«Para mi había sido fácil retenerle, porque yo vivía una vida trabajosa y monótona, estaba sola, sobre todo después de que Marcelo se marchara de casa, mis días eran todos iguales, igual de grises, la eterna lucha por conquistar un espacio para vivir en una casa abarrotada, la eterna soledad en medio de tanta gente, la eterna discusión, el eterno interrogatorio sobre la fortaleza de mi fe religiosa, sobre la naturaleza de mis ideas políticas, la eterna invitación a llevar a mis sucesivos novios a cenar una noche, el eterno ejercicio solitario de un amor triste y estéril, todos los días lo mismo.»
Almudena Grandes fue una escritora española que trágicamente falleció a los 61 años a consecuencia de cáncer, dejando inconclusa su obra más ambiciosa: la serie Episodios de una guerra interminable, la cual estaría compuesta por seis libros independientes y autoconclusivos (de los cuales logró publicar cinco), del último esperamos que algún buen escritor tome los retazos, borradores y enhebre la trama para darle un fin póstumo. En esta serie abordaría historias difíciles de personajes ficticios sumergidos en una España dominada por el franquismo, donde eventualmente tendrían contacto con personajes históricos. Episodios de una guerra interminable vendría a ser como la voz de todas aquellas personas sin rostro ni nombre, silenciados por la represión. En su trayectoria como novelista, Almudena Grandes obtuvo múltiples reconocimientos, siendo los más importantes el Premio Nacional de Narrativa por su obra Los pacientes del doctor García, el Premio Fundación José Manuel Lara por El corazón helado y el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska por Inés y la alegría.
Era el año 1987 y Almudena Grandes había cumplido 27 años y trabajaba como escritora fantasma (ella lo expresa en otros términos más peyorativos, pero se entiende que es el escritor anónimo que no aporta ideas, solamente escribe lo que le piden). Era una especie de “freelance para una editorial que publicaba artículos científicos, enciclopédicos, documentales, informativos, lo que fuera. A Almudena le pagaban por líneas que muchas veces no tenía idea del significado de lo que escribía, solo podía dar fe de la buena sintaxis. Para aumentar su paga solía agregar adjetivos, adverbios, complementos y otras herramientas narrativas que sin pretenderlo sería una de las principales características de su prosa como novelista. Desde siempre, su sueño era ser una escritora, terminar un libro y que este llegara a ser publicado, pero la mayoría de sus historias no pasaban de las páginas iniciales y terminaban engavetadas. En una ocasión platicó con una amiga o conocida (no me queda clara la relación, en todo caso colega de trabajo), y le indicó que había escrito una novela y que tenía muchas probabilidades de ganar en un concurso y ser publicada. Ella que conocía bien el trabajo de su amiga sabía que su talento era escaso y que comparado con sus intentos abortados (que no eran pocos), podía hacer algo mucho mejor. La soberbia le ganó y decidió retomar una de esas historias que no pueden calificarse de inconclusas cuando solo apenas contaba con unas páginas. Vio potencial en una de ellas y la empezó a desarrollar, pero de repente se dio cuenta que era más interesante ahondar en el pasado de uno de los personajes, del cómo es que había llegado a ser lo que era, así que se olvidó del resto y se concentró en María Luisa, que terminó convertida en Lulú y así es como en 1989 no solo obtuvo buenos comentarios con algunos críticos, sino también logró colarse en un concurso y terminó publicando su primera novela, que si fuera poco, también la llevó a obtener su primer reconocimiento, el Premio La Sonrisa Vertical, premio que era concebido por Tusquets Editores desde 1979 a la narrativa erótica.
Las edades de Lulú es una novela que fue considerada como una de las cien obras literarias en castellano más importantes del siglo XX publicada por el diario El Mundo. En esta lista aparecen obras de Miguel Ángel Asturias, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Miguel de Unamuno, Camilo José Cela, solo por mencionar algunos. No es extraño encontrar a Almudena Grandes, porque es una gran novelista, lo curioso fue la elección de su primera novela, cuyo contenido es enteramente erótico. La sinopsis es la siguiente:
«Sumida todavía en los temores de una infancia carente de afecto, Lulú, una niña de quince años, sucumbe a la atracción que ejerce sobre ella un joven, amigo de la familia, a quien hasta entonces ella había deseado vagamente. Después de esta primera experiencia, Lulú, niña eterna, alimenta durante años, en solitario, el fantasma de aquel hombre que acaba por aceptar el desafío de prolongar indefinidamente, en su peculiar relación sexual, el juego amoroso de la niñez. Crea para ella un mundo aparte, un universo privado donde el tiempo pierde valor. Pero el sortilegio arriesgado de vivir fuera de la realidad se rompe bruscamente un día, cuando Lulú, ya con treinta años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos.»
Las edades de Lulú es una historia de amor y del despertar sexual de una joven quinceañera llamada María Luisa, a quien todos de cariño la llaman Lulú. En el relato la acompañamos durante otros quince años, donde su historia de amor y deseo carnal va en escalada, sumergiéndonos en una espiral cada vez mucho más compleja. La narración es en primera persona con la voz de la protagonista y partimos de una Lulú de veintiocho años, la misma edad que tenía Almudena Grandes al momento de escribirla. En ese presente del que parte la historia y del cual es necesario saber que es lo que ha ocurrido para llegar hasta allí, la narración nos lo va contando con cápsulas de retrospección. De hecho, la mayor parte de la novela es una analepsis que nos remite a la adolescencia de la protagonista y de esa manera continuamos hasta su adultes.
El contenido erótico de la novela es bastante fuerte y no serían pocos quienes puedan considerarlo pornográfico por la cantidad y explicites de las escenas sexuales que se describen. Para ser una obra escrita a finales de la década de los 80s, está bastante adelantada a su época y rompe con decenas de tabúes. Comenzando porque quien escribe es una mujer joven de clase media y que escribe dando voz a una mujer joven de clase media, donde no se limita ni pone ningún reparo en lo que expone: parafilias, felaciones, sodomía, tríos, orgías, lesbianismo, homosexualidad, transexualidad, sadomasoquismo... Hace algunos años leí La sociedad de Juliette, la primera novela de Sasha Grey, una exactriz porno hardcore incursionando en la novela erótica. Esa novela comparada con Las edades de Lulú, hace parecer a Sasha Grey una mojigata con la pluma.
Dejando fuera el contenido erótico de Las edades de Lulú, en esta novela se encuentra la semilla del estilo que distinguiría a Almudena Grandes a lo largo de su carrera como autora. El Mundo la incluyó en su listado no por el tema, no por la historia, sino por la calidad literaria que no es rebatible ni cuestionable. Tan solo el párrafo con el que abro esta reseña es una repetición in crescendo que repica como un eco, que se extiende como una ola, que inunda al lector de todas las dimensiones de una acción, de un personaje, de una circunstancia. Los personajes que aparecen en la narración no son acartonados, tienen su nivel de profundidad, van a capas, incluso el travesti no parece un personaje inventado o ficticio, sino una representación fiel del pensamiento, comportamiento y acción. Lulú sin duda es el personaje mejor recreado, que no solo es la voz de toda la historia, sino que hace que esta parezca auténtica y de allí siempre la duda de cuánto de Almudena Grandes habrá en Lulú y cuánto de Lulú en Almudena Grandes, que finalmente ambas terminaron teniendo la misma profesión y hasta la misma edad.
Las edades de Lulú no es una novela pretenciosa, no busca dar una lección de moralidad ni tampoco ir en otro sentido, la negación completa de la virtud. Es una novela abierta, franca y honesta consigo misma. Un sumergimiento en un mundo de carnalidad que parece no tener límite y que cada vez que las líneas rojas son traspasadas, algo de la inocencia que hacía tiempo se creía perdida, resulta que todavía le quedaba un último rescoldo que parece resurgir solamente para apagarse para siempre.
Todo en Las edades de Lulú tiene su porqué. Todas las acciones de Las edades de Lulú tienen también su recompensa, pena y consecuencia. La protagonista no puede renunciar al placer sin afrontar el dolor, sea este físico o mental.
Para finalizar algunas líneas que no forman parte de la novela en sí, sino del prólogo escrito por la propia Almudena Grandes quince años después de la publicación.
«No existe caída más dura que la de una persona soberbia.»
«La literatura no tiene que ver con las respuestas, sino con las preguntas.»
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