«Los hombres hacen la historia, en efecto, y no puedo negar que fueron los hombres los que hundieron Britania. Éramos cientos, todos cubiertos de cuero y hierro, armados de escudo, lanza y espada, y nos creíamos dueños de Britania porque éramos guerreros, pero bastó un hombre y una mujer para hundirla, y de los dos, la mujer causó mayores desastres. Por una maldición suya pereció todo un ejército, y a ella se refiere esta crónica, pues era la enemiga de Arturo.»
Excalibur es el cierre de la trilogía de Crónicas del señor de la Guerra, una saga artúrica donde Bernard Cornwell nos muestra una visión mucho más oscura y apegada al contexto histórico. Tendrá algunos anacronismos necesarios para salvar el romanticismo de la tradición, pero en toda ficción histórica las hay y las licencias del escritor no son antojadizas, sino el recurso último para dar fluidez a su narración. En pocas sagas he encontrado un cierre digno de aplaudir, que arrebate un suspiro y nos deje el vacío de pérdida, de añoranza. Excalibur es una digna conclusión, épica y apoteósica de pasta a pasta.
Esta saga desde El rey del invierno nos muestra una Britania en decadencia, consumida en conflictos internos y subyugada por la amenaza sajona. Su rey supremo, Uther Pendragón muere dejando como sucesor al trono a su nieto a un recién nacido y tullido, Mordred. Arturo, un joven y aguerrido guerrero, al ser hijo bastardo de Uther no tiene derecho al trono, pero él junto a otros caballeros y señores, incluso reyes, juran lealtad a ese niño, de luchar incluso morir por él, por su derecho de ser rey. Ese juramento de lealtad con el trascurso del tiempo se convertiría en la condena de Britania y la maldición para todos aquellos que lo profirieron tanto si lo observaron como si faltaron a él. Toda la historia está narrada por un viejo sajón, un monje cristiano que ha recibido el encargo de una reina para conocer la leyenda de Arturo. Este monje se llama Delfel y en otrora era un formidable y temible guerrero de Arturo, un señor de la guerra, de allí el título de la saga. Derfel es el Señor de la Guerra.
En El rey del invierno, Derfel descubre al lector su origen traumático, su forzada pubertad a la tragedia y su derecho de vivir por el valor, la espada y la sangre. No comienza como un soldado de Arturo, sino de otro guerrero que al poco tiempo se convierte en un traidor. En este primer libro se crean todos los detonantes que nos llevarán a Excalibur. Arturo en esta parte es más joven y por lo tanto, ingenuo, cree en la justicia y la bondad intrínseca del ser humano. Cree en los juramentos y hasta suele ser terco con el valor de la palabra, hace muchas promesas y compromisos, pero no logra cumplir uno de ellos, porque se enamora, tampoco cumple otro porque está atrapado. Estos dos incidentes harían desmoronar la paz, los acuerdos, los pactos y derramar la sangre de cientos de hombres en la isla. Es en estas batallas donde Derfel se curte como guerrero, vive al límite y es en el siguiente libro, El enemigo de Dios, donde Britania, después de haber llegado a nuevos a acuerdos tras el triunfo de Arturo, logra instaurar una paz por décadas, que pronto se verá perturbada por el enfrentamiento con los sajones invasores y nuevas traiciones internas. El enemigo de Dios deja entre ver la muerte espiritual de Britania, donde sus antiguos dioses y los druidas hacen intentos desesperados para derrotar la nueva religión cristiana que llegó con los romanos, pero que no se fue con ellos. Arturo al no ser ni pagano ni cristiano se convierte en el enemigo de Dios y de los dioses.
Excalibur comienza con el último llamado a los antiguos dioses. Merlín, el druida más sabio y poderoso, ha reunido una serie de tesoros desperdigados por Britania. Pero el ritual involucra grandes sacrificios, sacrificios de inocentes, entre ellos el hijo de Arturo. Como era de esperarse el ritual se interrumpe y con ello Arturo gana como sombría enemiga a la aprendiz de Merlin, Nimue, que pronto se convertirá en la peor la maldición de la isla. En seguida pasamos a la batalla más épica de toda la saga y vaya que Bernard Cornwell se encarga de que todas las batallas sean memorables. Indudablemente el enfrentamiento con los ejércitos sajones en Mynydd Baddon es una muestra magistral de cómo un escritor debe describir una batalla. Los acontecimientos previos hacen que hasta el lector respire tensión. Mynydd Baddon fue una batalla histórica, existen registros de que fue la última gran derrota de los sajones y anglos en Britania.
Derfel fue un niño salvado por Merlín y que estuvo bajo su tutela al mismo tiempo que hizo amistad con otra niña de su misma edad y parecida condición, Nimue. Durante toda la saga Derfel y Nimue tuvieron un vínculo fuerte y consumado con magia, al principio fue amor no correspondido a Derfel, luego amistad y respeto recíproco y finalmente ira y desprecio de ella. La maldición de Nimue también alcanzó a Derfel. Nimue de ser una niña torturada, mutilada y violada, pasó a convertirse en la hechicera druida más temible e implacable de la isla. Y estuvo presente en la última batalla librada en la trilogía, aquella que es la que más se conoce y que más se comenta en la tradición artúrica, el enfrentamiento de Arturo con Mordred. Esa batalla en la que Arturo es despedido al Avalon.
Recomiendo leer mis anteriores posts para tener una mejor idea de la narración y estilo de Cornwell. Personalmente sentí muy lento el comienzo, muchos personajes, muchos lugares, muchos nombres raros de difícil pronunciación; pero sabía que no podía ser de otra manera, puesto que estábamos ante la que es probablemente la obra más ambiciosa y querida de Cornwell. Al poco tiempo me vi recompensado y no pude parar y leí un libro tras otro. Los personajes se me hicieron tan cercanos y la narración de Derfel tan viva, sublime y heroica. Naturalmente algunos personajes me pareció que requerían de un mejor desarrollo, para entender de mejor manera sus motivaciones y no solo intuirlas, claro ejemplo de ellos son unos gemelos, hijos bastardos de Arturo, niños que aparecen díscolos y revoltosos y luego como hombres crueles que constantemente cambiaban de lealtades.
La leyenda de Arturo podrá tener su origen en un personaje histórico, lo cierto es que lo que tenemos son hipótesis y eso significa que siempre existe un espacio para que alguien construya o amplíe una nueva visión del personaje. Bernard Cornwell lo hizo y sin duda construyó una narración que se elevará entre las preferidas de muchos lectores.
Arturo fue el eje de Las crónicas del señor de la guerra, pero Derfel Cardarn no solo fue un testigo de aquella leyenda, él fue la leyenda, el héroe sajón que siempre estuvo al lado de Arturo, en las misiones más peligrosas, en la primera línea de combate, el señor de la guerra.
«La gente no renuncia a la esperanza por una decepción, sino que la redobla.»
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