaña, y quien se deja engañar es más inteligente que quien no se deja engañar.»
En «apariencia» Eduardo Halfon a través de estos relatos nos deja entrar en sus pensamientos y vivencias. Apostillo porque la mención del aforismo de Platón me hizo replantear de que, a pesar de que haya verdad en esos relatos, pueda que también exista ficción y que no sea más que una mezcla entre la realidad, recuerdos, sueños e imaginación. Si he de encontrar un común denominador entre los relatos es ese sentimiento perenne de desarraigo. El autor se involucra en la narración y sin ser pretencioso o pecar de falsa modestia, nos deja claro que, aunque esté rodeado de muchas personas, vive la soledad y falta de empatía, se colma de frustración por contemplar la marcha de sus ideales, por la incomprensión y las extrañas barreras en la comunicación, por una simple pesadez de la insignificancia y algunos visos del nihilismo que como agujero negro parece absorber toda esperanza.
Difícil saber cuándo es una conversación y cuándo una narración. Halfon escribe sin guiones, comillas, cursivas, puntos o cualquier otro recurso que nos ayude a separar la voz de los personajes que participan en el relato de la narración del personaje principal que puede ser tanto una voz como un pensamiento. Pueda que una palabra se haya dicho, se haya pensado, se haya sentido, en fin, nos debemos tomar el tiempo para discernir el origen de las palabras y su destino, comprenderlas, no son relatos para leerlos con ligereza. Es algo con lo que a veces nos encontramos en la literatura, y de momento me cuesta entender el por qué esa poca consideración hacia el lector, que según he leído en algunos post y foros es cuando el autor escribe para sí mismo, y no tiene en mente y tampoco le importa la publicación de lo que escribe. Jorge Volpi, Dante Liano, Cormac McCarthy, por mencionar algunos escritores, han publicado obras con ese formato narrativo.
«Al escribir sabemos que hay algo muy importante que decir con respecto a la realidad, y que tenemos ese algo al alcance, allí nomás, muy cerca, en la punta de la lengua, y que no debemos olvidarlo. Pero siempre, sin duda, lo olvidamos.»
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