«Quizá envejecer fuera eso, pensó, que cada porción de tiempo por afrontar se convirtiera en una fracción cada vez menor de lo vivido: que el verano constituyera la media vida de un infante de seis meses, pero que para ella ya fuera una de tantas estaciones acumuladas.»
Gustavo Rodríguez es un autor peruano que desarrolló su talento narrativo en la publicidad antes de convertirse en un destacado escritor peruano. Trabajó para agencias como Publicis y McCann-Erickson, ganando distinciones locales e internacionales. Influenciado por autores como Cortázar y Borges, su obra abarca desde el realismo urbano hasta elementos fantásticos. Entre sus títulos se encuentran La furia de Aquiles publicada en 2001, La risa de tu madre en 2003 y Cocinero en su tinta en 2012. Ha ganado varios reconocimientos literarios y el más reciente fue el Premio Alfaguara de Novela en 2023 por Cien cuyes, una obra que aborda la dignidad en la vejez en la Lima actual.
Alfaguara es una reconocida editorial de obras literarias fundada en 1964 por el laureado escritor Camilo José Cela. Posteriormente hubo varios cambios de propiedad, fusiones y absorciones, y actualmente es un sello editorial que pertenece a Penguim Random House, una de las compañías editoriales más grandes del mundo. Desde el comienzo Alfaguara pergeñó un concurso donde con anonimato se recibieran plicas que contuvieran una novela inédita y es así como en 1965 se realizó por primera vez el Premio Alfaguara y desde 1998 se ha realizado ininterrumpidamente cada año, considerándose uno de los certámenes literarios en lengua hispana más interesantes. Después de todo, Alfaguara es actualmente el sello editorial que publica las obras de Javier Marías, Mario Vargas Llosa, José Saramago, Arturo Pérez-Reverte, por mencionar algunos.
El galardón de 2023 que ganó Cien Cuyes fue subrayado por el jurado como «un libro conmovedor que defiende la dignidad hasta las últimas consecuencias». Y he de destacar que en el jurado se encontraba Claudia Piñeiro, una destacada y laureada escritora argentina autora de Elena sabe. Aunque antes de adentrarme más en esta reseña, veamos la sinopsis:
«En un barrio residencial de Lima con vistas al mar languidecen unos ancianos de clase acomodada. Frasia, acuciada por sus necesidades económicas, pues tiene que sacar adelante a su hijo Nico, se ha ido convirtiendo en compañía imprescindible para algunos de ellos. Si consiguiera juntar diez cuyes, el dinero para comprar diez conejillos de Indias, podría, según le dijo siempre su tío, empezar una nueva vida. Así, todos los días cruza la ciudad en transporte público para asistir a Doña Bertha, que además de ayuda doméstica necesita un apoyo extra porque en los últimos tiempos anda baja de ánimo y casi no tiene contacto con su hija. Frasia es muy buena en eso, y es tanta la fama de su buen hacer que en poco tiempo empieza a trabajar, en el mismo edificio, para Jack Morrison, médico jubilado y viudo, aficionado al jazz y al whisky e inmerso en una soledad que le oprime el alma. Algo más tarde también lo hará en la residencia del barrio, donde un grupo de residentes han formado una familia que se hace llamar “los siete magníficos”. Sin embargo, a pesar de los cuidados de Frasia, para todos estos personajes los días siguen cayendo pesadamente en una rutina de medicamentos, comidas sosas a horas fijas, telefilmes, achaques y alguna que otra charla, en la que con frecuencia tienen muy presente el final de sus existencias. Frasia lo sabe, y también sabe que su estrecha relación y la confianza que ha logrado establecer con ellos acabará llevándola a una encrucijada.»
En algunos concursos se premia o se menciona al finalista. En el Premio Alfaguara no es el caso. Ciertamente el jurado expone los criterios que condujeron a su decisión, pero siempre queda la duda si no habría alguna obra más meritoria que la elegida. Cien cuyes es una buena novela, concisa y directa, bien narrada, que aborda un tema un tanto tabú, pero que está lejos de ser excepcional si la comparamos con Rendición de Ray Loriga, Salvar el fuego de Guillermo Arriaga o La noche de la Usina de Eduardo Sacheri. Ciertamente el Premio Alfaguara ha tenido sus aparentes desaciertos, pero Cien Cuyes no lo es, encaja más como una novela correcta. Aunque debo decir que es mejor, mucho mejor, que Los abismos de Pilar Quintana y El tercer paraíso de Cristian Alarcón, que son los dos últimos Premios Alfaguara, que agrego, no son malas novelas, pero sí intranscendentales y aburridas.
En cualquier lengua y especialmente en la hispana, la riqueza cultural ha dado lugar a muchas expresiones locales que tienen sentido en un país o provincia. Para los escritores que gustan retratar el realismo hasta el tuétano, el uso de los regionalismos es un recurso discursivo en la escritura que matiza la narración, enriquece el diálogo y agrega esos elementos estilísticos por los que conocemos con mayor profundidad el lugar, el fondo o la circunstancia que rodea la historia. Cierto que capturar esa autenticidad debe hacerse guardando un apropiado equilibrio, porque una cosa es sumergir al lector con modismos y expresiones coloquiales, y otra es crearle un desafío que lo interrumpa y dificulte su comprensión o conexión con los personajes y la historia. Gustavo Rodríguez se apoya en los regionalismos limeños y aunque trata de establecer un equilibrio, y pueda que a más de alguno le parezca hasta reducido, que Roncagliolo los usa más, no niego que esos pocos me hicieron largo un libro pequeño. Pero este es un detalle de mi particular experiencia que no quería dejar de señalar.
Cien cuyes carece de méritos en su historia, narración y personajes, hallándolos insustanciales para un premio literario. Su relevancia real radica en el tema central: el envejecimiento, un proceso arduo que lejos está de considerarse dorado cuando es tan gris como la nuble más plomiza. Con el tiempo, las habilidades disminuyen gradualmente, mientras que los dolores y achaques propios de la edad emergen y aumentan. A esto se suma el sufrimiento de tratamientos médicos, medicamentos y regímenes dietéticos. Envejecer junto a seres queridos, hijos o nietos, actúa como bálsamo mental, validando toda una vida, enriquece o al menos alegra al espíritu. No obstante, no para todos es así. Muchos ancianos viven aislados en una casa o apartamento, cuando no asilos o casas de retiro. La soledad en el envejecimiento, observar los días pasar sin una llamada o visita, enfrentar una humillante inmovilidad en la espera de cuidadores, enfermeros y médicos en la última etapa, distorsiona el proceso, lo hace fatigoso y depresivo. Gustavo Rodríguez sugiere que, al ser la muerte inevitable, la elección de cómo enfrentarla debería considerarse, ya que la tolerancia al dolor difiere de la humillación, la inmovilidad y la soledad. La polémica emerge en torno al derecho de los ancianos a la eutanasia. Este dilema choca con valores morales y religiosos arraigados en la sociedad latina y Lima no es la excepción. Algunos argumentan que brindar a los ancianos la capacidad de elegir cuándo poner fin a su sufrimiento es un acto compasivo y humanitario, otorgándoles el control sobre su destino. Sin embargo, otros temen que la eutanasia pueda ser utilizada de manera irresponsable o coaccionada, y que su legalización socave el valor sagrado de la vida. La delicada naturaleza de este tema abre debates éticos y filosóficos, confrontando las creencias y perspectivas individuales sobre el propósito y el significado de la vida y la muerte.
Quiero resaltar que abordar y profundizar son dos asuntos distintos. El enfoque de Cien cuyes es diferente, más cercano como a zambullirse en las olas que bucear en el litoral. Gustavo Rodríguez podría haber optado por la narración en primera persona de uno de los ancianos, profundizando en las peripecias de la vejez, la liviandad de la juventud, la fugacidad de los momentos, la carga de las arrugas y canas, la inevitabilidad de la muerte y el derecho a la eutanasia. Un narrador fluido y subjetivo, al estilo de Woolf, habría sido también otra alternativa viable para adentrarse y transitar por ese intrincado sendero repleto de los afilados guijarros de la moral social que en ocasiones se acerca a la estulticia. Sin embargo, Gustavo Rodríguez se despojó de toda esa solemnidad y, sin ser pretencioso, incluso añadió ciertos elementos que provocarán más de una sonrisa en el lector.
Al final Cien cuyes se revela como una buena novela. Destaca en varios pasajes con brillo. Aunque de naturaleza ligera, alberga una complejidad notable sólo por el tema. Sin embargo, no explora completamente ninguno de sus conceptos; su objetivo no consiste en debatir ni en ensamblar un discurso acorde con las ideas del autor. Más bien, concede al lector la libertad de proseguir con sus propios pensamientos tras cerrar sus páginas. Para culminar, se presentan unas líneas que vale la pena ser leídas y releídas.
«Una de las características de envejecer es no saber nunca si se acaba de hacer algo por última vez.»
«Llega una edad en que la felicidad consiste en que nada te duela demasiado.»
«Cuando uno muere, uno se acaba para el mundo, pero el mundo también se acaba para uno.»
«A las personas, incluso a las más queridas, se las va olvidando en la medida que nos son menos útiles.»
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