lunes, 8 de julio de 2019

RENDICIÓN de Ray Loriga

Rendición de Ray Loriga

«Aquellos que se quejan del trabajo que les ha tocado en suerte en lugar de dar gracias a Dios esconden una malsana arrogancia y piensan merecer algo mejor, y así pasa con todo en la vida. Los insatisfechos siempre creen merecer más de lo que les dan y de esas quejas se hace un mundo de pusilánimas e inútiles. De gente que le pide a la tierra fruto sin haber puesto antes empeño.»
Tan solo el extracto que elegí para presentar este comentario dice tanto de la obra de Loriga que bien podría ser una conclusión adelantada de un relato que entre página y página nos obliga a filosofar y reflexionar. Si te gusta Kafka, Orwell o Borges, este libro no te será indiferente.

El premio Nobel a la literatura es un galardón que reconoce al legado del escritor y sin duda es el más importante del mundo; pero es de agradecer que no sea el único reconocimiento a las letras que existe, porque dejaría sin reconocimiento a muchos grandes talentos de todo el planeta. Cada país, cada continente, varias editoriales y muchas asociaciones de escritores y académicos se organizan en certámenes cada año para premiar a la mejor novela, cuento, relato, o escritor, entre otro tipo de categorías, que pueden ser muy variadas. Los premios Hugo se otorgan a las mejores novelas de fantasía y ciencia ficción; los premios Edgar, a las obras de misterio; los World Fantasy Awards, a la fantasía; el premio Princesa de Asturias de las Letras, a la cultura; entre otros galardones. No obstante, en lo que se refiere a las letras hispanas, Alfaguara posee uno de los reconocimientos más interesantes. Desde 1998 ha premiado anualmente una novela, y en apariencia, el proceso de selección se basa exclusivamente en calidad literaria, puesto que el escritor permanece en completo anonimato mediante un pseudónimo hasta al final. Incluso la novela participa con un nombre diferente. Normalmente difiero con los críticos de arte, incluso con lo literario, puesto que con frecuencia alaban más la forma que el fondo y creí que al finalizar esta novela confirmaría mi creencia, pero afortunadamente me equivoqué. 

¿Quiénes somos cuando nos cambian las circunstancias? Es la pregunta que invita a la lectura de esta novela. Ray Loriga teje con sus dedos la olvidada destreza de escenarios distópicos de Orwell con todos esos elementos inquietantes y repletos de simbolismo, teniendo como fondo el marco inquietante de existencialismo más conocido como infierno kafkiano. Todo lo anterior sin perder la sencillez y profundidad de una narración auténtica, seria y conmovedora. La sinopsis va de la siguiente manera:

«Han pasado diez largos años desde que estalló la guerra, y el matrimonio sigue sin conocer el paradero de sus hijos, sin saber si su país fue el agresor o el agredido. Fuera cual fuese el origen de la contienda, él, hombre de campo, y ella, su antigua patrona, siguen amándose y sus vidas transcurren sencilla y rutinariamente. Un día un muchacho mudo entra en su propiedad. Al principio lo encierran como a un prisionero, pero acaban por tomarle cierto cariño y, cuando las autoridades comunican que la zona debe ser evacuada y que tienen que poner rumbo a la ciudad transparente, los tres parten juntos. En ese momento el muchacho es bautizado como Julio. Las puertas de la metrópoli muestran una clara advertencia: el aire mece los cuerpos sin vida de los traidores. En su interior, la ciudad transparente es casi un paraíso que provee a sus habitantes de todo aquello que cualquiera desearía en un hogar: armonía, limpieza y protección. Impera un orden riguroso, una calma autoritaria y una absoluta transparencia: no están permitidos los secretos ni las paredes. En una sociedad en la que lo privado es de dominio público, en un mundo feliz y asfixiante que ataca pasivamente a la dignidad. Allí los recuerdos desaparecen; no existe intimidad, ni siquiera se puede sentir miedo. Hasta el momento que la conciencia despierta y se impone asumir las consecuencias».

Todo en la novela es como una extensa parábola, cada elemento rebosa de profundidad que tiene por objeto mismo puntualizar la identidad y tridimensionalidad de todos sus personajes. En toda la extensión del libro no existen diálogos, no los necesita, es suficiente las descripciones y la expresión de los sentimientos del personaje central. No hay diálogos excepto por media página de una conversación que aparee casi en lo que podía tomarse como un epílogo. Está narrada en primera persona, con un lenguaje sencillo y fluido, pero sobre todo, auténtico.

¿Qué mensaje deja esta obra en su extensión? El mismo que buscaba Orwell cuando escribió La Rebelión en la Granja o 1984. Diría que es un libro recomendable para aquel que crea que el socialismo es la solución de la sociedad, puesto que el paraíso planteado aquí resulta ser un suplicio para el protagonista. En una sociedad donde hasta las heces no huelen ¿Qué podría salir mal? Todo lo que va en contra de la naturaleza de un individuo, despojándolo de su propia singularidad a favor del colectivismo, es acabar con la humanidad misma. Es importante indicar que la obra no es un thriller, tampoco posee un ritmo trepitante, simplemente es el conjunto de situaciones que acaban minando el alma de un individuo simple y común. Un hombre de campo. Una persona que antes no tenía más pasión que esperar la llegada de la guerra de sus hijos, y que con el transcurrir del tiempo no sólo acepta que nunca regresarán (puesto que la guerra se ha perdido) sino también que él y todo su país ha sido absorbido por un nuevo orden. No es esclavo, no es un siervo. Está dentro de una sociedad transparente, literalmente de cristal, donde no hay nada que ocultar, donde todo lo que necesita le es facilitado por un magnánimo gobierno, que siempre lo ve todo, controla y soluciona. Una sociedad donde todos son iguales y por lo tanto felices, todos, menos él.

«Crece solo, nuestro optimismo, como la mala hierba, después de un beso, de una charla, de un buen vino, aunque de eso ya casi no nos queda. Rendirse es parecido: nace y crece la ponzoña de la derrota durante un mal día, con la claridad de un mal día, forzada por la cosa más tonta, la misma que antes, en menores condiciones, no nos hubiera hecho daño y que sin más consigue aniquilarnos, si es que coincide por fin ese último golpe con el límite de nuestras fuerzas».

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