«Mientras cabalgaban hacia el oeste siguiendo el vallo del río, el sol se levantó a su espalda arrojando sus sombras sobre la tierra por delante de ellos.»
Un lugar llamado libertad comienza con una interesante y valiosa anécdota del autor. Ken Follet, mientras realizaba labores de jardinería, casualmente desentierra un curioso y oxidado collar, parecido más a un anillo o cepo, lo cual era un indicio de que el portador de este no lo hacía voluntariamente. A pesar de la herrumbre logra leer una inscripción: «Este hombre es propiedad de Sir George Hamisson de File». El artefacto descubierto exponía la crudeza de la esclavitud y le hizo preguntarse casi al instante qué sería de ese individuo cuya vida pertenecía a otro y si en algún momento tuvo sueños de libertad. Esto fue lo que lo inspiró a es escribir una historia que redimiera, al menos en un relato, esa vida atrapada en cadenas, darle un final que dignificara, aunque este fuera ficticio.
A menudo se reniega tanto de la falta libertad, o de ciertas privaciones que calificamos como la ausencia real de esta, que perdemos completamente el foco de lo que significa ser libre. No hace mucho tiempo, no hace más que incluso medio siglo en algunos países, el que una persona fuera propiedad de otra era un derecho legítimo, algo natural. Sería completamente ingenuo pensar que el hecho de que la esclavitud esté abolida signifique que ya no exista, que no se practique, que no haya esclavos –textual y literalmente– en el mundo. La realidad es que un edicto, una ley, que convierte a un acto en ilegal no erradica ni impide su consumación, su práctica, tan solo la limita y la lleva a la crudeza y perversión de la clandestinidad. Existen miles de personas, centenas de miles, que están bajo el yugo de otro tipo de esclavitud, la esclavitud moderna del Siglo XXI que es más cruel y terrible, lo cual hasta parece inimaginable por el nivel de deshumanización. Según datos de la BBC la trata de personas es la tercera actividad del crimen organizado más rentable del planeta, la OIT estima que las ganancias privadas del comercio y tráfico humano superan los USD 150 mil millones al año. No cabe duda de que la esclavitud es la verdadera antípoda de la libertad, un monstruo cosmopolita con el cual hay que luchar.
Generalmente en mis post hago una introducción del autor de la novela, pero en este caso me ahorraré el dato, pues sería como presentar a Michael Crichton, Stephen King o John Grisham. Follett, este escritor irlandés, es muy popular en las librerías, le tomamos mucho aprecio desde La Isla de las Tormenta y a partir de ese momento no necesitó mayor cosa que su nombre para hacer de cada uno de sus libros un bestseller.
Ken Follett nos sitúa en Escocia, Inglaterra y Estados Unidos del Siglo XVIII, pero es importante indicar que la factura histórica se encuentra resentida con algunos ligeros anacronismos, nada como para incendiar a Follett, teniendo en cuenta que esta no es precisamente una novela histórica, aunque lo pareciera. Los acontecimientos de fondo que rodean la trama no desempeñan un papel determinante en el relato puesto que son los propios personajes en cuya evolución y desarrollo se sustenta la obra, y en eso no niego el talento narrativo de Follett.
El relato parte de la vida de Mack McAsh, un minero de carbón de Escocia, qué pese a que su condición le obliga estar bajo el yugo de su señor feudal, no acepta que su destino sea nacer y morir como minero, en la miseria de pervivir un día a la vez. Toma la decisión de luchar por un mañana mejor. Los caminos que encuentra paradójicamente no lo apartan de la amenaza de su antiguo lord, de la sombra que ahora es la prole de su señor feudal, y a pesar de que logra librarse de un estigma inexorablemente cae en otras peripecias, cada una seguida de tragedia, condenándolo a tener que desatar más cadenas a su sueño de ser verdaderamente libre.
Quien ha leído antes a Ken Follett comprenderá que es un escritor de finales felices; y es allí donde la historia se torna complaciente y por extensión pierde su brillo. El personaje principal, McAsh, es llevado a situaciones en las cuales debió haber perecido, donde no había forma creíble de sacarlo vivo; pero que, un recurso literario venido desde La Iliada de Homero –el infame Deux Ex Machina–, logra salvarlo, rompiendo toda lógica que había sido construida en un instante –igual como le pasa James Bond–. Me hubiera gustado un final más al estilo Hemingway; sin embargo, eso hubiese sido un trago muy amargo para el lector, provocándole probablemente más de un nudo en la garganta. Creo que incluso esa dirección de los acontecimientos podría haber provocado alguna polémica hacia el autor, principalmente por el título "Un Lugar Llamado Libertad" ¿Se refiere al Cielo? –Y es que en la literatura la polémica es más una corona que una tacha–. Ciertamente el camino de McAsh debió haber estado en la redención basado en una trascendencia en la cual, pasara lo que pasara, nadie más podría ser dueño de él y de su destino, y esa es la libertad que obtienen todos los esclavos con la muerte. McAsh al igual que muchas personas que corrieron su suerte tenían algo que no podía ser enajenado y era su voluntad, su espíritu de vivir, la diferencia es que él decidió hacer algo diferente con su voluntad, buscó un propósito.
Nuestro personaje principal no es un héroe en los términos populares, que tienden a crear arquetipos hiperbólicos. El hecho de que sea escocés y se enfrente a su señor feudal inglés, nos hace recordar el Braveheart de William Wallace, pero está comparación es muy distante en todas las direcciones y dimensiones. La realidad en la que se sitúa impide esos actos épicos de demostración de valor, y al final, el parámetro histórico es el que hace que su arco argumental transcurra como un hilo cruzando el ojo de una aguja. No obstante, el heroísmo puede ser definido de distintas formas, y una de ellas es la ocupada por McAsh en este relato, que al menos en quienes se rodea, logra convertirse en símbolo, una huella profunda.
Una muy buena novela. Entretenida desde el inicio. Probablemente un poco larga para alguien que busca algo más ligero. No es Pilares de La Tierra, pero tiene todos los ingredientes que se espera de una novela de Ken Follett: valentía, amor, amistad, perseverancia, esperanza y una conclusión bienaventurada.
Para finalizar, en la portada del libro puede verse la Estatua de la Libertad. Pero el tiempo en el transcurre la novela es varias décadas previas a la independencia de los Estados Unidos. La Estatua de la Libertad fue un obsequio de Francia después de la Revolución Francesa, y hay muchos motivos para entregar semejante regalo, explícitos e implícitos, pero quizá uno de los más importantes, es la misma inspiración que los colonos de los trece Estados infundieron al levantarse contra el imperio más grande del mundo conocido, La Corona Inglesa... Y ganaron. Sin embargo, para efectos de representación gráfica, la portada no contextualiza la novela, es de esas cosas en las cuales seguramente el responsable de la edición, el ilustrador, diseñador, o como lo llamen las editoriales, ni siquiera leyó la novela. Queda como una mera curiosidad que quería resaltar. Muchas portadas de libros tienden a ser divergentes respecto a su contenido y no sé si sería peor que esto fuera adrede.
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