«…Así que ya saben amigos, sabemos de dónde nace esta clase de monstruo, nace de nuestros propios hogares en la ausencia de los buenos valores. Es por eso que juntos debemos hacerle frente y no dudar en combatirlo con uñas y dientes a través de la temprana enseñanza. Y en cuanto a usted, horrible monstruo, sabemos quién es y de donde viene y le prometemos que esto no se quedará así.»
Cuando voy a la librería y busco literatura de autores guatemalteco, generalmente me encuentro con tramas que tienen como fondo el conflicto armado interno, el ejército, las dictaduras, el colonialismo, la corrupción política, el racismo, violencia social, la pobreza, los mayas y su linaje, las selvas impenetrables, y otros temas que son muy propios de nuestra idiosincrasia. Pero en raras, verdaderamente raras ocasiones, veo libros como el que nos presenta Lester Glavey, una novela policiaca.
Lester Glavey es un joven autor guatemalteco que tiene varios libros publicados y que previo a esta lectura, no conocía. Probablemente es arriesgado juzgar a un escritor por una sola de sus obras, pero de igual manera, en cada libro hay algo del autor, algo que se repite en los siguientes, comunes denominadores que en el caso de Glavey me atrevería a indicar es la heterodoxia con la narrativa tradicional guatemalteca, no es lo que uno esperaría leer. Si alguien me dijera que pensara en un escritor británico, el primero que me vendría a la mente sería Joyce; si fuera Argentina, Borges; si fuera Guatemala, Asturias; pero si me dijeran «y que tal Agatha Christie como la opción de literatura británica y Patricio Sturlese como la argentina», yo respondería «y que tal Lester Glavey como la guatemalteca». Espero no haberlos perdido con la analogía, y si así fue, lo que expongo es que a pesar de que la historia de Cuando el silencio mata transcurre en Antigua Guatemala, es la novela guatemalteca menos guatemalteca que hasta el momento he leído.
Prefiero la novela negra sobre la novela policial. En novela negra el crimen es un mero fondo que hace avanzar la trama; en la otra, es la trama principal. Pero no niego los méritos de ambos géneros. Me he disfrutado tanto novelas de Agatha Christie como de Raymond Chandler, y si nos vamos un poco más contemporáneo, he disfrutado tanto las historias de Camila Läckbert como las de Stieg Larsson. Y aquí debo reconocer los méritos Lester Glavey que ha construido una novela policial desde el arquetipo: tenemos varios crímenes, la premura de encontrar al asesino, unos detectives a cargo del caso y una persona que es la clave para resolver el conflicto. He aquí, sin más prolegómenos, la sinopsis:
«El Padre Ignacio Alarcón enfrenta un dilema cuando un misterioso y susurrante penitente le revela, bajo secreto de confesión, su intención de matar a un miembro de la congregación. Las confesiones y los asesinatos empiezan a repetirse con regularidad convirtiendo la vida del Padre Alarcón en un auténtico calvario. Pronto quedarán claras tres cosas: la primera es que por algún motivo que no alcanza a comprender, el penitente intenta hacerlo romper el secreto de confesión, la segunda es que el asesino no está dispuesto a detenerse ante nada y la tercera que a medida que la presión aumenta, las víctimas son cada vez más cercanas y queridas para el Padre. Mientras tanto, una extraña pareja de detectives son la única esperanza que tiene el Padre Alarcón para que los crímenes se detengan sin traicionar a su fe y evitar un incidente internacional que amenaza con destruir a la Iglesia».
La estructura narrativa de la novela se contrapone entre el narrador presencial, que es el Padre Alarcón, y el narrador omnisciente o en tercera persona que relata las acciones de los detectives. Las oraciones son cortas, los párrafos fluidos y los capítulos de pocas páginas. Una novela que no es tan breve, pero tampoco nos lía mucho para terminarla rápido. La trama es lineal: presentación de personajes, puntos de giro (el primer asesinato), conflicto (sigilo sacramental, amenazas y más asesinatos), otros giros (revelación del asesino), el climax narrativo (confluyen y se enfrentan todos los hilos narrativos y personajes), la nueva situación de las cosas (inmediato a los sucesos) y epílogo (cierres de arcos argumentales).
La Antigua Guatemala, incluso el país entero, no aporta nada a la trama, es un mero capricho para situarlo en algún lugar por así decirlo «muy católico», así como el año, 2014 –aquí si no puedo inferir demasiado las razones–. Personalmente creo que la historia hubiese funcionado mejor si se desarrolla en otro tiempo y espacio. La España, Francia o Italia rural me parecen mucho más acertadas que Guatemala, suena un poco más creíble por la tradición católica de Europa. El tiempo me atrevería decir que quedaba mejor entre los años 1900 a 1910. La edad del Padre también me supone otro desliz en el relato, porque, aunque tenga cincuenta y tres años, sus emociones, razonamiento y acciones revisten inmadurez, como si recién hubiese egresado del seminario, todo un crío. Soy católico y he platicado con sacerdotes, tanto jóvenes como mayores, pero especialmente estos últimos me han impresionado por lo letrado y versados que están no solamente en conocimientos apostólicos, bíblicos y teológicos, sino también en historia, literatura y filosofía y hasta política, sociología y economía, hombres muy sabios e ilustres, lejos de considerarlos ignorantes o ingenuos como el Padre Alarcón del relato.
Los detectives que se encargan del caso y los procedimientos de investigación son típicos en una novela policial americana o inglesa, pero en Guatemala no funciona así. En ese aspecto debo confesar que reí un poco en cada capítulo –y no era comedia–, porque en Guatemala la policía no investiga, posee otras funciones relacionadas a velar por la seguridad de los ciudadanos y el orden público, poniendo a disposición de tribunales, juzgados y el ente investigador a las personas que infringen la ley. En Guatemala, el Ministerio Público es el que se encarga de realizar la investigación y generalmente cuando requiere de un testimonio o entrevistar a un sospechoso, los fiscales o sus auxiliares no acuden a la persona, le envían una citación, y si esta se resiste, acuden con un juez para que este ordene que la persona sea conducida por la fuerza pública –por la policía– a tribunales. Resumí algo muy complejo, y pueda que haya sido muy breve con algunos detalles, pero únicamente buscaba dar una idea básica. Obviamente, si ignoras que el lugar es Antigua Guatemala o si no eres guatemalteco y vives en otro país, pues los detectives de la novela te terminan encajando, aunque quizá no tanto porque vaya si son mediocres ¡no resolvieron prácticamente nada!
El asesino en serie es otra historia. Realmente no es un asesino en serie. Su perfil no encaja ni remotamente. Aunque eso no es una debilidad propia de la novela, casi todas las novelas negras o policiales que abordan asesinos en serie –o de cualquier naturaleza– lo hacen mal, su castillo se derrumba al llegar a la revelación y uno se pregunta ¿Cómo pudieron fallar tan abruptamente? ¿Acaso no ven noticias o leen periódicos? No estaría mal que los escritores leyeran los perfiles básicos de los asesinos seriales más famosos de la historia moderna como John Wayne Gazy, Ted Bundy, Jeffrey Dahmer, Andréi Chikatilo, Albert Fish, Dennis Rader, etcétera. Es menester entender las motivaciones de estos sujetos para poder construir algo mucho más potable, dejar el curso de “Agatha Christie I” por un lado, que eso no ayuda a construir historias más sólidas de asesinatos en esta época.
En lo que respecta a diálogos y expresiones me parece muy americanizado. Como de esos libros que uno lee traducidos al español, con lenguaje completamente neutral. He cierto que cansa leer libros donde el escritor inserta a rajatabla lenguaje coloquial y hasta finge el acento local quitando o sustituyendo letras o agregando tildes –a veces hasta abusan del recurso de la onomatopeya–, pero si se lleva de forma adecuada se pueden obtener verdaderas joyas como El Secreto de sus Ojos de Eduardo Sacheri, una novela que podría clasificar como negra y a la vez muy latina, indudablemente argentina.
El eje real de la novela es el sigilo sacramental, que, aunque parezca una idea original, particularmente me parece hiperbólico, hubiera sido mucho más acertado ambientarlo al menos un siglo atrás, tal como lo expliqué hace algunos párrafos. El tiempo en el que se desarrolla la novela es el equivocado, suena hasta anacrónico. Hoy en día el Vaticano tiene problemas más graves que resolver: casos de pederastia en los sacerdotes, el voto de castidad, matrimonios homosexuales, sectas fundamentalistas y terrorismo, sin mencionar la perdida enorme de feligreses en todo el mundo, estamos en una crisis de fe católica. Ya imagino al Papa Francisco recibiendo la noticia: su Santidad diría algo como «con todo lo que está pasando en el mundo, me venís con un sacerdote pelotudo, dejense de boludeces». Hay que saber distinguir el trigo de la paja y es que el Padre Alarcón realmente ni siquiera estaría rompiendo el sigilo sacramental al revelar una confesión de un asesino múltiple –no en serie–, porque no es una confesión como tal, ni siquiera lleva el componente del arrepentimiento de los pecados; eran viles amenazas y chantaje que llevaron a asesinatos que se pudieron haber prevenido.
Creo que Glavey pudo haber sacado mejor provecho de otros elementos dentro de su relato, ir por otra dirección, darles más protagonismo a los detectives, contar la historia desde la perspectiva del asesino o de una de las víctimas mortales, filosofar sobre el significado de las confesiones y los pecados, abordar situaciones más viscerales –porque hasta me parece autocensurada, apto para todo público–, en fin. La trama solo funciona si uno se desconecta y lee en automático. Lo positivo es el gancho en el ritmo de su narración. Una novela que entretiene y con la cual no se siente el tiempo. Es importante resaltar que obtuvo un premio de eRiginal Books en 2017, un certamen que busca promover a escritores independientes, apoyándolos en la publicación de sus obras. Competir y destacarse a nivel Hispanoamérica es un gran mérito para un connacional, principalmente si lo hace en una categoría como la novela policiaca y thrillers, donde hay abundancia de títulos.
Esta novela la clasifico con una subcategoría: novela policiaca juvenil, porque sin dudarlo, si la hubiera leído hace veinte años, tendría una apreciación diferente, probablemente me hubiera gustado. ¿Significa que no la recomiendo? Claro que no. Considero que es una buena propuesta para iniciarse en la novela policiaca o incluso hasta en la lectura.
Seguramente el autor se inspiró mucho en novelas americanas o europeas más que todo por lo que dices en el tratamiento que le dio alenté policial para mí es un poco difícil de entender que existan estas novelas y más con todas las características que has mencionado que se contraponen a la realidad de nuestra Guatemala
ResponderEliminarViendo la serie El libro azul que relata una serie de casos del fenómeno ovni veo a estos policías y a un investigador que se valen de todos los medios para descifrar el fenómeno ovni de alguna manera esto es algo que se contrapone a la sociedad moderna porque la mayoría de estos casos estaban anclados entre los años 60 y 70 donde según algunos expertos se dan el mayor número de apariciones y porque mencionó esto porque como bien dices la época juega un papel muy importante en el desarrollo de la trama la cual se hace más creíble en base a los hechos y en base al pensamiento de la sociedad de ese tiempo
ResponderEliminarY concuerdo con tu persona cuando dices que el santo padre le pondría mayor atención a las peripecias y enredos de un cura que maneja una mentalidad no acorde a su edad sin embargo hay que darle crédito como bien dices al escritor que trata de generar un relato llamativo interesante es como un experimento de algo que aún no ha cuajado muy bien pero que seguramente en sus próximas novelas lo veremos saludos mi estimado
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