«Para qué me voy a entender demasiado contándote de los largos años de la dictadura, Camilo, es historia antigua y bien conocida. Hace ya treinta años que tenemos democracia, y lo peor del pasado ha salido a la luz: los campos de concentración, la tortura, los asesinatos y la represión que padeció tanta gente. Nada de eso se puede negar, pero entonces no lo sabíamos, no había información, sólo rumores.»
Isabel Allende es una escritora que encaja bien con la definición de cosmopolita: es chilena nacida en Perú, de ascendencia hispano-portuguesa con nacionalidad estadounidense. Su consumación como escritora llegó tras el éxito de la novela La casa de los espíritus, que es con frecuencia referida como un ejemplo del realismo mágico en la literatura latinoamericana. Ha obtenido decenas de premios, reconocimientos, nominaciones y menciones en varios países: Chile, México, Alemania, Italia, Estados Unidos, Portugal, y no es para menos, sus libros han sido traducidos al menos en 42 idiomas.
Isabel Allende es una escritora que entre los círculos literarios tiene muchos detractores. Sus personajes, especialmente los femeninos, tienden a ser reiterativos, cortados con la misma tijera, y sumándole el estilo muy característico de la autora que hasta podríamos llamar «allendismo», nos encontramos con una fórmula plana y un patrón que pocas veces se ha atrevido a romper. No es de extrañar que a muchos críticos les provoque cansancio porque a la larga termina reciclando las ideas y los personajes. Con los lectores es diferente, se ha ganado un público fiel y desde hace treinta años no ha habido publicación de Allende que no se convierta en best-seller casi a las semanas de tocar anaqueles. Violeta, publicada en 2022, es una novela que ya era un éxito en ventas antes de haber salido a las librerías. Esta es la sinopsis:
«Violeta viene al mundo un tormentoso día de 1920, siendo la primera niña de una familia de cinco bulliciosos hermanos. Desde el principio su vida estará marcada por acontecimientos extraordinarios, pues todavía se sienten las ondas expansivas de la Gran Guerra cuando la gripe española llega a las orillas de su país sudamericano natal, casi en el momento exacto de su nacimiento. Gracias a la clarividencia del padre, la familia saldrá indemne de esta crisis para darse de bruces con una nueva, cuando la Gran Depresión altera la elegante vida urbana que Violeta ha conocido hasta ahora. Su familia lo perderá todo y se verá obligada a retirarse a una región salvaje y remota del país. Allí Violeta alcanzará la mayoría de edad y tendrá su primer pretendiente. En una carta dirigida a una persona a la que ama por encima de todas las demás, Violeta rememora devastadores desengaños amorosos y romances apasionados, momentos de pobreza y también de prosperidad, pérdidas terribles e inmensas alegrías. Moldearán su vida algunos de los grandes sucesos de la historia: la lucha por los derechos de la mujer, el auge y caída de tiranos y, en última instancia, no una, sino dos pandemias.»
Violeta es una novela cuya sinopsis, cuya idea, cuya promesa, la ubica en una cima muy alta de expectativas. Es la historia de una mujer que ha vivido un siglo, que nació en la pandemia de la gripe española en 1920 y que muere en la del COVID-19 en 2020; y entre pandemias vivió los eventos históricos más importantes del siglo XX: el crac del 29, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la toma de Cuba por Castro, Vietnam, el Golpe de Estado de Salvador Allende, la dictadura de Pinochet, el terremoto de Chile de 1960, el ataque al Wall Trace Center, en fin. Lamentablemente nada de eso se cumple y estos eventos históricos parecen banalidades que se difuminan y pierden en el relato.
Violeta es una novela que buscó sintonizar (por no decir reciclar) el espíritu y sentimiento provocado por La casa de los espíritus, La hija de la fortuna y Retrato en sepia, novelas que estaban en el inicio de la carrera de Allende y con las cuales muchos nos sentimos complacidos y satisfechos. Lamentablemente la familia Del Valle no son los Trueba y nos quedan a deber. Mucho del acierto de Allende en La casa de los espíritus es que no es una historia completamente inventada, sino que utilizó la ficción para rememorar anécdotas familiares: todos sus personajes tenían un rostro conocido, eran el nombre de un padre, abuelo, tía, primo. Sin embargo, en Violeta no pasa lo mismo y desde el primer momento nos damos cuenta de que Isabel Allende tiene problemas para identificar a los personajes, para hacerlos creíbles: por ejemplo, Violeta tiene cinco hermanos, de los cuales únicamente menciona al mayor y medianamente lo desarrolla, mientras de los otros cuatro ni siquiera presenta sus nombres, mejor le hubiera valido omitir esa información porque dada la característica familiar del relato, esto no es coherente, aun en el distanciamiento la sangre llama. Pero no pasa eso. Violeta es una mujer que nació de una familia de clase media, muy acomodada y ambiciosa, si se quiere, que luego se hicieron pobres y tuvieron que vivir de la caridad de unos desconocidos en el sur más rural, frío y agreste del país. No hay muchas explicaciones del porqué pasan las cosas. Simplemente son así porque sí, porque Allende lo está escribiendo y eso incomoda un poco porque hace que los personajes sufran frecuentemente de giros abruptos en sus acciones o comportamiento. La pobreza para Violeta es tan insípida y a pesar de que la viva una década, parece durar tan poco o servir de nada. A los años la protagonista hizo fortuna de forma casi inexplicable, porque tampoco da muestras de alguna visión, tino o perspicacia para los negocios, más que el simple apotegma del padre que decía que hay que comprar barato y vender caro, como si eso fuera suficiente. Violeta es pobre, rica, madre, abuela, amante, esposa, maestra, empresaria, lo que necesite el relato, pero no parece identificarse con ninguna de esas calidades, ni mucho, ni poco.
La novela se enorgullece de un pensamiento que ensalza la cultura indígena chilena, de allí la cuota de realismo mágico, pero la verdad es que el malinchismo es la constante. Son siempre los extranjeros quienes van moldeando el relato de Violeta: su padre se jacta de la ascendencia española; su nana es una irlandesa, Miss Josephine Taylor, que su padre mandó a pedir como si fuera un paquete de Amazon; se casa con un inmigrante Alemán, Fabian Schmidt, ario a lo nazi, simpatizante nazi, veterinario de profesión, noble de sentimientos (lo cual es contradictorio); posteriormente se convierte en la mujer de un piloto chileno, Julián Bravo, que voló un Spitfire inglés en la Segunda Guerra Mundial y que eventualmente sería el padre de sus dos hijos; su fortuna la hace asociándose a la empresa de su hermano mayor, José Antonio, que trabaja con una comunidad de croatas asentada en Chile; luego tiene un amante estadounidense, Roy Cooper, que estaba involucrado en asuntos en conflicto con la ley; y termina sus años casada con un noruego, Harald Fiske, un diplomático y observador de pájaros, trece años menor que ella. Las distancias son otra cosa que nos trae de pelos tirados: viajan a Miami y cualquier otra ciudad de Estados Unidos o el mundo como si estuviera a la vuelta de la esquina de Chile, es más, no recuerdo que haya mencionado el nombre de Chile en ninguna parte del libro, pero de igual forma, no podría ser otro país en el mundo dada las características geográficas y geopolíticas que ofrece. Se saltan los episodios históricos como si fuera cualquier cosa, que esto ya lo mencioné, pero es sin duda lo que más molesta, como muestra solo hace falta leer el párrafo con que inicio esta reseña, así, de forma olímpica, se salta toda la dictadura chilena de décadas. Violeta no habla de política, pero igual la mete con calzador con Teresa Rivas, la amante de su nana, una feminista y lesbiana con ideas progresistas; su hijo un socialista que termina exiliado y el nieto marxista, que termina cura, ninguno de estos tuvo contacto, por lo que parece ser que lo de lo revolucionario viene de la tinta, de la tinta de la autora.
Violeta es una mujer de cien años que está escribiéndole una larga carta, una especie de memoria a su nieto, Camilo. Este hecho presupone un problema de credibilidad porque sería mejor que esto fuera una conversación entre abuela y nieto, una conversación a pausas por días en un lecho, y no una extensa epístola que difícilmente alguien con un siglo, podría y repararía en escribir. Obviamente con esto lo que obtenemos es una novela narrada en primera persona y cuando se usa ese recurso tiende a profundizar en el sentimiento, en la emoción del personaje ante las circunstancias; pero eso no pasa con la protagonista, que en ocasiones nos parece indiferente o completamente castrada emocionalmente, como si ya nada la sorprendiera o, mejor dicho, como si nada la haya sorprendido realmente. Los estilos narrativos son muy pobres, apuesta por lo seguro con un orden lineal, casi cronológico salvo por detalles que pintan a espóiler completamente innecesarios. Los personajes carecen de verdaderos arcos, como lo mencioné antes, sus acciones y comportamientos son abruptos, sin explicación, no es que sea un sinsentido, pero es como que si todo se lo inventara sobre la marcha.
Si bien es cierto que la novela de Allende narrativamente es accesible, muy amigable con el lector, tampoco presupone ningún reto. No aporta nada que no haya desarrollado y de mejor manera en sus novelas anteriores. Pensé que Más allá del invierno era la peor novela de Allende, hasta que leí Violeta, esta sí que es la peor, situándose a los niveles de Ángeles Mastretta. No significa que Allende sea una mala escritora, que para eso está Stephenie Meyer y E. L. James, pero sin duda esta es una novela echa para cumplir contrato con la editorial y se nota.
Es una novela de Isabel Allende, por supuesto. Su estilo, fórmula y patrón están allí, aunque en una versión «light», lamentablemente es una obra superficial, es una Isabel Allende cansada, que hace treinta años ni siquiera se hubiera atrevido a publicar algo tan pobre. Sabemos que es una obra de ficción, pero la ubica en momentos históricos, hubiéramos agradecido que al menos hubiera contado la historia de una familia real con nombres cambiados, eso fue lo que le dio mucho valor a sus obras anteriores, lo que le aportó algo de credibilidad, credibilidad que aquí se ha esfumado.
«Nadie sabe lo que sucede en la intimidad de una pareja ni por qué alguien soporta aquello que para otros es inexcusable.»
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