«No sé si será peculiar en mí, pero siempre siento una sensación de absoluta paz cuando estoy velando en el aposento de la muerte, a no ser que junto al cadáver haya alguien compartiendo conmigo ese deber y prorrumpa en lamentaciones y en ruidoso llanto. Veo en reposo que nada, ni la tierra ni el infierno, pueden romper, y siento la seguridad de un más allá infinito, sin sombras ni penumbras; es la eternidad en que se ha entregado, donde la vida no tiene límites en su duración, ni el amor en su simpatía, ni el gozo en su plenitud.»
Emily Brontë es probablemente una de las tres escritoras inglesas más importantes del siglo XIX. Las otras dos son sus hermanas Charlotte y Anne. Estas hermanas son un caso muy particular: tres personas provenientes de la misma familia y de la misma época que escribieron cada una, una obra que trascendería en la literatura universal. Si además consideramos el hecho de que eran mujeres y jóvenes, el evento se vuelve único e irrepetible. Indudablemente, las Brönte tenían un talento inusual, desmedido y asombroso. Hay otros ejemplos de hermanos escritores como los Grimm y los Mann (Thomas y Heinrich), pero ninguno se compara a las Brontë en cuanto a que eran tres y no dos.
Emily Brontë falleció en 1848 a los treinta años, solo un año después de la publicación de su única novela, Cumbres Borrascosas. Apenas pudo presenciar la tibia aceptación de su libro, ya que se trataba de una obra con un estilo complejo y poco comprendido. Para evitar los prejuicios hacia las escritoras, lo había publicado bajo el seudónimo de Ellis Bell, aunque palideció en comparación con el recibimiento que obtuvieron Jane Eyre y Agnes Grey, las novelas de sus hermanas, que también fueron publicadas bajo seudónimos masculinos. La diferencia es que estas siguieron una línea narrativa y literaria más ortodoxa. Tuvieron que pasar varias décadas antes de que la obra de Emily Brontë fuera reconocida por la crítica y un siglo antes de que se considerara un verdadero clásico de la época victoriana. La historia de las Brontë tiene tantos matices y cortes trágicos que sus biografías superan cualquier ficción, incluso las que escribieron, y eso ya es decir mucho.
La historia que se cuenta en Cumbres borrascosas tiene una línea temporal bastante amplia, que va desde 1769 hasta 1802, y se ambienta en la campiña inglesa, que lejos de ser un paraíso rural colmado de prados y vergeles, era un lugar inhóspito cuyo adjetivo «borrascoso» daba a entender desde el comienzo que la lluvia, el frío y el bosque no eran benignos con sus moradores. Son tres las generaciones involucradas en el relato, donde el paso o el relevo de una significa la muerte de la anterior, con el agravante de que algo de la fortuna y la esperanza también desaparecían. Es fácil asumir que el romance en el libro sería una constante o el centro que desencadenaría todas las peripecias; lo cierto es que se trata de un romanticismo oscuro que transita en el fondo, casi difuminado y, en cualquier caso, son amores no correspondidos, corazones rotos, pues los temas centrales que se presentan son el resentimiento, la venganza, la autodestrucción y la decadencia.
La narración es en primera persona y comienza con el inquilino, Lockwood, quien alquiló la Granja de los Tordos, la cual había pasado a ser propiedad de Heathcliff, dueño y habitante de Cumbres Borrascosas. En su visita al señor Heathcliff, Lockwood, debido al mal tiempo, debe pasar la noche en aquella vieja residencia. La casa ya le parecía intimidante por sombría y estar aislada, y el paisaje agreste y ventoso también lo amilanaba, pero fueron los habitantes de aquel lugar, en su sepulcral silencio, quienes despertaron un particular interés en el inquilino. Él quería desentrañar el misterio que se cernía sobre ellos, ya que solo podía apreciar amargura, ira y recelo en sus rostros. Así es como, a través de una vieja institutriz, comienza a conocer los acontecimientos que llevaron a esa lúgubre atmósfera.
Esta narración en primera persona se va relevando constantemente, aunque la mayor parte corresponde a la voz de Ellen Dean. Aparte del recurso de la anécdota o la memoria de los personajes periféricos, por así decirlo, también hay elementos epistolares y diarios que brindan la perspectiva de los protagonistas, otorgándoles profundidad y complejidad. La novela es como varias «matrioshkas», esas muñecas rusas, en el sentido de que dentro de una narración hay otra narración y en esa narración hay otra narración que continúa o complementa la historia. Esta estructura de desarrollo de personajes e historias puede ser en ocasiones desafiante para el lector, aunque probablemente lo fue mucho más para la escritora, ya que Emily Brontë, que todavía no cumplía los treinta cuando la escribió, no tenía especialmente una formación académica en letras que la llevara de forma espontánea a la definición de un estilo tan vanguardista como magistral.
Por otra parte, la escritura es oscura, lúgubre y misteriosa, asemejándose más a una novela gótica que a una victoriana. Las palabras que describen hechos, sentimientos o emociones felices son sumamente escasas. Deliberadamente, Emily Brontë tuvo el cuidado de que todo en la novela fuera gris, y no solo la historia que se cuenta, sino todos los elementos que la construyen. Esto se aborda incluso en la misma prosa, la cual, a pesar de lo sombrío, no puedo negar que sea exquisita, llena de matices y figuras retóricas bien manejadas que no descuidan la fluidez. Yo, que no tenía ninguna referencia ni de sinopsis, película o reseña, esperaba que en cualquier momento apareciera un fantasma o alguna manifestación sobrenatural, pero no era necesario, porque el vacío era tan abrumador y la perturbación psicológica de los protagonistas tan real, tan humana, que bastaba con el odio, la enfermedad y la muerte.
La maldición de Cumbres Borrascosas no tenía nada de sobrenatural; lo que pesaba en aquella casa de campo era la incapacidad de los personajes para perdonar. Sin revelar demasiados detalles de la trama, recuerdo que Hindley Earnshaw, el hijo mayor del propietario original de la casa, trajo consigo, después de varios años de ausencia, a una esposa inesperada y no anunciada. Esta joven mujer, al principio, manifestaba una personalidad que contrastaba con el ambiente: reía, jugaba, era amable, era amorosa. Pero, como cuando una flor crece entre abrojos, pronto las espinas del ambiente de aquella casa la fueron cambiando, llevándola por un camino sin retorno, marchitándola hasta morir joven en su primer parto. Cabe resaltar que los personajes femeninos de la novela tienden a la fatalidad, no superando ni siquiera los treinta años, con excepción, claro está, de la institutriz, personaje clave de la narración. Esta tragedia que rodea a las mujeres parece una premonición de la propia vida de las Brontë, puesto que Emily murió a los 30, Anne a los 29 y Charlotte a los 38, la misma edad que tenía su madre al morir cuando ellas todavía eran unas pequeñas niñas que apenas comenzaban a caminar.
Los nombres de los personajes: Heathcliff, Hindley, Catherine, Cathy, Hareton, Earnshaw y Linton, no son para nada comunes parala Inglaterra del siglo XIX. La adopción de esos nombres no solamente denota la singularidad expresiva de estos, sino también contribuye a hacerlos perdurables en el recuerdo. Emily Brontë bien pudo llamarlos William, John, James, George o Richard, en el caso de los hombres, o Elizabeth, Mary, Alice o Anne, en las mujeres, aunque ciertamente Catherine es más común que Hareton, pero alguna razón hubo para tal. En cualquier caso, el punto a subrayar es que Emily Brontë no descuidó detalle alguno y cada elemento juega un papel importante en el contexto de la historia. Por ejemplo, «heath» es un término en inglés que se refiere a un páramo o un terreno abierto cubierto de hierbas, brezos o vegetación baja. Por otro lado, «cliff» se traduce al español como «acantilado» y se utiliza para describir una pendiente empinada o una pared rocosa elevada, por lo que el protagonista, Heatcliff tenía el nombre más apropiado posible, en el nombre «Heathcliff» podría evocarse imágenes del paisaje agreste y desolado de los páramos de Yorkshire donde se desarrolla la historia.
Sería impropio de mi parte no recomendar Cumbres borrascosas. Es una gran novela y tiene el mérito que merece. Probablemente las estampas románticas de portadas de libros y películas exageren o desvirtúen la línea argumental trazada por Emily Brontë, que básicamente nos dice que del resentimiento y del odio solo puede brotar más resentimiento y odio en un círculo infinito de amargura que perdurará hasta que alguien sea capaz de romperlo con el proceso de redención y perdón. En contraste, este funesto círculo surgió de una loable acción, la de un buen hombre que simplemente quiso darle un techo a un niño desamparado de las calles de Liverpool, un niño al que adoptó con sentimientos paternos, ignorando los celos de su verdadero hijo, que se sintió desplazado y poco amado.
Emiy Brontë fue como una estrella que brilló con gran fulgor. Lamentablemente, las estrellas que brillan más son las que se apagan primero. Ella nos legó “Cumbres borrascosas y algo de su alma hay en esa novela, sino es que toda.
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