miércoles, 10 de julio de 2019

LA FLOR OSCURA de Valeria Cerezo


«Vi el rostro de Coralia. Tan bonita Coralia. En medio de la frente tenía una flor oscura. (…). La guerra no era otra cosa que una flor oscura. Millones de flores oscuras escondidas en las sombras a plena luz.»
Esta es una novela que participó en el certamen guatemalteco BAM letras del año 2017 y fue finalista. Probablemente el que no haya ganado podría deberse más a criterios de contenido que a calidad narrativa, puesto que, sin duda, esta obra muestra escenas muy duras y crudas para las cuales si uno no está preparado puede causar alguna conmoción. Es como esas noticias donde previenen al espectador de que las imágenes son fuertes y recomiendan discreción. Esta novela no tiene esa advertencia. Poco a poco nos sumerge en las vivencias de unos médicos en un pueblo ficticio llamado San Juan Las Escobas y otro denominado Xaculcá, que podrían ser cualquier pueblo del interior rural de Guatemala, y que tuvieron la mala fortuna de encontrarse en fuego cruzado entre el ejército y la guerrilla.

Guatemala vivió durante treinta y seis años algo que denominamos con una frase simplista «el conflicto armado interno». Con estas pocas palabras que suenan al más trivial eufemismo se deja de decir que fue una guerra civil cruenta y fratricida. Una guerra civil que ni siquiera era del pueblo o para el pueblo, sino una pugna de dos grupos por el poder. Unos que lo querían conversar a toda costa, incluso si eso significaba elecciones fraudulentas, y otros que también querían lo mismo, incluso si eso significaba tomarlo por las armas. En cualquier caso, era una dictadura por otra. La dictadura que se trataba instaurar era, por mucho, peor que la existente, puesto que, con un armamento ideológico de terror, conduce a la población de la pobreza a la miseria: para muestra Cuba y Venezuela, el primero sufre del socialismo clásico y el otro del socialismo del Siglo XXI, ambos países ricos en recursos, pero con una población que perdió incluso hasta la libertad de poder expresarse. Un pensador dijo una vez que lo que por las armas se obtiene, por las armas se retiene.

Las letras de Valeria Cerezo no toman partido ideológico alguno. En ambos bandos de la guerra civil nunca existieron héroes en los campos, sino monstruos que arrasaban poblaciones. Familias que trabajaban la tierra para vivir de pronto tuvieron que enterrar a sus seres queridos por algo que no alcanzaban a comprender. Los cuerpos humanos sustituyeron a la semilla. La tierra se cubrió de rojo y los cielos no alcanzaron para tanta plegaria y agonía. Una guerra siempre deja una profunda cicatriz y cuando es entre hermanos, nunca termina de cerrar. En la guerra solo hay víctimas.

En la novela tenemos a tres personajes: Pastor, Frank y la doctora, de la cual nunca es mencionado su nombre. La narración es en primera persona, pero los capítulos se van intercalando entre lo que vive Pastor y lo que vive la doctora. A favor de la novela tengo que decir que su escritura es sencilla: oraciones cortas, capítulos cortos; y aun así lo suficientemente expresivo para crear una profundidad en los personajes que refleje su incertidumbre, pasión y dolor. En medio de una guerra, es imposible que exista un final feliz, y aun el epílogo tiene cierto aroma a nostalgia y melancolía, como un muñón que siente el movimiento donde alguna vez estuvieron sus dedos. Entre párrafo y párrafo el espíritu aventurero, aguerrido y hasta altruista de los personajes se ve doblegado, aplastado y llevado a una cuasi catatonia. Para nada es una novela feliz.

Aún en Guatemala es usual que a los doctores que están por graduarse los envíen a centros de salud de áreas rurales a cumplir con ciertas prácticas de la Facultad de Medicina; de hecho, se dice que esas ubicaciones son a discreción de los catedráticos y que están en función de la simpatía que les genere el estudiante de medicina. Entre más lejano y recóndito el lugar al que se envía al futuro doctor, más desagrado y animadversión hubo en la relación del docente y estudiante. De allí que los doctores tengan muchas anécdotas que contar, y más si en algún momento sufrieron en carne propia las vivencias y fortuna de las comunidades. No soy médico, pero recuerdo que en mi época de estudiante universitario me enviaron a realizar prácticas profesionales hasta Petén, el departamento más lejano de Guatemala; y hasta donde sabía, no me llevaba mal con los catedráticos de la facultad.

Uno podría quedarse con la experiencia o las escenas del cruce de fuego en la novela como las más brillantes; pero no, hay mucho más. Es digno mencionar cuando los médicos fueron a otra comunidad y los interceptan unos guerrilleros, esto genera un clima psicológico trepitante, atrapa al lector y desata un alto grado de empatía con los personajes. Otro capítulo que crea un golpe es cuando se aborda una capacitación de las comadronas del lugar y tiene como consecuencia una respuesta basada en la ignorancia colectiva del pueblo, una acción que atiende a la irracionalidad de una tradición. Aunque la novela es ficción, se apoya sobre un trasfondo completamente real, Guatemala sigue siendo un país con un alto índice de mortalidad materno infantil, uno de cada dos nacimientos es atendido aún hoy por comadronas. En la ciudad, en las áreas urbanas, damos por sentado que un parto se realiza en un hospital o un sanatorio, sea este público o privado, pero en el interior de la república, en las áreas rurales más profundas son las comadronas las que desempeñan el papel de asistir en los nacimientos, sin anestesia, sin higiene, sin demasiada esperanza.

Una novela de una escritora guatemalteca que cuenta una realidad histórica que no se debe jamás olvidar.

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