sábado, 25 de julio de 2020

EL ENEMIGO DE DIOS de Bernard Cornwell


«Nunca olvidaré el frío de aquella noche. La helada escarchaba las rocas y el acero de las lanzas esta tan frío que quemaba la piel con sólo tocarlo. Era un frío glacial. La llovizna se convirtió en nieve al anochecer, luego paró; el viento amainó llevándose las nubes hacia el este y el cielo quedó despejado, con una enorme luna llena en medio del mar. Era una luna portentosa, una gran esfera de plata empañada por la gasa de una nube distante que flotaba sobre un océano poblado de olas negras y plateadas. Jamás había visto estrellas tan brillantes.»
El enemigo de Dios es la segunda parte de la trilogía Crónicas del señor de la guerra en la cual Bernard Cornwell retrata su visión más oscura y pagana de la leyenda artúrica. Cornwell ha despojado a Arturo de todas las alegorías medievales inglesas, incluso el título de rey, y lo ha convertido en un inteligente guerrero britano, formidable líder militar y noble entre señores. Si la tradición artúrica fuera una religión, entonces Cornwell se convirtió en un anatema al acercar a Arturo y a todos los personajes que nutren la leyenda a una condición más acorde con la historia, más pagana y cruenta, más lóbrega y cruda.

Esta entrega no cambia el estilo narrativo ni la perspectiva, el narrador del relato sigue siendo Derfel Cadarn, un viejo monje que en sus mejores tiempos fue paladín de Arturo. De Bernard Cornwell y de su estilo ya hablé en el post de El rey del invierno, la primera entrega de esta trilogía, y para no ser repetitivo saltaré esta parte. El enemigo de Dios comienza con un resumen de los hechos del primer libro. En dos páginas Cornwell fue capaz de resumir más de seiscientas, esto no es tanto para que podamos comenzar este libro de manera independiente, sino porque entre la publicación de uno y otro libro había transcurrido un tiempo y es importante ser un poco condescendiente con el lector frecuente, recordándole que acontecimientos fueron los más importantes y como estos serán el detonante para partir en las siguientes misiones y batallas.

Esta segunda parte la considero mucho más densa, porque además de las batallas y las conspiraciones internas, Cornwell también agrega un elemento diabólico, el creciente fanatismo provocado por la nueva religión cristiana que los romanos llevaron a Britania. Desde siempre la cantaleta de que el fin del mundo está próximo ha causado problemas y en el escenario que retrata Cornwell no es la excepción. Arturo, al cierra del primer libro, había logrado la paz entre los reinos britanos, además de llegar a un acuerdo con los sajones y anglos invasores. Esto hizo que su país, Dumnonia, tuviera paz durante más de una década. La población en paz, ignorante e ingenua, y la carencia de un rey carismático o tirano, hizo que las creencias y religiones tomaran más protagonismo, siendo los obispos y sacerdotes cristianos los que ganaron la partida a los druidas, cada vez menos y más ermitaños. Derfel Cadarn es en el momento que cuenta la historia un monje, no sabemos como llegó a convertirse en tal, si durante la mayor parte de su vida era un creyente de la tradición druida. Quizá eso lo sepamos en la última parte de la trilogía.

Cornwell también aprovecha para abordar el mito del Santo Grial. La primera vez que aparece una referencia al Santo Grial fue en la versión de la leyenda artúrica contada por Chrétien de Troyes en los albores de la Edad Media. Casi siete siglos después del Arturo histórico y teniendo a cuestas todo lo que la tradición oral agregó a la leyenda. Bernard Cornwell deja en su narración lo retorcido que pueden ser los cantos de los bardos, dependiendo de quien les pague para que compongan y canten sus proezas, sean estas ciertas o ficticias. El Santo Grial es un mito que tuvo su origen en Inglaterra y que puede remontarse a las leyendas britanas de objetos mágicos. Existen muchas leyendas de ollas mágicas de druidas en la tradición galesa, por lo que Bernard Cornwell utilizó este material y paganizó el Santo Grial por una olla con similares poderes que tiene el potencial de librar a Britania de los sajones y también del cristianismo, una religión extranjera que esclavizaba el pensamiento de los campesinos, a la vez que se apropiada de sus cosechas. Es allí donde uno de los primeros relatos de esta segunda entrega es la búsqueda de esta olla druida, misión que viene acompañada de muchas dificultades y riesgos al escabullirse por tierras galesas y llegar a la meca druida, la isla Anglesey antiguamente conocida como Ynys Mon, además que conservar la olla tampoco fue fácil, y al igual que el Grial, la sangre también se vertió sobre la olla. Arturo no participó en la búsqueda, pero sí que lo hace Merlín, Nimue, Derfel, Galahad y algunos guerreros más. Arturo siempre se mostró reacio con el pensamiento religioso o mágico, era un hombre que creía en la ley, los juramentos, el honor y la espada. Él tuvo que enfrentarse a muchos taimados sacerdotes cristianos que no paraban de tenderle trampas e intentar matarlo, por ello en el relato de Cornwell se dice que Arturo hacía más santos que Dios, aunque realmente el verdadero enemigo de Dios era Merlín, porque su religión, sus dioses y la Britania que conocía estaba desapareciendo por el cristianismo.

Otra historia que aparece es la de Tristán e Isolda. El trágico relato de amor de estos personajes inicialmente fue independiente a la tradición artúrica, pero eventualmente se fueron fusionando. La versión de Cornwell de esta historia de amor terminada en desgracia es mucho más viseral. También marca una evolución de los personajes en el cuestionamiento de los juramentos y las lealtades, entre lo que es correcto pero injusto y lo justo pero incorrecto. Este relato no es muy extenso, pero el capítulo que le dedica Cornwell es suficiente para hacer mella sobre Arturo.

Es de todos sabida la traición de Lancelot y Ginebra y todos los acontecimientos de El enemigo de Dios llevan hacia ese climax. Arturo siempre fue un hombre que confiaba en las personas, que perdonaba a sus enemigos, que creía en la paz, que decía la verdad. Juzgaba a las personas en la misma medida en la que él actuaría. Me recordó un poco a Ned Stark de la saga Canción de Hielo y Fuego. Obviamente Arturo no pierde la cabeza, que apunto estuvo, pero sí en las últimas páginas da la apariencia que ha perdido el alma.

Cornwell ha confesado que esta saga no es precisamente una novela histórica, que se apoya en algunas fuentes para darle mayor credibilidad al escenario de la Britania sombría que ha retratado, pero que todos los acontecimientos narrados no son más que una manera de entender como hubiesen sido estos personajes en tales circunstancias.

Por todo lo demás, una digna entrega de una trilogía que cambiará nuestra visión del relato artúrico. Quizá siempre nos quedemos con el romanticismo de lo que los libros y las películas nos han contado por años, pero ahora nos queda claro que tienen más fantasía que realidad. 

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