miércoles, 27 de agosto de 2025

CATEDRALES de Claudia Piñeiro

«Aprendí esa misma tarde de que “ateo” es una mala palabra. Y que la mayoría de los creyentes puede convivir con quienes creen en otros dioses, pero no con quienes no creen en dios alguno. Lo digan de manera directa o con eufemismos, es evidente que consideran que los ateos somos personas “falladas”. Más aún, hay quienes hasta concluyen que la imposibilidad de tener fe religiosa trae como consecuencia un grado de maldad inevitable: una persona que no cree en ningún dios no puede ser una buena persona.»

Claudia Piñeiro es una de las novelistas argentinas más reconocidas de las últimas décadas, cuya obra combina la intriga propia de la novela negra con una profunda exploración de los conflictos sociales, familiares y morales de la Argentina contemporánea. Licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad de Buenos Aires, ejerció como contadora y guionista de televisión antes de dedicarse de lleno a la literatura. Su consagración llegó con Las viudas de los jueves publicada en 2005 con la que obtuvo el Premio Clarín de Novela y adaptada posteriormente al cine y a la televisión. En años posteriores siguieron títulos como Las grietas de Jara en 2009, Betibú en 2011, Una suerte pequeña en 2015 y El tiempo de las moscas en 2022. En ellas, Piñeiro expone la violencia soterrada que anida en la clase media y en los espacios privados de la vida doméstica, al mismo tiempo que aborda temas como la corrupción, la desigualdad, la maternidad, el poder y la hipocresía social. Ha recibido numerosos premios internacionales como el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, Premio tormo Negro Masfarné, Premio Dashiell Hammett, entre otros.

Francamente, no tenía demasiadas expectativas al abrir Catedrales. Había leído la sinopsis y lo primero que acudió a mi mente fue esa sentencia tantas veces repetida: «otra novela negra más». No lo digo con ánimo de descalificar al género —mucho de mi pasión por la lectura se lo debo a las novelas policiales y de misterio, y dentro de ellas hay verdaderas joyas—, pero es innegable que el mercado actual está saturado: por cada Stieg Larsson aparecen decenas de Javier Castillos que repiten fórmulas y desgastan al lector. Tomé el libro, lo confieso, más por la reputación de Claudia Piñeiro que por el interés en la historia que anunciaba la contraportada. Y, sin embargo, la sorpresa fue mayúscula: Catedrales no es, en esencia, una novela negra. Si bien parte de un leitmotiv clásico —un crimen, un misterio, un secreto familiar—, lo trasciende con creces. Piñeiro construye aquí no un entretenimiento pasajero, sino una auténtica obra literaria. No obstante, antes de continuar, he aquí la sinopsis:

«Hace treinta años, en un terreno baldío de un barrio tranquilo de Buenos Aires, apareció descuartizado y quemado el cadáver de una adolescente. La investigación se cerró sin culpables y su familia -de clase media educada, formal y católica— silenciosamente se fue resquebrajando. Pero, pasado ese largo tiempo, la verdad oculta saldrá a la luz gracias al persistente amor del padre de la víctima. Esa verdad mostrará con crudeza lo que se esconde detrás de las apariencias; la crueldad a la que pueden llevar la obediencia y el fanatismo religioso; la complicidad de los temerosos e indiferentes, y también, la soledad y el desvalimiento de quienes se animan a seguir su propio camino, ignorando mandatos heredados.»

Uno de los mayores aciertos de Catedrales es su estructura narrativa. Claudia Piñeiro apuesta todo por una novela coral, pero no en el sentido tradicional de voces que se alternan a lo largo del relato, sino en una forma secuenciada: cada narrador —siempre en primera persona— aparece una única vez, ofrece su testimonio, cuenta su historia y luego se retira. En el capítulo subsecuente otra voz continúa añadiendo capas a la historia. En total, incluidas las páginas finales, son ocho voces las que reconstruyen el drama: cada intervención abre una nueva perspectiva, ahonda en la psicología de los personajes y obliga al lector a reorganizar el rompecabezas moral que se va conformando. Entre esas voces destaca incluso una narración en forma de diario, que es un buen recurso para hacer a hablar a una persona que no puede guardar nuevos recuerdos. Y si bien el epílogo en muchos casos suele ser un añadido editorial para cerrar cabos sueltos, aquí funciona como la guinda final, el verdadero cierre que da sentido al mosaico de voces. La dificultad técnica de semejante estructura es evidente: mantener la coherencia, evitar la repetición y lograr que cada narración sume en lugar de dispersar. Todos los narradores están conectados porque son familiares de la adolescente fallecida o bien, están ligados a ella. Cada uno de ellos tiene una voz única, es decir, una personalidad y conjunto de ideas y creencias bien definidos. Realmente Piñeiro la estructura narrativa con maestría, y lo hace además anclando la intriga criminal en una red de temas subyacentes —la religión, el silencio familiar, la violencia soterrada, la hipocresía social— que elevan la obra muy por encima del género. No sorprende, en consecuencia, que Catedrales haya obtenido el Premio Tormo Negro Masfarné, pues se trata de una novela que trasciende el policial para convertirse en literatura mayor.

En realidad, Claudia Piñeiro no escribe Catedrales para contarnos un crimen, sino para desenterrar los temas que laten debajo de él. El asesinato de la hija menor es apenas la excusa, el disparador narrativo que nos abre la puerta a lo verdaderamente importante: la religión convertida en dogma, el silencio como mecanismo de control, el tabú que corroe la intimidad, la hipocresía social que protege las apariencias y destruye lo esencial. A mitad de la novela, el lector ya tiene una idea bastante clara de lo ocurrido, pero lo que sostiene la lectura no es la intriga criminal, sino la devastación que esos silencios provocaron. La familia que se nos presenta —tradicional, de clase media, aparentemente ejemplar en la Argentina de los años setenta— se derrumba por dentro hasta quedar reducida a rencor, distancia y dolor. La muerte de la hija menor no es solo una pérdida irreparable: es la fractura que nunca se cierra, el duelo enquistado que divide a todos y convierte la vida familiar en una ruina moral. Piñeiro nos muestra que lo insoportable no es tanto el crimen en sí, sino el eco que deja en quienes lo callan.

La familia retratada en Catedrales es, en realidad, como lo mencioné en el párrafo anterior, un espejo de la sociedad argentina de los años setenta, marcada por un conservadurismo férreo, una religiosidad católica que dictaba comportamientos y un orden moral que se sostenía en la apariencia. Era una época en la que lo importante no era la verdad, sino lo que se mostraba hacia afuera: la familia debía ser ejemplar, el matrimonio indisoluble, los hijos obedientes, y todo lo que escapara de ese molde se ocultaba bajo un silencio cómplice. En ese sentido, lo que Piñeiro narra no dista demasiado de lo que ocurría en buena parte de América Latina y en la España del tardofranquismo: sociedades temerosas del peso de la Iglesia, sea esta católica, protestante o cualquier otra denominación, no importa; sociedades atravesadas por el miedo al qué dirán, por la represión de todo aquello que pusiera en entredicho la tradición. Y quizá lo más inquietante sea que, aunque se hable de los setenta, mucho de esa mentalidad sigue viva hoy en día: basta mirar a nuestro alrededor para ver que aún persiste la hipocresía de defender una moral intachable en público, mientras se guardan secretos y se toleran violencias en lo privado. Piñeiro expone, así, no solo la historia de una familia rota, sino la radiografía de una cultura que prefiere sacrificar la verdad antes que poner en entredicho sus creencias o ideales, su imagen.

En términos literarios, Catedrales representa uno de los logros más sólidos de Claudia Piñeiro. Si en Las viudas de los jueves exponía la decadencia moral de la clase alta porteña y en Betibú jugaba con los códigos del policial, aquí consigue una obra más madura, donde la intriga convive con una reflexión sobre la familia, la religión y el silencio. La novela se ubica así en la tradición de aquellas obras que, sin abandonar del todo el género negro, lo llevan a otro nivel, como Río místico (Mystic River) de Dennis Lehane o las entregas de Leonardo Padura protagonizadas por Mario Conde, en particular Paisaje de otoño. En esa compañía, Piñeiro demuestra que el policial puede ser también literatura de alta calidad.

Catedrales es, sin duda, una novela recomendable. Como ha quedado claro ya, no lo es por el misterio que encierra el crimen, sino por la manera en que Piñeiro plantea los silencios y a las hipocresías que moldearon a toda una generación y que todavía resuenan en nuestras sociedades. Es un libro que en cierta medida perturba porque nos obliga a mirar de frente lo que pasa y se calla, y al mismo tiempo conmueve por la forma en que desarma la fachada de una familia a la luz de todos «ejemplar». Y como ocurre con toda buena literatura, como lector voy recolectando aforismos, sentencias y frases que invitan a la relectura, pequeñas verdades destiladas en el relato que permanecen más allá de la trama:

«Hasta que, poco a poco, harta de que no me prestaran atención, fui guardando la verdad para mí. Con el tiempo, aquello que sólo yo sabía se convirtió en silencio. El pasado, en silencio; el presente, en olvido; el futuro, en vacío.» 

«La muerte pide resignación, la ausencia no.»

«Enamorarse lleva tiempo y en ese tiempo se evaporan mis recuerdos. Para enamorarse, hay que tener memoria.»

«La verdad que se nos niega duele hasta el último día. La que se revela, no lo sé.» 

«Un ignorante con poder es una fatalidad.»

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