«En todos y cada uno de los siglos se han descubierto cosas maravillosas. En el último, se descubrieron más cosas asombrosas que en cualquier otro. Y en este saldrán a la luz cientos de cosas aún más increíbles. Al principio, la gente no acepta que se pueda crear algo nuevo, luego empieza a creer, después se da cuenta de que era posible, finalmente se crea, y todo el mundo se pregunta por qué no se creó siglos atrás. Una de las cosas nuevas que la gente empezó a averiguar en el último siglo fue que los pensamientos –los simples pensamientos– tienen tanta energía como las pilas, y son tan buenos como la luz del sol, o tan malos como el veneno. Dejar que un pensamiento triste o malo se te meta en la cabeza es tan peligroso como dejar que se te meta un microbio de escarlatina. Si una vez que están dentro dejas que se quede, es posible que nunca te recuperes.»
Frances Hodgson Burnett es una escritora inglesa que desde los doce años emigró con su familia a Estados Unidos, donde obtuvo su formación educativa y terminaría por encontrar su vocación de novelista. Empezó su carrera de escritora desde muy joven, a los 19 años, con el propósito de obtener algunos ingresos para ayudar a su familia que pasaba por dificultades económicas. Empezó trabajando con algunos relatos breves que vendía a diarios y revistas locales. En este aspecto me recordó a Jo, de Mujercitas, aunque cuando Frances Hodgson Burnett empezó a publicar, Louisa May Alcott ya era una escritora consumada. Apenas diecisiete años separaba a una de la otra, por lo que bien podría afirmarse que fueron contemporáneas.
Si Mujercitas fue más famosa que la propia Louisa May Alcott y toda su obra escrita, algo similar pasa con Frances Hodgson Burnett cuyo nombre y extensa obra es poco conocida, excepto por El jardín secreto, que al igual que Mujercitas, es una obra importante en la narrativa infantil, tiene un mensaje profundo, se ha convertido en un clásico y es parte de la cultura popular que incluso ha sido llevada al cine en diferentes décadas. Pero fuera de estas similitudes externas al contenido de estas dos obras, poco más hay. Son 43 años los que separan a ambas publicaciones. El jardín secreto posee un estilo, ritmo, estructura, historia y mensaje diferente al de Mujercitas, que, si no fuera por algunos detalles, bien podría afirmar que esta obra de Hodgson Burnett es completamente dickensiana. Hagamos un rápido recuento: una niña huérfana, un familiar rico, una antigua mansión inglesa, lugares muy solitarios, secretos familiares, algunos personajes austeros y taciturnos y una aureola de misterio. Ese guiño al estilo gótico es notable, pero la comparación con Dickens termina cuando la novela toma un rumbo menos sufrido con los niños, suprime la crueldad humana y la provee de una atmósfera fantástica que, aunque sin magia, inspira paz, belleza y optimismo.
La sinopsis de la novela es la siguiente:
«Mary Lennox tiene diez años y ha perdido a sus padres por culpa de una epidemia que ha azotado la India. Tras su defunción, Mary viaja desde el país del Ganges a Inglaterra para instalarse en la mansión de su tío, una imponente casa de casi cien habitaciones. Allí descubrirá un jardín misterioso cerrado con llave cuyo acceso está completamente prohibido. Un lugar mágico que jamás habría podido imaginar. En contacto con la naturaleza y en compañía de dos niños, Mary vivirá una serie de cambios decisivos.»
Frances Hodgson Burnett es una muy buena narradora que sin mucha dificultad logra no solo describir el detalle de lo que va descubriendo la protagonista, Mary Lennox, sino también transmitir al lector los sentimientos y emociones que surgen en el proceso. Ciertamente El jardín secreto se considera un clásico de la literatura infantil inglesa, pero no es limitativa de ninguna manera. Puede explorarse desde una perspectiva más madura, puesto que para nada es una obra sin sustancia y su calidad literaria es bastante sólida. En ocasiones, más en el final, pueda que nos parezca un tanto pretenciosa (que no lo es) y edulcorada, pero, a fin de cuentas, son los finales con matices felices y moralejas los que coronan las historias de formación.
Los personajes que aparecen en la novela, desde los niños: Mary, Collin y Dickon, hasta los adultos: la señora Medlock, el señor Craven y el jardinero Ben, tienen un arco. No son los mismos que al comienzo de la historia. La narración es en tercera persona y se hace teniendo el foco sobre Mary Lennox, por lo que la autora nos hace ver las de un modo más sencillo, tal como lo vería una niña. Y esto de hacer las cosas sencillas es un verdadero reto, porque antes debieron haber sido complejas. Que conste que sencillo no es lo mismo que simple. Para resumir un libro de doscientas páginas en una página, antes debió leerse, estudiarse y entenderse ese libro.
Después de leer El jardín secreto nos damos cuenta de porque se ha convertido en un clásico. Ciertamente empezamos el viaje con personas rotas y antipáticas, si se quiere; pero luego vamos no solo conociendo el sufrimiento detrás de sus respectivas soledades, sino también como este dolor se va aceptando y superando. No es que la fatal ausencia deje de ser menos triste, pero el duelo indefinido se convierte en un castigo autoinfligido que termina por consumir el ánimo de cuanto rodea.
El jardín secreto viene a simbolizar los buenos recuerdos de las personas que amamos y ya no están, sean estos un padre, una madre, o en el caso del libro, una esposa, una esposa que es tanto una madre y una tía cuya ausencia al principio es un vacío insalvable. A su partida de nada sirve extender la aflicción por años y torturarse al privarse de visitar la memoria. Quienes ya no están no dejan más que su recuerdo y la mejor manera de honrarlos es no olvidarlos. La aflicción no está en el recuerdo, está en renunciar a ellos y abrazar el olvido.
El jardín secreto podrá ser un clásico de la literatura infantil inglesa, pero su éxito se debe más a que es un libro que aborda sutilmente el duelo que probablemente no reparemos en primer lugar en ello, pero está allí, omnipresente. El dolor es tan universal que no hay manera de evadirlo. Mary perdió a sus padres, Collin a su madre, el señor Craven a su esposa. El dolor había convertido a Mary en una escuálida y pálida niña, a Collin en un niño postrado en una cama y al señor Craven en un hombre jorobado, gris y amargado.
El jardín secreto es una obra muy recomendable independientemente la edad de quien la lea, para muestra, volver al fragmento con que inicio esta reseña. En estas líneas extraídas de la novela se encierra todo el espíritu de esta.
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