«Comprendió entonces que eran los muertos quienes le vendían los periódicos, quienes conducían el transporte público, quienes fabricaban las artesanías, quienes le servían de comer. No había más habitantes que ellos en Ayacucho, incluso quienes venían de afuera, morían. Sólo que eran tantos muertos que ya ninguno era capaz de reconocerse. Supo con un año de retraso que había llegado al infierno y que nunca saldría de él.»
Santiago Roncagliolo es un autor peruano muy conocido a partir de sus obras Pudor y Abril Rojo, las cuales publicó siendo bastante joven. No llegaba a la treintena cuando las escribió y ya tenía a cuestas no solo una vocación sino una profesión dedicada a las letras: era novelista, guionista, poeta, dramaturgo, periodista, traductor, ensayista, académico, lo que hiciera falta. Con “Abril Rojo obtuvo el Premio Alfaguara en 2006, y cabe destacar que ese jurado lo presidió Ángeles Mastretta (Arráncame la vida, Mujeres de ojos grandes). Tanto Pudor, como Abril Rojo cuentan con adaptación cinematográfica, con el detalle que las historias en lugar de Perú se desarrollan en España, debido a que la productora es española, pero eso, cómo veremos es la propia virtud de estos relatos.
Abril Rojo es una novela redonda, atrapante y muy buena, a decir verdad. Es cierto que es difícil esperar menos para una novela premiada, pero a veces nos damos de bruces con algunas decisiones de los jurados que nos hacen pensar si acaso hubo un mal año o es que no se pusieron de acuerdo y se decantaron por la obra más promedio de todas. Debo decir que cuando tomé en mis manos Abril Rojo las expectativas las tenía bastante altas y aun así la novela logró superarlas. Abril Rojo es el epítome de la novela iberoamericana y esta es la sinopsis:
«Félix Chacaltana Saldívar es un burócrata que lleva una vida sin sobresaltos como fiscal distrital adjunto en Lima. Pero todo cambia cuando es enviado a su natal Ayacucho, al que regresa después de muchos años y donde se ve a cargo de una extraña investigación de asesinato. En medio de las celebraciones de Semana Santa y enfrentado a la indiferencia de sus superiores, las pesquisas lo llevarán por caminos cada vez más oscuros, en los que descubrirá hasta dónde pueden llegar un hombre y la sociedad cuando la muerte se convierte en la única certeza.»
El párrafo con el que abro esta reseña es una muestra muy representativa de la profundidad de la novela. Ayacucho es la Comala de Páramo, el Macondo de García Márquez, el Ixtepec de Garro, es cualquier pueblo rural escondido entre montañas y caminos extraviados que en su encanto natural encierra un pasado violento, pólvora y sangre en las calles, en el campo y en los cerros, donde el eco de sus habitantes caídos y desaparecidos es una cicatriz que nunca termina de sanar y de la cual mana recelo, resentimiento y rencor. Ayacucho es el típico pueblo que se ve envuelto el fuego cruzado entre quienes se levantaron en armas para provocar una revolución y los militares que defienden un sistema desgastado y adolecido. La historia narrada por Santiago Roncagliolo podría haber pasado tanto en Perú como en Colombia, tanto en Guatemala como en El Salvador, tanto en México como hasta la misma España. Esa universalidad lograda por Roncagliolo es un acierto significativo y un logro que coloca a su novela muy por encima de la media de las obras premiadas.
Abril Rojo es también una novela negra. Félix Chacaltana Saldívar es un investigador mediocre, ambicioso y acomodado que bien podría ser el fiscal, fiscal adjunto o auxiliar fiscal de cualquier rincón de Iberoamérica cuya ambivalencia moral nos asusta y desconcierta, pero no por la incredulidad de su pensar y proceder, sino por la carga de esa realidad tan fatalista de nuestra región que resuma consternación propia. Chacaltana es el protagonista y lo seguimos en ese deber de esclarecer un sangriento asesinato al que se le van sumando otros no menos cruentos, toda una pesadilla que mejor le hubiera valido no escarbarla demasiado.
La historia transcurre en el año 2000, en las postrimerías del gobierno de Alberto Fujimori, aunque la historia se retrae hasta los años ochenta, cuando había una mayor actividad de Sendero Luminoso, una organización armada revolucionaria de ideología marxista-leninista, cuya sombra y terror todavía estaba presente en sus habitantes y que será la pólvora que accione a Félix Chacaltana porque lidiar con un asesinato es una cosa, enfrentar el posible resurgimiento de una célula terrorista es otra.
Chacaltana es el producto de un sistema corrupto. Si bien es cierto que el protagonista tiene buenas intenciones, pues quiere resolver el caso, evitar más asesinatos y castigar al o a los culpables, termina haciendo de esto un asunto personal y en lugar de justicia para las víctimas pronto cae en el camino de la obsesión y se convierte en un hombre implacable que hará por un lado la ley cuando esta no le convenga. Comenzamos la historia con un Chacaltana si no bueno, tampoco malo, más bien era ingenuo y poco preparado, un burócrata recalcitrante en toda regla. Era ya un hombre del sistema que pertenecía a una institución no tan transparente. Pero la ciudad es muy diferente al campo, en Ayacucho la corrupción tiene niveles insospechados y la voluntad de los militares literalmente es la ley. El arco del relato que enfrenta Chacaltana es su despertar en un mar de corrupción en el que la violencia es la moneda de pago, un mar en el cual estuvo sumergido y es imposible que salga seco.
Para los amantes de la novela negra, Abril Rojo es una alternativa muy recomendable porque Santiago Roncagliolo la lleva con mucha pericia, soltura y fluidez a terrenos pantanosos de los cuales no solamente sale bien librado, sino hasta reconocido y premiado. Abril Rojo también contiene escenas muy gráficas y viscerales, por lo que más vale irse con estómago fuerte. Probablemente no sea la mejor novela para reflexionar, pero eso no significa que no nos mueva a hacerlo, y vaya que sí lo hace.
Abril Rojo es una novela sin pretensiones que logra mucho, que va lejos, que cala. Muy pulida y dinámica en su apartado literario que realmente no notamos porque la historia literalmente nos traga.
Para cerrar, algunas líneas que vale la pena volver a leer:
«Una persona que muere sin nadie que la recuerde es como si se muriera el doble.»
«Sabemos que morimos y vivimos obsesionados con combatir la muerte, lo cual hace que ella tenga una presencia desmedida, a menudo aplastante, en nuestra vida. El ser humano tiene alma en la justa medida en que es consciente de su propia muerte.»
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