«Disminuir el número de los tenebrosos, aumentar el número de los luminosos, he aquí el objeto. ¡Por eso nosotros clamamos enseñanza, ciencia! enseñar a leer es encender la luz; toda sílaba deletreada brilla y chispea. Por lo demás, quien dice luz, no dice necesariamente alegría. También en la luz se sufre: el exceso quema. La llama es enemiga del ala. Arder sin cesar de volar, tal es el prodigio del genio. Cuando tengas ciencia, cuando tengas amor, aún sufrirás. La luz nace entre lágrimas. Los luminosos lloran, aunque sólo sea sobre los tenebrosos.»
Víctor Hugo fue uno de los mayores escritores, si no el más notable, de Francia, y vaya que este país tiene fuertes exponentes de la literatura: Dumas, Balzac, Stendhal, Proust, Zola, Camus, Beauvoir, Sartre, Flaubert y un largo etcétera. Francia es el país que más Nobeles de Literatura ha dado a la humanidad. De hecho, el primer Nobel de Literatura fue francés: Sully Prudhomme. Asimismo, el último en recibirlo, teniendo en cuenta la fecha en que escribo esta reseña, es una francesa: Anne Ernaux. Sin embargo, son muy pocos los escritores que pueden ser comparados con Víctor Hugo, pues su legado es universal y su influencia en la literatura contemporánea no parece disminuir. Su estilo descriptivo, realista y apasionado fue el pincel con el que retrató temas como la justicia, la redención, el amor, la libertad y los derechos humanos, temas tan atemporales como relevantes. Víctor Hugo fue un hombre de gran talento en las letras; su versatilidad fluía en la novela, la poesía, el teatro, los ensayos, los discursos y las epístolas. Su obra es francamente extensa.
Se han escrito varios libros sobre la vida y obra de Víctor Hugo, además de incontables artículos, columnas, críticas, ensayos, monografías y semblanzas que ahora son fácilmente accesibles con solo dos o tres clics. Cada edición de cualquier obra de Víctor Hugo viene acompañada de un prólogo que proporciona una breve biografía del autor y arroja alguna que otra anécdota sobre él. Aunque todo lo mencionado anteriormente se ve eclipsado por la inmensa y casi infinita inspiración que Víctor Hugo ha sido para miles de escritores.
La mayoría de los autores de novelas históricas siguen el modelo planteado por Víctor Hugo, representando eventos históricos y describiendo la sociedad de la época mediante la inclusión de personajes ficticios que interactúan con personajes reales. También suelen crear momentos o acciones ficticias con personajes reales para describir de manera más efectiva su carácter y comprender mejor sus decisiones con un juicio más amplio. Esto sin mencionar que, sin lugar a dudas, cada novela histórica que uno tome entre sus manos siempre abordará los temas comunes tratados por Víctor Hugo. Si uno ha leído a Ken Follett, Noah Gordon, Bernard Cornwell, Ildefonso Falcones, por mencionar algunos, encontrará que hay algo de Victor Hugo en ellos. Cabe aclarar que los temas que aborda Victor Hugo en sus obras no son exclusivos de la novela histórica, ya que también se pueden encontrar en muchos otros géneros literarios. De allí su popularidad, influencia y versatilidad.
Mencionar el nombre de Victor Hugo, de manera inevitable, evoca la presencia imponente de Los miserables, su obra maestra que se erige como la más grande novela de Francia y una de las obras literarias más trascendentales de la humanidad. Si se confeccionara una selección aleatoria de las diez obras más fundamentales de la historia, sin lugar a duda, Los miserables ocuparía un lugar prominente en los primeros puestos. Su impacto cultural se ha extendido desde su publicación, y son tantas las obras de teatro, adaptaciones cinematográficas y musicales que resulta difícil contarlas todas. Aunque debo aclara que ninguna adaptación le hace justicia. Un vídeo puede decir más que mil imágenes y una imagen más que mil palabras, pero nada de esto aplica para las palabras de Victor Hugo.
Me resulta difícil escribir una reseña de Los miserables que concluya con la recomendación de esta obra, debido a que ya se ha hablado tanto sobre ella que cualquier párrafo que escriba sería como una gota en ese mar de artículos, ensayos, tesis, referencias, críticas y otras reseñas. Incluso me parece redundante decir que recomiendo la lectura de Los miserables porque la obviedad está ligada a su popularidad y mérito. Sin duda, cualquier texto que se haya escrito sobre Los miserables nunca podrá reemplazar la impresionante experiencia de leerla. Debo mencionar que es una obra imponente, un tanto intimidante desde el principio, ya que nos encontramos ante una obra monumental que, dependiendo de la edición, puede oscilar entre 1100 y 1500 páginas, teniendo en cuenta el tamaño de la letra, las notas al pie de página del traductor y la extensión y cantidad de prólogos. Es común encontrar Los miserables dividido en tomos. En mi caso, tengo una edición en tres tomos de la editorial argentina Longseller, que consta de más de 1400 páginas. En cualquier caso, hice todo lo posible para que esta reseña al menos valga la pena ofreciendo información si no relevante, al menos pueda persuadir a los indecisos.
Los miserables fue una obra innovadora en su retrato social, ya que fue una de las primeras en describir exhaustiva y detalladamente las condiciones sociales y las desigualdades de la época en Francia, durante los años 1815 y 1832. Para lograrlo, el autor utiliza una ficción con un sabor a verdad, sumergiéndose en las vidas de personajes de diferentes clases sociales, desde los pobres y marginados hasta los ricos o aquellos con cierto poder. La exposición de las injusticias y miserias que experimentan estos personajes es un valiente vehículo para transmitir el mensaje de que la vileza, la injusticia y la maldad no conocen barreras sociales. El título de la obra, Los miserables, hace referencia a sus protagonistas, quienes provienen o deambulan en la miseria, enfrentándola en ocasiones con una severidad inimaginable. Ellos son los desdichados, los abatidos, aquellos a quienes parece que la felicidad les es esquiva. Por otro lado, están los «miserables», los ruines, los desalmados, los implacables, aquellos que son la fatídica sombra que se cierne sobre los protagonistas.
Aunque Los miserables no fue la primera obra realista, ya que había otras en la época, sí estableció las bases, especialmente en cuanto al realismo social. La obra se destaca por su enfoque objetivo y equilibrado en la representación de la vida cotidiana y las luchas internas y externas de los personajes. No hay nada mágico, fantasioso o ilusorio en todo ello; era la vida cruda tal cual. Además, Victor Hugo describió con gran detalle los escenarios, los entornos urbanos y los problemas sociales de la Francia del siglo XIX, abordando temas políticos, económicos y religiosos. Podríamos decir que contribuyó a la magistral creación de un mundo literario creíble y vívido, pero no fue completamente una invención, era creíble y vívido porque era real. Sus personajes ficticios representaban las voces anónimas perdidas y olvidadas entre las revoluciones y revueltas. Es posible que Jean Valjean, Cosette o Thénardier nunca hayan existido, pero eso no los hace menos reales.
La historia contada por Victor Hugo es épica por excelencia. La estructura narrativa de Los miserables fue innovadora; nadie había intentado crear algo siquiera similar. La novela abarca un amplio período de tiempo y presenta múltiples tramas y subtramas entrelazadas. Además, Victor Hugo incorporó elementos trágicos que llegan al corazón del lector, dotando al relato de un tono tan emotivo como grandioso. Es una novela muy sólida en su estructura, ya que el autor incorpora literalmente toda la cultura de su época. Es común encontrar notas al pie de página del autor que explican algunos puntos, pero aún más frecuentes son las notas del traductor y el editor que aclaran quiénes eran determinados personajes políticos, artísticos, religiosos, literarios o, en cualquier caso, lugares, elementos o acciones históricas. Hay varios capítulos que no son de ficción, como la descripción de la derrota de Napoleón en Waterloo en 1815 o la Insurrección de los Estudiantes de 1832. En ambos casos, Victor Hugo muestra el sufrimiento humano, la brutalidad de los enfrentamientos y el impacto devastador que tuvo en la vida de quienes vivieron esos momentos. Además, dentro de la narración, también es frecuente encontrar párrafos o páginas enteras dedicados a la discusión, reflexión o ilustración de asuntos éticos, morales, sociales, culturales, políticos o espirituales. Incluso hay un capítulo completo a manera de ensayo dedicado al argot de las calles.
No obstante, considero que la novela brilla significativamente más en la humanización de los personajes. Victor Hugo se preocupó por retratar protagonistas y secundarios en toda su complejidad y profundidad psicológica. No dudó en interrumpir el flujo y desglosar un capítulo entero para introducir a un personaje, ya que ninguno estaba de más y era necesario conocer su historia familiar, personal e interacción social. Victor Hugo rompió con las convenciones literarias de la época al presentar personajes moralmente ambiguos y explorar sus motivaciones, emociones y transformaciones a lo largo de la historia. Por ejemplo, Jean Valjean comienza como un expresidiario al que nadie le da cobijo; es un paria que, muy a su pesar, se ve incapaz de hacer el bien en una sociedad que lo rechaza cruelmente. En la primera oportunidad, se aprovecha de la única persona que se compadeció de él, robándole sus posesiones más valiosas. Sin embargo, posteriormente, un acto de bondad y perdón inesperado lo hace cambiar, y Jean Valjean elige el camino de la redención, que nunca le será fácil. En los momentos en los que podría haber caído, sus principios siempre fueron más fuertes. Jean Valjean es el protagonista, es el héroe. Con él comenzamos la historia con muchas expectativas y con él la concluimos, desbordados de emoción.
Otra escena que sobrecoge el corazón es el reencuentro de Monsieur Gillenormand con su nieto, Marius. Gillenormand es un personaje secundario que representa a la clase alta parisina, con riqueza, poder e influencia. En sus primeras apariciones, se nota su amargura y sus acciones terminan afectando a las personas que más ama. Sin duda, Victor Hugo lo retrata como un anciano odioso, pero también experimenta un proceso de redención. Su rostro amargado cae y se quiebra, mostrando la fragilidad de una persona en el ocaso de sus días y la inefable necesidad de volver a ver a su nieto más amado.
La novela está llena de momentos que anudan la garganta, pero nada duele más que llegar al final. Puede que sea una de las obras clásicas más extensas, sin embargo, al acercarse a los últimos capítulos, uno no desea poner fin al viaje; cerrar el libro evoca inmediatamente una nostalgia inexorable. Sin duda, los arcos argumentales se completan y el cierre de la historia difícilmente podría ser mejor, pero como lector de la edición de tres tomos, habría deseado que hubiera un cuarto.
Mi única recomendación antes de comenzar la lectura de Los miserables es revisar la edición que se tenga en mano. Algunas traducciones que todavía se utilizan en importantes editoriales vienen con ciertas censuras propias del siglo XX, ajustes en unos cuantos párrafos a conveniencia ideológica de los gobiernos de turno. Sin embargo, también existen nuevas traducciones que suprimen o modifican algunos párrafos para adaptarlos a las convenciones actuales, más progresistas, lo cual también puede considerarse una forma de censura. En cualquier caso, siempre es recomendable investigar quién es el traductor, cuándo realizó la traducción y si se tomó alguna libertad. La edición de Longseller que tuve en mis manos es íntegra, lo que me permitió leer por completo el capítulo dedicado al argot, que a veces ha sido acortado o suprimido en otras ediciones.
Sería una locura no recomendar Los miserables, pues esta obra, que siempre supera las expectativas, es la corona de Víctor Hugo, un genio literario incomparable. Para cerrar esta reseña, quiero compartir algunas líneas que realmente valen la pena ser leídas y releídas, pues ellas son una muestra de la esencia de esta monumental obra:
«La inocencia tiene su propia corona. La inocencia es de por sí excelsa. Tan augusta se la ve ya sea envuelta en andrajos como adornada con flores de lis.»
«No hay poder que no tenga su cortejo; no hay fortuna que no tenga su corte.»
«Las ciudades crean hombres feroces, porque crean hombres corruptos.»
«Nuestras alegrías son sólo sombras.»
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