viernes, 9 de agosto de 2019

POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS de Ernest Hemingway

Campanas

«Morir solo es malo cuando uno falla. Morir es malo solamente cuando se tarda mucho tiempo y hace tanto daño que uno se siente humillado.»
Ernest Hemingway es uno de los escritores más conocidos de Norteamérica, ganó el Premio Pulitzer por El Viejo y el Mar y si no fuera suficiente, también recibió el Premio Nobel de Literatura. Muchos lo recordarán más como un alcohólico solitario que se suicidó a los sesenta y un años, aunque es más impresionante saber que su padre, hermano y hermana se suicidaron también –no al mismo tiempo, fue en diferentes fechas y etapas de sus vidas–. Sin duda la historia del escritor y su familia superen por mucho sus propias obras, espero en algún futuro, cuando comente otro libro, abordar un poco más de esto.

Hemingway se caracterizó por mostrar sencillez y austeridad en su escritura a tal punto que cualquiera podía leer la obra completa de pasta a pasta sin necesidad de consultar un diccionario. Algo que no era muy frecuente, puesto que una buena parte de los escritores anteriores a su época se enfocaban a una narrativa más rica, cuasi prosa, bastante elocuente, la cual por nada podría desmeritarla, puesto que reboza cultura –al menos para un porcentaje muy reducido de la población que podía leer y además tenía los medios que le propiciaban una vida acomodada–; sin embargo, perdía un poco de brillo en la realidad. Por muy buenos que fueran los diálogos, la mayoría de personas en la vida real conversan de una manera más sencilla, parca y magra, difícilmente pronuncian una apología o frases notables de forma espontánea.

Si James Joyce fue el creador de obras que conformaron la cúspide literaria en la lengua inglesa, un autor que escribió exclusivamente para satisfacer y, de paso, ser alabado por la crítica; Hemingway, por otra parte, fue el escritor más accesible de habla inglesa de su época, con historias de poderosos mensajes que no se perdieron entre pretensiones narrativas, y donde tanto críticos como público en general pudieron encontrar una satisfacción común.

Hemingway fue corresponsal de la Guerra Civil Española, eso lo llevó no solo a tener información valiosa sino también a contemplar el conflicto bélico de primera mano, con la cual tuvo suficiente inspiración y anécdotas para escribir esta novela. La sinopsis de Por quién doblan las campanas es la siguiente: 

«La trama se desarrolla en España durante la Guerra Civil Española, y se articula en torno a la historia de Robert Jordan, un profesor de español oriundo de Montana, que lucha como especialista en explosivos en el lado republicano. El general Golz le encarga la destrucción de un puente, vital para evitar la contraofensiva del bando sublevado durante la Ofensiva de Segovia. Jordan llega a la zona, situada detrás de las líneas enemigas, guiado por un viejo, Anselmo. Allí, se encuentra con que el jefe de la banda que debe ayudarle a volar el puente, Pablo, es un borracho acobardado. Pero también conoce a María, una muchacha joven de la que enseguida se enamora, y a Pilar, la mujer de Pablo. Pilar es una mujer ruda y fea, pero valiente y de una gran voluntad; tiene una gran lealtad a la República y ayuda mucho a Jordan tanto en la misión del puente como en lo personal con María. Durante los días precedentes al momento acordado del ataque, Jordan descubre el amor y la importancia de la vida. Pero Jordan también entiende que seguramente morirá y no podrá ir a Madrid con María, como él querría».

La historia principal del romance, en lo particular, me parece una excusa, un macguffin: un profesor americano que llega a España en plena guerra civil, y como es experto en bombas se une a la guerrilla para derribar un puente. En término de un par de días queda completamente enamorado de una muchacha humilde, y ella también de él, y se juran amor eterno. Un amor a primera vista, como el de Crepúsculo. Toda la historia del romance es forzadísima y no encaja con nada y para nada, véase por donde se le vea. Tampoco da un motivo a la misión. Podría haberse omitido sin que ello afectara el mensaje o la trama. Hemingway será torpe en lo que se refiere al amor –su vida personal así lo manifiesta–, pero hábil en el mensaje real de su obra, y es el conflicto con la inminentemente muerte de cara a la guerra, esa es la verdadera historia. 

Probablemente hubiera funcionado mejor el romance si existiese un pasado común, o si hubiera existido más días –quizá semanas– en la línea narrativa temporal. Esto es, posiblemente, argumento para debate, puesto que habrá más de algún detractor que podrá afirmar que bajo una situación apremiante en la línea de fuego, donde se está más cerca de la muerte que de la vida, los minutos y las horas son más largos; por tanto, se aprecia más cada momento y es viable el surgimiento de un sentimiento como el amor en una pareja. Pero también si es amor lo que el escritor pretendía que creyésemos, no importa si es un arrebato de enamoramiento, no parece lo suficientemente fuerte como para superar la idea de morir por una causa. Robert Jordán bien pudo haber planificado un escape con María, en lugar de dinamitar un puente. Estaba en un lugar que no era su país, luchando contra personas que nunca le hicieron daño, arriesgando su vida por una causa que no era suya.

Con sobrada holgura, todas las historias individuales de los personajes, tanto principales como secundarios, son las que hacen más que satisfactoria la lectura. Es allí donde gana terreno la reflexión. Hombres que odian matar, pero no tienen alternativa si quieren vivir. Hombres que odian las injusticias, pero se convierten en los más viles criminales. Hombres humildes que se transforman en monstruos crueles. Hombres que buscan ser libertadores, pero son peores que los dictadores. Hombres que deben morir para que otros vivan. Hombres que se envían a una muerte segura. La guerra lo transforma todo o saca de cada uno su verdadera naturaleza. 

Las penurias y el infierno propio de la guerra que describe Hemingway son casi transparentes. No es difícil imaginar e incluso hasta sentir el frío y la nieve en el bosque, los aviones asechando por los cielos o las balas cortando el viento. Escenas muy gráficas que calan y que nos hacen ver los conflictos bélicos desde otra perspectiva, de los que mueren, esos que caen sin estar seguros si estaban en el bando justo.

«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, al igual que si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti». John Donne

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