lunes, 29 de julio de 2019

MAÑANA TENDREMOS OTROS NOMBRES de Patricio Pron

otros nombres
«Él se había esforzado por estar con Ella –y Ella se había esforzado también, posiblemente–, pero ambos se habían ido alejando uno del otro pese a la proximidad física; quizá Ella había tenido miedo de que Él la decepcionara y Él había compartido su miedo, al que había añadido la certeza de que lo haría, que en un momento u otro iba a decepcionarla.»
Con un título poético, una portada que evoca el romance y la obtención del premio Alfaguara 2019, esta novela de Patricio Pron fue capaz –y aún lo es– de despertar muchas expectativas en los lectores. Personalmente en estos últimos años he estado atento a los premios Alfaguara, realmente las novelas que han sido premiadas son extraordinarias, notables joyas literarias: Rendición de Ray Loriga, La Noche de la Usina de Eduardo Sacheri, Una Novela Criminal de Jorge Volpi, por mencionar algunas. Por simple tendencia esta novela de Pron también debería ser esa expresión literaria de excelente narración acompañada sobre todo con una historia memorable. Sin embargo, no es del todo como lo esperábamos –al menos no como yo lo esperaba–.

Patricio Pron es un escritor argentino con una hoja de vida bastante interesante e impresionante, donde probablemente lo que debo destacar es su doctorado en filología obtenido en una universidad alemana – y si eso no impresiona, ¿cuántos filólogos conocéis hoy en América? –. Ha publicado, desde 1998 a la fecha, ocho novelas y seis relatos. Hasta donde pude apreciar, no se enfoca en un género en específico como para poder definirlo como un escritor de esto, de lo otro o de aquello, de hecho, sus novelas abordan temas diversos y difíciles. No he tenido la oportunidad de leer más que esta novela, por lo que me sería difícil expresarme de sus obras anteriores sin caer en especulaciones.

Vamos a la sinopsis: «Viven en Madrid, en la actualidad. Ella es arquitecta, tiene miedo a hacer proyectos de futuro y busca algo que no puede definir. Él escribe ensayos, lleva cuatro años a su lado y nunca pensó en verse soltero de nuevo, en un «mercado» sentimental del que lo desconoce todo. Por las grietas de su derrumbe como pareja entran las amistades, sus consejos y sus vidas, la mayoría de las veces con más dudas que certezas. Es la generación Tinder, la de unas personas que eliminan a otras con un dedo; una generación en la que todos están expuestos y a la postre desencantados. La ruptura de una pareja también dice mucho de un país, de un momento, de una idea de convivencia. Y la radiografía de los tiempos es dura: padres que lo son por obligación, experimentos de reinvención personal que son performances sin público, unas tecnologías que lo penetran todo, incluyendo la intimidad. Ella y Él, ya próximos a los cuarenta, comienzan a habitar esos nuevos espacios posibles en paralelo, sin desgarros románticos, pero con una fuerte añoranza misteriosa que tal vez vuelva a reunirlos.»

En la contraportada de esta novela, al final de su sinopsis, tiene especie de sentencia que en realidad es una mentira «la gran novela del amor en los tiempos de las redes». Tras leer la novela no me parece que el amor sea el eje sobre el cual gira la obra y tampoco que las redes tengan un lugar importante o incluso determinante en el desarrollo de la trama. A veces las editoriales te enganchan con una exageración.

En una ocasión compré un café. El barista tenía solo un tamaño de taza, lo que me llevó a preguntarle la razón del por qué no tener opciones de tamaños de 12 onzas, 14 onzas o 16 onzas como en otras cafeterías. Él me contestó, sin parecer demasiado presuntuoso o carente de modestia, que su café era el mejor café de todos, y el mejor café solo puede servirse en una taza que permita una cantidad suficiente para disfrutar de sus notas –como en una cata de vinos– y que además se beba en el tiempo preciso para que no termine entibiándose. Si es demasiado café tal vez lo juzguemos por los últimos tragos, tal vez no lo bebamos todo y una parte la terminemos tirando por el lavabo o en la basura, un mal destino para tan buenos granos de café. La novela tiene una forma narrativa brillante e inteligente, diría que hasta es un deleite en su prosa, lo cual en pequeñas dosis es correcto y digno de ovación, pero al utilizarlo de tapa a tapa, se torna confusa. Es como un buen café en una taza muy grande, termina por agotar al lector. Terminamos juzgándolo por el tedio de sus últimas páginas –que no por ello significan que estén mal. Al igual que un buen café, la calidad es una constante no una casualidad inicial–.

La novela es la ruptura de una pareja, una pareja de académicos y profesionales, maduros llegando a sus cuarenta sin pretensiones, sin problemas económicos, sin hijos y sin nombres, porque Patricio Pron omite los nombres, sustituyéndolos por los genéricos pronombres Él y Ella. Esto a veces se torna confuso porque cuando intervienen más personajes, como los amigos –a quienes los nombra por letras A, B, C, lo que sea–, debemos estar muy concentrados de que o quien es cada quién. No logré comprender porque Pron recurrió a este recurso extraño, me parece completamente innecesario la omisión de los nombres, al menos en el contexto narrativo, salvo que con ello Pron esté filosofando en la decadencia y que ahora ya no importa ni como nos llamamos, podemos ser cualquiera, incluso una simple letra; pero, si ese fuese el caso, porque hacernos también decadente la fluidez. En ocasiones pasaba dos páginas, luego notaba algo y regresaba, las volvía a leer y sino me quedaba claro, regresaba al inicio del capítulo para encontrar en donde me había perdido. Los pronombres «Él» y «Ella», en mayúsculas todo el tiempo, eran un lío donde la mente buscaba puntos para justificar la mayúscula, pudiendo alterar –y lo hacía– en ocasiones el sentido de la oración, además que a veces había un «él» y «ella» que se referían a otros –excepto en un par que eran ellos mismos–.

La novela está dividida en secciones ordenadas de acuerdo con los tiempos que separan de ruptura, siendo los primeros los más interesantes, narrativamente preciosos y de contenido triste (por la prosa y la emotividad que transmite –viso de tragedia–). Ninguno de sus personajes actúa de forma patética o lastimera, y eso se aplaude. La ruptura y los acontecimientos recientes que le acompañan –en los planos personales, pensamientos y sobre todo sentimientos– no parecen ficción en lo absoluto. Sí, es una novela romántica, pero muy difuminada y a años luz de encontrar una sola oración que pueda calificarse como cursi. Ninguno de ellos se atreve a luchar por lo que creen debieran. En apariencia existe una confusión con el medio que les rodea, este les absorbe y los lleva a tomar decisiones con las cuales dudan si están de acuerdo, si son propias o autoimpuestas. Dije en apariencia, porque no es confusión, sino una decisión fatalista de aceptación. El párrafo con el abro este comentario define bastante bien la forma en que pasó todo y termina siendo una constante en el recorrido que los separa, hasta en lo que podríamos llamar lo insípido de su desenlace.

Me encontré con esto que bien podía calificar como un aforismo: «Nunca elegimos, sólo vivimos en lo que es. Lo que no es existe sólo como idea, y como toda idea, no puede ser habitada. Permanece a la espera, mientras uno cree que decide algo».

Mañana tendremos otros nombres es una novela inteligente que disfraza un ensayo de alienación y que tiene como eje las relaciones afectivas de pareja en una sociedad occidental nihilista y decadente. Una novela para filosofar.

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