«La niebla incomoda mucho a Rogelio Tizón. El sombrero y la levita, abotonada hasta el corbatín, gotean humedad, y cuando se pasa una mano por la cara siente mojados el bigote y las pastillas. Reprimiendo el deseo de fumar, el policía maldice entre dientes, largo y prolijo, entre bostezo y bostezo. En noches como ésta, Cádiz parece sumergirse a medias en el mar que la rodea, como si no estuviera definida la línea que separa el agua y la tierra firme. En esa penumbra difusa, agrisada por un estrecho halo de luna que marca el contorno de los edificios y los ángulos de las calles, la bruma moja el empedrado y los hierros de rejas y balcones y la ciudad parece un barco fantasma varado en la punta de su arrecife.»
Si hiciéramos una lista de los cinco escritores españoles más importantes e influyentes en la actualidad, sin duda alguna Arturo Pérez-Reverte aparecería en esta. Más de treinta años lo han consumado como novelista y de su pluma han nacido historias como Cabo trafalgar, La piel del tambor, o más recientemente, El italiano. Además, particularmente debo señalar su vocación y formación periodística que lo llevó en su juventud a ser corresponsal de guerra. Actualmente también escribe artículos y columnas para diarios y revistas de habla hispana y es miembro titular de la Real Academia Española desde hace casi dos décadas.
El asedio es una novela publicada en 2010 que tiene como telón de fondo el sitio de Cádiz de 1811. Las tropas de Napoleón habían llegado hasta ese último bastión ibérico que sin ejército se resistía a caer gracias a su estratégica construcción y geografía. La invasión napoleónica había sido consecuencia de las malas decisiones de la Corona española al no saber escoger adecuadamente sus aliados. En principio España se veía amenazada por el imperio británico que bloqueaba el comercio y tránsito hacia sus colonias en América, además que tenía entre ceja y ceja a Portugal desde hacía años, por lo que consideró el apoyo de Francia como su mejor carta pese a que este país recientemente había decapitado a su último rey, así que, si de memoria se trata, la de los reyes españoles parecía que no era la mejor, pecaban de candidez o de estupidez. Como España tenía devastada su flota desde la derrota de la «Armada Invencible» y Francia tenía como punto fuerte la infantería, lo más lógico era empezar por el local. La misión, entonces, fue invadir a Portugal. Pero a Napoleón las cosas no le salieron tan bien como esperaba: subestimó a los lusitanos y de los españoles más que el aprecio obtuvo recelo. El imbatible emperador no podía quedarse con las manos vacías así que como premio de consolación decidió mejor quedarse en España, que total, ya la había invadido para llegar a Portugal. Fue entonces cuando pidió la abdicación de Fernando VII para darle un lugar a su hermano, José Bonaparte, porque en su romántica idealización los Bonaparte serían los nuevos Habsburgo, los nuevos Romanov, los nuevos Borbones. La monarquía española débil y sin opciones se hizo a un lado, habían ido por lana y salieron trasquilados, pero al pueblo español no les hizo gracia estar al dominio de los franceses y no es que extrañaran a su rey, ese que entregó a España en bandeja de plata. Correría sangre y a recuperar otra vez la península.
El asedio a pesar de que transcurre en un contexto histórico, no es precisamente una novela histórica o llamarla novela histórica sería limitativo. Ningún personaje central, tampoco secundario, es un protagonista de la historia. Incluso el mismo asedio no es el eje de la trama o gancho del lector. Pero entraremos en ese detalle más adelante, primero la sinopsis:
«Cádiz, 1811. España lucha por su independencia mientras América lo hace por la suya. En las calles de la ciudad más liberal de Europa se libran batallas de otra índole. Mujeres jóvenes aparecen desolladas a latigazos. En cada lugar, antes del hallazgo del cadáver, ha caído una bomba francesa. Eso traza sobre la ciudad un mapa superpuesto y siniestro: un complejo tablero de ajedrez donde la mano de un jugador oculto –un asesino despiadado, el azar, las curvas de artillería, la dirección de los vientos, el cálculo de probabilidades– mueve piezas que deciden el destino de los protagonistas: un policía corrupto y brutal, la heredera de una importante casa comercial gaditana, un capitán corsario de pocos escrúpulos, un taxidermista misántropo y espía, un enternecedor guerrillero de las salinas y un excéntrico artillero a quien las guerras importan menos que resolver el problema técnico del corto alcance de sus obuses.»
Arturo Pérez-Reverte teje una novela coral en toda regla. Hay varias líneas narrativas en El asedio que fluyen en el mismo tiempo y espacio. No necesariamente las historias se entrelazan o vinculan en esos giros dramáticos, aunque en la mayoría de los casos logran aproximarse sin forzar los relatos. El común denominador es que todos los personajes se encuentran atrapados en el sitio de Cádiz, con excepción de los corsarios que se aventuran y arriesgan en los barcos, pero siempre regresan. Los gaditanos no tienen más remedio que quedarse y esperar a que al ejército napoleónico se le acabe la pólvora, los hombres o las ganas de ambicionar a España que a esas alturas es más un lastre que una ventaja. Se encuentran en ese estrecho pedazo de tierra viviendo bajo incertidumbre y llevando sus rutinas tanto como se pueda en medio de obuses y cañonazos galos.
El elemento coral de El asedio también dificulta situarla en un género, porque con sus relatos logra abarcar varios: es tanto una novela histórica como bélica, tanto negra como romántica, tanto policial como literaria. En el aspecto histórico sobresale la descripción de los métodos y estrategias de guerra, incluida las armas y algunas rutinas de los soldados apostados, también la vida de los habitantes gaditanos y su contexto con la invasión francesa, los aires independentistas de las colonias y otros aspectos políticos, sociales y culturales que caracterizaban o aquejaban, según la perspectiva, a los personajes. Arturo Pérez-Reverte se ahorra la clase de historia y para entender los acontecimientos debemos previamente investigar un poco, es decir, el autor describe lo que pasa, pero para saber cómo es que se llegó y salió de ese embrollo hay que ir a otras fuentes. Si un libro nos mueve a hacer algo más que leerlo, ya es un valor agregado que enriquece la experiencia y el conocimiento.
Vamos a por los personajes y los relatos. Probablemente el más destacado, el que nos tiene la mayor parte del tiempo enganchado y de cierta manera el hilo que ata a todos los demás, es la historia de los extraños asesinatos en Cádiz. Rogelio Tizón, un comisario gaditano de 53 años, se obsesiona con encontrar al asesino. Nos hace imaginar que hubiera pasado si una versión sádica de Jean-Baptiste Grenouille (protagonista de El Perfume) hubiera quedado atrapado en un asedio. Claro que aquí la perspectiva que se utiliza es la del investigador, que tampoco es que sea un hombre probo e íntegro. Rogelio Tizón tiene sus propios métodos, valores y pensamientos y en una situación como la de Cádiz sumada a la de un asesino despiadado de doncellas, lo curten tanto que, entre crueldad y pragmatismo, no le importa el dolor que cause o por encima de quien pase. Tizón tiene un amigo, Hipólito Barrull, un profesor y ajedrecista, que aporta las respectivas dosis filosóficas y psicosociales, tal vez hasta un poco de humor, y que además es una herramienta narrativa conductual que orienta la trama, es decir al propio Tizón, pero al mismo tiempo es la voz del autor con el lector, la explicación racional o al menos esa impresión me da, puesto que es el único personaje que percibo atemporal y de una naturaleza formadora.
Otro relato es el de Simon Desfosseus, un académico francés cuya suerte lo ha convertido en capitán y militarmente responsable de conseguir batir las defensas de Cádiz. Simon Desafosseus representa la perspectiva de los soldados franceses en un país extranjero, sitiando a una ciudad portuaria. De todos los personajes, este es el más íntegro y correcto, el más inteligente y valiente, lo cual es un contraste con la usual satanización de las tropas invasoras. No es que se exima a las tropas francesas de la violencia de la guerra o que los cálculos para elegir blancos de Simon Desafosseus no cobrara la vida de muchos civiles inocentes, es más una forma de que tiene Arturo Pérez-Reverte que la guerra no es en blanco y negro y esa tendencia reduccionista de que hay un bando de los buenos y otro de los malos es tan absurda como falaz.
También nos encontramos con el relato de Lolita Palma, comerciante y heredera de una familia de alcurnia en Cádiz que, junto con el amigo de su padre, Emilio Sánchez, también comerciante, emprenden nuevos y arriesgados negocios como salidas poco ortodoxas que rozan la ilegalidad a pesar de su legitimidad. Lolita Palma es un personaje femenino fuerte en un mundo de hombres que ha sacrificado las convenciones sociales. Para una mujer de su clase hacerse cargo del negocio familiar era renunciar a matrimonios, hijos y hasta el aprecio de la poca familia que le quedaba, pero nadie más que ella tenía la voluntad, pericia e inteligencia para que el patrimonio de su padre no se perdiera entre dilapidaciones y malas decisiones, y a pesar de la reticencia de su madre y lejanía de su hermana, ella honraba el legado de su padre al mismo tiempo que las seguía manteniendo. Estos nuevos negocios en tiempos de guerra que emprende Lolita la llevan a conocer y entablar una relación profesional con Pepe Lobo, un corsario (pirata si se está del lado de los asaltados), cuyo propio relato está ligado al de Lolita.
Otros personajes con su propio relato son Gregorio Fumagal, un taxidermista y espía que nos llevará por incorrectas elucubraciones, y Felipe Mojarro, un hombre humilde miembro de la compañía de escopeteros, una especie de guerrilleros que de emboscada en emboscada hacían frente a los franceses con lo que podían.
La narración del libro es en tercera persona con una estructuración en capítulos que se alterna entre los relatos. La forma que utiliza Pérez-Reverte para transmitir la historia es la descripción de escenas, momentos específicos que se pueden considerar hitos, para luego caer en elipsis en otros momentos con una historia más avanzada consecuencia de la escena anterior. Todo esto sin perder el orden cronológico de ninguna escena, aun así, estén intercaladas en los relatos. Es muy parecido a la narrativa cinematográfica convencional, donde se van armando de apoco las escenas cuidando su coherencia y continuidad. Si alguien decidiera adaptar este libro para una película o una serie, sería relativamente fácil porque cada escena comienza y concluye, no representa ningún problema su numeración, y es que hasta sutilmente Pérez-Reverte da la posición al lector como espectador que bien podría ser la de la cámara que captura esa escena.
El asedio es una novela un poco extensa y no cabría menos con la cantidad de personajes que hay involucrados, de los cuales, aunque el autor no penetra en sus pensamientos para exteriorizarlos al lector y de esta forma ganar mayor empatía, se profundiza en ellos a través de sus acciones o reacciones que en cualquier caso es la mejor forma de perfilar un personaje. En el final Pérez-Reverte nos queda a deber. Por todo lo leído, por todo ese acompañamiento, esperábamos una mejor resolución o cierre para algunos relatos o protagonistas, pero entiendo que la vida real se parece más a lo que el autor trazó que a lo que el lector pudo haber imaginado, pero eso no suprime esa frustración que, si fuera una serie de televisión, criticaríamos mucho ese episodio final, no porque nos lo vendieron mal, sino porque creímos que pudo haber sido mejor.
Concluyendo, El asedio de Arturo Pérez-Reverte es una buena novela. No es lo mejor que he leído del autor y tampoco creería que el propio Pérez-Reverte la colocara entre sus obras destacadas; no obstante, se deja leer y literariamente tiene muchos aciertos que la hacen disfrutable. En sus cuotas de género cumple sobradamente, no lo niego sino que lo subrayo, y para cualquiera que quiera leer una novela negra con un trasfondo histórico en medio de una guerra espolvoreada con algo de política, economía, filosofía y sociología, esta es una buena opción, aunque hay que tener en cuenta que probablemente se requieran días y no horas para completar la novela.
Algunas líneas que rescaté y que vale la pena volver a leer:
«A la fuerza de intentarlo, hasta los tontos aprenden. O aprendemos.»
«Una cosa es hablar de probabilidades y otra de certidumbres. La distancia entre ambas es grande. Y arriesgada, si la salva la imaginación y no el procedimiento.»
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