«El aire tenía una densidad que acariciaba la piel, y el mar, refulgente, apenas producía un murmullo adormecedor. Allí se podía sentir cómo el mundo, en días y momentos mágicos, nos ofrece la engañosa impresión de ser un lugar afable, hecho a la medida de los sueños y los más extraños anhelos humanos. La memoria, imbuida por aquella atmósfera reposaba, conseguía extraviarse y que se olvidaran los rencores y las penas.»
Leonardo Padura es un escritor cubano. Graduado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de La Habana, comenzó como periodista en 1980, luego se convirtió en un reconocido ensayista, guionista y novelista. Su primer trabajo, Fiebre de caballos, publicado en 1988, es una historia de amor que marcó el inicio de su exploración literaria. Su famoso personaje, el detective Mario Conde, ha reflejado las vicisitudes de la sociedad cubana y su propia generación. Las novelas de Padura combinan el género policial con críticas sociales. Además de la serie de Conde, Padura ha escrito obras internacionalmente destacadas y elogiadas como La novela de mi vida, publicada en 2002, y El hombre que amaba a los perros, en 2009. Sus historias capturan el espíritu de La Habana, la ciudad que lo retiene debido a su amor por las conversaciones y su rica historia.
El hombre que amaba a los perros es una obra literaria que evoca una sensación de antigüedad que contrasta con su fecha de publicación en 2009. A pesar de comenzar con una escena ambientada en 2004, la disonancia temporal se difumina hábilmente y pronto, probablemente esto se deba a que Cuba es una cápsula del tiempo. La trama, mayormente situada en los años treinta, se desarrolla con un estilo narrativo que brinda una autenticidad y rigor, otorgándole el aire de un documental o biografía enmarcados en una narrativa de calidad literaria. Aunque antes de continuar con mi reseña, he aquí la sinopsis:
«En 2004, a la muerte de su mujer, Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete veterinario de La Habana, vuelve los ojos hacia un episodio de su vida, ocurrido en 1977, cuando conoció a un enigmático hombre que paseaba por la playa en compañía de dos hermosos galgos rusos. Tras varios encuentros, “el hombre que amaba a los perros” comenzó a hacerlo depositario de unas singulares confidencias que van centrándose en la figura del asesino de Trotski, Ramón Mercader. Gracias a esas confidencias, Iván puede reconstruir las trayectorias vitales de Liev Davídovich Bronstein, también llamado Trotski, y de Ramón Mercader, también conocido como Jacques Mornard, y cómo se convierten en víctima y verdugo de uno de los crímenes más reveladores del siglo XX. Desde el destierro impuesto por Stalin a Trotski en 1929, y desde la infancia de Mercader en la Barcelona burguesa, sus amores y peripecias durante la Guerra Civil, o más adelante en Moscú y París, las vidas de ambos se entrelazan hasta confluir en México. Ambas historias completan su sentido cuando sobre ellas proyecta Iván sus avatares vitales e intelectuales en la Cuba contemporánea y su destructiva relación con el hombre que amaba a los perros.»
No cabe la menor duda de que Padura realizó una exhaustiva investigación para escribir esta novela, lo que probablemente le llevó meses, sino años. Documentarse le permitió construir una narrativa basada en hechos históricos y detalles auténticos, además de complementar los agujeros y recovecos de la historia con su prosa, la cual es evocadora y detallada, permitiéndonos adentrarnos y sumergirnos en los ambientes y contextos de los hechos, además de esa empatía algo lúgubre con los personajes. El estilo narrativo de Padura fluye con elegancia en esta novela que bien podría calificarse como su obra más ambiciosa: brilla como novela histórica, es una reflexión de la política polarizadora del siglo XX, hay elementos de novela de espionaje y policial, y además disgrega en la complejidad de las emociones humanas.
En la portada del libro, observamos a Trotsky junto a sus perros, unos pastores alemanes que contrastan ligeramente con su habitual preferencia por el borzoi, el galgo ruso de los zares. Trotsky siempre sintió afecto por los perros, llegando a tener un vínculo especial con sus mascotas que lo acompañaron en sus viajes por Europa e incluso América. La fotografía data de 1934 y fue capturada durante el exilio de Trotsky en Francia. Este detalle se convierte en un lazo inquebrantable con el libro de Padura. Trotsky, figura central de la revolución rusa, fue deliberadamente borrado por Stalin de la historia soviética, no solo en términos de su exilio y asesinato, sino también en cuanto a cualquier vestigio de su legado en la Unión Soviética. La narrativa que aborda su asesinato y el contexto que lo rodea resulta igualmente impactante y fascinante, no solo por sus aspectos históricos, sino también por su contexto ideológico.
El hombre que amaba a los perros presenta tres estructuras narrativas que confluyen en una única trama. El narrador es Iván, un escritor fallido que ha experimentado el fracaso, la frustración y el peso de su realidad. A través de su voz, nos adentramos en su vida en Cuba, descubriendo cómo su entusiasmo juvenil y su talento quedaron ensombrecidos por la creación de páginas que desagradaron al régimen. En estos momentos, es incierto cuánto de Padura se refleja en Iván o si está basado en alguien conocido por él. Sin embargo, la autenticidad del personaje es palpable, infundiendo un sentido de melancolía en su derrotada condición. Tras la pérdida de su esposa y a petición de esta como un intento de promesa, Iván decide escribir una historia ajena, advirtiéndole su fuente original que nunca la compartiera. Iván ya no tiene nada que perder, sólo el recuerdo y por eso siente la necesidad de contar una historia que lo llevará desde Moscú hasta su Cuba natal. Desde aquí, emerge un hombre mayor que deambula por las playas cubanas con dos galgos, majestuosos borzois que contrastan en una isla de privaciones. En capítulos sucesivos, mediante una narración en tercera persona, se entrelazan las historias de Trotsky durante su persecución y exilio en la Unión Soviética, y la de Ramón Mercader, quien comienza como soldado en la guerra civil española y retrocede hasta su infancia. Iván narra con elipsis y analepsis, Trotsky mantiene una estructura lineal y rigurosa en lo histórico, mientras que en la historia de Ramón Mercader el autor emplea recursos retóricos que generan un vaivén temporal biográfico. En tramas intercaladas, suele prevalecer la preferencia por una sobre otra, pero en El hombre que amaba a los perros, esta tendencia no se manifiesta. Iván, Trotsky y Mercader personifican la tragedia, generando empatía aunque esta última resulte lúgubre. Cada uno de ellos era, a su modo, un hombre que amaba a los perros.
Padura presenta a Trotsky en su autenticidad. Inicialmente, emerge como un hombre implacable, dispuesto hasta las últimas consecuencias, incluso si eso significa exponer a su familia por un ideal. Su vehemente anhelo de evitar que la revolución por la que luchó caiga en manos del autoritarismo stalinista lo lleva a asumir riesgos. Tal vez, si Trotsky hubiese sucedido a Stalin, su encarnizamiento y soberbia no habría sido menor. Su compromiso con el comunismo y la revolución se asemejaba a una fervorosa devoción religiosa. No obstante, a medida que el exilio se torna más opresivo, siendo rechazado en cada tierra que pisa, viendo desvanecer su legado y perder a sus seguidores y familiares en medio de sufrimientos y muertes, nuestra simpatía aflora por una figura aplastada que apostó todo por un ideal que no prevaleció.
Ramón Mercader se revela como otro personaje de profunda fascinación. Su comportamiento encuentra su explicación en las circunstancias que lo han rodeado desde su infancia. Aunque no fue un niño roto, su trayectoria se vio influenciada por múltiples incentivos ideológicos que lo llevaron a empuñar las armas en favor de la república española, bajo la facción comunista. Su compromiso por una causa mayor lo llevó a adoptar mentiras por afirmaciones y órdenes por misiones que, bajo otras circunstancias, nunca hubiera contemplado. Testimoniamos la metamorfosis de Ramón Mercader en espía de la NKVD, contemplamos como un muchacho idealista y enamorado que sólo quería impresionar a su madre y a una mujer guerrillera que no pensaba en él y a la que poco le significaba, convertido en muchos hombres con muchos nombres, cuya voluntad dejó de ser propia, sin salida y sin alternativas más que cumplir una misión, una orden de cuya desobediencia o incumplimiento e incluso en el éxito no hay otra cosa que la muerte, porque un hombre que es muchos hombres y que tiene muchos nombres no es ninguno, solamente un cabo suelto. La narración de Ramón Mercader es la que probablemente más se nos dificulte porque adopta nombres como Jaime López, Adriano, Roman Pavlovich, Soldado 13, Jacques Mornard y Frank Jacson, y esto también se aplica para los personajes soviéticos con los que interactúa, que mutan según el país, según la circunstancia, y que, si no prestamos atención, podríamos perdernos.
Padura muestra un dominio magistral en la exploración de la psicología tanto de sus personajes principales como secundarios. Su habilidad destaca especialmente al sumergirse en las complejidades de Ramón Mercader y el propio Trotsky. La profundidad y la complejidad de estos personajes proporcionan un mapa detallado de sus motivaciones y personalidades, evitando cualquier sensación de aleatoriedad o inexplicabilidad en sus acciones. Más allá de esto, Padura plantea interrogantes ideológicas y reflexiones políticas que examinan cómo la defensa radical de una idea de noble intención puede desencadenar en violencia, persecución y muerte, y cómo la transición revolucionaria de una población de la opresión monárquica o dictatorial conlleva a una tiranía férrea que imparte miedo y la miseria. Además, el autor aborda cómo estos cambios no solo afectan el presente y el futuro, sino que también distorsionan y reescriben el pasado según los intereses del tirano. Esto es especialmente notable, dado que Padura es cubano y reside en Cuba. En cualquier caso, Padura exalta la naturaleza del individuo en la historia que se resiste a ser un número más, a desaparecer en una masa colectiva, pese al adoctrinamiento.
Una lectura muy recomendable que tiene una cápsula histórica vibrante y que no nos dejará impávidos. Para cerrar, algunas líneas que vale la pena volver a ser leídas y releídas:
«El individuo no es una unidad irrepetible, sino un concepto que se suma y forma la masa, que sí es real. Pero el hombre en cuanto individuo no es sagrado y, por tanto, es prescindible.»
«La peor de las agresiones a la condición humana es la humillación, porque desarma al individuo, agrede lo esencial de su dignidad.»
«La venganza de la historia suele ser más poderosa que la del más poderoso emperador que jamás hubiese existido.»
«La hipocresía de la política puede desbordar los pozos más profundos.»
«¿De qué otra cosa sino de la mar podemos hablar los náufragos?»
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