sábado, 3 de agosto de 2019

LA NOCHE DE LA USINA de Eduardo Sacheri


«Aunque junten a todos, aunque eslabonen con cuidado obsesivo todas sus palabras, sus recuerdos y sus sospechas, hay cosas que quedan sin saber, sin explicar y sin entender.»
Esta novela fue ganadora del premio Alfaguara 2016. Y vaya que tiene sus méritos. En 2001 el entonces presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, dispuso la restricción para la población argentina de acceder a sus cuentas bancarias. Lo que estaba en el banco o lo que fuera entrando a los bancos, en ellos se quedaba hasta nueva orden del gobierno. A esta medida se le conoció coloquialmente como el Corralito. El propósito de esta restricción era evitar que la economía se viera comprometida con un colapso bancario originado por pánico financiero, puesto que se temía que la recesión que empezara en 1998 se agudizara. Pero lo que provocó fue una crisis económica, política y social sin precedentes en la Argentina cuyas secuelas se prolongarían por muchos años. Con toda seguridad, ese escenario es un caldo de historias reales, cientos, miles o hasta millones, y Sacheri utiliza ese escenario para contarnos una, que ciertamente es ficción, pero que no deja de calar entre lo posible.

He de abrir un paréntesis. Personalmente me he vuelto muy escéptico con la literatura galardonada y con la más vendida –los bestseller–, ninguna garantiza completa calidad de tiempo para el lector. Ignoro si me vaya a interesar, entretener o simplemente gustar. Hay un dicho que reza que para gustos se hicieron los colores –De gustibus non est disputandum, no hay que pelear por los gustos–, y nada es tan cierto. Un autor puede ser reconocido y laureado por la crítica, tener una obra notable y premiada; pero que, si uno la reduce a la mínima expresión, la misma puede ser aburrida y hasta agotadora. Esto me pasó recientemente con Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway, cuya historia de frente es bastante plana y apenas es salvada por las historias de fondo de los personajes secundarios que la enriquecen y superan, así como algunos diálogos bastante pensados para responder de una manera simple la contradicción existencial en medio de la guerra para quienes creen en la vida –luego la abordo como se debe, en un post aparte–; otra obra que también cae en la misma categoría es Rayuela de Julio Cortázar que la he tomado y dejado varias veces, algún día la terminaré de leer, es difícil seguir un libro donde cada capítulo es independiente y donde realmente no importe el orden en que uno los tome. En contra parte, los bestseller son una moneda al aire, muchas veces son buenos por méritos propios, pero también es frecuente que cuando un autor logra forjar en su nombre una marca se convierta en el «Nike» de las librerías. Las editoriales obtienen acuerdos por varios títulos muchos años antes de comenzar siquiera a escribirse una línea, el autor motivado por compromiso, paga o fama está en un plano distinto. En estos momentos tengo una obra de Grisham y pese a que es uno de los autores que más he leído y de quien más libros tengo –casi todos–, me está costando trabajo terminarla, no ha logrado engancharme, ni con la historia ni con el mensaje; y en efecto, es un bestseller. Haz la prueba, si uno de tus escritores favoritos tiene más de cinco libros y todos tienen el sello bestseller, con mucha probabilidad los tres primeros son los mejores, y quizá el primero sea el favorito de muchos.

El peor error para alguien como espectador o consumidor de cualquier expresión artística, es tener muy altas las expectativas, esperar sorprenderse, buscar una experiencia única. Si tenemos demasiadas expectativas, ya sea por referencia de amigos o investigación propia –pretenciosa curiosidad–, en una obra literaria o de lo que sea, existen muchas probabilidades de que eso nos quede a deber, que algo termine pendiente, que como retribución tengamos una sensación de «¿eso es todo?». Pasa lo mismo con una película, una serie, una pintura, incluso hasta con el plato fuerte de un restaurante. ¿Por qué pasa eso? Es una buena pregunta y quizá tenga múltiples respuestas de las cuales considero hay un común denominador y es la cuestión de perspectivas. Tanto el escritor, los críticos, los editores, los libreros y el propio lector son individuos con sus propios gustos y criterios. Hay quienes prefieren la forma sobre el contenido, hay otros que valoran más el contenido sobre la forma, y tan solo la forma puede tener una cantidad ilimitada de variables, y no digamos el contenido donde se crean, matizan y reciclan infinitas ideas.

Pero hablemos de casos extraños. Hace más de quince años que leí Cien Años de Soledad. Tenía mis expectativas hasta el tope en esa obra. Toda la crítica que consulté alababa a García Márquez, incluso tiene el Nobel en Literatura ¿Cómo podría errar? Así que no se diga más, pensé que era una obra que por méritos debía ser muy buena. Cuando terminé de leer la novela, me resultó que estaba en un nivel superior al de la calificación de «excelente» y la historia que hay detrás de la novela es igual o  más sorprendente. Hoy en día recomiendo tanto la obra de Márquez que hasta afirmo que es uno de los mejores libros que se han escrito en lengua hispana, el mejor después de Don Quijote. Reconozco que tenía altas expectativas, y que el libro fue superior a todas ellas. Vaya que sí. Y es bueno mencionarlo, porque a veces pasan esas cosas inusuales, tenemos altas expectativas, y efectivamente se terminan superando y resulta verdaderamente satisfactorio ese proceso. Aquí cierro el paréntesis.

Con Sacheri tenía poca o ninguna expectativa con El Secreto de sus ojos, originalmente titulada La pregunta de sus ojos. Me dije que sería bueno darle la oportunidad a un escritor argentino cuya obra fue adaptada al cine, film que de paso ganó un Oscar a mejor película de habla no inglesa, cuestión que no es poca cosa y de la cual debo reconocer el trabajo de Juan José Campanella que sobrellevó algunos puntos débiles y capturó la esencia de la novela de forma impresionante –vi la película después de leer la novela–. Resultó ser que la obra de Sacheri me impresionó tanto que fue uno de los mejores libros que leí en ese año. Una historia interesante que engancha, con buen ritmo y fluidez, una narración sumamente cuidada y profesional, con un desenlace que nadie podía esperar y que sin duda no podía ser mejor. A partir de ese momento Sacheri llegó a mi panteón de escritores latinos.

Con la Noche de la Usina mis expectativas estaban altas, muy altas. Tenía el antecedente de lo bueno que fue la obra que comenté en el párrafo anterior, y adicional a ello, esta novela había ganado el Premio Alfaguara. Un premio donde los escritores participan anónimamente, siguiendo ciertas reglas. Por lo tanto, los relatos ganan no por mérito del nombre de su autor, sino por imponencia de la propia obra sobre otras.

La Noche de la Usina es una obra que no es muy extensa, parte drama parte comedia, entre thriller y prosa. No llega al nivel del Secreto de tus ojos, pero tiene sus bemoles que valen la pena y que se disfrutan. Entre párrafo y párrafo saca una risa; en otros, clama por una lágrima. Es una novela que hace pasar un buen rato, entretiene, engancha y a pesar de que la leí hace varios meses, está tan bien escrita que puedo recordar muchas imágenes y escenas: todo ese plan de estafa y de paso hacer estallar la usina. He aquí la sinopsis: 

«En un pueblo perdido de la provincia de Buenos Aires, muchas cosas están a punto de extinguirse. Durante la crisis económica de 2001 que desembocó en el corralito bancario, un grupo de vecinos se propone reunir el dinero necesario para llevar a cabo un proyecto que podría ser una salida de la decadencia y la pobreza. Pero en medio de la incautación general de los ahorros, sufren una estafa particular que los decide a recuperar lo perdido».

Hay abundancia de personajes y todos tienen una pequeña participación e historia que los vuelve tridimensionales, pero no por ello la lectura se hace lenta o difícil de seguir. Aunque debo reconocer que hay un personaje que sostiene toda la historia, el que hacen que las cosas pasen, Perlassi, un futbolista retirado dueño de una gasolinera rural situado en una carretera poco o nada transitada. Un título muy recomendable si se ve por allí en una librería. La temática me da la impresión de que no es del todo original, hemos visto muchas películas de estafas en el cine. De cierta forma, muy a lo lejos, me recordó a Ocean’s Eleven –la película de 2001 dirigida por Steven Soderbergh– pero esta vez con gerontes, retirados y pobres, en un pueblo rural de la Argentina moderna con la economía colapsada –escenario que ya es frecuente en ese país y pandémico en América Latina–, planeando como robar una bóveda escondida en medio de la nada (que contiene sus ahorros tranzados por estafa por un banquero, los dólares de toda la vida), pero deberán sortear todas las medidas de seguridad y alta tecnología de la finca en donde se encuentra. 

Me gusta la idea de que personas ya en sus años, piensan en su futuro y deciden formar una cooperativa con sus ahorros, para ayudarse entre todos en el pueblo a mejorar su calidad de vida. Allí hay una noble causa. Por otra parte, un día antes del Corralito fueron estafados, al ser convencidos de depositar en un certificado a plazo los dólares que guardaban en efectivo en un banco. Los ahorros de todos y en una sola cuenta. Como en toda cuestión política, siempre hay fuga de información y los banqueros sabían de esa medida días antes de que se implementara. El banquero que los convence también tiene un cliente que le daría una buena comisión si le consigue la mayor cantidad de dólares en efectivo, pues este cliente sabía lo que se venía el día siguiente. Los dólares depositados se convertirían a peso argentino al tipo de cambio de la operación, pero con el pasar de los días y meses, la moneda nacional perdía valor y más valor, devaluación e inflación. Guardar dinero en el banco significó perderlo. Pero estas personas se enteran de cómo y quién fue el que se quedó con su dinero. Deciden recuperarlo. 

La novela contiene diálogos muy inteligentes, algunos nos llevan a la reflexión y me es imposible no compartir este:

«Uno tiene su vida. Buena, mala, la que tiene. La viene usando desde que nació. La cuida. Se preocupa por conservarla, por ir poniéndole cosas. Todo lo que a uno le pasa, todo lo que aprende lo introduce en esa vidita que tiene. Uno no piensa en lo frágil que es. O sí, pero a veces. Tampoco uno se puede pasar la vida pensando en lo frágil que es esa vida, porque la angustia sería perpetua. Insoportable.»

Podría decir que la novela cumplió con la expectativa. No las superó, pero esto fue por poco. Sacheri con La Noche de la Usina no es capaz de superarse a sí mismo, pero bien que supera a muchos otros.

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