«Todo una vez solamente acontece
y una vez sí deberá suceder.
Lejos, allí donde el campo florece,
debo morir y desaparecer.»
La Historia Interminable tiene unos comienzos previos a su publicación un tanto enigmáticos y simpáticos. Michael Ende, un escritor alemán de literatura de fantasía orientada a público joven, principalmente niños, ya era un autor consumado y con reconocimientos por sus obras de Jim Boltón y principalmente por Momo. Los escritores consumados generalmente firman contratos por cierto número de obras a un plazo definido con las editoriales. Ende no era la excepción, y se daba así mismo, además, ciertas prerrogativas que ponían nervioso a los ejecutivos de dichas editoriales. La historia interminable era una obra de debía ser corta, sencilla y publicada en 1977. Finalmente, no fue ni corta, tampoco sencilla y su publicación llegó con dos años de retraso. También debemos sumar que Ende presionó para que su obra se publicara encuadernada, con el Áuryn grabado en a portada, con tinta a dos colores –por eso de las historias dentro de las historias–, que en cada capítulo se iniciara con una letra mayúscula grabada a la usanza medieval; detalles que se conservan en cada publicación hasta este día.
Dado que mi primer contacto con esta novela fue el film, me es un tanto difícil abordarla sin recurrir a lo segundo, pero seré breve. La Historia Sin Fin, como se le conoció en América Latina, fue mi película favorita de la infancia. Recuerdo a Sebastián tomando el libro mágico y escondiéndose en la escuela para leerlo. Recuerdo a Atreyu caminando por los pantanos, llorando por su caballo Artax que se hundía en la tristeza. Recuerdo a Falcor, el Oráculo del Sur, la Emperatriz y hasta el gigante de roca. Una gran película de fantasía que era capaz de hipnotizarme por la variedad de sus personajes, por la esperanza de su mensaje y hasta por sus efectos especiales, que en la época que se realizó eran bastante avanzados. En 1984 no existía nada digital, todo eran efectos prácticos con animatrónica, stopmotion, perspectiva y maquillaje. Probablemente fue en año 2001 y 2002 en donde me enteré de que la película estaba basada en un libro y desde entonces me dije: si alguna vez lo veo, lo compraré y leeré. De esa fecha para este día pasaron diecisiete o dieciocho años. Finalmente lo encontré.
La película fue filmada por el director alemán Wolfgang Petersen, quien veinte años después filmaría Troya. La película tiene dos secuelas de las cuales es mejor no mencionarlas por lo decepcionante que fueron, la última incluso pasó directo a video y casi nadie conoce o ha visto.
El libro es más extenso que la película, de hecho, la película apenas logra explorar el primer tercio de la obra –o apenas poco más que eso, pero sin duda menos de la mitad– y no aborda la gran cantidad de personajes. Aunque he de confesar que ese primer tercio, esas páginas son por mucho lo mejor y que tanto los guionistas como el propio director tuvieron el buen tino de concluir la historia en ese punto. Esa decisión parece ser que molestó a Michael Ende, que pidió que se retirara su nombre de los créditos. Un capricho que probablemente tenga algo más de fondo, porque después de leer el libro y ver la película puedo decir con mucha solvencia que los guionistas supieron abordar correctamente esa parte y hacerlo tan intenso y atrapante como lo era el libro en el que se basa. Una representación tan fiel como el avance técnico en ese momento lo permitió.
La novela es una obra de fantasía y vaya que sus personajes son más diversos que en la película: Atreyu por ejemplo tiene piel verde, Ártax puede hablar, Cairón es un centauro, Falcor se llama Fújur y lo encuentran atrapado en la telaraña de Ygrámul, una araña gigante, Gmork es un hombre lobo, el Oráculo del Sur no son esfinges, y un largo etcétera. Obviamente las capacidades técnicas de la época obligaban a ser más creativos.
El libro está repleto de todo tipo de personajes y debo confesar que a veces es difícil seguirlos por lo numerosos y estrambóticos que son, hasta en los nombres. Una historia lleva a más historias, pero en esos atascos Ende utiliza el recurso «pero eso deberá ser contado en otra historia», y así las páginas se convierten en la aventura de Bastian, al principio como un personaje que tiene una experiencia vívida como lector, completamente en vilo por lo que le sucederá a Fantasía, y luego absorbido como un personaje principal y hacedor del propio libro que lee. Realmente la imaginación es un elemento indefinido e infinito y literalmente cualquier cosa puede ser posible. Si se puede imaginar, puede existir en Fantasía.
Tenemos el recorrido del héroe, madura conforme la trama avanza, aunque en momentos toma decisiones que nos hace recordar que es un niño en un mundo de fantasía. Una obra que realmente no se limita a las edades y aunque parezca más orientada a nutrir los sueños y esperanzas infantiles, parece ser la apología de la imaginación. Michael Ende afirma que hay elementos filosóficos que dejó subrepticiamente, pueda que los exista, pero he de confesar que no me tomé el tiempo de buscar indicios de filosofía alemana.
Dada las expectativas que tenía teniendo como referencia la nostalgia de la película, puedo concluir que el libro las satisface.
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