martes, 8 de marzo de 2022

LADRONA DE LIBROS de Markus Zusak

«Sinceramente, me esfuerzo por tratar el tema con tranquilidad, pero a casi todo el mundo le cuesta creerme, por más que yo proteste. Por favor, confía en mí. De verdad, puedo ser alegre. Amable, agradable, afable… Y eso sólo son las palabras que empiezan por “a”. Pero no me pidas que sea simpática, la simpatía no va conmigo.»

Markus Zusak es un escritor australiano de literatura juvenil que en 2005 se dio a conocer gracias al éxito internacional que obtuvo su segunda novela, La ladrona de libros, que tras la adaptación fílmica fue retitulada como Ladrona de libros. Esta novela obtuvo más de diez premios desde su publicación, siendo el Premio Michael L. Printz uno de los más destacados. El Premio Michael L. Printz es un galardón norteamericano que reconoce la calidad literaria en las novelas juveniles, lo cual particularmente me parece una excelente idea porque no porque un libro esté dirigido a un público más joven no significa que el escritor no haga buen uso de los recursos narrativos.

La Ladrona de libros es una novela que tiene como baluarte principal que la narración la hace la Muerte como un ente, una presencia, un testigo. Y si eso no fuera suficiente, el telón de fondo es la Segunda Guerra Mundial, específicamente un pequeño pueblo rural alemán que es víctima del fuego cruzado, de los bombardeos y del régimen totalitarista de los nazis que llevó al país a la destrucción. La sinopsis es la siguiente:

«Érase una vez un pueblo donde las noches eran largas y la muerte contaba su propia historia. En el pueblo vivía una niña que quería leer, un hombre que tocaba el acordeón y un joven judío que escribía bellos cuentos para escapar del horror de la guerra. Al cabo de un tiempo, la niña se convirtió en una ladrona que robaba libros y regalaba palabras.»

El tono juvenil y hasta fantasioso de la novela era una apuesta arriesgada para Markus Zusak. Nadie ve con buenos ojos la irreverencia ante las víctimas de la Segunda Guerra Mundial y aunque hayan pasado más de 70 años desde que concluyó, no significa que las heridas que abrió estén completamente sanadas. No obstante, Markus Zusak se las arregla para brindarnos un bello relato, quizá edulcorado si se quiere, sobre la tragedia de la guerra. A pesar de que el narrador sea la Muerte y cuente la historia de Liese, la niña protagonista, el tono que elige es bastante prístino, donde el descubrimiento a través de los ojos de la inocencia es el común denominador. 

Liese Memenger tiene nueve años al comienzo de la novela. El punto de partida es enero de 1939, donde a pesar de que todavía no existía guerra, la paz hacía mucho que se había perdido. La persecución de minorías y sus horrores dentro de Alemania llevaba más de una década. Los lectores acompañaremos a Liese en el despertar de la niñez a la adolescencia, únicamente que en lugar de que esta sueñe con las frugalidades y banalidades propias de la inmadurez, la veremos en la pesadilla que significa la pérdida de la inocencia teniendo como factor constante la miseria, la violencia y la muerte. La historia concluye con la misma guerra, en 1945.

Sin que esto sea un espóiler, Zusak apuesta fuerte desde las primeras páginas entregándonos a una niña abandonada por su madre en casa de unos desconocidos, los Hubermann. Si esto fuera poco, momentos antes Liese había presenciado como la vida escapaba del cuerpo de su pequeño hermano en la estación de trenes. El padre de Liese había sido comunista y eso era tan malo o peor que ser judío en la Alemania Nazi. La madre no tenía opciones, huir era todo y no podía llevar a sus hijos porque sabía que no sobrevivirían y en efecto, el menor no sobrevivió. 

Desde una lectura adulta de la novela, no podemos sacarnos de la mente que la perspectiva de la Muerte no es más que un escape de la misma protagonista. La Muerte no se percibe como ese ser omnisciente, omnipresente y eterno, sino más parecido a un personaje evocado de una historia de los hermanos Grimm. Siendo así, no cabe duda del gran trabajo y propuesta que hizo Zusak. Y obviamente, al estar dirigido a un público más joven, debió hacer que algunos momentos y situaciones fueran menos crueles de lo que en realidad fueron, sin que esto signifique una autocensura. Por ejemplo, no podía describir con detalle toda la parafernalia y propaganda antisemita, menos aún los métodos de ensañamiento. Afortunadamente Zusak tuvo el tino de ubicar el pueblo donde se desarrolla la historia en Baviera, por lo que nuestra protagonista no tuvo que sufrir después los abusos y violaciones de las tropas soviéticas. Si el pueblo hubiera estado en Dresde, Frankfurt o Berlín, la historia no hubiera tenido el final que nos presentó. 

Existe una subtrama, la de Max Vendenburg, un joven judío al que los Hubermann escondieron un tiempo. Vendenburg aportó la visión de la persecución judía contada para niños que de ninguna manera podría catalogarse como infantil. Tras una segunda lectura de estas historias narradas por Vendenburg, notamos tristeza y desolación, con apenas unas semillas de esperanza por la bondad que los Hubermann y Liese mostraban hacia él. No puedo negar que sentí algo de decepción de que el personaje haya salido tan pronto, pero no había otra manera de darle un subterfugio narrativo a un personaje trágico. Vendenburg comprendió que era un riesgo capital para la familia que lo escondía. Jamás se victimizó y su heroísmo personal consistió en sobrevivir, algo que indudablemente le terminó calando cuando muchos a quienes conoció morían en las redadas, en las largas marchas, en los trenes, en los campos de concentración.

La Segunda Guerra Mundial se cobró la vida de 50 millones de personas y otras 50 millones fueron desplazadas, deportadas o simplemente perdieron todo cuanto tenían; esto sin contar a los heridos y todos aquellos que tras la finalización de la guerra tuvieron que vivir con las cicatrices abiertas o bien, con la consciencia enturbiada. Eso significa que hay millones de historias consumidas en el silencio, millones de nombres arredrados al olvido. La narración de Markus Zusak es una apuesta fresca e innovadora para una veta donde solo la ficción puede rescatar las voces de quienes quedaron sepultados por escombros, bombas, balas o fueron convertidos en hueso y cenizas.

La Ladrona de libros es una novela juvenil que tanto enternecer como conmover a lectores de cualquier edad.

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