martes, 30 de mayo de 2023

TOKYO BLUES de Haruki Murakami

 

«EL conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso.»

Haruki Murakami es el escritor japonés más conocido del mundo occidental, los premios Franz Kafka, Jerusalén, Hans Christian Andersen y recientemente en 2023, Princesa de Asturias de las Letras, evidencian que sus letras dedicadas a la soledad, el vacío y la alienación, tienen eco en este mundo más aberrado al nihilismo. Aunque es justo decir que la obra de Murakami es multifacética y la versatilidad con la que el autor fluye en su prosa, entre sus personajes, en los temas que aborda, ha impresionado a la crítica. Muchos esperamos que la Academia Sueca no tarde en otorgarle el Premio Nobel de Literatura, que no se convierta en otra de esas injusticias como las ocurridas con Tolstoi, Kafka, Borges y más recientemente Javier Marías.

En algunos países a esta novela se le conoce como Tokyo Blues y en otros Norwegian Wood. La versión que tengo en mis manos tiene como subtítulo Norwegian Wood que es en realidad el título que el Murakami escogió. Norwegian Wood es una canción de The Beatles escrita por John Lennon y Paul McCartney y en la novela se menciona varias veces en momentos claves, incluso uno de los personajes la interpreta instrumentalmente. La canción en la novela tiene un significado simbólico: representa la nostalgia y la melancolía. Al analizar los versos de Lennon y McCartney con la prosa de Murakami no encontramos más parecido que el sentimiento que evocan las historias. No obstante, por los derechos de autor, las editoriales optaron por Tokyo Blues, puesto que la historia se desarrolla en Tokyo y la palabra blues porque se asocia con la melancolía y la tristeza. Pese a que en la novela no se mencionan músicos de blues, este género a menudo se caracteriza por letras que expresan sentimientos de tristeza, dolor, desamor y dificultades de la vida, que son precisamente los temas que aborda la obra de Murakami.

Entre las miles de sinopsis que he leído, ninguna me ha parecido tan reveladora de los nudos de la trama que Tokyo Blues. Es básicamente un resumen de la primera mitad de la novela, lo que tiene sentido si queremos entregar un fuerte gancho para el lector indeciso, aunque innegablemente limita los efectos sorpresas de los giros. Saber que un personaje va a morir está bien, pero el cómo podría haberse evitado. He aquí la sinopsis:

«Toru Watanabe, un ejecutivo de 37 años, escucha casualmente mientras aterriza en un aeropuerto europeo una vieja canción de los Beatles, y la música le hace retroceder a su juventud, al turbulento Tokio de finales de los sesenta. Toru recuerda, con una mezcla de melancolía y desasosiego, a la inestable y misteriosa Naoko, la novia de su mejor –y único– amigo de la adolescencia, Kizuki. El suicidio de éste les distancia durante un año hasta que se reencuentran en la universidad. Inician allí una relación íntima; sin embargo, la frágil salud mental de Naoko se resiente y la internan en un centro de reposo. Al poco tiempo, Toru se enamora de Midori, una joven activa y resuelta. Indeciso, sumido en dudas y temores, experimenta el deslumbramiento y el desengaño allá donde todo parece cobrar sentido: el sexo, el amor y la muerte. La situación, para él, para los tres, se ha vuelto insostenible; ninguno parece capaz de alcanzar el delicado equilibrio entre las esperanzas juveniles y la necesidad de encontrar un lugar en el mundo.»

La novela entera es una analepsis de la cual el protagonista nunca sale para mostrarnos quien es en el presente. Aterrizamos con él en algún lugar del mundo, poco importa dónde, cuando esa canción de The Beatles lo hace retroceder dos décadas. El recuerdo de Naoko y Kizuki se vuelve tan fuerte que su ahora se desvanece por completo. Aunque al inicio hay unas pequeñas cápsulas que sientan una base discontinua, como deben ser los recuerdos, una vez superadas, la historia transcurre lineal y rigurosa entre 1966 y 1969, comenzando en un momento en el que el protagonista todavía era un joven adolescente que sufría el inexorable paso a la vida adulta, donde el despertar sexual, la confusión de los sentimientos y la falta de definición de identidad suelen ser una constante. 

Watanabe, a pesar de comenzar la novela con 37 años, en la narración de sus recuerdos se desprende del juicio del adulto, lo que da lugar a un relato mayormente descriptivo sin perder el tono nostálgico. Sin embargo, en los entresijos del personaje se vislumbra una ingenuidad y confusión propias de la juventud, lo que lleva al Watanabe adulto a abandonar la coherencia en pocas páginas y ser reemplazado por el adolescente. Este último sabe poco sobre su entorno, no puede precisar sus objetivos y confunde sus deseos y sentimientos. Confunde la tristeza con la rareza y la rareza con la normalidad, pero sigue siendo un personaje inteligente de gran profundidad y sensibilidad. Su introspección lo convierte en un observador de lo que pasa desapercibido para los demás y, al mismo tiempo, es ciego ante lo que todos ven. Aunque el círculo social de Watanabe es bastante reducido debido a su reserva para elegir con quién relacionarse, tiene la virtud de la empatía y es capaz de escuchar y comprender a cualquiera sin juzgar ni señalar.

Watanabe es melancólico y ese tono es constante a lo largo de la novela. Y la situación no es para menos, el contacto frecuente y temprano con la muerte hace que vea la vida con otros matices. El suicidio de Kizuki a los 17 años no es el único con el que se enfrentará Watanabe. Otros personajes también enfrentarán esa ominosa decisión siendo muy jóvenes. Se dice que las personas alegres atraen a otras personas alegres; en contraposición, una persona melancólica atraerá a otras melancólicas y, eventualmente, podría llevar a su círculo a personas deprimidas. Quien pierde a un amigo o amiga debido a un suicidio siempre se preguntará si pudo haber hecho más para entenderlo, comprenderlo o ayudarlo. Si pudo haber hecho algo, cualquier cosa, para evitar que se precipitara al abismo. El recuerdo de la última vez que se vieron será un eco imborrable, repleto de detalles inadvertidos en ese momento, pero que con el tiempo se convertirán en banderas rojas que solo señalarán alguna indiferencia, insensibilidad o insensatez. Quien sobrevive al que se suicida siempre tendrá preguntas, pero nunca una respuesta, ya que estas pertenecen al silencio.

Watanabe también es un lector interesante. Constantemente menciona las relecturas de El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald y La montaña mágica de Thomas Mann, de las cuales es difícil no percibir cierto simbolismo. El gran Gatsby explica su recién iniciada vida universitaria; se siente como un hombre que está en un lugar al que no pertenece y que debe demostrar algo que no es, aunque no le disgusta y, en todo caso, le es indiferente, porque al igual que con Gatsby, hay una mujer inaccesible. La montaña mágica es menos sutil, ya que la lee cuando visita un centro de tratamiento para la salud mental. Posteriormente, se referirá a otras obras de Hesse y Faulkner. Siempre es grato encontrar los guiños que hacen los escritores a otras grandes obras literarias.

Aparte de la muerte (ya sea por enfermedad terminal o mental) y la alienación, otro tema recurrente es la sexualidad. Watanabe experimenta un despertar sexual donde, con un par de excepciones, se acuesta y tiene relaciones sexuales con mujeres a las que no le importa y de las que ni siquiera menciona o recuerda sus nombres, mientras que con aquellas a las que sí le importan, puede acostarse sin llegar a tener contacto sexual. En estas partes del relato, generalmente se describe una actitud de indiferencia, como una separación entre el vínculo emocional y el acto sexual. Para el protagonista, es una necesidad similar a saciar el hambre, pero si no la satisface, tampoco se siente apremiado ni presionado, la masturbación es su siguiente alternativa. Por otro lado, los sentimientos de amor, amistad o enamoramiento tienen otras raíces. No obstante, también es importante destacar que lo que funciona para Watanabe no es igual para los demás personajes.

Tokyo Blues es una novela recomendable que, a pesar de su tono melancólico, no busca deprimir al lector, sino llevarlo por el camino de la introspección y la reflexión. Nos invita a contemplar el pasado, sea cual sea, con el tono sepia que merece, sin juzgarlo como bueno o malo, sino simplemente como una muestra de nuestra propia existencia y la de aquellos que ya no están. Y para concluir, unas líneas que vale la pena leer y releer.

«La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida.»

«La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella.»

«Las cartas no son más que un trozo de papel. Aunque se quemen, en el corazón siempre queda lo que tiene que quedar; por más que las guardes, lo que no debe quedar desaparece.»

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