lunes, 7 de marzo de 2022

EL CEMENTERIO DE PRAGA de Umberto Eco


«Los comunistas han difundido la idea de que la religión es el opio del pueblo. Es verdad, porque sirve para frenar las tentaciones de los súbditos, y si no existiera la religión, habría el doble de gente en las barricadas, por eso en los días de la Comuna había poca, y se la pudieron cargar sin tardanza. Claro que, tras haber oído hablar a ese médico austriaco de las ventajas de la droga colombiana, yo diría que la religión también es la cocaína de los pueblos, porque la religión empujó y empuja a las guerras, a las matanzas de infieles.»

Umberto Eco fue un académico italiano, uno de los últimos eruditos del siglo XX, celebre por sus conocimientos en semiótica, ciencia de la cual se convirtió en su principal exponente, obtuvo más de una treintena de doctorados honoris causa alrededor del mundo y recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades; esto sin mencionar el largo currículum de premios y reconocimientos en Italia. Se dice que su nombre figuró en varias ocasiones como posible candidato del Premio Nobel, aunque esto no deja ser una especulación, puesto que es hasta cincuenta años después de la nominación que esta se hace pública. A pesar de que Umberto Eco haya sido muy prolífico en sus ensayos, en la literatura fue más comedido con tan solo siete novelas en 35 años, siendo El nombre de la Rosa, publicada en 1980, su primera y más influyente obra. 

El cementerio de Praga, publicada en 2010, es la sexta novela de Umberto Eco que tiene como eje los acontecimientos que llevaron a la circulación de un dosier a principios del siglo XX denominado Los protocolos de los sabios de Sion, documento infame que ha pasado a la historia por ser uno de los textos que terminó por acentuar el antisemitismo de Adolf Hitler y que cita en su propio libro Mein Kampf. Los protocolos de los sabios de Sion se presentó en su momento en Rusia como plan desclasificado de los judíos para la dominación mundial; hoy en día sabemos que son un mero invento de los mismos antisemitas de la Europa del siglo XIX, pero eso no significa que haya personas, incluso actualmente, que se los crean.

La novela de Eco tiene todos los elementos para considerarse un relato histórico: los lugares, los personajes, los acontecimientos, las costumbres, la comunicación y hasta las palabras se corresponden a un momento preciso de la historia, las últimas décadas del siglo XIX. Umberto Eco con maestría y dominio del tema aborda eventos como el caso Dreyfus, el Congreso antimasónico de Trento, la Comuna de París, el Fraude de Taxil, entre otros. También aparecen personajes sobresalientes como Alejandro Dumas, Sigmund Freud, Augustin Barruel, Eugène Sue y un largo etcétera. El único elemento de ficción que ha sido introducido es un personaje llamado Simonini, quien no solo es el protagonista sino también en cuyos hombros termina sosteniéndose toda la novela. El problema es que Simonini tiene pies de barro.

Desde la elección de la técnica literaria, Umberto Eco busca impresionar al lector y aborda la novela en tres líneas narrativas: primero, la de su protagonista, Simonini, que es la principal; segundo, la de su alter ego, el abad Dalla Picolla, que es complementaria; y la tercera, la del narrador y lector, que resume ciertos acontecimientos, explica lo que está pasando y trata de encajar todas las partes del puzle. Todas las líneas narrativas son en primera persona, aunque la tercera, la del narrador, pues obviamente se centra en contar lo que sabe u observa desde su propia perspectiva posterior a los acontecimientos. Volviendo al personaje principal, Somonini es un abogado que se dedica a la falsificación y la estafa, es un antisemita acérrimo y es quien nos lleva por la historia recorriendo los paisajes de Turín hasta las calles de una París no tan bella y para nada lustrosa. Se le hace llamar Capitán Simonini, aunque no es un militar y en contradicción, lejos de serlo. Umberto Eco utiliza el típico recurso de las anotaciones de un diario que sirve de escusa para una comunicación de un Simonini que despierta con cierta amnesia y un supuesto abad, que no es más que él mismo, que le ayuda a recordar quien es y lo que ha hecho. La historia no es lineal y gusta de los saltos, principalmente analepsis. 

Es difícil encontrar razones para que una historia de espionaje, conspiraciones y asesinatos de la mano de un escritor erudito termine siendo aburrida, pero aquí es muy fácil. No hay otra palabra para describir mejor esta novela de Eco, quien se las arregla por mérito propio en hacerla pesada, tediosa e insatisfactoria, por definición: aburrida in extremis. La técnica narrativa, que es muy inteligente e innovadora, aquí resulta de lo más inapropiado y anticlimático. Probablemente estaré cometiendo una herejía, pero aquí la historia hubiera avanzado y funcionado mucho mejor con una técnica a lo Dan Brown, donde al menos nos hubiera reservado un buen giro final, que lamentablemente aquí no hubo. La doble personalidad de Simonini al final termina siendo intrascendental, una excusa e incluso una mera mentira que el mismo protagonista ha hecho creer al lector, porque después de todo en lo concerniente a Simonini, es un engaño donde el lector puede creer lo que quiera.

No puedo negar que la historia comienza bien y que existe una intriga inicial por conocer más al personaje, por encontrar en él algo de simpatía; pero conforme avanzamos en las páginas este se va ganando más nuestra desaprobación y desestima. Toda la cohorte de discursos antisemitas y antirreligiosos tampoco ayuda mucho. Entiendo que eran diálogos o, en todo caso, pensamientos del protagonista y era válido que los expresara sin tapujos, pero es que llega momentos en que creemos que estamos leyendo un panfleto propagandístico de Joseph Goebbels y eso ya es demasiado.

Creo que uno de los fallos más grandes de la obra es el tono. Nunca se decanta por ningún camino, por lo que a pesar de que es una novela histórica no se siente como tal, a pesar de que haya conspiraciones, no se sienten como tales, a pesar de que haya sectas y cultos demoniacos, no se siente como tal, a pesar de que haya locura, problemas de personalidad y otros males de la mente, no hay nada de psicológico. Hay momentos en que nos cuestionamos si acaso no estaremos leyendo una especie de comedia negra, porque hay un humor escondido en ciertas acciones que para nada deberían de causar risa, pero en la forma en que es expuesto lo provoca, aunque de ser franco, se hace de una manera tan erudita que es como si escucháramos a un nerd contar un chiste de Star Trek. Está bien que Umberto Eco no se tome tan en serio su relato, pero es que llegamos a cuestionarnos si acaso es un relato serio.

Es lamentable que Umberto Eco no haya sabido que hacer con este relato, que si lo resumiéramos como es debido, de cabo a rabo, ordenado, sin analepsis y desde otra perspectiva, el resultado hubiera sido completamente fascinante. Eco vertió sobre la obra tantos personajes, tantos eventos, tantos lugares, tanto de todo que finalmente es nada. Al contrario de lo que pasa con muchas novelas históricas y densas en personajes que van mejorando en la segunda mitad y terminan por ser memorables en toda regla, aquí pasa exactamente lo contrario, la historia empieza a decaer tan pronto pasamos de la sorpresa y de la historia del abuelo de Simonini; desde allí es un desfile de personajes que van y vienen sin que haya ningún arco ni en el personaje ni en el lector, que es condenado al tedio.

El diario El cultural se refiere a esta obra como: «una novela que recupera el espíritu irreverente y provocador de la gran literatura»; pues sí, es literatura y es irreverente para el lector, pero no de la forma que el lector esperaba. 

«Los hombres nunca hacen el mal de forma tan completa y entusiasta como cuando lo hacen por convencimiento religioso.»

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