«El hecho de que millones de vosotros, de vuestros padres, hijos o hermanos, hayan sido asesinados, ha sido repudiado por miles de alemanes; e incluso hay hoy millones que no conocen la magnitud de este horror. Los documentos y registros hallados en Dachau y Buchenwald, días antes, y expuestos detalladamente por la BBC, representan la primera noticia que tuvieron muchos alemanes de esta monstruosa destrucción.»
Thomas Keneally es un escritor australiano muy conocido en su continente donde hasta hay un premio que lleva su nombre. Ha escrito más de cuarenta libros entre obras literarias, biografías, ensayos y obras de teatro, lamentablemente la mayor parte de su obra no ha sido traducida, reduciendo su público a angloparlantes, lo cual tampoco es que sea poco, más de 379 millones de personas tienen el inglés como lengua nativa y otras mil millones lo han aprendido.
Keneally en 1982 obtuvo el Premio Booker por su novela El arca de Schindler, que una década después fuera retitulada como La lista de Schindler debido al éxito que tuvo la adaptación cinematográfica dirigida por Steven Spielberg. El Premio Booker es el más prestigioso para obras de habla inglesa y autores como Margaret Atwood, William Golding y J. M Coetzee se encuentran entre los galardonados.
La lista de Schindler es una obra monumental, no solo por su extensión, sino por su contenido. Es una de las mejores novelas que podemos encontrar sobre el holocausto donde a pesar de una prolija utilización de las técnicas narrativas y literarias, no deja de ser una realidad histórica tan contundente como catártica, cuyos mecanismos de ficción son apenas las voces de sus personajes. En la adaptación fílmica inicialmente se había pensado que fuera Roman Polanski el director, ya que había sido un superviviente del holocausto y conocía de primera mano que era ser un judío en un gueto polaco bajo la férula nazi; no obstante, por razones personales, probablemente el tema todavía le era muy sensible, lo rechazó; aunque años después terminaría filmando la vida de Władysław Szpilman en El pianista. Steven Spielberg se hizo cargo del proyecto y filmó una obra retadora. Leer el libro no es fácil, hay que tomarse un tiempo y Steven Zaillian, el guionista de la película, debió haber hecho un esfuerzo titánico para reducir a tres horas el metraje que era en esencia muy difícil concebirlo fuera del formato de un documental. Una novela premiada filmada por un director premiado no podía tener otro resultado que una película premiada: fueron doce nominaciones de la Academia, de las cuales obtuvo siete premios, incluyendo el Oscar a Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor guion adaptado.
No son pocos los méritos de la película. De hecho, son tantos que con el tiempo parecen haberle hecho algo de sombra a la novela que les dio origen y obviamente, atrás de la novela hay una historia que vale la pena contar, leer y recordar. Oskar Schindler fue un empresario alemán que salvó a más de 1,200 judíos en su fábrica. Schindler, como cualquier alemán de la época, se afilió al partido nazi más por conveniencia que por ideal, situación que en principio veía como moda, pero que después encontró en ello una forma para ayudar. Antes de la guerra Schindler no era nadie especial, apenas un joven burgués acomodado y de buena familia que nunca se interesó más que por su propio placer; después de la guerra, Schindler no era nadie, lo había perdido todo. Fue durante la guerra que Schindler fue todo lo justo que podría ser un hombre, salvó a cientos de judíos de morir en Auschwitz y probablemente lo que más le pesó fue no haber tenido los recursos para haber salvado a más. Hay un dicho que dice que la guerra saca lo peor y lo mejor de las personas, en este caso sacó lo mejor de Schindler.
Poldek Pfefferberg fue uno de los supervivientes del holocausto que inspiró a Thomas Keneally para escribir su obra. “La lista de Schindler es básicamente una novela histórica donde Keneally únicamente se toma ciertas licencias en los diálogos y algunos sucesos menores, mientras deja en el fondo acontecimientos reales y documentados. A través del testimonio de Poldek, Keneally siguió el rastro de Oskar Schindler y es así como construye una biografía de este personaje con énfasis en los años que duró la Segunda Guerra Mundial. Pero no todo en la obra versa sobre Oskar Schindler, a través de entrevistas, testimonios y anécdotas, otros personajes adquirieron un perfil mucho más profundo y complejo, tal es el caso del oficial nazi Amon Goeth o el judío Itzhak Stern, quien era la mano derecha de Schindler.
Es la segunda vez que leo esta obra y debo confesar que en la primera ocasión no encontré demasiado gusto en su lectura. En esta oportunidad tomé un poco más de tiempo en repasar sus páginas, a la vez que había leído antes varios libros de historia de la Segunda Guerra Mundial, además de ver algunos documentales; lo que no resta que siga siendo un verdadero reto porque hay decenas y decenas de personajes, tanto judíos como alemanes y oficiales nazis. Algunos personajes salen una sola vez, otros son recurrentes, otros vuelven a aparecer con centenares de páginas de distancia. Los oficiales nazis, por ejemplo, tienen sus cargos descritos en alemán, por lo que a veces hay que ir a revisar la equivalencia del rango y tenerlo en cuenta para saber quién da las órdenes y quién las recibe; también es importante saber el nombre de pila como el apellido de los personajes, porque se pueden referir a ellos de forma indistinta, y contar con un mapa nunca está de más. La novela demanda del lector y esa interacción de atención, investigación y compromiso la terminan por enriquecer. Thomas Keneally cumple tanto en lo literario como en lo histórico y nos entrega una obra dignificadora del ser humano al mismo tiempo que una denuncia de la deshumanización de la guerra o de las ideas dogmáticas.
La obra a pesar de que sea un narrador y que la continuidad sea en su mayor parte lineal, no deja de ser una obra polifónica en la que la perspectiva es una herramienta narrativa utilizada al máximo de su eficiencia. Tampoco podemos dejar por un lado el ritmo que, aunque por momentos parezca estancado en acción, no lo es en el apartado psicológico; donde poco a poco, y página tras página, nos adentramos en la oscuridad, desolación y crueldad de la guerra. Sin apartar la vista de que es una novela histórica, en ocasiones me hizo recordar el estilo de las obras de no ficción de Svetlana Aleksiévich, donde todos los personajes son reales y tienen un tiempo y un espacio en el que, con pocas palabras y un escenario reducido, retratan una tragedia personal que no es posible contener ni en toda la historia.
Son pocos los discursos de Schindler que se relatan en el libro, pero uno de los que más me gustó fue el del final de la guerra con la retirada de los oficiales SS de su fábrica. El discurso también fue su despedida y la dirigió a sus trabajadores judíos, concluye con: «No vayáis a robar o saquear las casas vecinas. Probaos dignos de los millones de víctimas habidas entre vosotros, y evitad los actos individuales de terror y venganza». Los judíos en esos momentos estaban sumidos en la confusión e incertidumbre de la libertad, lo cual por sí mismo después de años de terror psicológico y flagelo físico, es un trauma difícil de superar.
Actualmente los restos de Oskar Schindler yacen en Tel Aviv, en el Parque de los Héroes, en su tumba se encuentra una placa con la inscripción que lo describe como el salvador de mil doscientos prisioneros del KL Brinnlitz. En el Talmud existe un versículo «Quien salva una sola vida, salva al mundo entero». Y creo que no hay frase que cierre de mejor manera esta reseña.
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