«No es solo que los recuerdos no sean fieles. Es que no está en su naturaleza ser fieles. El recuerdo es una idea del pasado que te ayuda a predecir el futuro en el presente, para sobrevivir. Encontrar la salida del laberinto, retornar a la zona segura, evitar aquello que aprendiste a temer. De hecho, el primer fijador de la memoria, aun en especies mínimas, es el miedo.»
Juan Manuel Robles es un autor limeño que al momento de escribir esta reseña solamente ha publicado dos libros Nuevos juguetes de la Guerra Fría y No somos cazafantasmas, esta última con mención honrosa en el Premio Nacional de Literatura de Perú en 2019. Juan Manuel Robles estudió escritura creativa en la Universidad de Nueva York y de esta experiencia partió para escribir Nuevos juguetes de la Guerra Fría que le valió muy buenas críticas y lo consumó como una de las figuras literarias más prometedoras de América Latina.
Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una obra cuyo título es desconcertante y no arroja demasiada luz sobre su contenido. ¿Son juguetes reales de aquel período? ¿Se trata de nuevos elementos relacionados a este conflicto? ¿Es acaso un resurgimiento del conflicto entre capitalismo y comunismo en pleno siglo XXI? De algún modo, todos estos cuestionamientos tienen una respuesta parcialmente afirmativa. He aquí la sinopsis:
«Desde Nueva York, Iván Morante recuerda o cree recordar cómo fue su infancia como alumno “pionero” en la embajada de Cuba en La Paz, Bolivia. La guerrilla guevarista, el programa soviético y la injerencia de La Habana en América Latina componen una fuerza en colisión con las promesas y fantasías de otro imperialismo, el norteamericano. Un día, Iván comienza a recordar y no puede dejar de hacerlo: su infancia es a medias una novela de política-ficción que ocurre en los estertores de la Guerra Fría, cuando está a punto de caer el Muro de Berlín, y a medias una historia de iniciación en la que un adulto trata de serlo al repasar el camino andado.»
Iván Morante, el protagonista de la novela es el alter ego de Juan Manuel Robles. Nació en 1978, el mismo año que el autor. A inicios del siglo XXI se encuentra en Nueva York, otra vez igual que el autor. Debido a que la vida de Juan Manuel Robles transcurre en un ámbito más privado, es difícil señalar otras coincidencias, que sin dudas las hay, puesto que es su primera novela y los autores noveles que generan tan buena crítica lo hacen porque sus ficciones lindan más en la realidad que en la invención y terminan por arrojar su propia humanidad, experiencia y memoria entre las páginas.
Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una novela compleja en su contenido y estructura. Discurre de forma intermitente desde un presente en el Nueva York después de los ataques del once de septiembre hasta una infancia a mediados de los años ochenta. Generalmente las retrospecciones y las acciones presentes siguen una temporalidad lineal, pero no siempre, puesto que el relato obedece a la memoria y para esta el tiempo es uno solo y es a medida de la evocación de lo olvidado que vamos extrayendo información.
Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una novela salpicada de elementos pertenecientes a varios géneros: espionaje, formación, policial, psicológica, al mismo tiempo que no pertenece a ninguno de ellos y se perfila más como una novela literaria. La narración es en primera persona con la voz del protagonista, que sería una persona anodina, aburrida y retraída, tan alguien como nadie o tan nadie como alguien, si no fuera por sus abstracciones, elucubraciones, emociones y principalmente, sus recuerdos, que nos absorbe en la lectura y nos hacen empatizar con él y su infancia. En el relato somos testigos de como se transmite la ideología comunista a un niño de siete años que apenas comienza a leer y ya le hablan de Marx, revolución y el Ché Guevara, una enseñanza donde hasta los juguetes pierden su inocencia para convertirse en vehículos de propaganda del imperialismo.
Iván Morales es un «pionero», que es una especie de «boy scout» comunista, no por decisión propia, sino por la de su padre, que era un revolucionario peruano exiliado y que en esos momentos seguía al régimen de La Habana como diplomático en La Paz. A decir verdad, los Pioneros se parecían más a las Juventudes Hitlerianas que a los Boy Scout, esto debido a la sarta de mentiras y verdades retorcidas que transmitían a los niños. Literalmente era un lavado de cerebro que satanizaba al capitalismo tanto o más que el nazismo a los judíos. Mientras un niño normal hacía dibujos de Superman o Batman, Iván Morales los hacía del Ché; sin embargo, jugaba con figuras de He-Man y G.I. Joe al igual que sus amigos. Los giros que le daban a estos juguetes era otra cosa: He-Man era el amo del universo y eso de ser rubio, príncipe e imbatible era la mayor vanidad yanqui; mientras que en los G. I. Joe, la propaganda se revertía a favor de los comunistas y las figuras antagonistas, los que pertenecían a Cobra, ya no eran una organización terrorista que planeaba conquistar al mundo, sino un comando insurgente y revolucionario cuyo objetivo era liberar al mundo del capitalismo estadounidense.
En la escuela de hijos de diplomáticos cubanos en la que estudió Iván Morales había un adoctrinamiento constante, en especial de él por ser extranjero y de provenir de familia acomodada (en realidad la mayoría de los dirigentes revolucionarios e insurgentes en Latinoamérica provenían de las clases medias o media alta, fueron estudiantes hijos de pequeños empresarios, funcionarios públicos o militares que romantizaron la guerra y el propósito comunista y aunque no conocían que era el trabajo afirmaban defender al proletariado explotado). Esa escuela también era una fachada y bueno, qué lugar que no toquen los comunistas, por bueno que parezca, no es una fachada para otros propósitos menos éticos. Esa escuela era una zona de influencia soviética y por allí pasaban además de las armas, muchos soldados y espías del bloque y sus países satélites de Europa oriental.
Pese a toda la carga ideológica de la novela. Es difícil, a priori, definir la inclinación del autor. Considero que si alguien con ideología de izquierda lo lee encontrará mucha validación en sus creencias y para cada aspecto que roce lo ético encontrará una justificación que no hará más que acrecentar su orgullo. Si lo lee alguien liberal o libertario, lo que hallará será la denuncia a un sistema perverso de adoctrinamiento y un desesperado esfuerzo por denostar la economía capitalista para aquellos que trataban de instaurar un régimen colectivista y anular la humanidad de los individuos.
La novela tiene como eje un engaño o probablemente no lo fuera y ese sería el mayor engaño, nunca queda del todo claro los límites de lo maquiavélico y lo casual. El relato juega con la mente del protagonista al mismo tiempo que con las impresiones del lector, que no puede dar nada por concluido. No hay blancos o negros, sino una incómoda zona gris. En cualquier caso, no es una historia de sufrimiento, de traumas, de violencia, porque la Guerra Fría no iba por los hechos, sino por las sospechas, las apariencias, las amenazas, el engaño.
El pensamiento, los recuerdos, la mente, ese lugar tan nuestro que se siente tan seguro puede ser el campo de batalla de la desorientación y manipulación. Juan Manuel Robles realmente hace una narración brillante porque logra tanto incomodar como fascinar al lector. Más allá de una escritura creativa, también hay conocimiento técnico y profundo sobre el funcionamiento del cerebro, los estímulos y la memoria, tema que el autor no pudo solamente leerlo y plasmarlo, sino que estudiarlo, comprenderlo y entonces aplicarlo a su ficción.
Nuevos juguetes de la Guerra Fría es una novela que vale los huesos del Ché y una figura de acción de He-Man. Muy recomendable.
«Cuando una guerra acaba de terminar, el uniforme del ejército vencido siempre se ve como un disfraz ridículo.»
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