«La mente se inventa todo tipo de excusas para no acabar cualquier tarea. Sin embargo, tomar una decisión es una forma de actuar, incluso si esa decisión aislada no logra cambiar nada por sí misma. En ese tipo de situaciones, hacer algo, lo que sea, es todo lo que se necesita para una mítica fecha que nunca llega, nunca se completará. Y hacer algo de manera imperfecta es siempre mejor que limitarse a soñar sobre cómo se haría a la perfección.»
Annie Lawson es una periodista y editora australiana. Lo que se sabe de ella es que cuenta con una trayectoria profesional variada: ha presentado payasos sobre patines en televisión en vivo, entrevistado a celebridades del rock como Gene Simmons y escrito sobre China, tecnología y cambio climático para medios y organizaciones de interés público. Con la publicación de su único libro en 2023, Estoicos en la oficina, se ha convertido en una entusiasta de esa corriente filosófica al ámbito laboral contemporáneo.
El trabajo de oficina no es un fenómeno marginal sino una forma de empleo masiva, por ejemplo, en Estados Unidos en 2023 había aproximadamente 18.5 millones de puestos administrativos y de soporte, lo que representaba el 12.2 % del total del mercado laboral. Y esa cifra en realidad subestima la magnitud del fenómeno, pues deja fuera a profesionales como ingenieros, abogados, actuarios o contadores, que también desarrollan su labor en oficinas. Contra la idea extendida de que se trata de un empleo relativamente relajado, los datos muestran otra realidad: el 83 % de los trabajadores estadounidenses reporta que su trabajo les genera estrés, un factor que se asocia con unas 120 mil muertes anuales. A ello se suma que más de la mitad de los empleados padece condiciones crónicas como hipertensión, diabetes o enfermedades cardíacas, y tres cuartas partes de ellos han tenido que lidiar con esos padecimientos durante su jornada laboral. Esta brecha entre la percepción popular y la experiencia real evidencia que el trabajo de oficina, lejos de ser suave, puede ser altamente demandante y perjudicial para la salud, algo que Estoicos en la oficina busca abordar desde una perspectiva más práctica que filosófica, pero antes de adentrarnos en la reseña, he aquí la sinopsis:
«La visión atemporal de Marco Aurelio sobre el comportamiento humano demuestra que el ecosistema laboral no ha cambiado demasiado en los últimos dos mil años y que a todos nos iría bastante mejor si nos centráramos en lo que podemos controlar, dejando de lado todo aquello que escapa a nuestra influencia. Como líder imperial romano, se enfrentó a una buena dosis de situaciones frustrantes, rencillas políticas y personajes complicados. En sus “Meditaciones” -obra convertida en biblia de la filosofía estoica-, Marco Aurelio nos anima a aceptar que las personas inevitablemente tienen defectos, así como a aprovechar al máximo nuestra breve existencia, a resistir las tentaciones de la fama y la adulación, y a adoptar una perspectiva cósmica de nuestra existencia, especialmente cuando alguna carga vital se nos hace demasiado pesada.»
El estoicismo nació en Atenas en el siglo III antes de Cristo, de la mano de Zenón de Citio, y desde entonces ha sido una de las corrientes más influyentes de la filosofía occidental. Su propuesta es sencilla de enunciar, eso sí, difícil de practicar: vivir de acuerdo con la naturaleza, aceptar lo que escapa a nuestro control y cultivar la virtud como el único bien verdadero. Entre sus máximos exponentes de la Antigüedad figuran Séneca, con sus cartas y tratados sobre la vida y la muerte; Epicteto, un esclavo que convirtió la disciplina del espíritu en camino de libertad; y Marco Aurelio, emperador romano cuya obra Meditaciones —escrita no para los demás, sino como ejercicio íntimo de reflexión— ha terminado por convertirse en un referente universal sobre cómo enfrentar la adversidad y la fugacidad de la existencia. Y, sin embargo, el estoicismo no se agotó en el mundo clásico: ha sido redescubierto en distintas épocas, desde el Renacimiento hasta la modernidad, y hoy inspira tanto a filósofos como a psicólogos, que lo reconocen como antecedente de terapias contemporáneas. Lo extraordinario es que, dos mil años después, sus enseñanzas siguen tan vigentes como al inicio, pero no como dogma, sino como recordatorio de que lo único que nos pertenece es nuestra actitud frente a lo inevitable.
Annie Lawson parte de esa vigencia del estoicismo para trasladarlo a un escenario tan común como desgastante: la oficina. Si Marco Aurelio escribía sus Meditaciones en medio de campañas militares y Séneca reflexionaba sobre la muerte bajo la amenaza del poder imperial, Lawson propone que los mismos principios pueden aplicarse a reuniones tan frecuentes como interminables, correos electrónicos urgentes, compañeros tóxicos, jefes imprevisibles, rumores de pasillo, almuerzos recalentados en tristes táperes, indicadores y metas imposibles, recursos y herramientas racionalizados y la vida misma en un encierro tras puertas codificadas y circuitos cerrados. El paralelismo no es un capricho: en ambos casos se trata de enfrentar lo inevitable con serenidad, de distinguir entre lo que depende de uno y lo que no, de recordar que ni la ira del emperador ni la presión del gerente deberían dictar nuestro estado de ánimo.
Con ironía y ligereza, Lawson convierte el entorno laboral en un laboratorio moderno para poner a prueba la filosofía estoica: no se trata de embellecer la rutina de oficina, sino de aprender a vivirla sin que el estrés y la frustración nos devoren por dentro. Esa es quizá la cualidad más distintiva del libro: su desenfado, su tono irreverente, que lejos de trivializar el estoicismo lo hace más accesible. Lawson no ridiculiza a Marco Aurelio, sino que nos recuerda que no necesitamos vivir cada reunión, cada correo electrónico o cada proyecto como si fuera una batalla entre la vida y la muerte. El estoicismo, leído en clave laboral, es una invitación a relativizar los problemas de oficina, a recuperar la distancia y el humor frente a lo inevitable. Esa mezcla de respeto por la tradición y desparpajo en el estilo es lo que convierte a Estoicos en la oficina en un manual útil y, al mismo tiempo, en una lectura disfrutable, porque desarma con una sonrisa los gestos solemnes con que solemos cargar nuestra jornada laboral.
Los temas de fondo que atraviesan Estoicos en la oficina son el estrés, la ansiedad y el desgaste emocional que produce el mundo laboral, pero tratados desde un ángulo distinto: el del control de la actitud frente a lo inevitable. La obra está estructurada en 49 reglas breves, y cada capítulo sigue un esquema claro: comienza con una escena típica de la oficina —el correo urgente, la reunión absurda, el jefe caprichoso—, la contrasta con una enseñanza de la filosofía estoica y cierra con una sentencia de Marco Aurelio, como recordatorio de que alguien, hace dos mil años, ya reflexionaba sobre la misma clase de frustraciones humanas. El tono ligero no oculta la seriedad de fondo: además del estoicismo clásico, late aquí un profundo pragmatismo. Lawson no promete que desaparecerán el estrés o la ansiedad, ni que los problemas de la oficina dejarán de afectarnos; lo que ofrece es una alternativa, una perspectiva distinta, un punto de apoyo que nos recuerda que, aunque la realidad permanezca igual, siempre podemos cambiar la manera en que nos relacionamos con ella.
En el fondo, el tema central de Estoicos en la oficina —el control de nuestra actitud frente a lo que no podemos cambiar— remite inevitablemente a El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Claro está, no se trata de una comparación justa: hablamos de un libro nacido de la experiencia de los campos de concentración nazis frente a otro que aborda las tensiones de la vida de oficina. Y, sin embargo, ambos comparten esa convicción de que, incluso en las circunstancias más adversas, el ser humano conserva un último reducto de libertad: la manera en que elige responder a lo inevitable. Para quienes deseen profundizar más allá de los problemas cotidianos del trabajo y explorar la dimensión existencial de esa idea, la lectura de Frankl resulta un excelente complemento.
La recepción de Estoicos en la oficina ha sido, en general, positiva. Se destaca su tono ligero, el humor con que está escrito y la manera en que convierte situaciones cotidianas del trabajo en ejemplos prácticos de filosofía aplicada. Se le reconoce el mérito de ser un libro entretenido y útil a la vez, con un estilo que lo hace accesible incluso a quienes no tienen formación filosófica. El hecho de que haya sido traducido al español confirma su buena acogida internacional y el interés que despierta en un contexto donde el estoicismo se ha convertido en una tendencia creciente. No obstante, hay que tener muy en cuenta que no es un libro mayor ni definitivo sobre el tema del estoicismo, tampoco pretende serlo, es solo una lectura agradable y oportuna que se beneficia del auge contemporáneo de esta corriente filosófica.
En lo particular, Estoicos en la oficina me gustó porque no es un libro pretencioso: entretiene, y de paso enseña, de manera que uno siempre extrae algo positivo después de su lectura. Annie Lawson no busca impartir una cátedra de filosofía ni convertir al lector en estoico convencido; lo que propone es más sencillo y más útil: una mirada distinta para que lo cotidiano no termine por asfixiarnos. Su propuesta recuerda a la oración de la serenidad: aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo que está en nuestras manos y aprender a distinguir entre ambas cosas. Y aceptar no significa caer en el derrotismo, porque la aceptación no es resignación pasiva, sino un ejercicio de realismo que nos permite ahorrar fuerzas para lo que sí depende de nosotros.
Para cerrar, unas líneas que vale la pena leer y releer.
«Lograr ser una mejor persona a lo largo de toda nuestra vida es más importante que ser tomado por idiota en un efímero momento.»
«La procrastinación surge de la falta de autocontrol más que de una mala gestión de nuestro tiempo.»
«Nuestra vida no es corta, la hacemos corta… no por escasez, sino por desperdicio.»
«El halago alimenta el ego, y el ego paraliza nuestro avance, puesto que no se logra mejorar cuando no se recibe una crítica sincera de nuestra actuación.»

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