«Con el tiempo, he aprendido que puedo decidir cómo reaccionar ante el pasado. Puedo sentirme deprimida o feliz. Siempre tenemos la posibilidad de decidir, la posibilidad de tener el control. He aprendido a decirme a mí misma, una y otra vez, hasta que la sensación de pánico empieza a remitir, que “estoy aquí. Esto es ahora”.»
Edith Eger es una psicóloga y académica húngara de ascendencia judía. Vivió los horrores de la Segunda Guerra Mundial cuando apenas era una adolescente. Junto a su familia fue remitida a un campo de trabajos forzados dentro del complejo de Auschwitz donde, a pesar de las vicisitudes, sobrevivió, aunque poco le faltó para convertirse en una más entre millones de judíos exterminados. Sus padres no sobrevivieron y si la guerra se hubiera extendido un año o tan solo unos meses más, probablemente ella tampoco. Instalada en los Estados Unidos decidió rehacer su vida y estudiar psicología. Con el tiempo llegó a conocer al fundador de la logoterapia, de quien eventualmente dio un discurso de homenaje. La bailarina de Auschwitz, publicado en 2017, es su primer libro.
Cada año nos encontramos con nuevas publicaciones que versan sobre temas de la Segunda Guerra Mundial, pero a estas alturas la mayoría de los libros son novelas, tesis, investigaciones y ensayos. Es muy difícil encontrar nuevos testimonios de personas que vivieron el horror de la guerra después de 75 años de que Alemania firmara su capitulación. Las heridas o el tiempo han derrotado a la mayoría de los testigos, pero hay excepciones, Edith Eger es una de ellas. Eger tenía 16 años cuando Alemania invadió Checoslovaquia, por lo que cuando fue publicada La bailarina de Auschwitz, ya contaba con más de noventa años. Fue mucho el tiempo que transcurrió para decidir contar su historia.
Algo interesante de Edith Eger es que sus padres provenían de un país que ya no existe, el Imperio Austrohúngaro. La provincia donde nació que hoy pertenece a Hungría, en aquella época era de Checoslovaquia, un país inventado después de la Primera Guerra Mundial, hecho de restos de varios países y antiguos imperios. Por ser de origen judío, siempre hubo una diferenciación que los hacía parecer extranjeros. En muchas partes de Europa el antisemitismo era férreo y, como el peor de los cánceres, empezó a extenderse en muchas provincias y lugares, ya no solamente era un problema de las capitales y las urbes, era un problema europeo. A diferencia de Polonia, donde los judíos vivían en guetos y el país tenía una tercera frontera, con ellos y en donde vivió no era así, los judíos se mezclaban con facilidad; sin embargo, eso no bastó porque con la ocupación nazi, los judíos húngaros terminaron junto a los judíos polacos en Auschwitz. Ya no había diferenciación. Todos portaban la estrella de David. Al finalizar la guerra el sentimiento de desarraigo se profundizó y aunque había un lugar a donde regresar, ya no había un hogar.
Edith Eger nos cuenta toda su historia en una autobiografía muy franca, sincera y dolorosa. Los eventos de Auschwitz a pesar de que son solo una parte de todo el viaje de la vida, una fracción de cinco años, inevitablemente la marcaron y seguimos ese trauma en cada página. El estudiar psicología no fue adrede. Como muchas personas rotas con espíritus dañados, vio en el estudio de la psicología un método de comprensión de su propia psique y una alternativa para la sanación de sus heridas, lo cual no fue así. Afortunadamente, descubrió en el proceso a Viktor Frankl, a través de la lectura de su libro El hombre en busca del sentido. Se enteró de que él también era sobreviviente de Auschwitz, así que decidió, no sin sopesar su ingenuidad, en ponerse en contacto con él, escribiéndole y enviándole su propio testimonio. Edith Eger no pasó desapercibida por Frankl y terminó por convertirse en su mentor.
El título original de este libro es The choice, que podemos traducir literalmente como La elección. Un título que hace mucho más sentido a las intenciones de su autora que después de décadas, toda una vida, finalmente decidió superar su pasado, eligió el futuro, eligió su familia, eligió valorar su nueva vida. Por muchos años había sido infeliz y la gratitud por la vida y todo cuanto tenía no era algo que le calara ni un poco. No se le podía juzgar, después de todo lo que vivió y la corta edad que tenía cuando debió afrontarlo, inevitablemente terminaría con su esperanza, su dicha. Auschwitz no se cobró su espíritu, pero sí que lo quebró. El título de La bailarina de Auschwitz es una decisión editorial cuestionable. Fue tomado del momento en que Edith Eger bailó ballet ante Josef Mengele, el infame doctor que experimentó con prisioneros cual si fueran menos que ratas de laboratorio. Un baile, un solo momento y no más. No podemos negar que fue de algún modo decisivo el que Edith Eger evidenciara su salud y disposición con esa demostración, pero no se le parece, ni de poco, a todos las situaciones posteriores, más críticas, más cruentas, más inhumanas. El título de La bailarina de Auschwitz es para categorizar una variedad de libros recientes que tienen a Auschwitz como común denominador: El tatuador de Auschwitz, La bibliotecaria de Auschwitz, El farmacéutico de Auschwitz, El maestro de Auschwitz, etcétera.
Sería falso o inexacto decir que La bailarina de Auschwitz es un libro del holocausto. Porque no lo es. Tampoco sería apropiado compararlo con “El hombre en busca del sentido de Viktor Frankl, porque aquí el autor aparte de brindar su testimonio, filosofa sobra la existencia y su propósito. Edith Eger cuenta su pasado, al tiempo que nos cuenta de su presente, de sus pacientes, de sus casos. Interactúa con el lector como una conversación. No está diciendo en ningún momento que sus traumas son mayores, que no es un concurso, ni una competencia, simplemente que ella y muchas otras personas pudieron superarlo, está al alcance de muchas personas poder hacerlo, que es una cuestión de elección, pero para llegar a ese momento, hay un camino que recorrer y ese es el verdadero reto, recorrerlo, porque no siempre se quiere. No elegir significa siempre permanecer como una víctima, la víctima de nuestra propia existencia y eso no es vida.
La bailarina de Auschwitz es un libro muy recomendable, donde la compasión y conmoción que suscita en el lector dan paso a sentimientos de gratitud, reflexión y superación. Para finalizar, algunas frases que fui recolectando, que había muchas, pero estas en especial merecen ser leídas y releídas.
«El sufrimiento es universal. Sin embargo, el victimismo es opcional.»
«La memoria es un terreno sagrado. Pero también embrujado.»
«Puedes vivir para vengarte del pasado o puedes vivir para enriquecer el presente.»
«Podemos elegir asumir la responsabilidad de nuestras dificultades y nuestra curación.»
«Cuando tienes que demostrar algo, no eres libre.»
«Mientras responsabilicemos a otra persona de nuestro propio bienestar, seguiremos siendo víctimas.»
«Es nuestra responsabilidad actuar al servicio de nuestro auténtico yo.»
«El tiempo no cura. Lo que cura es lo que haces con el tiempo.»
«Existe la herida y lo que sale de ella.»
«No sabemos adónde vamos, no sabemos qué va a pasar, pero nadie puede quitarte lo que pones en tu mente.»
«Huir del pasado o luchar contra el presente es encarcelarnos a nosotros mismos.»
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