sábado, 3 de agosto de 2019

PUENTE ADENTRO de Arnoldo Gálvez Suárez

Puente
«Todo sueño tiene un límite, si no se hace realidad o se hunde uno en hoyo de frustración o se conforma con lo que la vida ofrece.»
Esta novela fue la ganadora del desaparecido certamen guatemalteco BAM LETRAS de 2015; y creo que desde hace dos años lo tenía acumulando polvo en los anaqueles de mi biblioteca. Como cualquier libro donde poco o nada conozco de su autor, no tenía demasiadas expectativas. Los escritores guatemaltecos que he leído –principalmente en mi época de estudiante– tendían a cargar demasiado sus páginas con diálogos muy coloquiales, palabras disonantes y lenguaje soez hasta el punto del hartazgo que, si no eres guatemalteco, es difícil entender; sin mencionar las abundantes onomatopeyas que hacían insufrible la lectura. Bueno, que digo, también me ha pasado con escritores argentinos, colombianos, mexicanos, prácticamente todo este continente tiene su propio vocabulario de español folclórico. Aclaro que no es una generalización y de momento me ahorraré los nombres de estos escritores.

En el caso de Arnoldo Gálvez Suárez es cosa muy distinta. Es uno de esos pocos libros donde me disfruté más la forma que el fondo; y eso realmente es decir mucho. Que me fije más en la forma en que trabajó los párrafos, la prosa, el estilo, la fluidez, la descripción, y toda esa serie de matices, más que en la propia historia significa que quien está detrás de esas palabras es un verdadero profesional de la escritura que sutilmente nos pierde entre sus letras; y uno llega entender del por qué y con obvias razones fue el ganador del certamen. Bastante elocuente y talentoso, jamás nos imaginaríamos que es un escritor joven primerizo.

Ignoro si Gálvez Suárez tiene otras obras publicadas. No he vuelto a ver su nombre en ningún otro título en las librerías. Pareciera que este es su único libro y, si así fuera, pienso que esta obra tiene un componente mucho más personal –como en toda opera prima– que llegaría a hacerse irrepetible. También entiendo que, en cada novela como esta, una historia familiar, el escritor deja algo de sí.

La sinopsis de la novela es la siguiente: «Una noche de principios de 1989, el niño ve a su padre por última vez. Y lo que ve, aterrado y en silencio, es la imagen de un hombre vencido, que llora y parece incapaz de sostenerse en pie. No sabe que ese será el último recuerdo que guardará de él y que habrá de pasar mucho tiempo antes de que consiga dotar esa imagen de algún significado. […] Al día siguiente, poco después del amanecer, el padre del niño, un profesor universitario abrumado por sus recuerdos, por sus deseos y por la incapacidad para distinguir la diferencia entre unos y otros, es asesinado a tiros en la calle. Su muerte se confunde con la de miles de víctimas de la violencia política que entonces asolaba Guatemala. Pero el móvil del crimen no es político. Esto comenzará a sospecharlo el niño, veinte años después, cuando convertido él también en un hombre asediado por su memoria se encuentre por casualidad con la única persona que podría saber los motivos del asesinato.

La novela es una obra de ficción que retrata en realidad un drama familia, una tragedia pasional que durante décadas se disfrazó de un crimen político, aprovechando la perpetua coyuntura de Guatemala, que, incluso puede ser una sátira de casos actuales donde muertes de la década de los ochenta convenientemente se les atribuyan a altos mandos militares en retiro con el propósito de obtener algún tipo de resarcimientos, reconocimientos o satisfacción por vendetta.

La obra se ambienta en la capital de Guatemala, específicamente en la zona 2 de la Ciudad  de Guatemala, aunque hace referencias a más lugares emblemáticos e icónicos, y también a otros más populares y recientes con nombres cambiados; eso le da cierto aire familiar –un tour turístico por nuestras calles y avenidas–. La historia corre en dos líneas de tiempo intercaladas entre capítulos, una narrada en primera persona desde los ojos del hijo, en el presente; y la otra, las peripecias del padre en la década de los ochentas, narrada en tercera persona.

Aunque los personajes principales poseen ciertas características que rozan el patetismo y la amoralidad, y a veces son un tanto insufribles como cualquier telenovela; la historia se desarrolla de forma aceptable y no dista demasiado de verdaderas anécdotas y secretos de familias disfuncionales, que uno pensaría que son la excepción en la sociedad, pero resultan que son bastante comunes –a priori creíble–. Pero mi consejo es que no esperemos mucho de la historia. La novela tiene valor y entretiene por la forma en la que narra y no precisamente por lo que narra. 

La profesión de periodista e investigador del autor, principalmente porque escribe o escribía para los diarios digitales Plaza Pública y Nómada –diarios un tanto amarillistas y subversivos–, le da cierta pimienta y sentimiento de desconfianza a todo lo que sea militar y desdén por la derecha y la oligarquía tradicional, y por otra parte, visos de simpatía y guiños hacia la izquierda y progresismo, aunque se modera y eso se le agradece.

Es una novela guatemalteca bastante recomendable. Engancha rápidamente y si tuviera que decir que tiene un defecto imperdonable sería el innecesario e insípido epílogo, que es casi el símil de un harakiri para la obra; así que, si la van a leer, saltarse el epílogo, ya que no solamente no hacía falta, sino que fastidia toda la narración y resulta hasta insultante para el lector, tratar de forzar unos acontecimientos y personajes que no se sostienen ni remotamente. Fuera de eso, todo es brillante.

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