«La vista desde la azotea del teatro nacional es realista. Sí, realista. Te enseña cómo en una ciudad, la pobreza y la riqueza puedan estar tan marcadas. Te enseña cómo la miseria y la prosperidad conviven a metros de distancia. Nada nuevo, simplemente… real.»
Esta pequeña novela es la ganadora del desaparecido certamen guatemalteco BAM Letras del año 2013; donde quizá no vale la pena que me centre en el certamen, pues desconozco las bases, quienes fueron los jueces o los propios criterios de evaluación. Recuerdo que el premio económico no era muy significativo y que el verdadero aliciente de participación de los escritores inéditos era que tenían la oportunidad de volverse publicados, y considerando lo difícil que una editorial acepte una novela de un escritor guatemalteco sin antecedentes, es realmente un verdadero triunfo. Según me han hecho algunas observaciones, el certamen al ser patrocinado enteramente por BAM –un banco que pertenece a una corporación financiera en Guatemala–, dejaba la posibilidad de que existiera cierta censura, limitando la decisión entre los jueces, esto debido a que si la obra ganadora era polémica afectaría negativamente la imagen del banco, en otras palabras, no debe descuidarse lo relativo al riesgo reputacional, principalmente en instituciones financieras donde los oficiales de cumplimientos –compliance– están al pendiente de estas posibilidades; aunque esto no demerita el propósito de impulsar a los escritores guatemaltecos y encontrar nuevos talentos.
Antes de comentar directamente esta novela me es necesario hacer una introducción, un preámbulo. Hace algunos meses ví Roma de Alfonso Cuarón, esto fue previo a la ceremonia de los premios Óscar. La película disponible para Netflix había sido nominada a diez premios de la Academia, incluyendo mejor película. Se decía e incluso aún se dice que es de esas joyas que revolucionan la forma de hacer un film. Los comentarios y las críticas positivas, que no cesaban, desataron en mí la imparable curiosidad de ver la película, pero fue principalmente su director, Alfonso Cuarón, el que detonó la circunstancia. De este director mexicano ya tenía antecedentes realmente extraordinarios, Harry Potter y el Prisionera de Azkaban fue una de sus primeras cartas de presentación en Hollywood, la cual en sí misma y por mérito propio se convirtió en una de las mejores películas de la serie del mago, sobresaliendo en la calidad de la dirección. Cualquiera puede verla detenidamente y aplaudir la inclinación de Cuarón por las tomas largas, que no son cosa para nada sencillas, y además de disfrutar del buen uso de la fotografía. Con Children Of Men esa predilección por escenas de cortes largos se vuelve ya una fascinación, y a mi criterio es de momento, y puede que siga siendo siempre, la mejor película de Cuarón. Con Gravity ya el director alcanzó el reconocimiento de la Academia por mejor director y a partir de ese momento lo tenemos en el panteón de los nuevos directores mexicanos que se han atrevido a contar historias desde otras perspectivas, asentándose en un pedestal del arte cinematográfico. Roma es precisamente una obra de arte cinematográfico en todo sentido: el color, el sonido, la carencia de música de fondo, la actuación, la fotografía, la edición, el vestuario, los escenarios, hasta el reparto y la corografía, es todo y son todos excelentes y me es difícil discutir lo contrario; pero hay un detalle que lo eclipsa, todo brilla de forma individual, cada parte es una joya de manera independiente; aquí el todo no es mayor a la suma de todas sus partes, de hecho, a mi criterio, no es ni la mitad. ¿Qué pasó entonces? ¿Cómo es que una obra cinematográfica alabada por la crítica caiga en ese vacío insípido y aburrido? La respuesta puede ser muy sencilla, es una película hecha para la crítica que es capaz de valorar y apreciar todo el trabajo intrínseco, ese esfuerzo en cada elemento que forma parte de un film; el espectador promedio como yo, que no sabe de cine ¿qué puede argumentar? Y francamente lo único que puedo decir es que la base del cine es el entretenimiento. Roma, por tanto, para mí, es de esas películas aburridas e insulsas, que, si valoro el tiempo, jamás volvería a ver. Y probablemente no esté solo en esta opinión y muchos la compartan.
Puede que me haya extendido un poco en la analogía con la película Roma, pero he de confesar que edité el párrafo y lo reduje en más de un 50%, pero era necesario para hacer un contexto. También traigo a la palestra otra analogía más a fin a la literatura. El caso de Ulises de James Joyce, una magnífica obra de un gran escritor, perfecto en muchos sentidos, del cual se pueden encontrar loables y extendidos ensayos donde se atreven a encontrar un significado en cada elemento; no obstante, esa novela fue escrita específicamente para gustar a los críticos literarios, esas personas que están varios escalones más arriba y que son capaces de ver en la forma algo más bello que el fondo. Si ese ejemplo fuera poco está la otra obra llamada Finnegans Wake, del mismo escritor, James Joyce, un libro tan complejo, y sobretodo, tan difícil de leer que no estoy seguro si está o no traducido correctamente al español, y si lo está, si existe crítico que pueda leerlo y ose a decir algo negativo, a costa de perder su reputación. Hasta donde sé, Finnegans Wakes es el libro más abandonado por los lectores, no lo soportan, no lo pueden seguir.
Yo, Artista no llega al extremo de lo incomprensible e insufrible como lo más vanguardista de James Joyce, pero sin duda es un libro escrito para la crítica o un jurado. Tiene una muy buena narración, un excelente uso del lenguaje coloquial que no había visto antes, y un ritmo y fluidez que no es difícil de seguir. Sus personajes tienen una personalidad definida, e incluso aparece ciertos elementos vanguardista como las conversaciones en chat. Aquí hay dos historias independientes e intercaladas: la del Gordo, que me parece que es un profesor, desempleado y escritor de poesía; y la de Alfonso, que es un guionista de cine, también desempleado. Los dos personajes son unos mediocres y fracasados, cada uno representa su mejor definición de perdedor, y que lo peor de todo, jamás dejan de parecer eso, se esfuerzan para merecer ese título. Página tras página los personajes en lugar de acercarse más al lector se alejan. Nadie en su sano juicio querría identificarse con semejantes esperpentos. Si estos personajes fueran si quiera una fracción de Henry Chinaski, personaje de Charles Bukowski, la cosa fuera distinta, estaríamos ante un libro que se disfrutara, dejando risas la primera vez que se leyera, tristeza la segunda y reflexión la última. Pero no, Ugarte no es Bukowski, «Yo, Artista» no es «El Cartero».
Los capítulos de podrían fácilmente interpretarse como historias casi autoconcluyentes, un conformismo de crear escenas en cada apartado que poco o nada se relacionan una con la otra y que no importa el capítulo que se lea primero, el resultado es el mismo. Eso quiere decir que la historia ni tiene un principio definido, menos un final real. Se comienza la novela sin saber que esperar, sin saber de qué trata específicamente, se continúa sin saber hacia dónde va o cuál es el hilo argumental y se termina sin respuestas, casi hasta abrupto, sin epílogo. La única satisfacción que se puede obtener de la lectura es el haber terminado un libro tan insípido, fuera de eso no hay nada en el contenido, en la historia que sume valor. Una historia mediocre de gente mediocre, eso sí, contada bastante bien, narrada profesionalmente. Es como un mal vino en una botella de plata. La forma supera tanto al fondo que se convierte en la trampa del crítico literario que es incapaz de separar o identificar el oro del oropel.
Si se busca un libro para entretenerse, para pasar un buen rato y dejarse llevar por una historia, este no es el libro. Si se busca un libro que deje un mensaje, una reflexión de vida, tampoco este es el libro. Este es un libro de ejemplo para quienes quieren estudiar su redacción, edición y narración, es su único uso. Es un libro vanguardista y experimental, que, si es un buen ejemplo o una referencia para caso de estudio, también tengo mis dudas, pero es que no soy en esencia un crítico literario ni tampoco experto en literatura, por lo que esto queda como una opinión, y no mandaré a la hoguera a Ugarte porque no me gustó lo que escribió. En todo caso, apuesto por pasar la página y pensar que este fue un aciago momento en el hábito de lectura que debí conocer.
En la portada de la novela muchas moscas, decenas de moscas. Probablemente no estén adrede.
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